Todo está pasando demasiado deprisa. Estoy hecha un lío y, cuando miro en derredor, veo que estoy rodeada de gente que se ha burlado de mí sin importarle lo mucho que yo he intentado encajar, y sé que no puedo confiar en ninguno de ellos.
«¿Qué está ocurriendo? ¿Qué hace Pedroahí parado? ¿Qué me están ocultando?»
—Secundo la moción —dice Jace, y levanta la jarra de cerveza—. Adelante, Pedro,
cuéntaselo.
—Se... Se lo diré fuera —replica él en voz baja.
Miro sus ojos brillantes, que están locos de desesperación, confusos. No sé
qué está pasando, pero sé que no quiero ir a ninguna parte con él.
—No, me lo vas a contar aquí, delante de todos. Así no podrás mentirme.
Me duele el corazón y sé que no estoy preparada para oír lo que va a
decirme.
Se retuerce los dedos nervioso antes de empezar a hablar.
—Perdóname —dice sujetándose las manos—. Pau, tienes que recordar que esto
fue mucho antes de que te conociera. —Sus ojos me suplican clemencia.
No sé si me va a fallar la voz, y apenas abro la boca para decirle:
—Cuéntamelo.
—Aquella noche... La segunda noche..., la segunda fiesta a la que viniste,
cuando jugamos a Verdad o desafío... y Nate te preguntó si eras virgen...
—Cierra los ojos como si estuviera ordenando sus pensamientos.
«No, no, no...»
Si fuera posible que el corazón se me cayera más abajo de los pies, el mío
estaría ya en el núcleo errestre. Esto no está pasando. «Esto no puede estar
pasando. Ahora no. A mí, no.»
—Continúa... —dice Jace, y se apoya sobre los codos como si fuera lo mejor
que ha visto nunca.
Pedro le lanza puñales con los ojos y sé que, si no estuviera a punto de
destruir él solito nuestra relación, aplastaría a ese gusano en el acto.
—Dijiste que sí, que eras virgen... Y alguien tuvo la idea de...
—¿Quién tuvo la idea? —lo interrumpe Molly.
—Yo... A mí se me ocurrió la idea — confiesa Pedro. No deja de mirarme a
los ojos, cosa que no hace que esto me resulte más fácil—. Se me ocurrió que...
podría ser divertido... hacer una apuesta.
Agacha la cabeza y los ojos se me llenan de lágrimas.
—No. —Ahogo un sollozo y doy un paso atrás.
La confusión se hace un hueco entre el caos de mis pensamientos y me impide
ordenarlos y encontrarles sentido, comprender lo que oyen mis oídos. Pero la
confusión pronto le cede el paso a una mezcla en ebullición de dolor y rabia.
Todos los recuerdos encajan como las piezas de un rompecabezas...
«Aléjate de él», «Ten cuidado», «A veces uno cree que conoce a las
personas, pero no es así»,
«Pau, tengo que decirte algo»...
Todos los comentarios de Molly, Jace, e incluso los del propio Pedro, se
repiten en mi cabeza como un disco rayado. Había algo, la sensación de que se
me escapaba algo. No puedo respirar en el pequeño bar, es como si me faltara el
aire mientras intento asimilar la realidad. Había pistas por todas partes pero
estaba demasiado obnubilada con Pedro para verlas.
«¿Por qué lo ha llevado tan lejos? ¿Para qué quería que me fuera a vivir
con él?»
—¿Tú lo sabías? —le pregunto a Steph. No puedo seguir mirando a Pedro.
—Yo... Estuve a punto de contártelo mil veces, Pau —dice llorando lágrimas
de culpabilidad.
—Cuando nos dijo que se había llevado el gato al agua no me lo podía creer,
ni siquiera al ver el condón —explica Jace con una risita. Está disfrutando con
el espectáculo.
—¿Verdad? ¡Yo tampoco! Pero las sábanas... ¡Las sábanas manchadas de sangre
eran impepinables! —secunda Molly muerta de la risa.
Las sábanas. Por eso seguían en su coche...
