A la mañana siguiente me despierto antes que Pedro y me las apaño para
quitármelo de encima y desenredar nuestras piernas sin despertarlo. El recuerdo
de oírlo pronunciar mi nombre aliviado y de todos los secretos que me ha
contado hace que me revoloteen mariposas en el estómago. Anoche estaba tan
relajado y tan abierto que hizo que me pillara aún más. Me asusta cuán profundos
son mis sentimientos hacia él. Sé que están ahí, pero aún no estoy preparada
para hacerles frente. Cojo las tenacillas y el pequeño estuche de maquillaje de
Steph, que me he llevado prestado con su permiso, por supuesto, y me voy al
baño.
El pasillo está vacío y nadie llama a la puerta mientras me arreglo. No
tengo tanta suerte de vuelta a la habitación. Tres chicos avanzan por el
pasillo, y uno de ellos es Logan.
—¡Hola, Pau! —me saluda alegremente y me deslumbra con su sonrisa perfecta.
—¿Qué tal? —Estoy muy incómoda con los tres mirándome fijamente.
—Bien, íbamos a salir. ¿Te vas a quedar a vivir aquí? —me pregunta, y se
echa a reír.
—Para nada. Sólo estoy... de visita. — No sé qué decir. El tío alto se
agacha para susurrarle algo a Logan al oído. No oigo lo que dice, pero miro
hacia otra parte—. Bueno, os veré luego —añado.
—Sí, nos vemos esta noche en la fiesta —dice Logan, y se marcha.
¿Qué fiesta? ¿Por qué Pedro no me ha comentado nada de ninguna fiesta? A lo
mejor es que no tiene pensado quedarse. «O no quiere que vayas», añade mi
subconsciente. Y ¿quién demonios celebra una fiesta un martes?
Cuando llego a la puerta de la habitación de Pedro, ésta se abre antes de que
toque el pomo.
—¿Dónde estabas? —pregunta, y la abre lo justo para que yo pueda entrar.
—Peinándome. Quería dejarte dormir —contesto.
—Te he dicho que no te pasees por los pasillos, Pau —me regaña.
—Y yo te he dicho que no me des órdenes, Pedro —replico con sarcasmo, y sus
rasgos se suavizan.
— Touché.
Se ríe y da un paso hacia mí. Con una mano me coge de la cintura y mete la
otra por debajo de mi camiseta y toca mi vientre. Tiene los dedos ásperos, pero
los desliza con delicadeza sobre mi piel, ascendiendo por mi estómago.
—De todos modos, deberías llevar sujetador cuando vagas por los pasillos de
una fraternidad, Paula. —Acerca la boca a mi oreja en el mismo instante en que
sus dedos encuentran mis pechos.
Acaricia los pezones con los pulgares y éstos se ponen duros al instante.
Coge aire y yo me quedo helada, aunque el corazón me late a toda velocidad—.
Uno nunca sabe con qué clase de pervertido puede encontrarse —me susurra al
oído.
Sus pulgares dibujan círculos en mis pezones y luego los pellizca un poco.
Dejo caer la cabeza contra su pecho y no puedo controlar mis gemidos mientras
sus dedos continúan el asalto.
—Apuesto a que podría hacer que te corrieras sólo con esto —dice aplicando
más presión.
No tenía ni idea de que esto pudiera ser tan... agradable. Asiento, y Pedro
se ríe con la boca pegada a mi oreja.
—¿Eso quieres? ¿Quieres que haga que te corras? —pregunta, y asiento de
nuevo con la cabeza.
¿Para qué me lo pregunta? Mis rodillas temblorosas y mis gemidos hablan por
sí solos.
—Buena chica. Vamos a... —empieza a decir.
Pero entonces suena la alarma de mi móvil y vuelvo al mundo real.
—¡Mierda! Tenemos que salir dentro de diez minutos y tú ni siquiera te has
vestido. ¡Y yo ni siquiera me he vestido!
Me aparto, pero él menea la cabeza y me atrae de nuevo hacia sí, esta vez
bajándome los pantalones y las bragas. Coge mi móvil y lo apaga.
—Sólo necesito dos minutos. Me quedan ocho para vestirme.
Me coge en brazos y me lleva hasta la cama. Me sienta en ella, se arrodilla
delante de mí y tira de mis tobillos hasta que me tiene justo en el borde.
—Abre las piernas —susurra, y obedezco.
No lo tenía previsto en el horario de la mañana, pero no se me ocurre mejor
forma de empezar el día. Sus dedos largos recorren mis muslos. Luego hunde la
cabeza entre ellos y me lame arriba y abajo, frunce los labios y succiona.
