Pau
Abro los ojos y miro a Pedro desde la cama, pero él no me devuelve la mirada. Creo que apenas es consciente de que existo. Sus ojos están fijos en los libros que ha tirado al suelo y tiene los puños cerrados a los lados.
—Lo he besado, Pedro —digo para hacer que vuelva conmigo desde dondequiera que esté.
En lugar de mirarme, se golpea varias veces la frente con frustración y mi mente intenta buscar una explicación que darle.
—Yo..., tú... ¿Por qué? —balbucea.
—Creía que te habías olvidado de mí..., que ya no me querías. Y él estaba ahí y...
Mi explicación no es justa, y lo sé. Pero no sé qué otra cosa decir. Mi mente ordena a mis pies que se acerquen a él, pero éstos no hacen caso y permanezco sentada en la cama.
—¡Deja de decir esa mierda! ¡Deja de decir que él estaba ahí! ¡Te juro por lo que más quieras que como vuelva a oírlo otra puta vez...!
—¡Vale! Lo siento, lo siento, Pedro. Estaba dolida y confundida. Y él no paraba de decir todas las cosas que yo necesitaba que tú me dijeras...
—¿Qué te decía?
No quiero repetir nada de lo que Zed me ha dicho, no delante de él.
— Pedro... —Me aferro a la almohada como anclaje.
—¡¿Qué te decía?! —grita.
—Sólo me decía lo que habría pasado si hubiera ganado él la apuesta, si hubiera salido con él en lugar de contigo.
—Y ¿qué pensaste?
—¿Qué?
—¿Que qué pensaste al oír toda esa mierda? ¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres estar con él en vez de conmigo?
Está a punto de estallar, y sé que está intentando controlarse con todas sus fuerzas, pero el vapor no para de aumentar la presión.
—No, no es eso lo que quiero.
Me levanto de la cama y camino hacia él con pies de plomo.
—No. No te acerques a mí. —Sus palabras me detienen en el acto.
—¿Qué más has hecho con él? ¿Has follado con él? ¿Le has comido la polla?
Me alegro inmensamente de que no haya nadie en casa para oír las asquerosas acusaciones de Pedro.
—¿Qué? ¡No! Sabes perfectamente que no. No sé en qué pensaba cuando lo besé, fui una estúpida y me sentí muy mal cuando me abandonaste.
—¿Que yo te abandoné? ¡Fuiste tú la que me dejó! ¡Y ahora me entero de que ibas por el campus pavoneándote como una cualquiera! —grita.
Quiero llorar, pero no tengo derecho. Sé que está muy herido y enfadado.
—Sabes que no lo decía en ese sentido, y no me insultes —digo apretando el respaldo de la silla del escritorio.
Pedro me da la espalda y me deja sola con mi sentido de culpabilidad. No quiero ni imaginar cómo me sentiría si hubiera sido él quien hubiese hecho esto durante los peores momentos de mi vida. No pensé en cómo se sentiría cuando lo hice. Di por hecho que él estaba haciendo lo mismo.
No quiero seguir presionándolo. Sé que cuando está así le cuesta controlar su temperamento, y se está esforzando mucho para hacerlo.
—¿Quieres que me vaya y te deje a solas? —pregunto débilmente.
—Sí.
No quería que su respuesta fuera afirmativa, pero hago lo que me pide y salgo de la habitación. Él no se vuelve.
No sé qué hacer, de modo que me apoyo contra la pared del pasillo. En cierto modo preferiría que me gritara y me exigiera que le explicara por qué hice lo que hice en lugar de quedarse mirando por la ventana y pedirme que me marche.
Puede que ése sea nuestro problema: ambos somos adictos al dramatismo de nuestros desacuerdos. No creo que eso sea cierto; hemos avanzado mucho desde los comienzos de nuestra relación, incluso a pesar de que nos hemos pasado más tiempo peleándonos que en paz. La mayoría de las novelas que he leído me llevan a pensar que las discusiones surgen y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos, que una simple disculpa acabará con cualquier problema y que todo se solucionará en cuestión de minutos. Las novelas mienten. Puede que por eso me gusten tanto Cumbres borrascosas y Orgullo y prejuicio; ambas son tremendamente románticas a su manera, pero revelan la realidad que se esconde detrás del amor ciego y de las promesas para toda la vida.
Ésta es la realidad. Vivimos en un mundo en el que todos cometemos errores, incluso la chica ingenua que suele ser víctima del temperamento y la falta de sensibilidad de un chico. Nadie es del todo inocente en esta vida, nadie. Y aquellos que se creen perfectos son los peores.
