Día
5:
Enero:
Esa
mañana, me desperté con los besos de Pepe, otra vez.
Sonriendo,
me removí pegándome a él de manera sugerente. Desde ya, tenía que decir que
podría acostumbrarme a este tipo de despertar, sin problemas.
—No
hagas eso. – dijo con voz ronca en mi oído. —Me dan ganas y no quiero hacerte
mal.
—No
me duele nada. – le dije sincera, mientras me daba vuelta, incorporándome en un
codo, y lo besaba en los labios.
—¿No?
– preguntó casi jadeando, cuando empecé a bajar la mano por dentro de la
sábana. Negué con la cabeza y me subí a él a horcajadas.
Pasó
las manos por mi espalda elevando la cadera y gemí de placer al sentirlo.
Esta
vez fui yo la que se inclinó y buscó un condón en el cajón. El, no esperó para
ponérselo y me miró con los ojos ardientes. M e levanté despacio para dejarme
caer
muy despacio, dejándolo entrar muy lentamente.
Nos
quedamos quietos acostumbrándonos a la sensación y soltamos el aire en gemidos.
Se sentía tan bien...
Acarició
mis piernas, hasta llegar a mi trasero y apretarlo con fuerza, acercándome más
a él. Llegando más adentro.
No
pude seguir esperando y empecé a moverme hacia delante y atrás, arriba y abajo
con Pedro que también marcaba un ritmo constante. La cama hacía unos
ruidos
terribles. Mezcla estar arrastrándose en el piso, y de resortes cediendo, cada
vez que nos sacudíamos.
Sin
poder controlarme, todo mi cuerpo se aceleró y gemí con más fuerza. Diría que
casi grité. Le encantaba escucharme, así que me dejé llevar.
La
velocidad aumentó, y ya los dos nos pusimos bastante ruidosos, pero no nos
importó. Casi al mismo tiempo, explotamos, entre jadeos incomprensibles, en los
que decíamos el nombre del otro entre gruñidos.
Las
respiraciones iban volviendo a la normalidad, mientras nos mimábamos un rato y
nos decíamos cosas lindas.
Después
de lo que nos habíamos dicho la noche anterior, acordamos dejar el tema. Según
él, haría hasta lo imposible por quedarse. Pero yo, en el fondo, albergaba mis
dudas.
Sea
como sea, no pensaba arruinar los días que nos quedaban.
Después
de bañarnos, cambiarnos y desayunar, teníamos que subirnos al micro para ir a
la siguiente excursión.
Estábamos
sentados lo más tranquilos, cuando Gastón, uno de nuestros compañeros, dijo a
los gritos.
—Chicos,
un aplauso para los de la 302. – Ja! Éramos nosotros. —¡Que buena manera de
empezar el añooo!
Pepe
puso los ojos en blanco, mientras yo escondía la cara detrás de mis manos
muerta de vergüenza, y todos aplaudían y silbaban. Nos habían escuchado en
todo
el hotel.
Esas
eran las cosas que tenían los viajes de egresados...
Cuando
llegamos, nos subimos de a dos en cuatriciclos, y después de tontear entre
todos, hicimos carreras hasta donde se suponía que teníamos que almorzar.
Por
la tarde, nos habían llevado a jugar al Paintball. Nos separamos en dos grupos
y nos atacamos con balas de pintura vestidos con unos trajes enterizos
camuflados
y cascos.
A
M ay, la habían atacado entre varios, y le habían disparado una zona en
especial de su cuerpo por la que era muy famosa, que ahora tenía de todos
colores. Su trasero era una obra de arte abstracta.
Facu,
me había pegado en un pie, mientras escapaba corriendo, haciendo que me
tropezara y me cayera de manera cómica en plena tierra.
Pepe,
para “vengarme”, le había pegado una en el brazo, así que terminó por soltar el
arma, quejándose de dolor. Pero también terminó cayendo cuando Juan, le pegó
una por la espalda mientras bromeaba con que él me había visto primero.
Muertos
de risa y hechos un asco, nos cambiamos a nuestra ropa y partimos al hotel para
ponernos lindos, cenar y salir.
Aun
con cascos y ropa especial, teníamos restos de pintura por todas partes, así
que tendríamos que pasarnos un rato en la ducha.
Y
aun mejor, si nos bañábamos juntos. Entre besos, y risas, nos quitamos la ropa
sucia y la tiramos a un rincón. Pedro me alzó por los muslos y nos metimos
bajo
la lluvia. Obviamente, después de un rato, la temperatura volvía a subir y
perdíamos el control.
