Divina

Divina

sábado, 31 de octubre de 2015

After Capitulo 68


Dejamos de besarnos y me siento a los pies de la cama. Pedro me sigue y se acomoda junto a la cabecera.

—Vale, ahora cuéntame con quién te has peleado —digo—. ¿Con Zed?
Me da miedo la respuesta.

—No. Ha sido con unos chavales que no conocía.
Es un gran alivio que no haya sido con Zed, pero entonces asimilo lo que ha dicho.

—Espera, ¿con unos chavales? ¿Cuántos eran?

—Tres... o cuatro. No estoy seguro —se ríe.

—No tiene gracia. Y ¿por qué te has peleado?

—No lo sé... —Se encoge de hombros —. Estaba furioso porque te habías marchado con Zed. En aquel momento parecía buena idea.

—Pues no lo era, y mira cómo te han dejado. —Frunzo el ceño y él ladea la cabeza con expresión perpleja—. ¿Qué?

—Nada... Ven aquí —dice, y extiende los brazos.
Asciendo por la cama, me siento entre sus piernas y me apoyo en su pecho.

—Perdona lo mal que te he tratado..., que te trato —me susurra al oído.
Un escalofrío me recorre el cuerpo al sentir su aliento en mi oreja y oír su disculpa. No he tenido que arrancársela.

—No pasa nada. Bueno, sí que pasa, pero te daré otra oportunidad.
Espero que no haga que me arrepienta.
No creo que pueda soportar más su rollo de «ahora sí, ahora no».

—Gracias. Sé que no me la merezco. Pero soy lo bastante egoísta para aceptarla —dice con la boca en mi pelo.
Me rodea con el brazo. Estar sentada así con él se me hace extraño y nostálgico a la vez.
Permanezco en silencio y me vuelve un poco los hombros para verme la cara.

—¿Qué te pasa?

—Nada —digo—. Es que me da miedo que vuelvas a cambiar de opinión.
Quiero lanzarme de cabeza a la piscina, pero me aterra la posibilidad de que no haya agua.

—No lo haré. Nunca he cambiado de opinión, sólo luchaba contra lo que sentía por ti. Sé que ya no crees en mis palabras, pero quiero ganarme tu confianza. No volveré a hacerte daño —me promete al tiempo que apoya la frente en la mía.

—No, por favor —le suplico. Me da igual sonar patética.

—Te quiero, Pau —dice, y el corazón se me sale del pecho.
Las palabras suenan perfectas en sus labios y haría lo que fuera por volver a oírlas.

—Te quiero, Pedro.
Es la primera vez que ambos lo decimos sin tapujos, y tengo que luchar contra el pánico que me entra al pensar en la posibilidad de que vuelva a retirar sus palabras. Aunque lo haga, siempre me quedará el recuerdo de este momento, de cómo me han hecho sentir.

—Dilo otra vez —susurra, y me vuelve del todo para que estemos frente a frente.

En sus ojos veo más vulnerabilidad de la que nunca creí posible en él. Me pongo de rodillas y le cojo la cara entre las manos. Con los pulgares acaricio la sombra incipiente que cubre su rostro perfecto. Lo diré cuantas veces haga falta hasta que se crea que merece que alguien lo quiera.

—Te quiero —repito, y cubro sus labios con los míos.

Pedro gime agradecido, y su lengua roza la mía con ternura. Cada vez que lo beso es distinto, como si fuera la primera vez. Él es la droga de la que nunca tengo suficiente. Me abraza por la cintura y me estrecha hasta que no queda espacio entre nuestros pechos. La cabeza me dice que me lo tome con calma, que lo bese despacio y que saboree cada segundo de esta dulce calma. Pero mi cuerpo me dice que lo agarre del pelo y le arranque la camiseta. Sus labios recorren mi mandíbula y se ciñen a mi cuello.

Se acabó. Ya no puedo controlarme más. Somos así: rabia y pasión y, ahora, también amor. Se me escapa un gemido y él gruñe contra mi cuello, me coge de la cintura y me tumba sobre la cama. Lo tengo encima de mí.

—Te... he... echado de menos... un montón —dice lamiéndome el cuello.

No puedo mantener los ojos abiertos, es demasiado agradable. Baja la cremallera de mi chaqueta y me mira con ojos golosos. No me pide permiso para quitármela ni tampoco para quitarme la camiseta de tirantes por la cabeza. Le cuesta respirar cuando ve que arqueo la espalda para que me desabroche el sujetador.

—Echaba de menos tu cuerpo... Cómo éste se amolda perfectamente a mi mano 
—dice con voz ronca al tiempo que coge un seno con cada una.

Gimo otra vez y aprieta las caderas contra mi bajo vientre para que note su excitación. Tenemos la respiración agitada y fuera de control, y nunca lo he deseado tanto. Parece que admitir lo que sentimos no ha hecho disminuir la abrasadora pasión que nos consume. Su mano se desliza por mi vientre desnudo y desabrocha el primer botón de mis vaqueros. Mete los dedos en mis bragas y jadea contra mi boca:

—Echaba de menos que siempre estés tan mojada por mí.

Sus palabras me hacen cosas indecibles, y levanto las caderas suplicando sentirlo.

—¿Qué quieres, Pau? —susurra en el hueco de mi cuello.

—A ti —respondo antes de que mi mente procese lo que he dicho.