Sé que debería decir algo, cualquier cosa, pero no me sale la voz. Todo me
da vueltas, la gente del bar bebe y come sin darse cuenta de que a diez metros
de ellos hay una ingenua a la que le están partiendo el corazón en mil pedazos.
¿Cómo es posible que la Tierra siga girando y la vida continúe mientras yo
estoy aquí viendo a Tristan agachar la cabeza, a Steph llorar y, lo más
importante, a Pedro mirándome fijamente?
—Pau, perdóname.
Da un paso hacia mí pero ni siquiera puedo moverme y poner pies en
polvorosa, que es lo que querría hacer.
La voz de arpía de Molly rompe el silencio:
—Desde luego hay cierto componente teatral que se merece un aplauso. ¿Os
acordáis de la última vez que estuvimos aquí y Steph hizo como que ponía guapa
a Pau y luego Pedroy Zed se pelearon por ver quién la llevaba de vuelta a la
residencia? —Se ríe y prosigue—: Más tarde, Pedro apareció en tu habitación,
¿verdad? ¡Con la botella de vodka! ¡Y tú pensaste que estaba borracho! ¿Te
acuerdas de que lo llamé mientras estaba allí? —Por un momento me mira como si
de verdad esperara mi respuesta—. En realidad se suponía que iba a ganar la
apuesta esa noche. Estaba muy seguro, pero Zed no paraba de decirle que no te
ibas a abrir de piernas tan rápido. Se ve que Zed estaba en lo cierto pero, aun
así, lo hiciste mucho antes de lo que yo imaginaba. Así que me alegro de no
haberme jugado la pasta...
En el bar sólo existen los sonidos horripilantes que emite Molly y los ojos
de Pedro.
Nunca me había sentido así. Este grado de humillación y de pérdida es mucho
peor de lo que imaginaba. Pedroha estado jugando conmigo todo este tiempo, todo
esto no ha sido más que un juego para él. Los abrazos, los besos, las sonrisas,
las risas, los «te quiero», el sexo, los planes...
Joder, duele como nada en el mundo. Lo tenía todo planeado, cada noche,
cada detalle, y todo el mundo lo sabía menos yo. Incluso Steph, que creía que
se estaba convirtiendo en una buena amiga. Lo miro. En medio de la sorpresa me
permito tener un momento de debilidad y desearía no haberlo hecho. Está ahí
plantado. Ahí plantado como si mi mundo no se estuviera desmoronando, como si
no me hubiera humillado hasta la saciedad ante todos.
—Te alegrará saber que has costado una pasta gansa —ríe Molly—, y eso que Zed
intentó rajarse un par de veces. ¡Espero que Pedroal menos te invitara a cenar
con el dinero de Jace, Logan y Zed!
Jace se termina la cerveza y aúlla:
—¡A mí lo que me joroba es haberme perdido el famoso «Te quiero» delante de
todo el mundo!
He oído que fue de traca.
—¡Callaos de una puta vez! —El grito de Tristan los sorprende a todos. Si
yo no estuviera tan aturdida, también me habría sorprendido —. Que os jodan. Ya
os ha aguantado bastante.
Pedro da un paso más.
—Por favor, nena, di algo.
Y con ese nena lastimero mi cerebro por fin conecta con mi boca.
—¡No te atrevas a llamarme nena! ¿Cómo has podido hacerme esto? Eres...
eres... No puedo... —Tengo tanto que decir que no consigo hacerlo—. No voy a
decir nada porque eso es lo que quieres —replico con mucha más confianza en mí
misma de la que siento.
Por dentro estoy que ardo y tengo el corazón en el suelo, bajo las botas de
Pedro.
—Sé que la he fastidiado... —empieza a decir.
—¿La has fastidiado? ¡¿Que la has fastidiado?! —chillo—. ¿Por qué? Dime por
qué. ¿Por qué yo?
—Porque estabas ahí —contesta. Y su sinceridad me destroza un poco más—.
Era un reto. No te conocía, Pau. No sabía que iba a enamorarme de ti.
Lo oigo hablar de amor y siento justo lo contrario que estas últimas
semanas. La bilis me sube por la garganta.
