Pedro
A Landon le han salido pelos en los huevos desde la noche en que intentó
agredirme. Ha pillado un buen berrinche en el aeropuerto cuando me ha visto
junto a las cintas de recogida de equipajes. Esperaba a su madre. Karen ha
accedido a que fuera a recoger a su hijo, tal vez porque no le apetecía ir
después de la fiesta de Vance, tal vez porque le doy pena. No estoy seguro.
Pero me alegro.
Por su parte, Landon está cabreadísimo. Dice que soy el tío más gilipollas
que ha conocido, y al principio ni siquiera quería subir al coche conmigo. He
tardado veinte minutos en convencer a mi encantador hermanastro de que volver a
casa en mi compañía es mejor que caminar sesenta kilómetros en plena noche.
Tras un largo silencio, retomo la conversación que habíamos iniciado en la
terminal.
—Landon, aquí me tienes, y necesito que me digas lo que debería hacer.
Estoy hecho un lío y no me decido por una cosa o la otra.
—¿Qué es cada cosa? —pregunta.
—No sé si volver a Inglaterra para asegurarme de que Pau tiene la vida que
se merece, o si ir a casa de Zed y matarlo.
—Y ¿qué pinta Pau en eso último?
Lo miro y me encojo de hombros.
—Después de matarlo, la obligaría a venir conmigo.
—Ése es el problema. Crees que puedes conseguir que haga todo lo que
quieres. Estás así precisamente por eso.
—No me he explicado bien. Quería decir... —Sé que está en lo cierto, y no
me molesto en acabar la frase—. Pero está con Zed. ¿Cómo demonios ha acabado
con Zed? Es que veo rojo sólo de pensarlo —gruño, y me froto las sienes.
—Será mejor que conduzca yo —repone.
Landon es como un grano en el culo.
— Pedro, se quedó a dormir en su casa el viernes y pasó el sábado con él.
De repente lo veo todo negro.
—¿Qué? Entonces... ¿está saliendo... con él?
Landon garabatea en el cristal.
—No lo sé..., pero sé que cuando hablé con ella el sábado me dijo que se
había reído por primera vez desde que la abandonaste.
Venga ya.
—Pero si ni siquiera lo conoce. —No me puedo creer que esto esté pasando.
—No quiero ser un capullo, pero no puedes ignorar la ironía que tenemos
entre manos: estabas obsesionado con que estuviera con alguien como ella, pero
acaba saliendo con alguien exactamente igual que tú.
—No se parece a mí en nada —le digo e intento concentrarme en la carretera
para no echarme a llorar delante de él.
No abro la boca durante el resto del trayecto.
—Y ¿ha llorado? —pregunto cuando lo dejo en la puerta.
Landon me mira con incredulidad.
—Sí. Una semana entera sin parar. —Luego menea la cabeza—. Tío, no tienes
ni idea de lo que le has hecho y tampoco te importa. Sigues pensando sólo en ti
mismo.
—¿Cómo puedes decir eso, si lo he hecho por ella? Me he alejado de ella para
que pueda pasar página. No la merezco, tú mismo me lo dijiste, ¿te acuerdas?
—Me acuerdo, y no he cambiado de opinión. Pero también creo que es ella
quien debería decidir qué es lo que merece —dice con un bufido antes de bajar
del coche.
Jace le da una calada al porro y lo mira fijamente.
—Hacía tiempo que no me fumaba uno. Tristan ya no viene casi nunca. Se pasa
el día entre las piernas de Steph.
—Ya... —musito.
Bebo un trago de cerveza y echo un vistazo al apartamento de mierda. No sé
por qué he venido, pero tampoco sabía adónde ir. No pienso volver a mi
apartamento esta noche. No me puedo creer que Pau esté con Zed. En serio. «Pero
¿qué coño...?»
Landon no ha querido llamar a Pau para pedirle que volviera a casa de mi
padre. He intentado convencerlo de todas las maneras posibles. Es un capullo.