No obstante, sé que es verdad. Quiero a Pedro del modo más básico, más profundo y elemental posible. Sus dedos se delizan en mi interior con facilidad y echo hacia atrás la cabeza en la almohada mientras entran y salen.

—Me encanta mirarte, ver lo bien que puedo hacerte sentir —dice, y yo sólo consigo gemir en respuesta.

Mis manos se aferran a la espalda de su camiseta. Lleva demasiada ropa, pero no consigo formar una frase coherente para pedirle que se la quite. ¿Cómo hemos pasado de «Te odio» a «Te quiero» de este modo? Lo mismo da. Lo único que importa es lo que me está haciendo sentir, lo que me hace sentir siempre. Su cuerpo se echa sobre el mío y saca la mano de mi pantalón. Protesto por haber perdido su caricia y él sonríe.
Me baja los vaqueros y las bragas y señalo su cuerpo, completamente vestido.

—Desnúdate —digo, y él se ríe.

—Sí, señora —se burla y se quita la camiseta dejando al descubierto su torso tatuado.
Quiero recorrer con la lengua todos y cada uno de los trazos de sus tatuajes. Me encanta el símbolo del infinito que lleva justo encima de la muñeca y que no pega para nada con las llamas que hay tatuadas justo debajo.

—¿Por qué te lo hiciste? —pregunto dibujando el contorno con la yema del índice.

—¿El qué? —Está distraído. Sólo tiene manos y ojos para mis tetas.

—Este tatuaje. Es muy distinto de los demás. Es mucho más... suave y un poco... ¿femenino?
Sus dedos vagan por mis pechos, se agacha y me clava su erección en la pierna.

—Conque femenino, ¿eh?

Sonríe y me roza los labios con los suyos antes de apartarse y mirarme con una ceja en alto.
Ya no me interesa el tatuaje ni por qué se lo hizo. Sólo quiero tocarlo, sentir su boca en la mía.

Antes de que ninguno de los dos pueda estropear el momento con más palabras, lo cojo del pelo y le bajo la cabeza. Lo beso un instante en los labios antes de seguir con su cuello. Tengo experiencia limitada, aunque intensiva, en complacer a Pedro, pero sé que lo vuelve loco el hueco que tiene justo encima de la clavícula. Se lo lleno de besos ardientes y húmedos y noto cómo se le tensa el cuerpo y tiembla cuando levanto las caderas y las aprieto contra él. La sensación de su pecho desnudo sobre el mío es exquisita. Nuestras pieles desnudas empiezan a brillar ligeramente por el sudor. Un pequeño movimiento y esto pasará a otro nivel, un nivel al que nunca he estado dispuesta a llegar hasta ahora. Los músculos duros de Pedro, que se contraen y se relajan mientras se frota contra mí jadeando, es más de lo que puedo resistir.

—Pedro... —gimo cuando se restriega otra vez contra mí.

—¿Sí, nena? —Deja de moverse. Llevo los talones a sus muslos y lo obligo a moverse otra vez.
Cierra los ojos—. Joder —gime.

—Quiero... —digo.

—¿Qué quieres? —Su aliento me quema y cae a fuego sobre mi piel pegajosa.

—Quiero..., ya sabes... —digo.
De repente me muero de la vergüenza a pesar de lo íntimo de nuestra postura.

—Ah —dice. Deja de moverse y me mira a los ojos. Parece estar librando una batalla contra sí mismo—. Yo... no sé si es buena idea...
«¿Qué?»

—¿Por qué? —exclamo, y lo aparto de un empujón. Ya estamos otra vez.

—No... no, nena. Me refiero a hacerlo precisamente esta noche.

Me rodea con los brazos, me acuesta a su lado y se tumba junto a mí. No puedo mirarlo. Me siento muy humillada.

—Eh, mírame —dice sujetándome la barbilla—. Quiero hacerlo, joder, no sabes cuánto lo deseo. Más que nada en el mundo, créeme. Llevo deseando sentirte así desde que te conocí, pero creo... creo que después de todo lo que ha pasado hoy y... Sólo quiero que estés lista. Lista del todo, porque cuando lo hagamos, estará hecho. No se puede deshacer.

Mi humillación disminuye un poco y lo miro. Sé que tiene razón, sé que tengo que pensarlo bien pero me cuesta creer que mañana mi respuesta sea otra. Debería pensarlo cuando no esté bajo la influencia de su cuerpo desnudo restregándose contra el mío. Es peor que el alcohol cuando corre por mis venas.

—No te enfades conmigo, por favor. Sólo piénsalo un poco más y, si estás segura de que quieres hacerlo, te follaré con mucho gusto. Una y otra vez, donde y cuando tú quieras. Quiero...

—¡Vale, vale! —Le tapo la boca con la mano.

Se ríe contra mi palma y se encoge de hombros. Cuando le quito la mano de la boca me muerde los dedos y me estrecha contra sí.

—Creo que debería ponerme algo encima para no ser una tentación —dice con picardía, y yo me ruborizo.

No consigo decidir qué es más sorprendente: si el hecho de que le haya sugerido que nos acostemos o el hecho de que me respete hasta el punto de haberme rechazado.

—Pero primero, voy a hacerte sentir bien —musita, y vuelve a acostarme boca arriba con un solo movimiento.


Su boca se cierra entre mis muslos y en cuestión de minutos me tiemblan las piernas y estoy cubriéndome la boca con la mano para no gritar su nombre y que nos oiga todo el mundo.