Oigo un golpe en la habitación y me llevo la mano a la boca cuando lo sigue otro y otro más. Pedro está destrozando el cuarto. Sabía que lo haría. Debería detenerlo y evitar que siga destruyendo la propiedad de su padre pero, sinceramente, me da miedo hacerlo. No temo que me haga daño físicamente, sino las palabras que pueda llegar a decir en ese estado. Sin embargo, no puedo permitirme tener miedo. Puedo con esta situación. Yo...
—¡¡¡Joder!!! —grita, y entro en el dormitorio.
Me alegro de que Ken se haya ido con Karen y Landon a tomar el postre fuera, pero ojalá hubiera alguien aquí para ayudarme a detenerlo.
Pedro tiene un trozo de madera en la mano. Cuando veo una silla tirada junto a su pie deduzco que se trata de una pata de la misma. Arroja por el aire la madera oscura y sus ojos verdes refulgen con ira al verme.
—¿Qué parte de «déjame solo» no has entendido, Pau?
Respiro hondo y permito que sus palabras furiosas me resbalen.
—No voy a dejarte solo. —Mi voz no transmite la determinación que pretendía.
—Lárgate. Te lo digo por tu bien —me amenaza.
Camino hacia él y me detengo a un par de pasos. Pedro intenta retroceder, pero la pared se lo impide.
—No vas a hacerme daño —respondo a su vacía amenaza.
—Eso no lo sabes. Ya te lo he hecho antes.
—No a propósito. Tu conciencia no te dejaría vivir si lo hicieras. Lo sé.
—¡No tienes ni puta idea de nada! —chilla.
—Habla conmigo —digo con calma. Tengo el corazón en un puño mientras veo cómo cierra los ojos y los abre de nuevo.
—No tengo nada que decirte. Ya no te quiero —replica con voz entrecortada.
—Claro que me quieres.
—No, Pau. No quiero tener nada que ver contigo. Puedes irte con él.
—No quiero estar con él. —Trato de no dejar que sus duras palabras me afecten.
—Está claro que sí.
—No. Sólo te quiero a ti.
—¡Y una mierda! —Golpea la pared con la mano abierta. Me sobresalto ligeramente, pero no me muevo—. ¡Lárgate, Pau!
—No, Pedro.
—¿No tienes nada mejor que hacer? Vete con Zed. Vete a follar con él, me importa una mierda. Yo haré lo mismo, créeme. Me marcharé y me follaré a todas las tías que se me pongan por delante.
Se me llenan los ojos de lágrimas, pero él no les presta atención.
—Sólo dices esas cosas porque estás furioso, no las piensas de verdad.
Mira alrededor de la habitación como si estuviera buscando algo, lo que sea, que todavía esté por romper. No queda mucho intacto. Afortunadamente, la mayoría de los objetos que han sido destruidos son míos. La cartulina que he comprado para el trabajo de Landon está hecha añicos. La maleta llena de libros está tirada en el suelo, y las novelas esparcidas por la moqueta. Ha arrancado algunas prendas de ropa del armario, y la silla, por supuesto, también está tirada y rota.
—No quiero ni mirarte..., vete —dice con brusquedad, aunque ahora con un tono más suave.
—Siento haberlo besado, Pedro. Sé que te he hecho daño, y lo siento mucho. —Lo miro.
Él estudia mi rostro en silencio. Me encojo ligeramente cuando su pulgar me seca las lágrimas que empapan mi rostro.
—No temas —susurra.
—No lo hago —digo susurrando también.
—No sé si voy a poder superar esto —añade respirando de manera agitada.
Mis piernas flaquean al oírlo. Creo que nunca, desde que nos declaramos nuestro amor, me había planteado que Pedro fuera el que cortara la relación a causa de una infidelidad.
El beso que le di a aquel desconocido en Nochevieja no tiene nada que ver con esto; se enfadó, y sabía que me montaría una escena, pero en el fondo también sabía que pronto se le pasaría. No obstante, esta vez ha sido con Zed, con quien mantenía una mala relación por mi causa; se han peleado varias veces y sé que ni siquiera soporta que hable con él.
No creo que volver a tener una relación propiamente dicha con Pedro sea buena idea ahora mismo, pero nuestros problemas han pasado de ser por un futuro incierto a esto. Unas lágrimas involuntarias escapan de mis ojos rebeldes y Pedro frunce más el ceño.
—No llores —me dice, y sus dedos se extienden y descansan contra mi mejilla.
—Lo siento —exhalo. Una única lágrima cae sobre mis labios, y la retiro con la lengua—. ¿Aún me quieres? —Necesitaba preguntárselo.
Sé que sí, pero necesito desesperadamente oírselo decir.
—Por supuesto que sí. Siempre te querré —me consuela con voz tranquilizadora.
Es un sonido curiosamente hermoso: su respiración es agitada y laboriosa, pero su voz tranquila y suave, como una imagen de olas furiosas rompiendo contra la orilla sin sonido alguno.
—¿Cuándo sabrás lo que quieres hacer? —le digo, temiendo la respuesta.
