Divina

Divina

viernes, 29 de julio de 2016

Divina Capitulo 55



Día 5:

Enero:

Esa mañana, me desperté con los besos de Pepe, otra vez.
Sonriendo, me removí pegándome a él de manera sugerente. Desde ya, tenía que decir que podría acostumbrarme a este tipo de despertar, sin problemas.

—No hagas eso. – dijo con voz ronca en mi oído. —Me dan ganas y no quiero hacerte mal.

—No me duele nada. – le dije sincera, mientras me daba vuelta, incorporándome en un codo, y lo besaba en los labios.

—¿No? – preguntó casi jadeando, cuando empecé a bajar la mano por dentro de la sábana. Negué con la cabeza y me subí a él a horcajadas.

Pasó las manos por mi espalda elevando la cadera y gemí de placer al sentirlo.
Esta vez fui yo la que se inclinó y buscó un condón en el cajón. El, no esperó para ponérselo y me miró con los ojos ardientes. M e levanté despacio para dejarme
caer muy despacio, dejándolo entrar muy lentamente.
Nos quedamos quietos acostumbrándonos a la sensación y soltamos el aire en gemidos. Se sentía tan bien...

Acarició mis piernas, hasta llegar a mi trasero y apretarlo con fuerza, acercándome más a él. Llegando más adentro.

No pude seguir esperando y empecé a moverme hacia delante y atrás, arriba y abajo con Pedro que también marcaba un ritmo constante. La cama hacía unos
ruidos terribles. Mezcla estar arrastrándose en el piso, y de resortes cediendo, cada vez que nos sacudíamos.

Sin poder controlarme, todo mi cuerpo se aceleró y gemí con más fuerza. Diría que casi grité. Le encantaba escucharme, así que me dejé llevar.

La velocidad aumentó, y ya los dos nos pusimos bastante ruidosos, pero no nos importó. Casi al mismo tiempo, explotamos, entre jadeos incomprensibles, en los que decíamos el nombre del otro entre gruñidos.
Las respiraciones iban volviendo a la normalidad, mientras nos mimábamos un rato y nos decíamos cosas lindas.

Después de lo que nos habíamos dicho la noche anterior, acordamos dejar el tema. Según él, haría hasta lo imposible por quedarse. Pero yo, en el fondo, albergaba mis dudas.
Sea como sea, no pensaba arruinar los días que nos quedaban.

Después de bañarnos, cambiarnos y desayunar, teníamos que subirnos al micro para ir a la siguiente excursión.

Estábamos sentados lo más tranquilos, cuando Gastón, uno de nuestros compañeros, dijo a los gritos.

—Chicos, un aplauso para los de la 302. – Ja! Éramos nosotros. —¡Que buena manera de empezar el añooo!

Pepe puso los ojos en blanco, mientras yo escondía la cara detrás de mis manos muerta de vergüenza, y todos aplaudían y silbaban. Nos habían escuchado en
todo el hotel.
Esas eran las cosas que tenían los viajes de egresados...

Cuando llegamos, nos subimos de a dos en cuatriciclos, y después de tontear entre todos, hicimos carreras hasta donde se suponía que teníamos que almorzar.

Por la tarde, nos habían llevado a jugar al Paintball. Nos separamos en dos grupos y nos atacamos con balas de pintura vestidos con unos trajes enterizos
camuflados y cascos.

A M ay, la habían atacado entre varios, y le habían disparado una zona en especial de su cuerpo por la que era muy famosa, que ahora tenía de todos colores. Su trasero era una obra de arte abstracta.

Facu, me había pegado en un pie, mientras escapaba corriendo, haciendo que me tropezara y me cayera de manera cómica en plena tierra.

Pepe, para “vengarme”, le había pegado una en el brazo, así que terminó por soltar el arma, quejándose de dolor. Pero también terminó cayendo cuando Juan, le pegó una por la espalda mientras bromeaba con que él me había visto primero.

Muertos de risa y hechos un asco, nos cambiamos a nuestra ropa y partimos al hotel para ponernos lindos, cenar y salir.

Aun con cascos y ropa especial, teníamos restos de pintura por todas partes, así que tendríamos que pasarnos un rato en la ducha.

Y aun mejor, si nos bañábamos juntos. Entre besos, y risas, nos quitamos la ropa sucia y la tiramos a un rincón. Pedro me alzó por los muslos y nos metimos
bajo la lluvia. Obviamente, después de un rato, la temperatura volvía a subir y perdíamos el control.

Esta vez, con suerte, no se habría escuchado tanto nuestro encuentro, por el sonido que hacía el agua. Bueno, eso esperaba.