After Capitulo 67


Karen y Ken están sentados en el sofá de la sala de estar y levantan la cabeza cuando entramos.

—¡Pedro! ¿Qué ha pasado? —pregunta su padre asustado.
Se pone en pie de un brinco y viene hacia nosotros, pero Pedro lo aparta.

—Estoy bien —gruñe.

—¿Qué le ha pasado? —me pregunta Ken.

—Se ha metido en una pelea, pero no me ha dicho ni con quién ni por qué.

—¡Hola! Estoy aquí. ¡Y he dicho que estoy bien, joder! —dice Pedro  iracundo.

—¡No le hables así a tu padre! —lo regaño y él abre unos ojos como platos.

En vez de gritarme, me coge de la muñeca con la mano magullada y me saca de la habitación. Ken y Karen se quedan hablando sobre Pedro, que ha llegado cubierto de sangre, mientras él me arrastra escaleras arriba. Oigo a su padre, que se pregunta en voz alta cómo es que últimamente aparece tanto por casa cuando antes nunca solía hacerlo.

Cuando llegamos a su habitación, Pedro me da la vuelta, me sujeta por las muñecas contra la pared y se me acerca. Nuestras caras están a escasos centímetros.

—No vuelvas a hacer eso nunca — masculla.

—¿El qué? Suéltame ahora mismo.

Pone los ojos en blanco pero me suelta y se dirige a la cama. Yo me quedo junto a la puerta.

—No vuelvas a decirme cómo debo hablarle a mi padre. Preocúpate de tu relación con el tuyo antes de intentar meterte en la mía.
En cuanto ha terminado de pronunciar la frase, se da cuenta de lo que ha dicho y de inmediato le cambia la expresión.

—Perdona... No quería decir eso... Se me ha escapado.
Se me acerca con los brazos abiertos, pero yo me pego a la puerta.

—Sí, siempre se te escapa, ¿verdad?
No puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas. Se ha pasado mucho metiendo a mi padre en esto, incluso para ser Pedro. Es demasiado.

—Pau, yo... —empieza a decir, pero se calla cuando levanto una mano.
«¿Qué hago aquí?»
¿Por qué sigo pensando que pondrá fin a la retahíla de insultos el tiempo suficiente para mantener una conversación de verdad conmigo?
Porque soy imbécil, por eso.

—No pasa nada, de verdad —digo—. Es tu forma de ser, siempre haces lo mismo. Buscas el punto débil de los demás y vas a por él. Lo aprovechas. ¿Cuánto tiempo llevas esperando para poder decir algo sobre mi padre? ¡Apuesto a que desde que nos conocimos! —grito.

—¡Joder, no! ¡No es verdad! —grita aún más fuerte que yo—. ¡Lo he dicho sin pensar! ¡Y no te hagas la inocente porque me has provocado a propósito!

—¿Que yo te he provocado? ¡Me parto! ¡Explícate, por favor! —Sé que se nos oye en toda la casa pero, por una vez, me da igual.

—¡Siempre me estás buscando las cosquillas! ¡Siempre buscas pelea conmigo! ¡Estás saliendo con Zed, joder! ¿Acaso crees que me gusta ponerme así? ¿Crees que me gusta no poder controlarme? Odio que me saques de quicio. ¡Detesto no poder dejar de pensar en ti! ¡Te odio... de verdad! Eres una cría pretenciosa... —Se interrumpe y me mira.

Me obligo a sostenerle la mirada, a fingir que no me ha hecho pedazos con cada sílaba.

—¡A esto justamente me refiero! — añade. Se pasa las manos por el pelo y empieza a dar vueltas por la habitación—. ¡Me vuelves loco, joder, loco de remate! ¿Y luego vas y tienes el valor de preguntarme si te quiero? ¿Por qué coño me preguntas eso? ¿Porque te lo dije una vez por accidente? Ya te he dicho que no lo dije en serio, ¿por qué tienes que sacar el tema otra vez? ¿Es que te mola que te rechacen? ¿Por eso vuelves siempre a por más?
Quiero echar a correr, salir de esta habitación y no mirar atrás nunca más. Tengo que echar a correr. Tengo que salir de aquí.

Intento contenerlo pero me ha encendido y enfadado tanto, que grito lo único que sé que va a poder con él, que acabará con su control:

—No, ¡vuelvo siempre porque te quiero!

Me tapo la boca, deseando poder retirar lo que acabo de decir. No puede herirme más de lo que ya lo ha hecho y no quiero preguntarme dentro de unos años qué habría dicho si le hubiera confesado lo que siento por él. Puedo soportar que no me quiera. Me metí en esto a sabiendas de cómo es Pedro.
Está patidifuso.

—¿Que tú qué? —Parpadea muy rápido, intentando procesar las palabras.

—Adelante, dime otra vez lo mucho que me odias. Dime que soy una boba por querer a alguien que no me soporta —replico. Mi voz es casi un quejido, y no sé de dónde sale. Me seco los ojos y lo miro otra vez, sintiendo que me ha derrotado y que necesito abandonar el campo de batalla para lamerme las heridas—. Me voy.

Me dispongo a darme la vuelta para marcharme cuando de una zancada acorta la distancia que nos separa. Me niego a mirarlo a la cara cuando me pone la mano en el hombro.

—Joder, no te vayas —dice con la voz cargada de emoción.
La cuestión es de qué emoción.