Esta
vez, con suerte, no se habría escuchado tanto nuestro encuentro, por el sonido
que hacía el agua. Bueno, eso esperaba.
Cenamos
comparando las heridas de guerra que tenía cada uno de la batalla de la tarde.
Si, dolían y dejaban marcas además. Hicimos previa en la habitación de Juan,
que tenía –quien sabe de donde-, una botella de vodka y jugo para mezclar.
Desapareció en pocos minutos mientras de fondo sonaba cumbia y comenzábamos la
fiesta.
Esa
noche nos tocaba Cerebro.
Una
vez adentro, habíamos mezclado tantos tragos que no sabíamos bien que pasaba a
nuestro alrededor. El animador estaba vestido con un traje lleno de luces y un
casco, y además de bailar en un escenario al frente, nos iluminaba con un láser
dejándonos ciegos. Obviamente en el desenfreno que traíamos, nos parecía de lo
más gracioso.
Nos
pusimos a bailar todos con todos, y de alguna forma, terminé entre Juan y
Gastón que en una especie de sándwich humano, nos moríamos de risa tratando de
no caernos a medida que inventábamos pasos.
Escuché
que otro grupo de mis compañeros aplaudía y silbaba y me giré para ver de que
se tratara.
M
eli, tenía agarrado a Pepe del rostro y lo estaba besando mientras él luchaba
para soltarse. Me quedé con la boca abierta hasta que pude reaccionar, y me
fui hecha una furia.
—¿Qué
hacés, idiota? – ok, esa no es la palabra que había usado en realidad, pero la
idea era la misma.
La
sujeté de los hombros y se la saqué de encima con un empujón. Veía rojo.
Borracha y furiosa no era una buena combinación.
La
chica se reía y tambaleaba.
—Estábamos
jugando, Pau. – se encogió de hombros con una sonrisita burlona.
—Yo
no estaba jugando a nada. – se defendió Pepe, mirándola mal, mientras se
limpiaba ese asqueroso beso con el dorso de la mano.
—No
entiendo por qué tanto escándalo. – dijo M eli riéndose. —En tercero siempre
nos dábamos besos. ¿No te acordás?
Lo
siguiente que supe fue que Pedro me sujetaba por la cintura separándome de mi
compañera a la que tenía agarrada del pelo. Juan hacía lo mismo con ella, que
tenía la cara de lanzar patadas al aire.
—¡Pará,
Pau! – decía mi novio, conteniendo la risa, pero yo lo empujaba para soltarme.
M
ay, que recién se acercaba, preguntó que había pasado y Facu, que estaba
filmándolo con el celular, la puso al tanto.
—¡Hija
de puta! – gritó mi amiga, sumándose al lío repartiendo manotazos. Su novio
tuvo que soltar el teléfono y atajarla para que no matara a M eli.
Los
chicos terminaron sacándonos del boliche para que no fueran echarnos a todos.
Nos
volvimos al hotel caminando, y hechas un desastre. Despeinadas, con la ropa mal
puesta y el maquillaje corrido.
Obviamente
al vernos en semejante estado, habíamos estallado en carcajadas.
—M
uy femeninas. – se rió Facu cuando nos subíamos al ascensor.
—Le
pasa por gata. – dijo M ay levantando la barbilla.
—La
agarraron entre dos. – se rió mi novio. —Y bueno... vos Pau sos chiquitita. –
me dijo con besito en la mejilla. —Pero vos M ayra, le sacas una cabeza a la
mina. La ibas a matar.
—GATA
– dijimos las dos a coro.
Entre
risas y bromas, llegamos al tercero y nos despedimos para entrar cada uno a su
habitación.
Apenas
entramos, Pepe me tomó en brazos y me empujó a la cama haciéndonos rebotar al
caer juntos. Su boca se fue directamente a mi cuello en donde me
susurró.
—M
e encanta que te pongas así de celosa. – jadeó, y me desprendió el vestido sin
problemas. Yo me reí y empecé a sacarle la camisa.
—Odié
que otra te diera un beso. – le susurré de cerca mordiéndole el labio con
fuerza, haciéndolo gemir.
—Solamente
te quiero besar a vos. – respondió alzándome de la cintura hasta que quedamos
los dos sentados en la cama, yo por encima.
—Y
yo a vos. – dije como pude, con un hilo de voz, mientras cerraba los ojos. Se
aferró a mi cadera, meciéndome y acercándome más a él.
Nos
volvimos a besar, con urgencia, terminándonos de desvestir a toda velocidad.
En
un instante estábamos perdiéndonos en el otro, despertando seguramente a todo
el piso del hotel.