Cenamos comparando las heridas de guerra que tenía cada uno de la batalla de la tarde. Si, dolían y dejaban marcas además. Hicimos previa en la habitación de Juan, que tenía –quien sabe de donde-, una botella de vodka y jugo para mezclar. Desapareció en pocos minutos mientras de fondo sonaba cumbia y comenzábamos la fiesta.
Esa noche nos tocaba Cerebro.


Una vez adentro, habíamos mezclado tantos tragos que no sabíamos bien que pasaba a nuestro alrededor. El animador estaba vestido con un traje lleno de luces y un casco, y además de bailar en un escenario al frente, nos iluminaba con un láser dejándonos ciegos. Obviamente en el desenfreno que traíamos, nos parecía de lo más gracioso.

Nos pusimos a bailar todos con todos, y de alguna forma, terminé entre Juan y Gastón que en una especie de sándwich humano, nos moríamos de risa tratando de no caernos a medida que inventábamos pasos.

Escuché que otro grupo de mis compañeros aplaudía y silbaba y me giré para ver de que se tratara.

M eli, tenía agarrado a Pepe del rostro y lo estaba besando mientras él luchaba para soltarse. Me quedé con la boca abierta hasta que pude reaccionar, y me fui hecha una furia.

—¿Qué hacés, idiota? – ok, esa no es la palabra que había usado en realidad, pero la idea era la misma.

La sujeté de los hombros y se la saqué de encima con un empujón. Veía rojo. Borracha y furiosa no era una buena combinación.
La chica se reía y tambaleaba.

—Estábamos jugando, Pau. – se encogió de hombros con una sonrisita burlona.

—Yo no estaba jugando a nada. – se defendió Pepe, mirándola mal, mientras se limpiaba ese asqueroso beso con el dorso de la mano.

—No entiendo por qué tanto escándalo. – dijo M eli riéndose. —En tercero siempre nos dábamos besos. ¿No te acordás?

Lo siguiente que supe fue que Pedro me sujetaba por la cintura separándome de mi compañera a la que tenía agarrada del pelo. Juan hacía lo mismo con ella, que tenía la cara de lanzar patadas al aire.

—¡Pará, Pau! – decía mi novio, conteniendo la risa, pero yo lo empujaba para soltarme.

M ay, que recién se acercaba, preguntó que había pasado y Facu, que estaba filmándolo con el celular, la puso al tanto.

—¡Hija de puta! – gritó mi amiga, sumándose al lío repartiendo manotazos. Su novio tuvo que soltar el teléfono y atajarla para que no matara a M eli.

Los chicos terminaron sacándonos del boliche para que no fueran echarnos a todos.
Nos volvimos al hotel caminando, y hechas un desastre. Despeinadas, con la ropa mal puesta y el maquillaje corrido.
Obviamente al vernos en semejante estado, habíamos estallado en carcajadas.

—M uy femeninas. – se rió Facu cuando nos subíamos al ascensor.

—Le pasa por gata. – dijo M ay levantando la barbilla.

—La agarraron entre dos. – se rió mi novio. —Y bueno... vos Pau sos chiquitita. – me dijo con besito en la mejilla. —Pero vos M ayra, le sacas una cabeza a la mina. La ibas a matar.

—GATA – dijimos las dos a coro.

Entre risas y bromas, llegamos al tercero y nos despedimos para entrar cada uno a su habitación.

Apenas entramos, Pepe me tomó en brazos y me empujó a la cama haciéndonos rebotar al caer juntos. Su boca se fue directamente a mi cuello en donde me
susurró.

—M e encanta que te pongas así de celosa. – jadeó, y me desprendió el vestido sin problemas. Yo me reí y empecé a sacarle la camisa.

—Odié que otra te diera un beso. – le susurré de cerca mordiéndole el labio con fuerza, haciéndolo gemir.

—Solamente te quiero besar a vos. – respondió alzándome de la cintura hasta que quedamos los dos sentados en la cama, yo por encima.

—Y yo a vos. – dije como pude, con un hilo de voz, mientras cerraba los ojos. Se aferró a mi cadera, meciéndome y acercándome más a él.

Nos volvimos a besar, con urgencia, terminándonos de desvestir a toda velocidad.
En un instante estábamos perdiéndonos en el otro, despertando seguramente a todo el piso del hotel.


Divina Capitulo 54



Día 4:

Abrí los ojos de cara al último día del año. El tiempo pasaba a una velocidad que asustaba. Mañana comenzaba enero, que sería el último mes con Pepe. Volví a cerrarlos. Tal vez si seguía durmiendo no sucedía. Ojalá nunca sucediera.