—¿Me quieres? —susurra, y con la mano magullada me alza la barbilla.
Aparto los ojos de los suyos y asiento muy despacio, esperando que se eche a reír en mi cara.

—¿Por qué? —Su aliento es como una llamarada en mi piel.
Por fin consigo mirarlo a los ojos y veo que parece... ¿asustado?

—¿Qué? —pregunto en voz baja.

—¿Por qué me quieres?... ¿Cómo es posible que me quieras? —Se le quiebra la voz y me mira fijamente.
Siento que las palabras que pronuncie a continuación sellarán mi destino.

—¿Cómo es posible que no sepas que te quiero? —pregunto en vez de responderle.
«¿No cree que lo quiera?» No tengo otra explicación, salvo que lo quiero. Me vuelve loca y me pone furiosa como nadie pero, de alguna manera, me he enamorado de él hasta la médula.

—Me dijiste que no me querías y saliste con Zed. Siempre me abandonas; antes me has dejado tirado en el porche a pesar de que te he suplicado que me dieras otra oportunidad. Te dije que te quería y me rechazaste. ¿Sabes lo duro que fue para mí? —replica.

Debo de estar imaginándome las lágrimas que se le acumulan en los ojos, aunque noto perfectamente sus dedos callosos en mi barbilla.

—Lo retiraste antes de que pudiera procesar lo que habías dicho. Has hecho tantas cosas para hacerme daño, Pedro... —le digo, y asiente con la cabeza.

—Lo sé... Perdóname. Te lo compensaré. Sé que no te merezco, no tengo derecho a pedirte nada, pero..., por favor, dame una oportunidad. No voy a prometerte que no vaya a discutir contigo o que no me enfadaré, pero te prometo que me entregaré a ti por completo. Por favor, déjame intentar ser la persona que necesitas.
Parece tan inseguro que me derrito.

—Quiero pensar que puede funcionar, pero no sé cómo —respondo—. Ya nos hemos hecho mucho daño.
Sin embargo, mis ojos me traicionan cuando empiezan a derramar lágrimas. Pedro desliza los dedos por mi cara para interceptarlas. Una lágrima solitaria resbala por su mejilla.

—¿Te acuerdas cuando me preguntaste a quién quería más en el mundo? —me dice; su boca está tan sólo a unos centímetros de la mía.
Asiento, aunque parece que fue hace siglos y yo creía que no me estaba escuchando.

—A ti. Tú eres la persona a la que más quiero en el mundo.
Me pilla por sorpresa y pone fin al dolor y a la ira que no me cabían en el pecho.
Antes de permitirme creerlo y de derretirme en sus brazos, le pregunto:

—Esto no será uno de tus jueguecitos, ¿verdad?

—No, Pau. Se acabaron los juegos. Tú eres lo único que quiero. Quiero estar contigo, tener una relación de verdad. Eso sí, vas a tener que enseñarme qué demonios significa eso.
Se ríe nervioso, y yo me uno gustosamente a él.

—Echaba de menos tu risa —señala—, no he podido sacártela a menudo. Quiero hacerte reír, no llorar. Sé que soy bastante difícil...

Lo corto pegando los labios a los suyos. Sus besos son apresurados y noto el sabor de la sangre del labio partido. La electricidad recorre mi cuerpo y mis rodillas amenazan con dejar de sostenerme. Parece que ha pasado una eternidad desde la última vez que sentí su boca. Amo a este gilipollas tarado que se odia a sí mismo, tanto, que me da miedo no poder soportarlo. Me levanta del suelo y enrosca mis muslos en su cintura. Le hundo los dedos en el pelo. Gime en mi boca, jadea y me atrae con más fuerza hacia sí. Mi lengua acaricia su labio inferior pero me aparto cuando hace una mueca de dolor.

—¿Con quién te has peleado? —le pregunto.
Se ríe.

—¿Me lo preguntas en este momento?

—Sí, quiero saberlo —sonrío.

—Siempre haces muchas preguntas. ¿No puedo contestarte luego? —Pone morritos.

—No. Dímelo.

—Sólo si te quedas. —Me estrecha con fuerza—. Por favor...

—Vale —contesto, y lo beso otra vez, olvidando por completo que le he hecho una pregunta. 

After Capitulo 66


Tardo un segundo en pensar qué estoy haciendo. He dejado a Zed para irme a buscar a Pedro, pero tengo que pensar bien lo que ocurra a continuación. Pedro me dirá cosas horribles, me lanzará improperios, hará que me vaya... O admitirá que siente algo por mí y que los dichosos jueguecitos son sólo su manera de no ser capaz de admitir ni expresar sus sentimientos de un modo normal, como todo el mundo. Si ocurre lo primero, que es lo que tiene más papeletas, no estaré peor de lo que estoy ahora. Pero si ocurre lo segundo, ¿estoy lista para perdonarlo por todas las cosas horribles que me ha dicho y me ha hecho? Si ambos admitimos lo que sentimos por el otro, ¿cambiará todo lo demás?

¿Cambiará él? ¿Es capaz de quererme como necesito que me quiera? Y, de ser así, ¿seré capaz de aguantar sus cambios de humor?
El problema es que yo sola no puedo contestar a esas preguntas. A ninguna, la verdad. Odio el modo en que me nubla el juicio y me hace dudar de mí misma. Odio no saber lo que va a decir o hacer.

