Después de clase me despido de Landon y voy a hablar con el profesor para
justificar mis faltas de asistencia. Me da la enhorabuena por mis prácticas y
me explica que ha modificado un poco el programa de la asignatura. Sigo
hablando con él hasta que Pedro se va.
Regreso a mi cuarto y coloco los apuntes y los libros de texto sobre la
cama. Intento estudiar pero estoy nerviosa, como si esperase que Steph, Pedro o
cualquiera de las personas que siempre están entrando y saliendo de mi
habitación aparecieran en cualquier momento. Recojo mis libros, los meto en la
mochila y voy a por el coche. Quiero encontrar un sitio fuera del campus donde
pueda estudiar, tal vez una cafetería.
De camino a la ciudad veo una pequeña biblioteca en la esquina de una calle
muy animada. Sólo hay unos pocos coches en el aparcamiento, así que entro.
Camino hacia el fondo y me siento junto a la ventana. Saco mis cosas y me pongo
a trabajar. Por primera vez puedo estudiar en paz, sin distracciones. Éste será
mi nuevo santuario. El sitio perfecto para estudiar.
—Vamos a cerrar dentro de cinco minutos —me dice la anciana bibliotecaria.
«¿Ya van a cerrar?»
Miro por la ventana y veo que es de noche. Ni me he enterado de la puesta
de sol. Estaba tan enfrascada en mis libros que se han pasado las horas sin
darme cuenta.
Tengo que venir aquí más a menudo.
—Uy, vale, gracias —respondo recogiendo mis cosas.
Miro el móvil. Tengo un mensaje de Zed.
Sólo quería desearte
buenas noches. Qué ganas tengo de que sea viernes.
Es un encanto, así que
le contesto:
Muchas gracias, es todo
un detalle. Yo también tengo ganas.
Ya en mi habitación, y sin rastro de Steph, me pongo el pijama y cojo
Cumbres borrascosas. Me quedo dormida enseguida, soñando con Heathcliff y los
páramos.
El jueves transcurre con normalidad. Pedro y yo nos ignoramos mutuamente en
clase. Me paso la tarde en la pequeña biblioteca hasta la hora del cierre y me
acuesto temprano.
Cuando me despierto el viernes, tengo un mensaje de Landon. Me dice que no
podrá venir hoy al campus porque Dakota llegará antes de lo previsto. Barajo la
idea de saltarme literatura pero finalmente decido ir. No voy a permitir que Pedro
me jorobe otra de las cosas que me
gustan.
Tardo más de lo habitual en arreglarme. Me hago un semirrecogido con una
trenza y me rizo las puntas. Se supone que va a hacer calor, así que me pongo
un chaleco morado de franela y unos vaqueros. Cuando llego a la cafetería,
antes de clase, resulta que tengo a Logan delante de mí en la cola. Me ve antes
de que pueda escaparme sin ser vista.
—Hola, Pau —me saluda.
—¿Qué hay, Logan? —pregunto con educación.
—Todo bien. ¿Vas a venir esta noche?
—¿A la hoguera?
—No, a la fiesta. La hoguera va a ser un peñazo, como siempre.
—Ah, pues yo voy a ir a la hoguera. — Me río tímidamente y él me acompaña.
—Bueno, pues si te aburres ya sabes dónde estamos —me dice cogiendo su café.
Le doy las gracias y se marcha. Me alegro de que al grupito de Pedro no le
interese la hoguera.
Eso significa que no tendré que ver a ninguno de ellos esta noche.
Cuando llega la hora de literatura entro en clase y voy directa a mi sitio
sin mirar ni una sola vez hacia Pedro. Continúa el debate sobre Cumbres
borrascosas pero él no interviene. En cuanto acaba la clase, recojo mis cosas y
prácticamente salgo corriendo.
—¡Pau! —me llama Pedro.
Aprieto el paso. Sin Landon me siento más vulnerable. Cuando llego a la
acera noto que me toca el brazo. Sé que ha sido él por el cosquilleo que siento
en la piel.
—¡¿Qué?! —grito.
Da un paso atrás y me muestra el cuaderno que lleva en la mano.
—Se te ha caído.
El alivio y la decepción se baten en duelo en mi interior. Desearía que se
me pasase ya este dolor de pecho. En vez de ir a menos, va a más cada día que
pasa. No debería haber admitido que lo quiero, aunque sólo fuera a mí misma.
Podría haber seguido ignorando la verdad, tal vez así dolería menos.