Aun así, he de confesar que admiro su lealtad, aunque no cuando se
interpone en mi camino. Landon dice que debería permitirle a Pau decidir si
quiere estar conmigo o no, pero ya sé cuál sería su decisión. O eso creía.
Zed me tenía bien engañado. Ha ido a recogerla y ha pasado casi todo el fin
de semana con ella.
—¿A ti qué te pasa? —me pregunta Jace echándome el humo del
porro a la cara.
—Nada.
—He de decir que me ha sorprendido encontrarte en mi puerta esta noche
después de lo que pasó la última vez que nos vimos —me recuerda.
—Ya sabes por qué he venido.
—¿Lo sé? —Está disfrutando.
—Pau y Zed. Sé que estás enterado.
—¿Pau? ¿Paula Chaves y Zed Evans? —Sonríe—. Cuéntame.
Más le vale borrar esa estúpida sonrisa de su cara.
Le doy la callada por respuesta y se encoge de hombros.
—No sé nada, de verdad. —Le da otra calada al porro y pequeños copos de
papel caen en su regazo. No se da ni cuenta.
—Tú nunca dices la verdad. —Me bebo otro trago.
—Falso. ¿Dices que están follando? —Enarca una ceja.
Casi me atraganto con la pregunta.
—Cuidado con lo que dices. ¿Los has visto juntos? —Inspirar, espirar...
Despacio.
—No, no sé nada de ellos. —Jace deja el porro en el cenicero—. Creía que
estaba saliendo con una pava de instituto.
Miro la pila de ropa sucia que hay en una esquina de la habitación.
—Eso creía yo también.
—¿Te ha dejado por Zed?
—No te burles, que no estoy de humor.
—Te presentas aquí con un montón de preguntas. No me burlo —dice con
desdén.
—He oído que pasaron juntos el viernes, y quería saber quién más había por
allí.
—No lo sé. Tampoco estuve con ellos. Pero ¿vosotros dos no vivíais juntos?
—replica. Se quita sus gafas de aspirante a moderno y las deja encima de la
mesa.
—Sí. ¿Por qué te crees que estoy tan cabreado con Zed?
—Bueno, ya sabes cómo es desde que tú...
—Lo sé.
Odio a Jace. A más no poder. Y a Zed. ¿Qué le costaba a Pau haber elegido a
Trevor? Joder, nunca pensé que me parecería bien que Pau saliera con Trevor.
Pongo los ojos en blanco y lucho contra el impulso de partirle la crisma a
Jace contra la mesita de café. Así no voy a llegar a ninguna parte. El alcohol
y la rabia no ayudan.
—¿Seguro que no sabes nada? Porque, si descubro lo contrario, te mataré y
lo sabes —lo amenazo muy en serio.
—Sí, colega, todos sabemos lo psicótico que te pones cuando se trata de esa
chica. No seas tan capullo.
—Estás avisado —le digo, y pone los ojos en blanco.
¿Cómo es que me hice amigo suyo? Es un montón de mierda y debería haber
puesto fin a nuestra supuesta amistad con una buena paliza.
Jace se levanta y se estira.
—Me voy a la cama. Son las cuatro. Puedes echarte en el sofá.
—No, ya me iba —digo caminando hacia la puerta.
Son las cuatro de la mañana y en la calle hace mucho frío. No voy a poder
pegar ojo sabiendo que está con Zed. En su apartamento... ¿Y si la toca? ¿Y si
se ha pasado todo el fin de semana poniéndole las manos encima?
¿Se lo follaría por despecho?
No, la conozco bien. Estoy hablando de una chica que todavía se ruboriza
cuando le bajo las bragas. No obstante, Zed puede ser muy persuasivo y podría
haberla emborrachado. Sé que no sabe beber. Dos copas y empieza a maldecir como
un camionero y a intentar desabrocharme el cinturón.
Joder, como la emborrache y la toque con sus sucias manos...
Doy media vuelta en una intersección y espero que no haya polis cerca
porque el aliento me apesta a cerveza.
