Pau
Cuando me despierto, Pedro está repanchingado en la cama, con un brazo sobre la cara y el otro colgando por el borde del colchón. Su camiseta está empapada en sudor y yo me doy asco a mí misma. Le doy un beso rápido en la mejilla y corro al cuarto de baño.
Cuando vuelvo de ducharme, ya está despierto, como si hubiese estado esperándome. Se
incorpora y se apoya sobre un codo.
—Tengo miedo de que me expulsen —dice.
Su voz me sorprende, pero su confesión me sorprende todavía más.
Me siento a su lado en la cama y él ni siquiera intenta quitarme la toalla que envuelve mi cuerpo.
—¿Ah, sí?
—Sí. Sé que es una idiotez... —empieza.
—No, no es una idiotez. Cualquiera tendría miedo. Yo lo tendría. No pasa nada por tenerlo.
—¿Qué voy a hacer si ya no puedo volver a la WCU?
—Ir a otra universidad.
—Quiero volver a casa —dice, y se me cae el alma a los pies.
—Por favor, no lo hagas —le pido en voz baja.
—Tengo que hacerlo, Pau. No puedo permitirme estudiar si mi padre no es el rector. —Encontraremos la manera.
—No, éste no es tu problema.
—Sí lo es. Si te vas a Inglaterra, no nos veremos nunca.
—Tienes que venir conmigo, Pau. Sé que no quieres, pero tienes que hacerlo. No puedo estar lejos de ti otra vez. Ven, por favor. —Sus palabras están tan cargadas de sentimiento que no puedo encontrar los míos.
— Pedro, no es tan fácil.
—Sí lo es. Es fácil. Podrías encontrar un trabajo allí haciendo exactamente lo mismo que estás haciendo ahora, y seguramente ganarías más dinero y podrías ir a una universidad mejor.
— Pedro... —Vuelvo a fijar la vista en su piel desnuda.
Suspira.
—No hace falta que lo decidas ahora mismo.
Estoy a punto de decirle que haré las maletas y me iré a Inglaterra con él, pero no puedo. De momento, como soy cobarde, voy a posponer la noticia de mi traslado a Seattle para otro día. Mientras, me tumbo de lado y él me rodea con sus brazos.
Por una vez ha conseguido que vuelva a meterme en la cama con él por la mañana. Para mí reconfortarlo está por encima de mi rutina.
—El dueño, Drew, es un poco gilipollas, pero bastante legal —me informa Pedro mientras nos aproximamos al pequeño edificio de ladrillo.
Una campana suena por encima de mi cabeza cuando me abre la puerta y ambos entramos en el establecimiento. Steph está sentada en una silla de piel, y Tristan está hojeando lo que parece ser... ¿un libro de tatuajes?
—¡Ya era hora! —Steph da una patada en al aire en nuestra dirección y Pedro atrapa su bota en el aire antes de que me dé.
—Veo que ya estás dando por saco... —Pone los ojos en blanco e intenta guiarme hasta Tristan, pero yo me suelto de su mano y me coloco cerca de Steph.
—Quiere estar conmigo —le dice, y él la fulmina con la mirada pero no replica.
Se queda junto a Tristan unos metros más allá, coge un libro negro como el que él tiene en las manos y lo hojea a su vez.
—No te había visto nunca por aquí. —El tipo me mira mientras limpia la piel del vientre desnudo de Steph con una toalla.
—Es que nunca había venido —respondo.
—Yo soy Drew, el dueño del estudio.
—Encantada. Soy Pau.
—¿Vas a hacerte algo hoy? —Sonríe.
—No —responde Pedro por mí envolviendo mi cintura con los brazos.
—¿Está contigo, Alfonso?
—Sí.
Pedro me estrecha más contra sí. Es evidente que está haciendo un paripé. Me ha dicho que Drew era un poco gilipollas, pero a mí no me lo parece en absoluto. Da la impresión de ser bastante majo.