Aminoro al llegar a la fraternidad de marras en la que ya he pasado demasiado tiempo. Odio esta casa. Odio muchas cosas en este momento, y mi cabreo con Pedro está a punto de caramelo. Aparco en la acera, subo corriendo los escalones y entro en la casa, que está llena. Voy directa al viejo sofá en el que Pedro suele sentarse pero no veo su mata de pelo. Me escondo detrás de un tío cachas antes de que Steph o los demás me vean.

Corro escaleras arriba hacia su habitación. Aporreo la puerta con el puño, molesta porque vuelve a estar cerrada con llave.

—¡Pedro! ¡Soy yo, abre! —grito desesperadamente sin dejar de dar golpes, pero no hay respuesta.

«¿Dónde diablos se habrá metido?»

No quiero telefonearlo para averiguarlo, aunque sería lo más fácil. Sin embargo, estoy enfadada y sé que necesito seguir estándolo para poder decir lo que quiero decir, lo que necesito decir, sin sentirme mal por hacerlo.

Llamo a Landon para ver si Pedro está en casa de su padre, pero no, no está allí. Sólo se me ocurre otro sitio donde buscar: la hoguera. No obstante, dudo que siga allí. Aun así, ahora mismo no tengo otra opción.

Conduzco de vuelta al estadio, aparco el coche y repito mentalmente las palabras furibundas que tengo reservadas para Pedro para asegurarme de que no se me olvide nada en caso de que lo encuentre. Me acerco al campo, casi todo el mundo se ha ido y el fuego está ya casi apagado. Camino de un lado a otro entornando los ojos en la penumbra, fijándome en las parejas por si veo a Pedro y a Emma. No hay suerte.

Justo cuando estoy a punto de tirar la toalla, veo a Pedro apoyado contra una valla en la línea de gol. Está solo y no parece darse cuenta de que me estoy acercando. Se sienta en el césped y se limpia la boca. Cuando aparta la mano, veo que la tiene roja.

«¿Está sangrando?»
De repente levanta la cabeza como si notara mi presencia y compruebo que sí, le sangra la comisura de la boca y la sombra de un cardenal se está formando en su mejilla.

—Pero ¿qué demonios...? —digo arrodillándome delante de él—. ¿Qué te ha pasado?
Alza la vista y veo que sus ojos están tan torturados que mi ira se disuelve como un azucarillo en la boca.

—Y ¿a ti qué te importa? ¿Dónde está tu cita? —me ruge.
Me muerdo la lengua y le retiro la mano de la boca para poder examinar el labio partido. Me aparta pero me contengo.

—Cuéntame lo que ha pasado —le ordeno.
Él suspira y se pasa la mano por el pelo. Tiene los nudillos lastimados y llenos de sangre. El corte del dedo índice parece profundo y tiene pinta de doler mucho.

—¿Te has metido en una pelea?

—¿A ti qué te parece?

—¿Con quién? ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. Ahora déjame en paz.

—He venido a buscarte —le digo, y me pongo de pie.
Me limpio la hierba seca de los vaqueros.

—Vale, pues ya me has encontrado. Vete.

—No tienes por qué ser tan gilipollas — replico—. Creo que deberías irte a casa y asearte. Me parece que vas a necesitar puntos.

Pedro no responde, pero se pone de pie, echa a andar y me deja atrás. He venido a gritarle por ser un imbécil y a decirle cómo me siento y me lo está poniendo muy difícil. Ya lo sabía yo.

—¿Adónde vas? —pregunto yendo tras él como un perrito faldero.

—A casa. Bueno, voy a llamar a Emma a ver si puede volver a recogerme.

—¿Te ha dejado aquí? —Cada vez me cae peor.

—No. Bueno, sí, pero se lo he pedido yo.

—Yo te llevo a casa —le digo, y cojo su chaqueta.
Me aparta de nuevo y quiero darle una patada en el culo. Mi ira ha regresado y estoy aún más cabreada que antes. Se han vuelto las tornas; nuestro..., lo que sea ha dado un giro en redondo.
Normalmente soy yo la que huye de él.

—¡Deja de huir de mí! —le grito, y se vuelve con los ojos echando chispas—. ¡He dicho que yo te llevo a casa!
Está a punto de sonreír pero finalmente frunce el ceño y suspira.

—Vale, ¿dónde está tu coche?
La fragancia de Pedro inunda el coche al instante. Sólo que ahora tiene un toque metálico. Aun así, sigue siendo mi olor favorito. Pongo la calefacción y me froto los brazos para entrar en calor.

—¿Para qué has venido? —me pregunta mientras saco el coche del aparcamiento.

—Para buscarte.
Intento recordar todo lo que tenía pensado decirle, pero tengo la mente en blanco y lo único en lo que puedo pensar es en besarle la boca magullada.

—¿Para qué? —añade en voz baja.

—Para hablar contigo. Tenemos mucho de que hablar.
Tengo ganas de reír y de llorar a la vez y no sé por qué.

—Creía que habías dicho que no teníamos nada que decirnos —replica, y se vuelve hacia la ventanilla con una parsimonia que de repente me molesta muchísimo.

—¿Me quieres? —Las palabras salen atropelladas y estranguladas de mi boca.
No tenía pensado decirlas.
Se vuelve hacia mí como si tuviera un resorte en el cuello.

—¿Qué? —pregunta pasmado.