«A la mierda la gilipollez de mantenerme lejos de ellos.»
Puede que haya sido un capullo y puede que la haya tratado como a una
mierda, pero Zed es mucho peor que yo. La quiero mucho más que él, mucho más de
lo que la querrá ningún hombre. Ahora sé lo que tenía. Sé lo que podía perder y, ahora que lo he perdido, quiero
recuperarlo. No puede tenerla, ni él ni nadie. Es mía y sólo mía. Maldita sea.
¿Por qué no le pedí perdón en la fiesta? Eso es lo que debería haber hecho.
Debería haberme hincado de rodillas delante de todo el mundo y haberle
suplicado que me perdonara y ahora estaríamos en la cama. Pero no. Tenía que
pelearme con ella y tirarla al suelo por accidente cuando estaba tan rabioso
que no sabía quién era quién.
Zed es un maldito bastardo. ¿Quién coño se cree que es para venir a
recogerla a la fiesta? ¿Me toma el pelo?
La ira me puede otra vez. Tengo que calmarme antes de llegar. Si estoy
tranquilo, ella hablará conmigo. O eso espero.
Para cuando llego a casa de Zed son las cuatro y media de la madrugada.
Paro y me quedo quieto unos minutos intentando tranquilizarme. Luego llamo a la
puerta y espero impaciente.
Justo cuando voy a empezar a aporrearla, la puerta se abre. Es Tyler, el
compañero de piso de Zed.
He hablado con él un par de veces, en las fiestas que montaban aquí.
—¿Alfonso? ¿Qué hay, colega? —dice arrastrando las palabras.
—¿Y Zed? —Me meto en el piso, no quiero perder más tiempo.
Se frota los ojos.
—Tío, son las cinco de la madrugada.
—No, las cuatro y media. ¿Dónde...?
Entonces veo la manta doblada en el sofá. Doblada con esmero: el sello
personal de Pau. Mi cerebro tarda un segundo en asociar eso con el hecho de que
el sofá está vacío.
Si no está en el sofá, ¿dónde puede estar?
La bilis me sube por la garganta y por enésima vez esta noche noto que no
puedo respirar. Cruzo el apartamento como una exhalación y dejo atrás a un
Tyler medio dormido.
Abro la puerta del dormitorio de Zed, que está oscuro como la noche. Saco
el móvil y lo uso de linterna. El pelo rubio de Pau cubre una de las almohadas
y Zed no lleva camiseta.
«Mierda, mierda, mierda...»
Busco el interruptor y enciendo la luz. Pau se revuelve y rueda hacia su
lado. Tropiezo con la pata de la mesa y ella cierra los ojos con fuerza y los
abre para ver qué la ha despertado.
Trato de pensar qué voy a decir mientras intento procesar el cuadro que
tengo delante. Pau y Zed en la cama, juntos.
—¿ Pedro? —gimotea, y frunce el ceño. Parece que se está despertando. Mira a
Zed y luego me mira a mí. Sorpresa—. ¿Qué... qué haces tú aquí? —pregunta presa
del pánico.
—No, no. ¿Qué haces tú aquí? ¡En la cama con él! —Intento no gritar, me
clavo las uñas en la palma de la mano.
Si se lo ha follado, se acabó. Se acabó para siempre, no quiero volver a
verla.
—¿Cómo has entrado? —pregunta con tristeza.
—Tyler me ha abierto la puerta. ¿Qué haces en su cama? ¿Cómo has podido
meterte en su cama?
Zed se vuelve sobre la espalda y se frota los ojos. Los abre, se sienta y
me mira fijamente.
—¿Qué demonios estás haciendo en mi habitación? —exige
saber.
«Contente, Pedro. No te muevas.»
Tengo que controlarme o alguien acabará en el hospital. Ese alguien es Zed,
pero si voy a alejarla de él, he de permanecer todo lo calmado que pueda.
