Divina

Divina

lunes, 19 de octubre de 2015

After Capitulo 29


Landon me envía un mensaje con la dirección: «2875 Cornell Road». La copio y la pego en el programa de navegación de mi móvil, que dice que está a quince minutos en coche. ¿Qué puede estar pasando ahí para que Landon me necesite?

Cuando llego al lugar de destino, estoy tan confundida como al salir de mi habitación. Noah me ha llamado dos veces, pero no lo he cogido ninguna de ellas. Necesitaba que el GPS siguiera en la pantalla y, sinceramente, la expresión de desconcierto de su rostro me atormenta.

Todas las casas de la calle son enormes y parecen mansiones. Ésta, en particular, es al menos tres veces más grande que la de mi madre. Es una vivienda de ladrillo antigua, con un jardín en pendiente que hace que parezca que está asentada sobre una colina. Es preciosa incluso bajo la luz de
las farolas. Supongo que debe de ser la casa del padre de Pedro, ya que no
puede pertenecer a un estudiante universitario, y es la única razón que se me ocurre para que Landon pudiera estar aquí.

Inspiro hondo, espiro y subo los escalones. Golpeo con fuerza la puerta de caoba oscura y ésta se abre al cabo de unos segundos.

—Pau, gracias por venir. Lo siento, sé que tienes compañía. ¿Ha venido Noah contigo? — pregunta Landon, y mira hacia el coche al tiempo que me indica que pase.

—No, está en la residencia. ¿Qué pasa? ¿Dónde está Pedro?

—En el patio trasero. Está fuera de control —suspira resignado.

—Y ¿para qué me has hecho venir? — pregunto lo más amablemente que puedo.
«¿Qué tengo que ver yo con que Pedro esté fuera de control?»

—No lo sé, sé que lo detestas, pero tú hablas con él. Está muy borracho, y se ha puesto muy agresivo. Se ha presentado aquí y ha abierto una botella de whisky de su padre. ¡Se ha bebido más de media! Y después ha empezado a romper cosas: todos los platos de mi madre, un armario de cristal, y básicamente todo lo que ha encontrado.

—¿Qué? ¿Por qué?
Pedro me dijo que no bebía. ¿Eso también era mentira?

—Su padre le ha dicho que va a casarse con mi madre...

—Vale. —Sigo confundida—. Y¿Pedro no quiere que se casen? —
pregunto mientras Landon me guía hacia la amplia cocina.

Me quedo boquiabierta al ver el auténtico desastre que ha organizado Pedro. Hay un montón de platos rotos tirados por el suelo y una vitrina grande de madera volcada, con los cristales de las puertas hechos añicos.

—No, pero es una larga historia. Justo después de que su padre lo llamara para contárselo, se marcharon de la ciudad durante el fin de semana para celebrarlo. Creo que por eso ha venido aquí, para enfrentarse a él. Nunca pisa esta casa —me explica, y abre la puerta trasera.

Veo una sombra sentada a una pequeña mesa en el patio. Es Pedro.

—No sé qué crees que puedo hacer yo, pero lo intentaré.

Landon asiente. Se inclina y me coloca la mano en el hombro.

—Estaba gritando tu nombre —me dice en voz baja, y mi corazón se detiene.

Camino hacia Pedro y él levanta la vista. Tiene los ojos inyectados en sangre, y el pelo escondido bajo un gorro de lana gris. Abre unos ojos como platos, y entonces éstos se ensombrecen y quiero retroceder. Su aspecto casi resulta aterrador bajo la tenue luz del patio.

—¡¿Qué estás haciendo tú aquí?! — grita, y se pone de pie.

—Landon me ha... —contesto, y entonces desearía no haberlo hecho.

—Joder, ¡¿la has llamado?! —chilla en dirección a Landon, que vuelve a entrar en la casa.

—Déjalo en paz, Pedro. Está preocupado por ti —lo reprendo.

Se sienta de nuevo, y me hace un gesto para que haga lo mismo. Tomo asiento delante de él y lo observo mientras agarra la botella casi vacía de licor oscuro y se la lleva a la boca. Veo cómo su nuez se mueve mientras la apura. Cuando ha terminado, deja la botella con fuerza contra la mesa de cristal y doy un respingo al pensar que podría haberse roto la botella, la mesa o las dos cosas.