Joder, es ese puntito otra vez. Echo las caderas hacia adelante y casi me caigo
al suelo. Vuelve a sentarme en el borde, sin soltarme. Con la otra mano, me
mete un dedo. Va mucho más deprisa que antes. No sé si me gusta más lo que me
hace la mano o la boca, pero la combinación de ambas es alucinante. En unos
segundos siento ese ardor en lo más profundo de mi vientre. Mete y saca el dedo
más deprisa.
—Voy a intentar meterte dos, ¿vale? — me dice.
Asiento con un gemido. La sensación es extraña y un tanto incómoda, como la
primera vez que me metió un dedo, pero cuando su boca vuelve y empieza a
succionar de nuevo me olvido del leve dolor.
Gimoteo cuando Pedro retira la boca otra vez.
—Joder, estás muy prieta, nena. —Me bastan sus palabras para
rematarme—.¿Todo bien? —me pregunta.
Lo cojo del pelo y llevo su cabeza a la zona entre mis muslos. Se ríe y
luego aplica la boca con esmero. Gimo su nombre y le tiro del pelo y tengo el
orgasmo más bestia de mi vida. No es que haya tenido muchos, pero éste ha sido
el más rápido y también el más intenso.
Pedro me da un pequeño beso en lo alto de la pelvis, se pone en pie y
camina hasta el armario.
Levanto la cabeza e intento recobrar el aliento. Vuelve y me seca con una
camiseta. Me daría vergüenza si no estuviera todavía medio en la luna.
—Vuelvo enseguida —dice—. Voy a lavarme los dientes.
Sonríe y sale de la habitación. Me levanto, me visto y miro la hora.
Tenemos que salir dentro de tres minutos. Cuando Pedro regresa, se viste en
un santiamén y nos vamos.
—¿Sabes cómo llegar? —pregunto cuando arranca el coche.
—Sí, el mejor amigo de mi padre de sus días de universidad es Christian
Vance —me dice—. He estado allí un par de veces.
—Caray... Vaya.
Sabía que Ken tenía contactos allí, pero no sabía que el presidente fuera
su mejor amigo.
—No te preocupes, es un buen tío. Un poco cuadriculado, pero majo.
Encajarás a la perfección.—Su sonrisa es contagiosa—. Por cierto, estás muy
guapa.
—Gracias. Parece que hoy estás de buen humor —digo coqueta.
—Sí, empezar el día con la cabeza entre tus muslos es una señal de buen
augurio.
Suelta una carcajada y me coge la mano.
—¡Pedro! —lo riño, pero él se echa a reír otra vez.
El trayecto se pasa rápido y casi sin darnos cuenta ya estamos dejando el
coche en el aparcamiento que hay detrás de un edificio de seis pisos con
cristales de espejo y una gran «V» en la fachada.
—Estoy nerviosa —le confieso a Pedro mientras me retoco el maquillaje en el
espejo.
—No lo estés. Lo vas a hacer muy bien.
Eres muy inteligente, y tiene que verlo —me reconforta él.
Dios santo, cómo me gusta cuando es tan amable.
—Gracias —respondo, y me acerco para besarlo. Es un beso dulce y sencillo.
—Te espero aquí en el coche —me dice y me da otro beso.
El interior del edificio es tan elegante como el exterior. Cuando llego a
la recepción, me dan un pase de un día y me indican que suba a la sexta y
última planta. Una vez en el mostrador de la sexta, le digo a la joven que lo
atiende mi nombre.
Me lanza una sonrisa blanca de anuncio, me acompaña a un despacho enorme y
le dice a un hombre de mediana edad con barba clara que puedo ver desde el
pasillo:
—Señor Vance, la señorita Paula Chaves está aquí.
El señor Vance me hace un gesto para que entre y me estrecha la mano. Sus
ojos verdes se ven desde la otra punta de la habitación, y su sonrisa es muy
agradable y hace que me relaje. Me dice que tome asiento.
—Es un placer conocerte, Paula. Gracias por venir.
—Pau, llámeme Pau. Gracias por recibirme —respondo con una sonrisa.
—Dime, Pau, ¿estás en primero de Filología Inglesa? —pregunta.
—Sí, señor. —Asiento con la cabeza.
—Ken Alfonso me ha dado muy buenas referencias. Dice que perdería una gran
oportunidad si no te diera un puesto de becaria.
—Ken es muy amable —digo.