—He venido a buscarte, Pau. Vámonos —digo, y le tiendo la mano a pesar de
que estoy en la otra punta de la habitación.
Ella frunce el ceño.
—¿Cómo dices?
Ahí está el mundialmente conocido carácter de Pau...
—No puedes presentarte en mi apartamento y decirle que se vaya. —Zed se
mueve para levantarse de la cama y veo que sólo lleva puestos unos pantalones
cortos de deporte que dejan ver sus calzoncillos.
No creo que pueda mantener la calma.
—Puedo y acabo de hacerlo. Pau...
Espero a que se levante de la cama pero no mueve un músculo.
—No voy a ir a ninguna parte contigo, Pedro —me dice.
—Ya la has oído. No quiere irse contigo —se burla Zed.
—Yo de ti cerraría el pico. Estoy intentando con todas mis fuerzas no hacer
nada de lo que me arrepienta después. Más te vale no buscarme las cosquillas
—rujo.
Zed abre los brazos para retarme.
—Es mi apartamento y mi dormitorio, y si ella no quiere irse contigo, no
tiene por qué hacerlo. Si quieres pelea, adelante. Pero no voy a obligarla a
marcharse contigo si no quiere. —Cuando termina, la mira con la expresión de
preocupación más falsa que he visto en la vida.
Suelto una carcajada maléfica.
—Ése es el plan, ¿no? Me calientas hasta que te parto las costillas, a ella
le das pena y yo quedo como el monstruo al que todos temen, ¿no es así? ¡No le
creas ni una palabra, Pau!—grito.
No soporto que siga en la cama con él, y aún menos el hecho de que no puedo
partirle la cara a ese gilipollas porque eso es justo lo que quiere.
Ella suspira.
—Vete.
—Pau, escúchame. No es quien tú crees. No es don Inocente.
—Y ¿eso por qué? —me reta.
—Porque..., bueno, aún no lo sé. Pero sé que te está utilizando para algo.
Sólo quiere echarte un polvo, y lo sabes —le digo. Me cuesta controlar mis
emociones.
—No es verdad —dice, pero sé que se está cabreando.
—Tío, deberías irte —repite Zed—. Ella quiere quedarse. Estás haciendo el
ridículo.
Cuando termina de hablar con el labio partido, empiezo a temblar. Tengo
guardada demasiada rabia y necesito dejarla salir.
—Te lo advierto: cierra esa puta boca. Pau, deja de ser tan cabezota y
vámonos. Tenemos que hablar.
—Es de madrugada y tú... —empieza a decir, pero la corto.
—Pau, por favor.
Le cambia la cara y no sé por qué.
—No, Pedro. ¡No puedes presentarte aquí y ordenarme que me vaya contigo!
Zed se encoge de hombros como si la cosa no fuera con él.
—No me obligues a llamar a la policía, Pedro.
Se acabó. Doy un paso hacia él pero Pau salta de la cama y se interpone
entre los dos.
—No. Otra vez no —me ruega, y me mira directamente a los ojos.
—Entonces ven conmigo. No puedes confiar en él —le digo.
Zed se ríe.
—Y ¿de ti sí que puede fiarse? Acéptalo: la has cagado. Se merece a alguien
mejor que tú, y si la dejaras ser feliz...
—¿Que la deje ser feliz? ¿Contigo? —escupo—. ¡Como si de verdad quisieras
tener una relación con ella! ¡Sé que lo único que te interesa es meterte en sus
bragas!
—Eso no es verdad. ¡Pau me importa mucho y podría tratarla infinitamente
mejor que tú! —me grita en las narices, y Pau me empuja con las palmas de las
manos en mi pecho.
Sé que es ridículo, pero no puedo evitar disfrutar con el gesto, con la
suavidad de sus manos en mi pecho. Hacía mucho que no la sentía.
—¡Parad de una vez los dos! Pedro, tienes que irte.
—No voy a irme, Pau. Eres demasiado ingenua. ¡No le importas una mierda!
—le grito.
Ni siquiera parpadea.