—Muchas gracias —musito cogiendo el cuaderno.
Sus ojos atrapan los míos y nos quedamos mirando unos segundos hasta que
recuerdo que estamos en una acera muy transitada. Pedro menea la cabeza y se
aparta el pelo de la cara antes de dar media vuelta y desaparecer.
Llego al coche y conduzco directamente a casa de Landon. No me esperan
hasta las cinco y sólo son las tres, pero no puedo quedarme sentada sola en mi
habitación. Estoy medio zumbada desde que Pedro se metió en mi vida.
Cuando llego, Karen me abre la puerta y me invita a pasar con una enorme
sonrisa en la cara.
—Estoy sola en casa. Dakota y Landon han ido a comprar un par de cosas que
necesito —me dice acompañándome a la cocina.
—No pasa nada. Perdone que haya llegado tan pronto.
—No te preocupes. ¡Puedes ayudarme a cocinar!
Me pasa una tabla de cortar y unas cuantas cebollas y patatas para que las
corte mientras hablamos del tiempo y de la inminente llegada del invierno.
—Pau, ¿todavía te apetece ayudarme con el invernadero? Está climatizado, no
tendremos que preocuparnos del invierno.
—¡Claro que sí! Me encantaría.
—Genial. ¿Qué tal mañana? La semana que viene voy a estar un poco liada —
bromea.
Su boda. Casi lo había olvidado. Intento devolverle la sonrisa.
—Sí, yo diría que sí. —Ojalá hubiera conseguido que Pedro accediera a
asistir.
Pero si antes era difícil, ahora ya es imposible.
Karen mete el pollo en el horno y prepara los platos y los cubiertos para
que podamos poner la mesa.
—¿Va a venir Pedro a cenar? — pregunta mientras vamos colocando las cosas.
Está claro que intenta sonar como si no tuviera importancia, pero sé que la
pregunta la pone un poco nerviosa.
—No, no va a venir —le digo, y agacho la cabeza.
Deja de colocar platos.
—¿Va todo bien entre vosotros? No quiero meterme donde no me llaman,
pero...
—No, tranquila. —Ya puestos, mejor se lo cuento—. No creo que las cosas
vayan bien.
—Ay, cielo, cuánto lamento oír eso. Se nota que hay algo entre los dos, o
eso pensaba yo. Pero sé que es muy duro estar con alguien que tiene miedo de
demostrar sus sentimientos.
Esta línea de conversación me incomoda un poco. Ni siquiera con mi madre
puedo hablar de estas cosas, pero Karen es tan abierta que hace que estos temas
me resulten más fáciles con ella.
—¿A qué se refiere?
—Bueno, no conozco a Pedro tan bien
como querría, pero sé que emocionalmente se cierra a cal y canto. Ken ha pasado
muchas noches en vela pensando en él. Dice que siempre ha sido un niño infeliz.
—Se le humedecen los ojos—. Ni siquiera a su madre le decía que la quería.
—¿Cómo? —pregunto.
—No había manera de que lo dijera. No sé por qué. Ken no recuerda haberlo
oído decir que los quería ni una sola vez, a ninguno de los dos. Es muy triste,
no sólo para él, sino también para Pedro.
Se seca los ojos.
Para ser alguien que se niega a decirle a nadie que lo quiere, incluso a
sus padres, se dio mucha prisa en usar esas palabras en mi contra de un modo
odioso.
—Es... es un chico difícil de entender — es todo lo que se me ocurre decir.
—Sí, sí que lo es. Pero, Pau, espero que sigas visitándonos aunque las
cosas no funcionen entre vosotros.
—Por supuesto.
Quizá porque nota mi tristeza, Karen cambia de tema y hablamos del
invernadero mientras esperamos a que termine de hacerse la comida y retocamos
la mesa. Entonces, de pronto, en mitad de una frase deja de hablar y sonríe de
oreja a oreja. Me vuelvo y veo a Landon, que entra en la cocina seguido de una
chica preciosa con el pelo rizado. Sabía que iba a ser un bombón, pero es mucho
más bonita de lo que podría haberme imaginado.
—Hola, tú debes de ser Pau —dice en cuanto él abre la boca para
presentarnos.
De inmediato se acerca y me abraza, y me cae bien al instante.
—Dakota, he oído hablar mucho de ti. ¡Qué alegría conocerte al fin! —le
digo, y me sonríe.
Landon no le quita ojo de encima. Dakota le da un fuerte abrazo a Karen y
se sienta junto a la encimera.
—Nos hemos encontrado a Ken por el camino, estaba echando gasolina. Llegará
en cualquier momento —le dice Landon a su madre.
—Perfecto. Pau y yo ya hemos puesto la mesa.
Landon va junto a Dakota, le rodea la cintura con el brazo y la conduce a
la mesa. Mi sitio está enfrente del suyo. Miro el plato vacío que hay a mi
lado. Karen ha insistido en ponerlo por una «cuestión de simetría», pero me
pone un poco triste verlo. En otra vida, Pedro estaría sentado junto a mí,
cogiéndome la mano igual que Landon se la coge a Dakota, y podría contar con él
sin miedo al rechazo. Empiezo a desear haber invitado a Zed, aunque sé que
habría sido una situación muy rara...
Tener que cenar con dos parejas de tortolitos puede ser mucho peor.
Entonces entra Ken y me salva de mis pensamientos. Le da a Karen un beso en
la mejilla antes de sentarse.
—Qué buena pinta tiene la cena, cariño —dice colocándose la servilleta en
el regazo—. Dakota, cada vez que te veo estás más bonita. — Le sonríe y luego
me mira a mí—. Y Pau, enhorabuena por las prácticas en Vance. Christian me ha
llamado y me lo ha contado. Le causaste una inmejorable primera impresión.
—Gracias de nuevo por haberlo llamado. Es una oportunidad increíble.
Sonrío y nos quedamos en silencio mientras saboreamos el pollo asado de
Karen, que es una delicia.
—¡Perdón por llegar tarde!
El tenedor se me cae de la mano y aterriza en el plato.
—¡Pedro! ¡No sabía que ibas a venir! —dice Karen con toda la amabilidad del
mundo, y me mira. Aparto la vista. Ya se me está acelerando el pulso.
—Sí. Pau, ¿no te acuerdas que lo hablamos la semana pasada? —Me lanza su
sonrisa amenazadora y toma asiento a mi lado.
«Pero ¿qué mosca le ha picado? ¿Por qué no puede dejarme en paz?»
Sé que en parte es culpa mía porque sabe que me saca de quicio, pero disfruta
jugando al gato y al ratón. Todo el mundo me mira, así que asiento y cojo el
tenedor. Landon parece preocupado, y Dakota, confundida.
—Tú debes de ser Delilah —le dice Pedro.
—Dakota —lo corrige ella con amabilidad.
—Eso, Dakota. Lo mismo da —musita, y le doy un puntapié por debajo de la
mesa.
Landon le lanza una mirada asesina pero Pedro no parece notarlo. Ken y
Karen hablan de lo suyo, igual que Dakota y Landon. Yo me concentro en la
comida que tengo en el plato y pienso en cómo salir de ésta.
—Bueno, ¿qué tal tu noche? —me pregunta Pedro haciéndose el inocente. Sabe
que no voy a montar una escena y está intentando picarme.
—Muy bien —respondo en voz baja.
—¿No vas a preguntarme por la mía? — Sonríe con suficiencia.
—No —mascullo llevándome otro bocado a la boca.
—Pau, ¿es tu coche ese que he visto fuera? —me pregunta Ken.
Asiento.
—¡Sí! ¡Por fin tengo coche! —digo con una dosis extra de entusiasmo para
ver si todo el mundo se apunta y no tengo que seguir hablando sólo con Pedro.
Él enarca una ceja en mi dirección.
—¿Desde cuándo?
—Desde el otro día —respondo.
«Ya sabes, el día en que me dijiste que te iba la emoción de la persecución
y todo eso.»
—Ah. ¿De dónde lo has sacado?
—De un concesionario de coches de segunda mano —digo, y veo que tanto
Karen
como Dakota intentan disimular una sonrisa. Es mi oportunidad para dejar de ser
el centro de atención—. Dakota, Landon me ha dicho que estabas pensando en ir a
estudiar ballet a una escuela de Nueva York, ¿es verdad?
Nos cuenta sus planes de trasladarse a la gran ciudad, y Landon parece
alegrarse mucho por ella a pesar de lo lejos que van a estar.
Cuando termina, él mira el móvil y dice:
—Bueno, vamos a tener que irnos. La hoguera no espera a nadie.
—¿Por qué? —pregunta Karen—. Bueno, ¡pero al menos llevaos el postre!
Landon asiente y la ayuda a poner parte del postre en una fiambrera.
—¿Te llevo? —pregunta Pedro, y miro a mi alrededor porque no sé a quién se dirige—.
Te estoy hablando a ti —aclara.
—¿Qué? No, tú no vas —le digo.
—Sí, sí que voy. Y no puedes impedir que vaya, así que, ya puestos, vente
conmigo. —Sonríe y me pone la mano en el muslo.
—¿A ti qué te pasa? —inquiero por lo bajo.
—¿Podemos hablar fuera? —me pregunta al tiempo que mira a su padre de
reojo.
—No —susurro.
Cada vez que Pedro y yo «hablamos», acabo hecha un mar de lágrimas.
Pero él se pone de pie a toda velocidad, me coge de la mano y tira de mí
hasta que me levanto.
—Estaremos fuera —anuncia, y me arrastra por el pasillo en dirección a la
puerta principal.
Una vez fuera, recupero mi brazo de un tirón.
—¡Que no me toques!
Se encoge de hombros.
—Perdona, pero no ibas a venir conmigo por las buenas.
—Eso es porque no quiero.
—Lo siento. Te pido perdón por todo, ¿vale?
Sus dedos juegan con sus labios y yo evito mirarle la boca. Me concentro en
cómo sus ojos estudian mi expresión.
—¿Que lo sientes? No lo sientes, Pedro. Sólo quieres marearme. ¡Déjalo
estar! Estoy harta de pelear contigo a todas horas. No puedo seguir así. ¿Es
que no tienes a nadie más a quien incordiar?
Demonios, si quieres te ayudo a buscar a una pobre chica dulce e inocente
para que puedas torturarla a tu gusto, ¡pero a mí déjame en paz!
—No es eso lo que quiero. Sé que contigo estoy siempre en plan tira y
afloja y no sé por qué lo hago. Pero si me das otra oportunidad, sólo una más,
dejaré de hacerlo. He intentado alejarme de ti, pero no puedo. Te necesito...
Se mira los pies y se frota las puntas de las botas una con otra.
¿Cómo tiene el valor de venirme con ésas? Lo que acaba de decir me ayuda a
contener las lágrimas, ya le he regalado demasiadas a su ego.
—¡¿Quieres parar?! ¿Por qué no paras de una vez? ¿No estás cansado de esto?
Si me necesitaras, no me tratarías así. Tú mismo lo dijiste: te gusta la
emoción de la persecución, ¿recuerdas? No puedes aparecer aquí después de todo
y hacer como si no hubiera pasado nada.
—No lo decía en serio. Lo sabes.
—O sea, que admites que sólo lo dijiste para hacerme daño. —Le lanzo una
mirada asesina e intento mantener la guardia alta.
—Sí... —Agacha la cabeza.
Me tiene hecha un lío. Me asegura que quiere algo más, luego besa a Molly.
Me dice que me quiere y luego lo retira. Y ¿ahora se está disculpando otra vez?
—¿Por qué debería perdonarte? Acabas de admitir que hiciste algo sólo para
herirme.
—¿Una última oportunidad? Por favor, Pau. Te lo contaré todo —suplica.
Casi me creo el dolor que veo en sus ojos cuando me mira.
—No puedo —digo—. Tengo que irme. —¿Por qué no puedo acompañarte?
—Porque... porque he quedado allí con Zed.
Observo cómo cambia su expresión.
Parece que va a desmoronarse ante mis ojos. Tengo que sacar fuerzas de
flaqueza para no consolarlo. Pero él se lo ha buscado. Aunque de verdad le
importe, es demasiado tarde.
—¿Zed? ¿Estáis... saliendo juntos? —Lo dice con todo el asco del mundo.
—No, ni siquiera lo hemos hablado. Sólo estamos... No lo sé... Estamos
pasando tiempo juntos.
—¿No lo habéis hablado? Y si te pidiera que salieras con él, ¿aceptarías?
—No lo sé... —Y es la pura verdad—.
Es majo y educado y me trata bien.
«¿Por qué diablos estoy dándole explicaciones?»
—Pau, ni siquiera lo conoces. No sabes...
La puerta principal se abre entonces de par en par y aparece un Landon
radiante.
—¿Listos?
Mira a Pedro, que por una vez parece tener la guardia baja y... el corazón
roto.
Obligo a mis pies a moverse hacia mi coche y conduzco detrás del de Landon
cuando saca el suyo a la carretera. No puedo evitar echar la vista atrás y
mirar a Pedro, que sigue en el porche, viendo cómo me marcho a la hoguera.
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