A mi lado, él se movió despacio y se abrazó a mi cintura, cariñoso. Debe haberme notado despierta, porque comenzó a besarme detrás de la oreja, donde tanto me gustaba. Gemí sonriente y le acaricié la espalda girándome para verlo de frente.

—Buenos días, hermosa. – dijo sonriendo.

—Buenos días. – le contesté. —¿Cuántas veces nos despertamos juntos? – me reí.

—Mil. – se rió también. —Pero hasta ahora, esta es mi favorita.

Se volteó hasta quedar sobre mí y me besó lentamente. Una de sus manos, sostenía el peso de su cuerpo, y la otra, vagaba hacia abajo, sintiendo con la punta de sus dedos todos los rincones de mi piel debajo de las sábanas.

Arqueé la espalda cuando atrapó uno de mis pechos, y jadeó. Abrí las piernas, para que se acomodara al medio y comenzamos a movernos sin poder evitarlo.

Sus besos hicieron un camino descendente y ocuparon el lugar de su mano dejándome sin aliento. Pasé los dedos por su cabello y levantó apenas la mirada para sonreírme. Gemí, esta vez más fuerte. Verlo hacerme eso, me volvía loca.
Me removí impaciente en busca de fricción, la necesitaba, ahora.

Bajé una de mis manos y lo toqué. Ya no tan tímidamente, si no con firmeza, hasta que gimió echando la cabeza hacia atrás.

Imitó mis acciones, tocándome como lo había hecho la noche anterior y mi cadera empezó a moverse al compás.
Se separó apenas para mirarme.

—¿Querés que probemos ahora, o te duele? – susurró agitado y ansioso.

—Probemos. – dije casi desesperada.

Nunca había tenido esas ganas. M e sentía a punto de explotar.
Asintió buscando un preservativo y lo volvimos a intentar.
Esta vez, pudimos un poco más, pero todavía parecía imposible. Apenas estaba haciendo presión, y yo sentía que me iba a partir a la mitad. Era insoportable.

Con el rostro tenso, estaba soltando el aire muy de a poco por la boca controlándose, y tenía la frente bañada en sudor. Se veía guapísimo. Quise adelantar mi cadera, pero me frenó, temiendo hacerme daño. Después intentó él y un sollozo involuntario salió de mi boca, asustándolo. En ese preciso momento, se separó de mí y me preguntó si estaba bien.
Me quejé un poco y no quiso seguir. Se bajó de mí y me abrazó.

Un rato después de que nos bañáramos y cambiáramos, bajamos a desayunar. Cada dos segundos me preguntaba al oído si me dolía. Y yo, totalmente enternecida, le sonreía y lo besaba asegurándole que estaba perfecta. Aunque de verdad, tenía que tomar aire antes de sentarme.

El coordinador nos hizo subir al micro, y nos avisó que pasaríamos todo el día al aire libre.

Se notaba una gran diferencia en el ambiente. De ida, ese autobús había sido una locura. Gritos, cantos, silbidos, alcohol, euforia. Y ahora, unos días después, era un coro de toses, de quienes habían salido la noche anterior desabrigados, y cortinas cerradas para poder recuperar aunque sea un rato de sueño para poder seguir. Sabíamos que no íbamos a parar hasta las 6 de la mañana.

Llegamos a un camping gigante, rodeado de vegetación, con las montañas de fondo y el ruido de un río que pasaba en las cercanías.

—Bueno chicos. – dijo Marcelo uno de los coordinadores. —Ahora vamos a ir a los establos.

¿Establos? ¿Caballos? Apreté los muslos de dolor.

—La idea es cabalgar hasta llegar al área de picnic y almorzar ahí. – siguió diciendo.
Miré a Pepe que me pedía disculpas con la mirada.

No había manera de que pudiera cabalgar, me dolería demasiado. Solo pensarlo, me estremecía.
Levanté la mano, muerta de vergüenza y pregunté.

—¿Podemos hacer el trayecto a pie los que no queremos hacer la cabalgata? – uno de los guías me miró.

—¿Te dan miedo los caballos? Podés subirte con otra persona. – sugirió. —No hace falta que vayas sola.

—Ehm... no es eso. – me puse incómoda. Pude captar que M ay me miraba con los ojos como platos y Facu sonreía pícaro. Malditos.

—Tiene problemas en la columna. – dijo Pepe, salvándome. —Si quiere ir caminando, yo la puedo acompañar.

—Ok. – estuvo de acuerdo.

—Yo voy con ellos. – se sumó mi amiga. Su novio la miró suplicante. El si tenía ganas de hacer la excursión. Ella se rió y le dijo que no se hiciera problema y que la pasara lindo.

Contento, Facu se fue con los demás y nos quedamos los 3 solos.

