Divina

Divina

miércoles, 21 de octubre de 2015

After Capitulo 36


—¿Qué haces tú aquí? —le pregunto a Pedro, aunque no quiero saber la respuesta, y menos delante de Noah.

—¿Tú qué crees? Te has marchado a hurtadillas cuando dormía. ¡¿A qué coño ha venido eso?! — brama.

Contengo el aliento mientras su voz retumba contra las paredes. El rostro de Noah se inunda de ira, y sé que está empezando a encajar las piezas del rompecabezas.
Me encuentro dividida entre explicarle a mi novio lo que está pasando o tratar de explicarle a Pedro por qué me he marchado.

—¡Contéstame! —chilla Pedro, y se planta delante de mí.
Me sorprendo al ver que Noah se interpone entre nosotros.

—No le grites —le advierte.

Me quedo paralizada mientras observo el rostro de Pedro enfureciéndose. ¿Por qué está tan enfadado porque me haya ido? Anoche se burlaba de mi falta de experiencia, y probablemente me habría echado él de todas maneras. Tengo que decir algo antes de que todo esto me explote en la cara.

—Pedro..., por favor, no hagas esto — le ruego.
Si se marcha ahora, puedo intentar explicarle a Noah lo que está sucediendo.

—¿Que no haga qué, Paula? — pregunta, y empieza a caminar alrededor de Noah.

Espero que mi novio mantenga la distancia. No creo que Pedro vacilase a la hora de golpearlo.
Noah está bastante fuerte de jugar al fútbol, sobre todo en comparación con el cuerpo definido y fibroso de Pedro, pero estoy convencida de que él es capaz de repartir lo suyo, y probablemente vencería.

¿Cómo ha cambiado tanto mi vida que ahora tengo que preocuparme de que Noah y Pedro no se peleen?

—Pedro, por favor, márchate y ya hablaremos de esto más tarde —digo intentando calmar los ánimos.
Pero Noah niega con la cabeza.

—¿Hablar de qué? ¿Qué coño está pasando aquí, Pau?

«Joder.»

—Díselo. Vamos, díselo —insiste Pedro.
No me puedo creer que esté haciendo esto. Sé hasta qué punto puede ser cruel, pero esto ya pasa de castaño oscuro.

—¿Qué es lo que tienes que decirme, Pau? —pregunta Noah, y veo que su actitud es agresiva a causa de Pedro, pero se suaviza cuando se dirige a mí.

—Nada, lo que ya sabes, que he pasado la noche en casa de Pedro y Landon — miento.
Intento mirar a Pedro a los ojos con la esperanza de que acabe con esto de inmediato, pero él aparta la mirada.

—Díselo, Pau, o lo haré yo —ruge.

Sé que está todo perdido. Sé que ya no tiene sentido ocultarlo, y me echo a llorar. Pero quiero que Noah lo sepa de mi boca, no de la del capullo engreído que nos ha llevado a este punto. Me siento humillada, no por mí, sino por Noah. No se merece esto, y me avergüenzo de cómo lo he tratado y de lo que voy a tener que confesarle delante de Pedro.

—Noah..., yo... Pedro y yo hemos estado... —empiezo.

—Dios mío —balbucea él, y sus ojos empiezan a humedecerse.

«¿Cómo he podido hacerle esto? ¿En qué demonios estaba pensando?» Noah es tan bueno..., y Pedro, en cambio, es tan cruel que es capaz de hacer que le rompa el corazón delante de él.
Noah se lleva las manos a la frente y sacude la cabeza.

—¿Cómo has podido, Pau? Después de todo lo que hemos vivido juntos.
¿Cuándo empezó esto? —Las lágrimas descienden por su rostro desde sus brillantes ojos azules.

Jamás me había sentido tan mal. Yo he provocado esas lágrimas. Miro a Pedro, y el odio que siento hacia él es tan intenso que lo empujo en lugar de contestarle a Noah. Lo pillo desprevenido y se tambalea hacia atrás, pero recupera el equilibrio antes de caerse.

—Noah, lo siento muchísimo —digo—. No sé en qué estaba pensando.

Corro hacia mi novio e intento abrazarlo, pero él se niega a que lo toque. Y tiene todo el derecho del mundo. La verdad es que no me he portado bien con él desde hace algún tiempo. No sé en qué demonios estaba pensando. Supongo que en algo tan absurdo como que Pedro se transformara en una buena persona y en romper con Noah para salir con él. 

¿Cómo he podido ser tan estúpida? O en que podría mantenerme alejada de Pedro y Noah jamás se enteraría de lo que había sucedido entre
nosotros. El problema es que no puedo mantenerme alejada de Pedro. Soy como una polilla ante su llama, y él nunca duda en quemarme. Ambas eran ideas totalmente estúpidas e ingenuas, pero desde que conocí a Pedro no pienso con claridad.

—Yo tampoco sé en qué estabas pensando —responde Noah con los ojos cargados de dolor y pesar—. No te reconozco.

Y, dicho eso, se marcha, de la habitación y de mi vida.

—¡Noah, por favor, espera! —grito.
Me dispongo a correr tras él, pero Pedro me agarra del brazo e intenta retenerme.

—¡No me toques! —chillo—. ¡No puedo creer que hayas hecho eso! Ha sido demasiado rastrero incluso viniendo de ti, Pedro—le grito, y libero mi brazo de un tirón.

Lo empujo de nuevo, con fuerza. Nunca había empujado a nadie hasta hoy, y lo odio con toda mi alma.

—Si te marchas detrás de él, esto se ha acabado —dice, y me quedo boquiabierta.

—¿Que se ha acabado? ¿El qué se ha acabado? ¿Que juegues con mis sentimientos? ¡Te odio! — No quiero alimentarlo con mi furia, de modo que me relajo un poco y le espeto —: No se puede acabar algo que nunca ha empezado.

Él deja caer las manos a los costados y abre la boca, pero no dice nada.

—¡Noah! —grito, y cruzo la puerta a toda prisa.
Corro por el pasillo y salgo al magnífico césped. Por fin lo alcanzo en el aparcamiento y veo cómo acelera el paso.

—Noah, por favor, escúchame. Lo siento muchísimo. Había bebido. Sé que no es excusa, pero yo... —Me seco los ojos, y la expresión de su rostro se suaviza.

—No puedo seguir escuchándote... — dice.
Tiene los ojos rojos. Intento cogerlo de la mano, pero la aparta.

—Noah, por favor. Lo siento. Perdóname, por favor. —No puedo perderlo. No puedo.

Cuando llega a su coche, se pasa la mano por su pelo perfectamente engominado y se vuelve para mirarme.

—Necesito tiempo, Pau. Ahora mismo no sé qué pensar.

Suspiro, derrotada, sin saber qué responder a eso. Necesita tiempo para superarlo, y después
podremos volver a la normalidad. Sólo necesita tiempo, me digo a mí misma.

—Te quiero, Pau—dice Noah, y me coge por sorpresa cuando me besa en la frente antes de montarse en su coche y alejarse conduciendo.

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