—Tú estás mal de la cabeza. ¡Eres un puto enfermo! —le grito, y corro hacia
la puerta.
Esto es más de lo que puedo soportar. Pedro me coge del brazo y lo aparto de
un empellón, me vuelvo y le cruzo la cara. Con todas mis fuerzas.
Su expresión de dolor me produce una punzante satisfacción.
—¡Lo has estropeado todo! —chillo—. Te has llevado algo que no te
pertenecía, Pedro. Era para alguien que me quisiera, alguien que me quisiera de
verdad. Era suyo, fuera quien fuese, y tú se lo has robado... ¿por dinero? Me
he peleado con mi madre por ti. ¡Lo he dejado todo! Tenía a una persona que me
quería, alguien que jamás me haría el daño que tú me has hecho. Eres un ser
repugnante.
—Pero yo te quiero, Pau. Te quiero más que a nada. Iba a contártelo.
Intenté que no te lo explicaran. No quería que lo descubrieras. Por eso me pasé
la noche fuera, convenciéndolos de que no te dijeran nada. Iba a contártelo yo,
pronto, ahora que vivimos juntos, porque ahora ya no importa.
Pierdo el control de las palabras que se me agolpan en la boca:
—Estás... Eres... ¡ Pedro, por Dios! ¿Qué demonios te pasa, eh? ¿Crees que está bien que vayas
por ahí convenciendo a la gente de que no me lo cuente? ¿Que todo iba a ir bien
si yo no me enteraba? ¿Creías que iba a perdonarte esto por estar viviendo
juntos? ¿Por eso insististe en que mi nombre figurara en el contrato? ¡Por Dios
santo! ¡Tú estás mal de la cabeza!
Todos los pequeños detalles que me hacían darle tantas vueltas a todo desde
que conocí a Pedro, todos apuntaban a algo así. Estaba claro.
—Por eso fuiste a recoger mis cosas a la residencia, ¡porque tenías miedo
de que Steph me lo contara!
Todo el bar me está mirando y me siento insignificante. Destrozada e
insignificante.
—¿Qué has hecho con el dinero, Pedro?
—Yo... —empieza a decir, pero se calla.
—Dímelo —exijo.
—Tu coche..., la pintura... y la fianza del apartamento. Pensé que si... He
estado a punto de contártelo tantas veces, en cuanto me di cuenta de que ya no
era sólo una apuesta... Te quiero. Te he querido siempre, te lo juro.
—¡Guardaste el condón para poder enseñárselo, Pedro! ¡Les enseñaste las
sábanas, las putas sábanas manchadas de sangre! —Me llevo las manos a la cabeza
y me tiro de los pelos—. ¡Oh, mierda! ¡Qué idiota he sido! Mientras yo repasaba
mentalmente la mejor noche de mi vida tú les estabas enseñando las sábanas a
tus amigos.
—Lo sé... No tengo excusa... Pero tienes que perdonarme. Podemos
solucionarlo —dice.
Y me echo a reír. Una carcajada de verdad. A pesar de las lágrimas, me río.
Me estoy volviendo loca. En las películas las cosas no son así. No soy capaz de
guardar las formas. No estoy aceptando la noticia con elegancia, con una
exclamación o una sola lágrima que desciende lentamente por la mejilla. Estoy
llorando, tirándome de los pelos y apenas puedo controlar mis emociones o
articular una frase.
—¿Que te perdone? —Me río como una histérica—. Me has destrozado la vida.
Lo sabes, ¿verdad? Pues claro que lo sabes. Ése ha sido siempre tu plan,
¿recuerdas? Prometiste que ibas a destrozarme. Pues enhorabuena, Pedro, lo has
hecho. ¿Cuál quieres que sea tu premio? ¿Dinero, o prefieres que te busque otra
virgen?
Se revuelve, como si intentara bloquear mi campo de visión para que no vea
a los demás, que siguen sentados en su sitio.
—Pau, por favor. Tú sabes que te quiero. Lo sabes. Vayámonos a casa, por
favor. Vayamos y te lo contaré todo.