Él asiente y luego se acaricia la barba con los dedos. Me pregunta qué he
leído últimamente, mis autores favoritos y aquellos que no me gustan, o me
gustan poco, y que le explique el porqué. Asiente y me anima a seguir durante
mi explicación y, cuando termino, sonríe.
—Bueno, Pau, ¿cuándo puedes empezar? Ken dice que será fácil agrupar tus
asignaturas para que puedas venir aquí dos días a la semana y asistir a clase
los otros tres.
La mandíbula me llega al suelo.
—¿De verdad? —es todo lo que consigo decir.
No me lo esperaba. Imaginaba que iba a tener que ir a clases por la noche y
venir aquí durante el día... En caso de que me aceptaran.
—Sí, y también recibirás créditos por las horas que pases aquí.
—Muchísimas gracias. Es una oportunidad increíble. Gracias, gracias otra
vez.
—Tengo una suerte que no me la creo.
—Hablaremos de tus honorarios el lunes, cuando empieces.
—¿Tengo un sueldo? —Pensaba que eran prácticas no remuneradas.
—Por supuesto que cobrarás por tu tiempo —sonríe.
Me limito a asentir con la cabeza por miedo a abrir la boca y volver a
darle las gracias por enésima vez.
Vuelvo corriendo al coche y Pedro sale a recibirme al verme llegar.
—¿Y bien? —me pregunta, y yo suelto un gritito.
—¡Me lo han dado! Me van a pagar y las primeras semanas tendré que venir
cada día para coger el ritmo, pero luego sólo tengo que trabajar dos días a la
semana, así que podré ir a clase los otros tres, y me van a dar créditos y el
señor Vance era supersimpático y tu padre es genial por hacer esto por mí, y tú
también, claro está. ¡Estoy muy emocionada y...! En fin..., creo que eso es
todo.
Me echo a reír y me rodea con los brazos, me estrecha contra su pecho y me
levanta del suelo.
—Me alegro mucho por ti —dice, y hundo los dedos en sus rizos.
—Gracias —le contesto al tiempo que me deja en el suelo—. De verdad, muchas
gracias por haberme traído y por haberme esperado en el coche.
Me asegura que no ha sido ninguna molestia, nos subimos al coche y me
pregunta:
—¿Qué quieres hacer hoy?
—Volver a clase, por supuesto. Todavía podemos llegar a literatura.
—¿De verdad? Te apuesto a que se nos ocurre algo mucho más divertido.
—No, ya me he perdido muchas clases esta semana. No quiero faltar a más.
Voy a ir a literatura y tú también. —Sonrío.
Pone los ojos en blanco pero asiente con la cabeza.
Llegamos justo antes de que empiece la clase y le cuento a Landon todo
sobre las prácticas. Me da la enhorabuena y un fuerte abrazo. Pedro, que es un
maleducado, hace como si tuviera arcadas detrás de nosotros, y le pego una
patada.
Al salir de clase, Pedro se viene con Landon y conmigo y hablamos de las
hogueras de este viernes. Quedo con Landon en su casa a las cinco para cenar y
luego nos iremos a las hogueras a las siete. Pedro permanece en silencio
durante la conversación, y me pregunto si me acompañará. En cierto momento dijo
que sí que iría, pero estoy casi segura de que sólo lo decía por competir con Zed.
Landon se despide cuando llegamos al aparcamiento y sigue su camino a pie y
silbando.
—¡Alfonso! —llama alguien entonces.
Los dos nos volvemos y vemos a Nate y a Molly, que vienen hacia nosotros.
Molly... Genial.
Lleva una camiseta de tirantes y una falda roja de cuero. Sólo estamos a
martes y ya ha hecho el zorrón para toda la semana. Debería reservarse esos
modelitos para los fines de semana.
—Hola —saluda Pedro, y se separa de mí.
—Hola, Pau —me dice Molly.
Le devuelvo el saludo y me quedo de pie, incomodísima, mientras Pedro y
Nate intercambian saludos.
—¿Estás listo? —le pregunta Nate, y entonces me queda claro que Pedro ha
quedado aquí con ellos.
No sé por qué pensaba que íbamos a estar juntos. Está claro que no podemos
pasar todo el tiempo juntos, pero al menos podría haberme dicho algo.
—Sí, estoy listo —contesta Pedro. Me mira—. Nos vemos, Pau —dice como si
nada, y se va con ellos.
Molly se vuelve y me mira con una sonrisa de cretina en su cara embadurnada
de maquillaje. Se monta en el asiento del acompañante del coche de Pedro y Nate
se sube detrás.
Y yo me quedo plantada en el asfalto preguntándome qué diablos acaba de
pasar.
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