—Entonces... – empezó M ay. —¿Problemas en la columna? – se rió sabiendo que era una mentira. —A vos lo que te duele es otra cosa.

—No seas desagradable, M ayra. – se quejó Pepe abrazándome a modo de disculpas.

Mi amiga se rió a carcajadas, y tarde o temprano, terminamos contagiándonos también.
Una vez que se acabaron las bromas y cargadas, fuimos a caminar bordeando la playa del lago para encontrarnos con los demás. Estábamos los tres, como siempre había sido. Parecía que hacía mil años que no éramos solo nosotros. Y se sentía tan bien.

Inevitablemente comenzamos a recordar anécdotas, y recuerdos de momentos vividos, que nos hicieron doler la panza de la risa.
Otros, en cambio, nos habían emocionado un poco.

Al menos a mi amiga y a mí, que no sentíamos timidez de ponernos a lagrimear un poquito.

—Este puede ser el último viaje juntos. – dijo hipando. —Cuando Pepe se vaya, nos vamos a separar.

—Voy a venir a visitar. – le dijo abrazándola mientras yo trataba de tragar el nudo de mi garganta. —Y cuando venga, podemos hacer un viaje nosotros solos. – se rieron. —Si se porta bien, Facu puede venir también.

—Los quiero, estúpidos. – dijo M ay abrazándonos fuerte a los dos. Nos reímos devolviéndole el abrazo y ahora si, con los ojos húmedos los 3.

Por la noche, volvimos al hotel en donde nos habían organizado una fiesta de fin de año con brindis incluido y una cena llena de cosas ricas. Algunos intentamos llamar a nuestras familias, para saludar, pero la señal era malísima así que nos conformamos con enviar mensajes.

Nos tocaba el boliche By Pass. Conocido por su show de luces de láser de colores, y columnas, era uno de los más esperados por mis compañeros. Eso, sumado a la fecha especial, hizo que el camino de ida en micro fuera una verdadera locura.
Para cuando llegáramos, ninguno tendría voz, pero sin dudas, sería una noche que todos íbamos a recordar para toda la vida.

Entre tanta canción, había sonado “Humanos a M arte”. No lo podíamos creer, y la bailamos y cantamos como siempre, con todos nuestros compañeros que ya se habían aprendido la letra también. Incluso creo que quedó registrado porque alguien sacó un celular y lo grabó.


Cerca de las 12, todos nos amontonamos al medio del lugar y nos regalaron copas de champán para brindar. Abrazados entre nuestros mejores amigos, iniciamos la cuenta regresiva que sonaba por todos los parlantes del lugar entre luces y efectos. A la hora cero, el lugar explotó y todo el mundo, a los gritos, empezó a festejar de manera eufórica la llegada del año nuevo.

Yo me abracé a Pepe y le di el beso de mi vida. Y él, me sujetó por la cintura con fuerza con la misma desesperación. Los segundos seguían pasando, y se
hicieron minutos, pero ninguno de los dos se soltaba. La sensación era tan fuerte que me tenía aturdida. Solo cuando él me acarició la mejilla, me di cuenta de que se me caían las lágrimas. Nos separamos apenas, y tomé aire en medio de sollozos.
Era una fecha especial, y para nosotros dos significaba tanto...

Era agridulce.
Hundió el rostro en mi cuello y suspiró.

—Te amo. – dijo con la voz entrecortada por la emoción. Y eso fue suficiente para terminar de quebrarme.

Lloré con todo el corazón mientras me aferraba a su espalda y sentí que si me separaba de él, me iba a morir.

—No te vayas. – dije casi para mí. —Por favor, no te vayas.

Nos quedamos ahí, en medio del boliche, abrazados... sintiendo que estábamos solos, sin decirnos nada, las palabras sobraban. Quería estar así por horas. Por
años.

—No me voy a ir. – prometió. —No me voy a separar de vos.

Al cabo de un rato, dimos por terminada la fiesta y nos volvimos al hotel antes que los demás.

Nos besamos despacio, disfrutándonos. Como si tuviéramos todo el tiempo del mundo para estar juntos. Sin siquiera proponérnoslo, ni pararnos a pensar, nos fuimos sacando la ropa, entregándonos al otro con tanto amor, y tanta ternura que el corazón nos dolió.

Mirándonos a los ojos nos repetimos una y mil veces que nos amábamos, acariciándonos cada centímetro de nuestra piel, sintiéndonos más cerca de lo que nunca habíamos estado.

El amor que sentí en ese momento por Pedro, me rompió en mil pedazos. Fue algo tan íntimo que ni siquiera quiero contarlo. Será algo nuestro para siempre.