—¿A casa? Ésa no es mi casa. No lo ha sido nunca, lo sabes tan bien como
yo.
Vuelvo a intentar llegar a la puerta. La tengo muy cerca.
—¿Qué puedo hacer? Haré lo que sea —me suplica.
Sigue mirándome fijamente a los ojos y se agacha. Durante un segundo no
entiendo lo que hace.
Luego veo que se está arrodillando ante mí.
—¿Tú? Nada. Ya no hay nada que puedas hacer por mí, Pedro.
Si supiera qué decir para hacerle tanto daño como él me ha hecho a mí, lo
diría. Y se lo repetiría mil veces para que supiera lo que se siente cuando te
toman el pelo de esa manera y luego te hacen pedacitos.
Aprovecho que está de rodillas para correr hacia la puerta. En cuanto la
abro choco contra alguien. Alzo la vista y me encuentro el rostro magullado de
Zed, que todavía se está recuperando de las heridas que le causó Pedro.
—¿Qué pasa? —me pregunta cogiéndome del codo.
Sus ojos viajan detrás de mí, ve a Pedro y ata cabos.
—Perdóname... —dice, pero lo ignoro. Pedro viene detrás de mí y tengo que
salir del bar, tengo que alejarme de él.
El aire gélido azota mi pelo, que me tapa la cara en cuanto estoy fuera. Es
una sensación agradable, y espero que también me alivie las emociones que me
queman por dentro. La nieve ha cubierto las calles y mi coche.
Oigo que Zed me llama:
—No estás en condiciones de conducir, Pau.
Sigo intentando avanzar entre la nieve por el aparcamiento.
—¡Déjame en paz! ¡Sé que tú también estabas metido en la apuesta! ¡Todos lo
estabais! —grito y busco las llaves del coche.
—Deja que te lleve a casa. De verdad que así no puedes conducir, y menos
con esta tormenta — insiste.
Abro la boca para gritarle pero entonces veo que Pedroestá saliendo del
bar.
Miro al que creía que era el amor de mi vida, al hombre que creía que iba a
hacer que todos los días fueran especiales, salvajes, libres. Y luego miro a
Zed.
—Está bien —le digo.
El clic del cierre centralizado del coche de Zed me dice que ya puedo
subir, y rápido. En cuanto Pedro se da cuenta de que me voy con él, echa a
correr hacia el coche. Su rostro se contorsiona de la rabia y, por el bien de
Zed, espero que se meta en el coche antes de que Pedro nos alcance.
Zed se sienta tras el volante y arranca. Pedro hinca las rodillas en el
suelo por segunda vez esta noche.
—Perdóname, Pau. No tenía ni idea de que se nos iba a ir tanto de las
manos... —empieza a decir Zed, pero lo corto.
—No me hables.
No puedo soportarlo más. No quiero oír nada más. Se me revuelve el estómago
y el dolor de la traición de Pedro me desgarra por dentro y me debilita por
segundos. Estoy segura de que si Zed dice una sola palabra no quedará nada de
mí. Necesito saber por qué Pedro ha hecho lo que ha hecho, pero me aterra
pensar lo que puede pasar si escucho hasta el último detalle. No he sentido
nunca un dolor como éste y no sé muy bien qué hacer con él, si es que puedo
hacer algo.
Zed asiente y conduce en silencio.
Pienso en Pedro, en Molly, en Jace y en toda la pandilla, y entonces algo
cambia. Algo me hace más valiente.
—¿Sabes qué? —digo volviéndome hacia él—. Habla. Cuéntamelo todo. Hasta el
último detalle.
Zed estudia mis ojos un momento con expresión preocupada. Luego se da cuenta
de que no tiene elección y dice en voz baja mientras nos metemos en la
autopista:
—De acuerdo.
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llego el fin de esta primera temporada de 4 ....
vieron les dije que iban a odiar a este Pedro..
bueno paso a informarles que la segunda temporada tiene relatos de Paula y Pedro... es mas largo . mañana comienza ....
Gracias a todas por leer siempre
se puso barbara, muy buen final, me suena que hay gato encerrado
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