Me pongo unos vaqueros nuevos que todavía no he estrenado. Son un poco más estrechos que mis pantalones habituales, pero todavía no he puesto ninguna lavadora, así que no tengo otra opción. En la parte de arriba llevo una sencilla blusa negra sin mangas con un ribete de encaje en los hombros.
—¡Vaya! Me encanta lo que llevas puesto —dice Steph.
Sonrío mientras ella intenta ofrecerme su lápiz de ojos de nuevo.
—Esta vez, no —le digo al recordar lo emborronado que quedó después de
llorar la última vez. ¿Por qué he accedido a volver a esa casa?
—Vale. Hoy vendrá Molly a recogernos en lugar de Nate; acaba de mandarme un
mensaje para decirme que llegará en cualquier momento.
—Creo que no le caigo muy bien —digo mirándome al espejo.
Steph ladea la cabeza.
—¿Qué? Claro que sí. Es sólo que tiene un poco de mala leche y es demasiado
sincera a veces. Y creo que se siente intimidada por ti.
—¿Por mí? ¿Por qué iba a sentirse intimidada? —Me echo a reír. Steph debe
de estar confundida.
—Creo que es porque eres muy diferente de nosotros —añade, y sonríe.
Sé que soy distinta de ellos, aunque para mí los «raros» son ellos, no yo—. Pero no te preocupes
por ella: esta noche estará ocupada.
—¿Con Pedro? —pregunto antes de poder refrenarme.
Sigo mirándome al espejo, pero no puedo evitar percatarme de cómo me mira
Steph, con una ceja enarcada.
—No, con Zed seguramente. Cambia de chico cada semana.
Decir eso de una amiga es bastante duro, pero ella simplemente sonríe y se
ajusta la parte de arriba del vestido.
—¿No está saliendo con Pedro?
Me viene a la cabeza la imagen de los dos liándose en la cama.
—Qué va. Pedro nunca sale con nadie. Se tira a muchas chicas, pero no sale
con ninguna. Jamás.
—Vaya. —Es lo único que consigo decir.
La fiesta de esta noche es igual que la de la semana pasada. El jardín y la casa están repletos de gente borracha. ¿Por qué no me habré quedado en la habitación a mirar a las
paredes?
Molly desaparece en cuanto llegamos. Yo encuentro un hueco en el sofá y me
quedo ahí sentada durante al menos una hora. Entonces, de pronto, aparece
Pedro.
—Estás... diferente —dice después de una breve pausa. Recorre mi cuerpo de
arriba abajo con la mirada y vuelve a subirla y a fijarla en mi rostro. Ni siquiera se esfuerza
en hacerlo con algo de disimulo. Yo permanezco callada hasta que sus ojos se encuentran con los
míos —. Esta noche llevas ropa de tu talla.
Pongo los ojos en blanco y me ajusto la blusa, deseando de repente llevar
mi ropa holgada de costumbre.
—Me sorprende verte aquí.
—Y a mí me sorprende haber acabado aquí de nuevo también —digo, y me alejo
de él.
No me sigue, pero por algún motivo desearía que lo hubiera hecho.
Unas horas después, Steph está borracha de nuevo. Bueno, como todos los
demás.
—¡Juguemos a Verdad o desafío! — balbucea Zed, y su pequeño grupo de amigos
se reúne alrededor del sofá. Molly le pasa una botella de alcohol
transparente a Nate, y él le da un trago. La mano de Pedro es tan grande que cubre todo su vaso rojo de plástico mientras da un sorbo.
Otra chica con pintas
similares a las de ellos se une al juego, de modo que ya son Pedro, Zed,
Nate, su compañero de habitación, Tristan, Molly, Steph y la chica nueva.
Estoy pensando que jugar a Verdad o desafío estando borrachos no puede
traer nada bueno, cuando Molly dice con una sonrisa malévola:
—Tú también deberías jugar, Pau.
—Preferiría no hacerlo —contesto, y centro la atención en una mancha marrón
que hay sobre la moqueta.
—Para jugar tendría que dejar de ser una mojigata durante cinco minutos —
señala Pedro, y todos se echan a reír excepto Steph.
Sus palabras me enfurecen. No soy ninguna mojigata. Sí, admito que no soy
salvaje ni alocada, pero no soy ninguna monja de clausura. Fulmino a Pedro con la mirada y me
siento con las piernas cruzadas en su pequeño círculo, entre Nate y otra chica. Pedro se ríe y le
susurra algo a Zed antes de empezar.
Durante las primeras pruebas, Zed ha sido retado a beberse una lata de
cerveza de un tirón; Molly a enseñarle el pecho al grupo, cosa que ha hecho, y Steph a revelar que
tiene piercings en los pezones.
—¿Verdad o desafío, Paula? — pregunta Pedro, y yo trago saliva.
—¿Verdad? —grazno.
Él se ríe y masculla:
—Cómo no.
Decido pasarlo por alto mientras Nate se frota las manos.
—Vale. ¿Eres... virgen? —pregunta pillándome por sorpresa.
A nadie parece sorprenderle la indiscreta pregunta aparte de a mí. Siento
que me pongo colorada y veo que todos me miran con socarronería.
—¿Y bien? —me presiona Pedro.
A pesar de lo mucho que quiero salir huyendo y esconderme, me limito a
asentir. Por supuesto que soy virgen. A lo único que hemos llegado Noah y yo es a enrollarnos y a
manosearnos un poco por encima de la ropa.
Sin embargo, nadie parece sorprenderse con mi respuesta; sólo parecen
intrigados.
—Entonces ¿Noah y tú habéis estado saliendo dos años y nunca lo habéis
hecho? —pregunta Steph, y yo me revuelvo incómoda en el sitio.
Niego con la cabeza.
—Le toca a Pedro—me apresuro a decir con la esperanza de desviar la
atención de mi persona.
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