Solo puedo decir que desde esa noche, ya nunca más volvería a sentir que algo faltaba. Me sentí completa. Segura. Me sentí feliz.

Y si. Finalmente, pudimos. 

Divina Capitulo 53



Día 3:

Después de dos horas de sueño, los coordinadores pasaron por los pasillos golpeando todas las puertas para despertarnos. Era tan jodidamente temprano, que quería llorar. Ese día las excursiones empezaban a las 8.

Pepe, se abrazó a mi cuerpo y dijo que no quería ir, pero tocaba. Además si no bajábamos, subirían por nosotros y se enterarían de que habíamos cambiado
habitaciones con nuestros vecinos.

Nos turnamos para darnos una ducha y con cara de zombies, nos cambiamos para ir a desayunar.

Por los ruidos del cuarto del lado, M ay y Facu se habían despertado ya, y bastante cariñosos. En cualquier momento, nos tumbaban la pared y todo. Con Pedro nos reímos y bajamos con los demás compañeros.
Nuestros amigos todavía tenían para un rato.

Comimos algo, y nos subimos al micro a ver si podíamos dormirnos una siestita en el viaje.

Nos bajamos en un terreno pedregoso, lleno de tierra y barro en donde nos esperaban un número de 4x4 para hacer un paseo.

¿Por qué no me había quedado en la cama con Pepe?

Sujetos por cinturones que parecían arneses, nos dieron indicaciones para nuestra seguridad y nos contaron por donde íbamos a pasar.

El paisaje era hermoso, pero lamentablemente, no podía concentrarme en él.
Estaba más preocupada por no vomitar el café con medialunas que había comido momentos antes.

El vehículo se movía para todas partes, y Andrés, que era uno de los que peor había terminado la noche anterior, pidió que lo frenaran porque se sentía mal.
Se descompuso de tal manera que todos sentimos como se nos retorcía el estómago.
¿A quién se le ocurría este tipo de paseo después de una noche como la que habíamos tenido?

Por suerte, lo que quedaba de camino, lo hicimos a pie.
Planificaron diferentes actividades de supervivencia y juegos al aire libre, que nos mantuvieron de un lado al otro hasta la tarde.

En un momento en el que nos dispersamos, M ay se acercó y me separó del grupo para charlar.

—¿Y? – preguntó. —¿Pasó algo con Pepe? – le había contado de mis miedos con Fede, y sabía que no era un tema sencillo para mí.

—No. – me reí. —Bueno, pasaron cosas... pero todavía no. – contesté.

—M mm... no sé si quiero detalles. – dijo mi amiga arrugando la nariz. —Son mis mejores amigos.

—Vos me preguntaste. – me encogí de hombros.

—Igual, si. – cambió de opinión. —Cuando pase quiero saber.
Puse los ojos en blanco.

—Te vas a enterar. – me reí.

—Porque no vas a poder caminar. – nos reímos a carcajadas.

Cuando oscureció, nos prepararon un fuego en donde asaron carne y algunas verduras para los vegetarianos y cenamos. Volvimos tan tarde al hotel, que no
habíamos podido hacer la previa en la habitación de nadie. Nos bañamos, cambiamos y fuimos al boliche.
Esa noche, tocaba Rocket.

Los coordinadores habían inventado unas coreografías que todos seguimos, hasta que nos aburrieron y empezamos a improvisar. Nos encontramos con uno de los colegios que había estado almorzando con nosotros en la ruta, y juntos bailamos y cantamos como si fuéramos todos amigos.

Quisiera echarle la culpa de eso al alcohol, pero mucho no habíamos tomado. Era cuestión de ser egresado y estar en Bariloche con tu curso.

Los chicos habían hecho una apuesta de cuantas chicas besaban, o que le sacaban el teléfono, y estaban en la suya. Las chicas estaban bailando en uno de los balcones, y M ay y Facu estaban discutiendo.

Con Pepe, buscamos un rinconcito tranquilo, y bailamos lejos de todo el lío.

—Recién Juan me preguntó cómo se me había ocurrido ponerme de novio antes del viaje. – se rió.

M iré a nuestro compañero que se estaba dando un beso con una chica rubia muy bonita.

—¿Te arrepentís? – le pregunté levantando una ceja.

El me miró haciéndome gesto de que deje de decir pavadas.

—No, pero si hay algo de lo que me arrepiento. – me dijo.

—¿De qué? – me miró a los ojos.

—De no haberme animado antes a decirte lo que me pasaba. – el corazón se me derritió en el pecho. —Bueno, capaz, si te decía me rechazabas porque te gustaba Fede.

Negué con la cabeza.