—¿Que si me quieres? —repito. Me preocupa que el corazón se me salga del pecho.
Pedro mira al frente.

—No puede ser que me hagas esa pregunta mientras vas conduciendo.

—Y ¿qué más da dónde esté o cuándo te lo pregunte? Dímelo y ya está —casi le suplico.

—Yo... No sé... No lo sé.
Se vuelve de nuevo hacia la ventanilla, como si necesitara escapar.

—Y no puedes preguntarle a alguien si te quiere cuando lo tienes atrapado en un coche contigo...
¡¿Qué coño te pasa, eh?! —me grita a viva voz.
«Ayyy.»

—Vale —es todo lo que consigo decir.

—¿Para qué quieres saberlo?

—No importa.
Ahora estoy confusa, tanto que mi plan de hablar de nuestros problemas se ha ido a pique en cuestión de segundos, junto con la escasa dignidad que aún me quedaba.

—Dime por qué me lo has preguntado —me ordena.

—¡No me digas lo que tengo que hacer! —le grito.
Aminoro cuando llegamos a la fraternidad y mira el jardín lleno de gente.

—Llévame a casa de mi padre —dice.

—¿Qué? No soy un puñetero taxi.

—Te he dicho que me lleves a casa. Recogeré mi coche por la mañana.
Si su coche está aquí, ¿por qué no conduce él solito a casa de su padre? No obstante, como no quiero que acabe nuestra conversación, pongo los ojos en blanco y me dirijo a casa de su padre.

—Creía que odiabas esa casa —digo.

—La detesto, pero ahora mismo no me apetece estar rodeado de gente — replica en voz baja, y a continuación añade en un tono más alto —: ¿Vas a decirme por qué me has preguntado eso? ¿Tiene algo que ver con Zed? ¿Te ha dicho algo?

Parece muy nervioso. ¿Por qué siempre me pregunta si Zed me ha dicho algo?

—No... No tiene nada que ver con Zed. Sólo quería saberlo.
Es verdad que no tiene nada que ver con él; tiene que ver conmigo y con el hecho de que lo quiero y que por un segundo pensé que él también me quería a mí. Cuanto más tiempo paso en su compañía, más ridícula me parece la idea.

—¿Adónde habéis ido Zed y tú después de marcharos de la hoguera? —pregunta cuando dejo el coche en la entrada de casa de su padre.

—A su apartamento.

El cuerpo de Pedro se tensa y aprieta los puños, cosa que empeora las magulladuras de los nudillos.

—¿Te has acostado con él? —inquiere, y me deja boquiabierta.

—¿Qué? ¿Por qué diablos piensas eso? ¡A estas alturas deberías conocerme mejor! Además, ¿quién te crees que eres para hacerme una pregunta tan personal? Me has dejado claro que no te importo, así que, ¡¿qué pasa si lo he hecho?! —grito.

—Entonces ¿no te has acostado con él? —pregunta con una mirada pétrea.

—¡Por Dios, Pedro! ¡No! ¡Me ha besado, pero no me acostaría con alguien a quien apenas conozco!
Se acerca y apaga el motor del coche. Saca las llaves del contacto.

—¿Le has devuelto el beso? —Tiene los ojos entornados y parece como si me atravesara con la mirada.

—Sí... Bueno..., no lo sé. Creo que sí. —No recuerdo gran cosa, sólo que no dejaba de ver a Pedro.

—¿Cómo es que no lo sabes? ¿Has bebido? —pregunta subiendo el tono.

—No, es que...

—¡¿Qué?! —grita, y se vuelve para tenerme frente a frente.
No sé interpretar la energía que hay entre nosotros, y por un instante me quedo sentada inmóvil, tratando de hacerme con la situación.

—¡No podía parar de pensar en ti! — confieso.
Sus rasgos duros se suavizan y me mira a los ojos.

—Vayamos adentro —dice abriendo la puerta del coche—. Ven.


Salgo del coche y lo sigo.

After Capitulo 65

Aparco junto al coche de Landon. Le envío un mensaje a Zed para que sepa que ya he llegado. Me responde al instante y me dice que está en el extremo izquierdo del estadio.
Se lo cuento a Landon.

—Suena bien —dice sin el menor rastro de emoción.

—¿Quién es Zed? —pregunta Dakota.

—Es... un amigo —respondo. Porque sólo somos amigos.

—Pedro es tu novio, ¿no?

Me la quedo mirando. No parece querer decir nada, sólo da la impresión de estar confusa.
«Bienvenida al club.»

—No, cariño —ríe Landon—. Ninguno de los dos es su novio.
Yo también me echo a reír.

—No es tan malo como parece...
En cuanto llegamos a donde está todo el mundo, la banda empieza a tocar y el estadio se va llenando de gente. Siento un gran alivio al ver a Zed reclinado contra una valla. Lo señalo y nos dirigimos hacia él.
Dakota deja escapar un grito ahogado cuando nos acercamos. No sé si le han sorprendido sus piercings y sus tatuajes o lo guapo que es. O tal vez ambas cosas.

—Hola, preciosa —me saluda Zed con una enorme sonrisa y un abrazo.
Le devuelvo la sonrisa y el abrazo.

—Hola, soy Zed. Encantado de conoceros —les dice a Landon y a Dakota.
Sé que a Landon ya lo conoce. A lo mejor sólo intenta ser educado.

—¿Hace mucho que estás aquí? — pregunto.