—Muy bien, tío. Ya era hora de que te echaras novia. —Drew se echa a reír. Pedro se relaja un poco, pero sigue rodeándome—. ¿Por qué no te haces algo, hombre?
Un zumbido inunda el espacio. Bajo la vista hacia el estómago de Steph y me quedo mirando fascinada cómo la pistola de tatuar se desliza lentamente por su piel. Drew limpia el exceso de tinta con una toalla y continúa.
—Pues a lo mejor sí me hago alguno —le contesta Pedro.
Me vuelvo hacia él y me mira a los ojos.
—¿En serio? ¿Qué quieres hacerte? —le pregunto.
—No lo sé todavía, algo en la espalda.
La espalda de Pedro es la única parte de su cuerpo que está completamente libre de tatuajes.
—¿De verdad?
—Sí. —Apoya la barbilla en mi cabeza.
—Y, hablando de hacerte algo, ¿dónde cojones están tus piercings? —pregunta Drew, sumergiendo la pistola en un pequeño vasito de plástico lleno de tinta negra.
—Ya no los necesito —responde, y se encoge de hombros.
—Como me haga un desastre porque no paras de hablar con él, me lo vas a pagar tú —le advierte Steph mirándolo, y me echo a reír.
—No pienso pagar por esa mierda —dicen Pedro y Drew al unísono.
Tristan se reúne por fin con nosotros. Acerca una silla para sentarse junto a Steph y la coge de la mano. Observo la pequeña bandada de pájaros recién dibujados en la piel de mi amiga. La verdad es que es bastante bonito, la ubicación y todo.
—¡Me encanta! —Sonríe, y le devuelve a Drew el espejo antes de incorporarse.
—¿Qué vas a hacerte, Pedro? —le pregunto en voz baja.
—Tu nombre —dice sonriendo.
Estupefacta, me aparto de él con la boca abierta hasta el suelo.
—¿No te gustaría? —me pregunta.
—¡No! ¡Dios mío, no! No lo sé, eso es una locura —susurro.
—¿Una locura? No tanto, es una manera de demostrarte que estoy comprometido contigo y que no necesito ningún anillo ni ninguna propuesta de matrimonio para que siga siendo así.
Habla con rotundidad, y ya no sé si está de broma o no. ¿Cómo hemos podido pasar de las bromas a los compromisos y el matrimonio en menos de tres minutos? Así son las cosas siempre entre nosotros, por lo que supongo que ya debería estar acostumbrada.
—¿Preparado, Pedro?
—Claro.
Se aparta de mí y se quita la camiseta.
—¿Una frase? —sugiere Drew, expresando mis propios pensamientos.
—Quiero que cubra la parte superior de mi espalda y que diga: «Ya nada podrá separarme de ti». Que mida más o menos tres centímetros de alto, y hazlo a mano, con esa letra que mola —dice Pedro, y se vuelve de espaldas a Drew.
«Ya nada podrá separarme de ti...»
— Pedro, ¿podemos hablar de esto un momento, por favor? —le pregunto.
Estoy convencida de que se ha enterado de mis planes de ir a Seattle y me está provocando con lo del tatuaje. La frase que ha escogido es perfecta, pero cruelmente irónica teniendo en cuenta que he estado evitando contarle lo de mi traslado.
—No, Pau, quiero hacerlo —dice quitándole importancia.
— Pedro, no creo que...
—No es para tanto, Pau, no es mi primer tatuaje —bromea.
—Pero es que...
—Como no te calles, me tatuaré tu nombre y tu número de la Seguridad Social en toda la espalda —me amenaza riéndose, aunque tengo la sensación de que sería capaz de hacerlo.
Me quedo callada intentando pensar en algo que decirle. Debería espetárselo ahora mismo antes de que la pistola toque su piel limpia. Si espero más...
El zumbido de la pistola suena de nuevo y la tinta negra empieza a tatuar la espalda de Pedro.
—Ahora ven aquí y dame la mano —dice sonriendo con suficiencia mientras me tiende la suya.
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