—Si es que te decía que no, iba a ser por nosotros. No por Fede. – contesté. —Para no arruinar nuestra amistad.

—¿Vos te arrepentís de algo? – quiso saber.

—Creo que no. – dije sincera. —Ahora estoy donde tengo que estar. – me abracé a su cintura y apoyé la cabeza en su pecho.

—Te amo, hermosa. – dijo acariciando mi cabello.

Volvimos al hotel, y como la noche anterior, nos besamos con urgencia, y desesperados nos dirigimos a la habitación.

Una vez allí, Pepe besó mi cuello muy despacio, y me sacó el vestido que tenía puesto. Yo, imitando lo que hacía, le desprendí la camisa y el botón del jean. Un par de patadas, y nos despojamos también de los zapatos.

Hoy no habíamos tomado nada, y ya no podíamos frenarnos por esa razón. Iba a suceder. Estaba sucediendo.

Mi boca se secó y mi pulso se enloqueció.

Rozó mi espalda, y con los dedos, pellizcó el broche de mi corpiño hasta sacármelo.
Se abrazó a mí, haciéndome sentir el contacto de nuestras pieles desnudas y me estremecí. Tenía miedo. Estaba muerta de miedo, pero también quería esto. Y lo quería de verdad.

Me dejé caer en la cama y esperé a que él se uniera a mí.
Apenas se bajó el pantalón, subió sobre mí y volvió a besarme mientras acariciaba mis mejillas. Estaba calmándome. Seguramente percibía mis nervios.

No podía seguir frenándome el miedo. En un arrebato de confianza, me bajé la ropa interior, y me quedé esperando que hiciera lo mismo. Ni lo dudó.
Ahora no tenía miedo, tenía terror. Su mano bajó para tocarme y cerré lo ojos, mordiéndome los labios. No podía evitarlo.

Sacó un preservativo del cajón y se lo colocó con cuidado.
Para evitar dar más detalles de los necesarios, voy a decir que no se pudo. Parecía, de hecho, físicamente imposible. Me acordé de los problemas que había tenido May, y me sentí identificada.

Después de muchos gestos de dolor, por parte mía y de Pepe, habíamos decidido no seguir intentando. No quería hacerme daño y estaba asustadísimo también.
Aunque no era su primera vez, si era su primera vez conmigo, y eso le agregaba significado y sentimiento.

¿Qué estaba tan mal en mí que nunca podía relajarme? Iba a morir virgen.

—Pau, no quiero que sientas que te estoy apurando. – me dijo cuando nos acostamos de lado, frente a frente.

—Y yo no quiero que sientas que no quiero hacer esto, Pepe. – contesté.
Me acarició la mejilla con los nudillos, sonriéndome.

—Entonces vamos a tener que tener paciencia. – dijo.

—Perdón. – me acerqué para darle un besito en los labios.

—¿Por? – preguntó desconcertado.

—Porque sé que también tenías ganas. – se rió.

—Nunca voy a dejar de tener ganas, con vos. – se tapó la cara con las manos. —Y hace muchos años que te tengo ganas, Pau... Unos días más... – se encogió de hombros.

Los dos nos reímos.

—Te amo. – nos dijimos casi al mismo tiempo, solo para volvernos a reír.

No había pasado nada, pero sin dudas, esa había sido una de las noches más especiales que habíamos vivido.
Miles de besos más tarde, nos ganó el sueño y nos quedamos dormidos abrazados.


Divina Capitulo 52


Día 2:

Cuando nos estábamos acercando, los coordinadores nos despertaron y al ver el cartel de Bariloche, gritamos, aplaudimos y volvimos a hacer lío.

A diferencia de otros colegios de nuestro país, íbamos en verano. Así que no veríamos más nieve de las que estaba en la punta de las montañas, pero eso no hacía el paisaje menos alucinante.

Las calles, estaban llenas de chicos de nuestra edad que con los buzos de sus promociones, también cantaban y se iban acomodando en los diferentes hoteles.
El nuestro, era gigante.

Los espacios comunes, tenían sillones rojos, televisores, mesas de billar y pisos brillantes en donde se reflejaban las luces empotradas que había... en todas partes.
Era impresionante.

Arrastramos nuestras valijas hasta la entrada en donde el encargado nos dio una calurosa bienvenida. Y cuando digo calurosa, me refiero a que se pasó 40 minutos amenazándonos con expulsarnos por mal comportamiento, o por entrar alcohol. Si algo faltaba, o se rompía, tendríamos que pagar hasta el último centavo.

Después con una sonrisa, nos dio las llaves, -que en realidad eran tarjetas- de las habitaciones y una pulserita con la que entraríamos a todos los boliches. Nos tocó el tercer piso.