—Unos diez minutos. Hay mucha más gente de la que imaginaba.
Landon nos lleva a una zona más tranquila cerca del enorme escenario de madera y nos acomodamos en el césped. Dakota se sienta entre sus piernas y se reclina en su pecho. El sol se está poniendo y empieza a correr una brisa fresca. Debería haberme puesto manga larga.

—¿Habías venido antes a alguna fiesta de éstas? —le pregunto a Zed.
Él niega con la cabeza.

—No, no es mi ambiente habitual —dice con una carcajada, y añade—: Pero me alegro de estar aquí esta noche.

Sonrío al oír el cumplido, y entonces alguien sube al escenario y nos da la bienvenida en nombre de la universidad y de la banda. Se pasa unos minutos hablando sin decir nada y empieza la cuenta atrás para encender la hoguera. Y tres, dos, uno... El fuego se enciende y se traga la montaña de madera con avidez. Es muy bonito estar tan cerca de las llamas, y creo que, pese a todo, no voy a pasar frío.

—¿Cuánto tiempo te quedarás por aquí? —le pregunta Zed a Dakota.
Ella frunce el ceño.

—Sólo un par de días. Ojalá pudiera volver para la boda, que es el fin de semana que viene.

—¿Qué boda? —pregunta Zed.
Miro a Landon, que le responde:

—La de mi madre.

—Ah...
Zed hace una pausa y baja la mirada, como si estuviera dándole vueltas a algo.

—¿Qué? —le pregunto.

—Nada. Es que estaba intentando recordar quién más me dijo algo de una boda el fin de semana que viene... Ah, sí. Fue Pedro, creo. Nos estaba preguntando qué se pone uno para ir a una boda.

Se me para el corazón. Espero que no se me note en la cara. Pedro no les ha contado a sus amigos que su padre es el rector, ni que va a casarse con la madre de Landon.

—Qué coincidencia, ¿no? —dice.

—No, van a... —empieza a decir Dakota.

—Sí —la interrumpo—, efectivamente es una coincidencia, pero en una ciudad tan grande probablemente debe de haber bastantes bodas todos los fines de semana.
Zed asiente y Landon le susurra algo a su novia al oído.

«¿Pedro está pensando en ir a la boda?», me digo.
Zed se echa a reír.

—La verdad es que no puedo imaginarme a Pedro en una boda.

—¿Por qué no? —Uy, no quería sonar tan borde.

—No lo sé, porque es Pedro, supongo. La única manera de arrastrarlo a una boda sería diciéndole que después podría acostarse con las damas de honor. Con todas — añade poniendo los ojos en blanco.

—Creía que Pedro era tu amigo — replico.

—Y lo es. No estoy diciendo nada malo de él. Pedro es así. Se acuesta con una chica distinta cada fin de semana. A veces con más de una.
Me pitan los oídos y el fuego me quema la piel. Me levanto antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo.

—¿Adónde vas? ¿Qué pasa? —me pregunta Zed.

—Nada, es sólo... Es que necesito un poco de aire. Aire fresco —mascullo. Sé lo estúpido que ha sonado eso, pero me da igual—. Vuelvo enseguida, sólo será un segundo.
Me voy a toda velocidad antes de que alguien se ofrezca a acompañarme.
«Pero ¿qué me pasa?»
Zed es dulce y le gusto de verdad, disfruta de mi compañía, y aun así basta con que alguien mencione a Pedro para que no pueda dejar de pensar en él. Doy un paseo rápido alrededor de las gradas y respiro hondo un par de veces antes de volver con los demás.

—Perdonad, es que hacía... demasiado calor —miento, y vuelvo a sentarme.
Zed ha sacado el móvil, me oculta la pantalla y se lo guarda en el bolsillo. Me dice que no ocurre nada y nos pasamos una hora charlando con Landon y con Dakota.

—Me noto un poco cansada. He cogido el avión muy temprano —le dice Dakota a Landon, que asiente.

—Sí, yo también estoy cansado. Creo que nosotros nos vamos.
Landon se levanta y ayuda a Dakota a ponerse de pie.

—¿Quieres que nosotros nos vayamos también? —me pregunta Zed.

—No, por mí podemos quedarnos. A menos que tú quieras irte.

—Yo estoy a gusto —dice negando con la cabeza.
Nos despedimos de Landon y de Dakota y los vemos desaparecer entre la multitud.

—¿Por qué hacen la hoguera? —le pregunto a Zed, aunque no estoy muy segura de que él lo sepa.

—Creo que es para celebrar que se acaba la temporada de fútbol americano —me dice—. O que está a la mitad, o algo así...
Miro alrededor y por primera vez me doy cuenta de que mucha gente lleva sudaderas.

—Ah. —Miro de nuevo a Zed—. Ya entiendo —asiento echándome a reír.

—Ya —me dice, y entorna los ojos—. ¿Ése no es Pedro?
Vuelvo la cabeza a toda velocidad. Pues sí, es él, y viene hacia nosotros con una morena bajita que lleva falda.
Me pego más a Zed. Precisamente por esto no he querido escuchar a Pedro en 
el porche: ya se ha buscado a una chica sólo para traerla aquí y jorobarme.

—Hola, Zed —lo saluda ella con una voz muy aguda.

—Hola, Emma.
Zed me pasa el brazo por los hombros. Pedro le lanza una mirada de las que matan, pero se sienta con nosotros.
Sé que estoy siendo una maleducada por no presentarme a la chica, pero no puedo evitar que me caiga mal de entrada.