—Menuda pareja. Qué predecibles sois. El pobrecito Pedro está enfadado, ¡así que os aliáis contra mí para intentar hacer que me sienta mal por haber destrozado una puta vajilla! —dice arrastrando las palabras con una sonrisa enfermiza.

—¿No decías que no bebías? — inquiero, y me cruzo de brazos.

—Y no lo hacía. Hasta ahora, supongo.No seas condescendiente conmigo; tú no
eres mejor que yo —replica apuntándome con un dedo, y coge la botella para darle otro trago.

Me da miedo, pero no puedo negar que estar cerca de él, aunque esté así de borracho, hace que me sienta viva. He echado de menos cómo me hace sentir.

—No he dicho que sea mejor que tú. Sólo quiero saber por qué estás bebiendo.

—Y ¿a ti qué te importa? ¿Dónde está tu «novio»? —Me mira directamente a los ojos, y el sentimiento que los suyos me transmiten es tan intenso que me veo obligada a apartar la mirada.

Ojalá supiera de qué sentimiento se trata; imagino que es odio.

—Está en mi habitación —digo—. Sólo quiero ayudarte, Pedro. —Me inclino un poco sobre la mesa para tocarle la mano, pero él la aparta.

—¿Ayudarme? —Se echa a reír.

Deseo preguntarle por qué estaba gritando mi nombre si va a seguir comportándose de este modo tan despreciable, pero no quiero volver a delatar a Landon.

—Si de verdad quieres ayudarme, lárgate.

—¿Por qué no me cuentas qué te pasa? —Me miro las manos y empiezo a limpiarme las uñas.

Suspira, se quita el gorro de lana y se pasa la mano por el pelo antes de volver a colocárselo.

—Mi padre ha decidido contarme, precisamente ahora, que va a casarse con Karen, y que la boda es el mes que viene. Debería habérmelo dicho hace tiempo, y desde luego no por teléfono. Estoy convencido de que Landon el perfecto lo sabe desde hace tiempo.

«¡Vaya!» La verdad es que no esperaba que me lo contara, así que ahora no sé muy bien qué decir.

—Seguro que tenía sus motivos para no decírtelo.

—Tú no lo conoces. No le importo una mierda. ¿Sabes cuántas veces hemos hablado el último año? ¡Unas diez! Lo único que le importa es su enorme casa, su ahora futura esposa y su nuevo hijito perfecto —balbucea, y da otro trago. Yo aguardo en silencio mientras prosigue
—: Deberías ver el cuchitril en el que vive mi madre en Inglaterra. Ella dice que le gusta, pero sé que no es verdad.
¡Toda la casa es más pequeña que el dormitorio que tiene mi padre aquí! Mi madre prácticamente me obligó a venir a estudiar a Estados Unidos, para que estuviera más cerca de él, ¡y mira cómo ha salido todo!

Tras la información que me ha proporcionado, creo que empiezo a entenderlo mucho mejor. Pedro está dolido; por eso es como es.

—¿Cuántos años tenías cuando se marchó? —le pregunto.
Me mira con recelo, pero contesta:

—Diez. Pero incluso antes de que se marchara, nunca estaba en casa. Se pasaba cada noche en un bar diferente. Y ahora es don Perfecto y posee toda esta mierda —dice señalando con la mano hacia la casa.

Su padre los abandonó cuando tenía diez años, como el mío, y ambos eran alcohólicos. Tenemos más en común de lo que pensaba. Este Pedro herido y borracho parece mucho más pequeño, mucho más frágil que la persona enérgica y socarrona que había conocido hasta ahora.

—Siento que os abandonara, pero...

—No, no necesito tu compasión —me interrumpe.

—No es compasión. Sólo intento...

—¿Qué intentas?

—Ayudarte. Estar aquí para ti —digo con ternura.

Él sonríe. Es una sonrisa preciosa pero vacía, y, aunque me gustaría tener esperanzas de poder ayudarlo con esto, sé perfectamente lo que viene a continuación.