Frente a los padres que habían viajado y los coordinadores, M ay y yo compartíamos la 302, y Pepe y Facu la 303. Pero apenas se fueran, nos intercambiaríamos, así que no desempacamos hasta después de desayunar.

El cuarto que tendríamos con Pedro, era amplio; con dos camas simples, un closet, televisor, un baño muy mono y una ventana con una vista preciosa.

Y obviamente, una vez que nos instalamos y nos quedamos los dos solos allí, mi ansiedad se fue de 0 a 100 en un segundo. Ya habíamos llegado bastante lejos, y además le había dicho que quería estar con él... La anticipación me estaba empezando a abrumar. El corazón me iba a toda velocidad, y me costaba respirar.
Probablemente iba a hiperventilarme y todo.

Sabía que había traído preservativos. Yo misma los había visto en su bolso de mano, cuando lo había abierto para sacar su cepillo de dientes. Tal vez fuera una costumbre, o por precaución... pero era evidente que también tenía sus expectativas.
¿Estaría esperando el momento? ¿Sería esta noche? ¿Sería ahora? ¿Estaba dándole muchas vueltas a todo el asunto? No podía pensar en otra cosa...

Nos miramos por un instante, y antes de que cualquiera pudiera decir algo, nos tocaron la puerta. Pepe se acercó y entraron M ay y Facu. M e alivié un poco por la interrupción, la verdad.

—Tenemos que estar en 5 minutos abajo para irnos a la excursión. – dijo nuestro amigo, arrojándose en una de las camas.

Nos quedamos un rato charlando, hasta que se hizo la hora de subir al micro.

Ese día tocaba el Circuito Chico y los miradores, así que agarré mi cámara de fotos nueva y partimos.
Volvimos a nuestros asientos y disfrutamos del paisaje.

Después de un camino relativamente corto, bordeamos el Lago Nahuel Huapi, y nos bajamos en un parador desde donde podíamos ver la Isla Huemul. Nos sacamos fotos y nos quedamos mirando todo, con la boca abierta. La inmensidad, cortaba el aliento.

Nunca en la vida había visto algo tan lindo. Ni siquiera en las películas. Esto era una postal.

Subimos en una aerosilla hasta el Cerro Campanario, en donde Pepe  había tenido que abrazarme para que no empezara a gritar como histérica. Ya estaba visto
que este tipo de cosas, no eran lo mío.

De todas maneras, tanto sufrimiento, había valido la pena.
En la cumbre, pudimos ver claramente los lagos, las islas y los cerros desde otra perspectiva. El verde oscuro de la vegetación con el azul profundo del agua, el turquesa del cielo y las montañas nevadas, emocionaban. Los coordinadores nos habían hecho cantar canciones y nos tomamos miles de fotos. Todo el curso y después con mis 3 mejores amigos.

Pedro se acercó por mi espalda mientras fotografiaba la vista y me abrazó dándome un beso debajo de la oreja.

—Siempre quise venir acá arriba cuando hubiera nieve. – comentó. —Debe ser hermoso.

—Es hermoso así también. – respiré profundo. —Si alguna vez volves a Argentina, podemos venir. – se me retorció el estómago al decir cada una de esas palabras.

—Pau.. – dijo triste. —No sé cómo voy a hacer para irme.
Los ojos se me llevaron de lágrimas.

—Y yo no sé como voy a hacer para despedirme de vos. – contesté sollozando.

Apretó su abrazo, y escondió su rostro en mi cuello.
Lo escuché suspirar varias veces, pero no dijimos nada.
Nos dejamos envolver por el entorno y por ese amor que estábamos sintiendo. No existía nada más.

Para alegrar un poco el día, cuando volvimos al centro de la ciudad, nos fuimos a un local que alquilaba disfraces, porque esa noche íbamos al primer boliche.
Génux.

Después de unas cuantas discusiones del curso, habíamos elegido las chicas el disfraz de mucama, o algo parecido. Constaba de una musculosa y un pedacito ínfimo de tela negra brillante como pollera. Una vincha que tenía orejitas de gato, sin razón aparente, y un cuellito de camisa con moñito negro también. M ay estaba indignada, porque no la favorecía, pero ganaba la mayoría, y le tocaba amoldarse a las demás.

Los varones la tenían más difícil, porque su versión de disfraz era mucho más audaz. Eran mozos. Supuestamente.

Tenían un chalequito rayado, que usaban sobre el pecho desnudo, unos shorts negros brillantes con cuellito y puños de camisa. Era una imagen fuerte, de la que quedaron millones de fotos como registro para la posteridad.