—¿Qué tal va la hoguera? —pregunta Pedro.

—Da calor. Casi ha terminado, o eso creo —contesta Zed.
Hay cierta tensión entre ambos. La noto. No sé a qué se debe; Pedro les ha dejado muy claro a sus amigos que le importo una mierda.

—¿No hay nada para comer? —pregunta la chica con su molesta voz.

—Sí, hay un puesto que vende cosas — le digo.

—Pedro, acompáñame a comprar algo de comer —le pide. Él pone los ojos en blanco pero se levanta.

—¡Tráeme un pretzel, ¿vale?! —le grita Zed sonriendo, y Pedro aprieta la mandíbula.
«¿Y a éstos qué les pasa?»
Miro a Zed en cuanto él y la chica desaparecen.

—Oye, ¿podemos irnos? No me apetece mucho ver a Pedro. No sé si se te ha olvidado, pero nos odiamos mutuamente. —Intento sonreír y que suene a medio broma, pero no me sale.

—Sí, claro que sí —me dice.
Nos levantamos y me tiende la mano. La acepto y caminamos agarrados. Miro a todas partes buscando a Pedro y rezando para no verlo.

—¿Te apetece ir a la fiesta? —me pregunta Zed cuando llegamos al aparcamiento.

—No, la verdad es que eso tampoco me apetece. —Es el último lugar sobre la faz de la Tierra al que querría ir.

—Vale, pues si quieres podemos quedar otro... —empieza a decir.

—No, me apetece estar contigo. Sólo que no quiero quedarme aquí ni ir a la fraternidad —me apresuro a responder.
Parece sorprendido, y sus ojos encuentran los míos.

—Vale... Podemos ir... ¿a mi casa? Si te apetece... Si no, podemos ir a otra parte. Aunque no se me ocurre ningún otro sitio en esta ciudad.
Se echa a reír y yo también me río.

—Tu casa me parece bien. Te sigo hasta allí.

Durante el trayecto, no puedo evitar imaginarme la cara de Pedro cuando vuelva y se encuentre con que nos hemos ido. Él ha aparecido con otra chica, así que no tiene derecho a enfadarse, aunque eso no me alivia el dolor de estómago.
El apartamento de Zed está justo al salir del campus. Es pequeño pero está limpio. Me ofrece una copa pero la rechazo porque mi intención es conducir de vuelta a la residencia esta noche.

Me siento en el sofá y me pasa el mando a distancia de la tele, luego va a la cocina a por algo de beber.

—Pon lo que quieras. No sé qué programas te gusta ver.

—¿Vives solo? —le pregunto, y asiente con la cabeza.
Me siento un poco rara cuando se instala a mi lado y me rodea la cintura con el brazo, pero escondo mi nerviosismo detrás de una sonrisa. El móvil de Zed vibra entonces en su bolsillo y se levanta para contestar. Alza un dedo para decirme que vuelve enseguida y se dirige a la pequeña cocina.

—Nos hemos ido —lo oigo decir—.Ya... Es justo... Se siente.
Lo poco que consigo escuchar de su conversación no tiene ningún sentido... Sólo entiendo lo de «nos hemos ido».

«¿Será Pedro?»
Me levanto y me acerco a la cocina. Zed cuelga.

—¿Quién era?

—Nadie importante —me asegura, y me conduce de vuelta al sofá—. Me alegro de que nos estemos conociendo. Eres distinta del resto de las chicas de por aquí—me dice con dulzura.

—Yo también —asiento—. ¿Conoces a Emma? —No puedo evitar preguntárselo.

—Sí, es la novia de la prima de Nate.

—¿La novia?

—Sí, llevan juntas bastante tiempo. Emma es guay.

Pedro no estaba allí con ella para lo que yo creía. Es posible que haya ido a la hoguera para volver a intentar hablar conmigo, no para hacerme daño con otra chica.
Miro a Zed justo cuando se acerca para besarme. Tiene los labios fríos de la bebida y sabe a vodka. Sus manos se mueven con delicadeza por mis brazos y son muy suaves. Luego bajan hasta mi cintura. Veo a Pedro, con cara de que le han roto el corazón, y cómo me ha suplicado que le dé una última oportunidad y yo no lo he creído. Veo cómo me miraba mientras me alejaba, el rebote que pilló en clase con Catherine y Heathcliff, cómo aparece siempre cuando no quiero verlo ni en pintura, el modo en que nunca le dice a su madre que la quiere y cómo dijo que me quería delante de todo el mundo y lo dolido que parecía. Veo cómo rompe cosas cuando se enfada, cómo vino a buscarme a casa de su padre a pesar de que odia ese lugar, y cómo les ha preguntado a sus amigos qué tiene que ponerse para ir a una boda... Todo tiene sentido pero a la vez no lo tiene.
Pedro me quiere. A su manera tarada, pero me quiere. Si llega a ser un león, me come.

—¿Qué? —pregunta Zed poniendo fin a nuestro beso.

—¿Qué? —repito.

—Acabas de decir «Pedro».

—No —me defiendo.

—Sí, lo has dicho.
Se levanta y se aparta del sofá.


—Tengo que irme... Lo siento —digo cogiendo mi bolso y saliendo por la puerta como una exhalación sin darle tiempo a decir nada más.