—¿Y a ti sí? ¡Has estado «demasiado ocupado» para llamarme durante once
días! ¡Él estaba aquí y tú no, y si...! —grita y sigue gritándome, pero lo
único que veo es lo que lleva puesto.
«¿Lleva...? No. No puede ser...»
Doy un paso atrás para asegurarme.
—¿Eso es...? ¿Qué demonios llevas puesto? —tartamudeo, y empiezo a dar
vueltas.
Mira hacia abajo, por lo visto se le ha olvidado.
—¿Llevas puesta su puta ropa? —digo casi a gritos. Se me quiebra la voz y
me tiro del pelo.
— Pedro... —intenta hablar.
—Sí —responde Zed por ella.
Si lleva puesta su ropa...
—¿Te lo has follado? —digo con la voz rota. Las lágrimas amenazan con rodar
por mis mejillas en cualquier momento.
Abre unos ojos como platos.
—¡No! ¡Desde luego que no!
—¡Quiero la verdad, Pau! ¿Te lo has follado?
—¡Ya te lo he dicho! —me devuelve el grito.
Zed retrocede y observa con la cara magullada y preocupada. Aún le he hecho
poco.
—¿Lo has tocado? ¡Joder! ¿Te ha tocado?
Estoy como loco y me da igual. No puedo soportarlo. Si le ha tocado un solo
pelo, no voy a poder soportarlo, no voy a poder.
Me vuelvo hacia Zed antes de que ninguno de los dos pueda contestar.
—Si la has tocado, te juro por Dios que no me va a importar que ella esté
presente o no, te voy...
Pau vuelve a interponerse entre nosotros y veo miedo en sus ojos.
—Sal de mi apartamento o llamo a la policía —me amenaza Zed.
—¿La policía? ¿Te crees que me importa un com...?
—Me voy contigo —La voz de Pau suena suave en medio del caos.
—¿Qué? —exclamamos Zed y yo al unísono.
—Me voy contigo, Pedro, sólo porque sé que no te irás a menos que te
acompañe.
Qué alivio. Bueno, sólo un poco. Me da igual por qué venga conmigo siempre
y cuando venga de verdad.
Zed se vuelve hacia ella, casi suplicante.
—Pau, no tienes por qué irte. Puedo llamar a la policía. No tienes que irte
con él. Siempre hace lo mismo, te controla a base de meterte miedo y de asustar
a todo el que te rodea.
—Te equivocas... —suspira—. Pero estoy agotada, son las cinco de la mañana
y tenemos cosas que hablar. Es lo más sencillo.
—No tiene por qué...
—Se viene conmigo —le digo, y ella me lanza una mirada asesina. Si las
miradas matasen...
—Te llamo mañana, Zed. Siento mucho que se haya presentado aquí —le dice en
voz baja, y al final él asiente y comprende que he ganado yo. Pone cara de pena
y espero que Pau no se la trague.
En realidad, me sorprende que haya accedido tan fácilmente a venir
conmigo... Aunque me conoce mejor que nadie y tenía razón al decir que no iba a
irme sin ella.
—No te disculpes. Ten cuidado y no dudes en llamarme si necesitas algo —le
dice.
Debe de ser un asco ser un pringado que no puede hacer una mierda para
evitar que irrumpa en su apartamento en plena noche y me lleve a Pau conmigo.
Ella no abre la boca mientras sale del dormitorio de Zed y se dirige al
baño que hay al otro lado del pasillo.
—No vuelvas a acercarte a ella. Ya te lo he advertido y parece que no sabes
captar una indirecta — le digo al llegar a la puerta de su habitación.
Zed echa chispas por los ojos y, si no fuera porque Pau me está llamando desde el salón, le partiría
el cuello.
—¡Si le haces daño, te juro por mis pelotas que me aseguraré de que no
vuelvas a hacérselo! — grita lo bastante alto para que ella lo oiga mientras
salimos del apartamento y caminamos sobre la nieve.
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