Claro, para animarnos a usar semejantes vestimentas, nos habíamos preparado un brebaje asqueroso mezcla de todo el alcohol que habíamos podido hacer entrar al hotel.

Juan lo pasaba en un recipiente que me animo a decir era originalmente una caja de vino. Pero no puedo estar segura.

Por más ridículos que todos nos veíamos, ver a Pepe con el chaleco abierto mostrando el torso, era algo que dejaba a más de una babeando. Yo, entre ellas.

—Ahora si se tienen que animar a que los maquillemos. – dijo M ay arrastrando las letras. —Total estamos disfrazados.

—Te va a salir caro. – amenazó Facu de manera sugerente.

Ella hizo un gesto como restándole importancia y sacó su bolsito de pinturas.

—La boca no. – dijo Pepe poniendo sus condiciones. —Y se pintan todos. – señaló a sus compañeros.

Y la cosa se fue degenerando...

Todos los chicos ahora tenían las pestañas arqueadas y maquilladas con rímel. Algunos se habían delineado, y puesto rubor de paso, y Juan se había pintado los labios rojo carmesí para darle un beso a todos en la mejilla, mientras nos moríamos de risa.

Las chicas nos habíamos pintado unos bigotitos de gato con lápiz de ojos y también tuvimos que recibir el beso de Juan.

Camino al boliche, nuestro compañero, había repartido besos por todo Bariloche, y había recibido otro par, de chicas y chicos que se prendían a la broma.
El lugar era enorme, y había gente disfrazada por todas partes. Nos sacamos una foto el grupo entero, y nos fuimos a bailar. Sonaba una electrónica ruidosa, que junto con los tragos, y las luces, hacía que nos dejáramos llevar de a poco.

A las pocas horas, estábamos todos lo suficientemente borrachos como para recordar cómo estábamos vestidos y disfrutamos.

M ay, siendo fiel a su estilo, se había puesto a bailar en un pequeño escenario que había, y Facu, la había seguido. Los dos tenían mucho público y se estaban
llevando aplausos y halagos de todo tipo.

En una especie de striptease, nuestro amigo había amagado con mostrar el tatuaje, y mi amiga se enojó.

—Si vos te bajás el pantalón, yo muestro una teta. – amenazó.

—No te animas. – dijo el chico entornando los ojos.

—Proba. – se cruzó de brazos.

Facu se bajó del escenario automáticamente haciéndonos reír.

La cumbia empezó a sonar, y quienes nos subimos a bailar fuimos Pepe y yo. Estaba un poco atontada por la bebida, pero recuerdo que nos divertimos.

Nuestras canciones, las que siempre bailábamos, cantadas al oído, entre tanto roce, tanto calor... tantas ganas, nos pusieron mal.

Nos volvimos antes al hotel y nos matamos a besos desde el ascensor, hasta llegar a la habitación.

A las apuradas y a los tirones, se sacó el chaleco y el cuellito de camisa y yo quise hacer lo mismo con el mío, pero estaba muy borracha y se me hacía imposible.
Dándome por vencida, me dediqué a quitarme el top.
Pepe me frenó a medio camino.

—Pau, esperá. – me siguió besando, pero ahora más calmado. —Estas borracha, así no.

Hice un puchero que lo hizo reír, pero tenía que darle la razón. Yo también quería recordar este momento.
Nos dejamos caer en la cama respirando agitados.

La idea era relajarnos, para poder dormir, pero a los dos segundos estábamos a los besos otra vez. No resistíamos.

Tentándolo me quité lo que me quedaba de ropa –que no era mucha- y me quedé mirándolo.

—Sos mala. – dijo apretando los dientes y yo me reí a carcajadas. —No me voy a aprovechar de la situación.

Me tapó con la sábana, y se quedó en ropa interior para dormirse.

—Sos muy lindo. – dije mirándolo detenidamente.

—Y vos sos hermosa. – me besó los labios con ternura.

M e acarició la mejilla y fue bajando por mi cuello, el costado de mi pecho, la cintura... – gemí – ...la cadera, el ombligo y más abajo. Lo vi tragar con dificultad cuando me tocó. Había notado el cambio en su mirada, y sabía que se había dado cuenta de que tenía las mismas ganas que él.

Fue muy cuidadoso, y me acarició haciéndome volver loca, con mucha atención puesta en lo que más me gustaba. Ni yo lo sabía, lo estábamos descubriendo juntos.

Gemí clavándole las uñas en la espalda cuando utilizó uno de sus dedos para entrar en mí, y desde allí no pude más. Me agité de placer hasta que me dejé ir.


Nos besamos con dulzura, y mientras me susurraba palabras de amor, nos dormimos otra vez, haciendo cucharita.