—Eres patética. ¿No ves que no te quiero aquí? No quiero que estés aquí para mí. Sólo porque me haya enrollado contigo no significa que quiera nada de ti. Pero aquí estás, y dejas al «majo» de tu novio, que sorprendentemente soporta estar contigo, para venir a verme e intentar «ayudarme». Eso, Paula, es la pura definición de la palabra patética —dice marcando las sílabas mientras dibuja unas comillas en el aire.

Su voz está cargada de ponzoña, tal y como imaginaba, pero decido pasar por alto el dolor que siento en el pecho y lo miro.

—Sé que no has querido decir eso.

Me viene a la mente el recuerdo de hace una semana, cuando estaba riéndose y hundiéndome en el agua, y no tengo claro si es un gran actor o un auténtico mentiroso.

—Claro que sí. Lárgate —dice, y levanta la botella para dar otro trago.

Alargo el brazo por encima de la mesa, se la quito de las manos y la lanzo por el patio.

—¡¿Qué cojones haces?! —chilla, pero yo hago caso omiso y me dirijo hacia la puerta trasera.
Oigo cómo se tambalea y se planta delante de mí.
—¿Adónde vas? —dice con el rostro a unos centímetros del mío.

—A ayudar a Landon a limpiar el desastre que has montado, y después me voy a casa.
Mi voz suena mucho más calmada de lo que estoy en realidad.

—Y ¿por qué vas a ayudarlo? — pregunta con absoluto desprecio.

—Porque, a diferencia de ti, él merece que alguien lo ayude —replico, y su rostro se ensombrece.

Debería decirle más cosas. Debería gritarle por todas las cosas hirientes que me ha dicho, pero sé que eso es lo que quiere. A eso es a lo que se dedica, a hacer daño a todos los que lo rodean, y después se regocija en el caos que eso provoca.

Finalmente, se aparta despacio de mi camino.
Una vez dentro, encuentro a Landon agachado, intentando levantar la vitrina.

—¿Dónde está la escoba? —pregunto cuando ha terminado.
Él me regala una sonrisa de agradecimiento.

—Ahí mismo —señala—. Gracias por todo.

Asiento y empiezo a barrer los platos rotos. Hay muchísimos. Me siento fatal al pensar que cuando regrese la madre de Landon se encontrará con que todos sus platos han desaparecido. Espero que no tuvieran un gran valor sentimental para ella.

—¡Ay! —exclamo al clavarme una esquirla de cristal en el dedo.
Unas gotitas de sangre caen sobre el suelo de madera y corro hacia la pila.

—¿Estás bien? —pregunta Landon preocupado.

—Sí, es sólo un ligero corte, no sé por qué sale tanta sangre.

La verdad es que no me duele mucho. Cierro los ojos, dejo caer el agua sobre mi dedo y, al cabo de unos minutos, oigo que la puerta trasera se abre. Abro los ojos de nuevo, me vuelvo y veo a Pedro en el umbral.

—Pau, ¿podemos hablar, por favor? —pregunta.

Sé que debería contestar que no, pero al ver el contorno de sus ojos enrojecido, asiento. Desvía la mirada hacia mi mano y después hacia la sangre en el suelo.
Se acerca a mí rápidamente.

—¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado?

—No es nada, me he clavado un cristalito —le contesto.

Me coge la mano y la saca de debajo del agua. Y, cuando me toca el brazo, siento esa electricidad. Me mira el dedo, frunce el ceño, me suelta y se dirige hacia Landon. «¿Acaba de llamarme patética y ahora se muestra preocupado por mi salud?» Me va a volver loca, literalmente, y acabarán teniendo que encerrarme en una habitación acolchada.

—¿Dónde están las tiritas? —le pregunta a Landon con tono exigente.

Él le contesta que están en el baño. Al cabo de un minuto, Pedro regresa y me coge la mano de nuevo. Primero vierte un poco de gel antibacterial en el corte y después me envuelve el dedo con cuidado. Permanezco callada, tan confundida ante las acciones de Pedro como Landon parece estarlo.

—¿Podemos hablar, por favor? — pregunta de nuevo, y aunque sé que no debería..., ¿desde cuándo hago lo que debo cuando Pedro está implicado?


Asiento, y él me agarra de la muñeca y me lleva afuera de nuevo.

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