Pedro suspira y pega la frente contra la mía. Su respiración empieza a relajarse ligeramente.
—No lo sé. Parece que soy incapaz de estar sin ti.
—Yo tampoco puedo —le susurro—. Estar sin ti.
—Parece que somos incapaces de solucionar nuestros problemas, ¿verdad?
—Eso parece, sí. —Casi sonrío ante nuestro sosegado intercambio de palabras después del arrebato de hace unos minutos.
—Ven aquí.
Tira de mis brazos y me estrecha contra su pecho.
Es una sensación maravillosa, como volver a casa después de pasar una larga temporada fuera, y cuando entierro la cara en su camiseta, su fragancia calma mi corazón.
—No vuelvas a acercarte a él —dice con el rostro hundido en mi cabello.
—De acuerdo —accedo sin pensar.
—Y esto no significa que vaya a dejarlo correr, pero te echo de menos.
—Lo sé —contesto, pegándome más contra él hasta que oigo sus latidos fuertes y rápidos.
—No puedes ir por ahí besándote con la gente cada vez que te enfadas. No está bien, y no pienso tolerarlo. Tú te pondrías hecha una furia si yo hiciera lo mismo.
Aparto la cabeza de su pecho y observo su rostro hostil. Despego los dedos del fino tejido de su camiseta y los hundo en sus suaves rizos.
Su mirada es severa, pero sus labios ligeramente entreabiertos me indican que no me detendrá si tiro de su cabello para atraer su rostro hacia el mío. Si no fuera tan alto, esto sería mucho más fácil. Pedro suspira, me besa y me agarra de la cintura con más fuerza. Sus dedos descienden hasta mis caderas y vuelven a ascender y a rodear mi talle de nuevo.
Mis lágrimas se mezclan con su laboriosa respiración en una letal combinación de amor y deseo. Lo quiero infinitamente más de lo que lo deseo, pero ambos sentimientos se funden y se intensifican cuando aparta la boca de la mía para recorrer mi mandíbula y mi cuello con sus cálidos labios. Se arrodilla para tener mejor acceso a mi piel y yo apenas puedo mantenerme de pie mientras me mordisquea suavemente encima de lo que sería el hueso de la clavícula si estuviera tan delgada como la sociedad querría que estuviera.
Empiezo a retroceder hacia la cama y le tiro de la camiseta cuando intenta protestar. Cede, resoplando, y me da un beso firme en el cuello. Llegamos a la cama y nos detenemos para mirarnos a los ojos.
No quiero que ninguno de los dos diga nada que pueda fastidiar lo que hemos empezado, de modo que agarro el borde de mi camiseta y me la quito por encima de la cabeza. Su respiración se intensifica de nuevo, esta vez por la necesidad, no por la furia.
Dejo caer la prenda al suelo y alargo la mano para desvestirlo a él. Se quita la suya y, cuando mis dedos nerviosos pero rápidos le desabrochan el cinturón y deslizan sus vaqueros por sus muslos, se impacienta y usa la pierna que yo no estoy sosteniendo para acabar de desprenderse de ellos.
Me siento de nuevo en la cama y Pedro hace lo propio sin dejar de acariciar mi piel desnuda con los dedos. Nuestros labios se unen otra vez y su lengua atraviesa los míos lentamente al tiempo que se coloca sobre mí, apoyando el peso sobre los brazos.
Siento cómo se le pone dura con tan sólo besarnos. Levanto ligeramente la cadera de la cama y la pego contra la suya para crear fricción entre nosotros, lo que provoca que deje escapar un gruñido. Se baja el bóxer de un tirón y lo deja a la altura de sus rodillas. Me aferro inmediatamente a su miembro y oigo cómo sisea en mi oído. Mi mano empieza a ascender y a descender alrededor de él. Me inclino y mi lengua recorre la punta de su polla, ansiosa por provocar más sonidos por su parte. Levanto la cabeza para mirarla y la envuelvo otra vez con la mano.
—Te quiero —le recuerdo cuando gime contra mi cuello.
Desplaza una mano hasta mi pecho y tira sin cuidado de las copas de mi sujetador para dejar mis senos al descubierto.
—Te quiero —responde por fin—. ¿Estás segura de que quieres hacerlo, con todo lo que está pasando y teniendo en cuenta que no estamos juntos? —pregunta, y yo asiento.
—Por favor —le ruego.
Acerca la boca a mi pecho y sus manos ascienden por mi espalda para desabrocharme el sujetador y quitármelo por completo. Noto sus dedos fríos sobre mi piel. Su lengua, en cambio, está caliente, y lame ávidamente mi pezón atrapado entre sus dientes.
Le tiro del pelo y obtengo un leve gemido al tiempo que su boca se desplaza hacia el otro pecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario