Encontramos la habitación, pero por desgracia una de las camas está ocupada
por un tipo que ronca durmiendo la mona.
—¡Al menos la otra cama está libre! — exclama Zed, y se echa a reír—. Yo
voy a volver andando a casa; si te apetece venir...
Tengo un sofá en el que puedes dormir —añade.
A través de mi estado de confusión, intento pensar con claridad por un
segundo y llego a la conclusión de que Zed, como Pedro, se enrolla con muchas chicas
diferentes. Si accedo a esto, puede que lo interprete como que me estoy ofreciendo a besarlo. Y estoy segura de que, con lo atractivo que es Zed, no debe de resultarle difícil conseguir que las
chicas hagan algo más que eso.
—Creo que voy a quedarme aquí por si vuelve Steph —contesto.
Su rostro refleja una ligera decepción, pero me ofrece una sonrisa
comprensiva. Me dice que tenga cuidado y me da un abrazo de despedida. Cierra la puerta al marcharse
y yo cierro el pestillo.
Nunca se sabe quién puede entrar.
Observo al roncador comatoso y estoy convencida de que tardará un buen rato en despertarse. El cansancio que sentía abajo ha desaparecido
por alguna extraña razón, y ahora no paro de pensar en Pedro y en su comentario acerca del hecho de
que Noah todavía no se ha acostado conmigo. Puede que a él le resulte extraño, porque se acuesta
con una chica distinta cada fin de semana, pero Noah es un caballero. No necesitamos practicar sexo,
nos divertimos juntos haciendo otras cosas como..., bueno..., vamos al cine y a pasear.
Con eso en mente, me tumbo, pero pronto me encuentro mirando al techo,
contando los paneles en un intento de dormirme. De vez en cuando, el tipo ebrio da media vuelta en
la otra cama, pero finalmente mis ojos se cierran y empiezo
a quedarme dormida.
—No te había visto nunca por aquí — balbucea una voz grave en mi oreja.
Doy un brinco y su cabeza me golpea en la barbilla, lo que provoca que me
muerda la lengua.
Tiene la mano apoyada sobre la cama, a tan sólo unos centímetros de mis
muslos. Su respiración es pesada, y huele a vómito y a alcohol.
—¿Cómo te llamas, encanto? —exhala, y a mí me dan arcadas.
Levanto un brazo para empujarlo y alejarlo de mí, pero no funciona.
Él se echa a reír.
—No voy a hacerte daño... Sólo vamos a divertirnos un poco —dice, y se
relame los labios, dejando un hilo de saliva colgando sobre su barbilla.
Se me revuelve el estómago y lo único que se me ocurre es propinarle un
fuerte rodillazo. Con fuerza y justo ahí. Se agarra la entrepierna y retrocede como puede. Yo
aprovecho la oportunidad y salgo disparada. Cuando mis dedos temblorosos abren el pestillo, corro por
el pasillo, donde varias personas me miran como si fuera un bicho raro.
—¡Vamos, vuelve aquí! —Oigo que grita con su voz desagradable no muy
lejos de mí.
Por extraño que suene, a nadie parece sorprenderle que un tipo persiga a
una chica por el pasillo.
Se encuentra a tan sólo unos metros de distancia, pero por suerte está tan
borracho que no para de tambalearse contra la pared. Mis pies se mueven a su libre albedrío, y me
llevan por el pasillo hasta el único lugar que conozco en esta maldita casa.
—¡Pedro ! ¡Pedro, abre la puerta, por favor! —grito al tiempo que golpeo
la
madera con la otra mano e intento girar el pomo bloqueado —. ¡Pedro! —grito de nuevo, y
entonces la puerta se abre.
No sé qué me ha llevado a regresar a su dormitorio, pero espero que Pedro se muestre igual de categórico que antes con el tipo ebrio que intenta propasarse conmigo.
—¿Pau? —pregunta confundido mientras se frota los ojos con la mano.
Sólo lleva puesto un bóxer negro, y tiene el pelo todo revuelto.
Curiosamente, estoy más sorprendida por lo guapo que está que por el hecho de que me haya llamado
Pau en lugar de Paula.
—Pedro, ¿puedo pasar, por favor? Ese tipo... —digo, y miro a mis espaldas.
Él me aparta y mira por el pasillo. Ve a mi perseguidor, y éste, al
instante, pasa de dar miedo a parecer asustado. Me mira una vez más antes de dar media vuelta y volver
por el pasillo.
—¿Lo conoces? —pregunto con un tembloroso hilo de voz.
—Sí, pasa —dice él, y tira de mi brazo hacia el interior del cuarto.
No puedo evitar fijarme en el modo en que sus músculos se mueven por debajo
de su piel tatuada mientras camina hacia su cama. En la espalda no lleva ningún tatuaje, lo
cual es algo extraño, ya que tiene el torso, los brazos y el abdomen repletos. Se frota los ojos de
nuevo.
—¿Estás bien? —Su voz suena más ronca de lo habitual.
—Sí..., sí. Siento haber venido aquí y haberte despertado. Es que no sabía
qué...
—No te preocupes. —Se pasa la mano por el pelo alborotado y suspira—. ¿Te
ha tocado? — pregunta sin rastro de sarcasmo ni de socarronería.
—No, pero lo ha intentado. No sé cómo se me ocurre encerrarme en un cuarto
con un extraño bebido. Supongo que ha sido culpa mía.
La idea de que ese baboso haya tratado de ponerme las manos encima hace que
me entren gana de llorar, otra vez.
—No ha sido culpa tuya que haya hecho eso. No estás acostumbrada a este
tipo de... situación. — Su tono es amable y totalmente distinto del habitual.
Recorro la habitación en dirección a su cama y, sin hablar, le pido permiso
para sentarme. Él golpetea el colchón y yo me siento con las manos sobre el regazo.
—No tengo intención de acostumbrarme. Ésta es definitivamente la última vez
que pienso venir aquí, o a cualquier fiesta. No sé ni por qué lo he intentado. Y ese tipo...
ha sido tan...
—No llores, Pau—susurra Pedro.
Y lo curioso del caso es que no me había dado cuenta de que lo estaba haciendo. Él levanta la mano y casi me aparto de un modo reflejo, pero entonces la yema de su
pulgar atrapa la lágrima que rueda por mi mejilla. Separo los labios, sorprendida ante la ternura de su
gesto.
«¿Quién es este chico y dónde está el Pedro grosero y mordaz?» Levanto la vista para ver sus ojos verdes y observo cómo se le
dilatan las pupilas.
—No me había dado cuenta de lo grises que son tus ojos —dice en un tono tan
leve que tengo que acercarme para oírlo.
Su mano continúa en mi rostro mientras los pensamientos se agolpan en mi
mente. Entonces atrapa el aro que perfora su labio inferior con los dientes.
Nuestras
miradas se encuentran, y yo bajo la vista, sin saber muy bien qué está pasando. Pero cuando él aparta la
mano, miro sus labios de nuevo y siento la lucha interna entre mi sentido común y mis hormonas.
Sin embargo, el sentido común pierde la batalla y mis labios impactan
contra los suyos, cogiéndolo totalmente desprevenido.
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