Pau
Me recuesto sobre el torso de Pedro para recuperar el aliento. Nuestros torsos desnudos suben y bajan lentamente debido a nuestro estado de dicha poscoital. No se me ha hecho tan raro como creía. Echaba de menos desesperadamente intimar con él; sé que puede que hacer el amor tan pronto, antes de haber llegado a ninguna determinación, no sea muy buena idea, pero ahora mismo, mientras sus dedos ascienden y descienden acariciando mi columna, me siento de maravilla.
No puedo dejar de reproducir en mi mente la imagen de su cuerpo debajo del mío, elevando las caderas del colchón para llenarme por completo. Nos hemos acostado muchas veces, pero ésta ha sido una de las mejores. Ha sido tan intenso, y sincero, y cargado de deseo..., no, de necesidad por el otro.
Pedro se ha dejado llevar por su temperamento hace un rato, pero ahora lo miro y sus ojos están cerrados y sus labios ligeramente curvados hacia arriba.
—Sé que me estás mirando, y tengo que mear —dice, y no puedo evitar reírme—. Arriba.
—Me levanta por las caderas y me coloca a su lado.
Se pasa las manos por el pelo para apartarse un mechón suelto de la frente mientras recoge su ropa del suelo. Se pone sólo los pantalones y desaparece de la habitación. Empiezo a vestirme. Mi mirada va directamente a su camiseta tirada en el suelo y, por costumbre, me agacho para recogerla, pero vuelvo a dejarla donde está. No quiero forzar las cosas ni provocar que se enfade, así que debería ponerme mi propia ropa por ahora.
Son casi las ocho, así que me pongo un pantalón de chándal ancho y una camiseta sencilla. Los restos del arrebato de Pedro cubren el suelo, así que me tomo la libertad de empezar a colocarlo todo en su sitio. Comienzo por la ropa de mis cajones. Cuando regresa a la habitación me encuentro cerrando la maleta llena de novelas.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta.
En una mano sujeta un vaso de agua y una madalena en la otra.
—Sólo estoy recogiendo un poco —respondo en voz baja.
Tengo miedo de que volvamos a empezar a pelearnos otra vez, y no sé cómo comportarme.
—Ah... —dice, y deja el vaso y el tentempié sobre la cómoda y se acerca a mí.
—Te ayudo —se ofrece, y recoge la silla rota del suelo.
Trabajamos en silencio para devolver la habitación a su estado normal. Pedro coge la maleta y se dirige al armario con ella en brazos. En el proceso, casi tropieza con uno de los cojines decorativos de la cama.
No sé si debería ser la primera en hablar, y no sé qué decir. Sé que sigue enfadado, pero no paro de pillarlo mirándome, así que no debe de estarlo demasiado.
Sale de detrás del armario con una bolsa pequeña y una caja de tamaño mediano.
—¿Qué es esto? —inquiere.
«¡Ay, no!»
—Nada —me apresuro a responder, y me acerco corriendo para intentar quitárselos de las manos.
—¿Son para mí? —pregunta con curiosidad.
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