Divina

Divina

jueves, 29 de octubre de 2015

After Capitulo 60

Nunca he sido deportista, pero voy a tope de adrenalina y corro pies para qué os quiero. Llego al final de la calle pero empiezo a cansarme. ¿Adónde diablos voy? No recuerdo cuál es el sendero que cogí la última vez para volver a la residencia y, como una estúpida, me he dejado el móvil en la habitación. Por demostrarme no sé qué a mí misma. Porque soy independiente y no necesito a Pedro.
Pedro, que me pisa los talones y grita:

—¡Pau, para!

Y me paro. Freno en seco.

«¿Por qué huyo de él? Es él quien tiene que explicarme por qué sigue jugando conmigo de este modo.»

—¿Qué te ha dicho Zed?

«¿Perdona?»

Me vuelvo para mirarlo. Lo tengo sólo a unos metros y su expresión es de sorpresa. No esperaba que parase de correr.

—Oye... —Por una vez se ha quedado sin habla—. ¿Qué te ha contado Zed?

—Nada. ¿Acaso tiene algo que contarme?

Doy otro paso hacia él, ahora estamos frente a frente. El cabreo me llega en oleadas.

—Lo siento, ¿vale? —dice en voz baja.

Me mira a los ojos y estira la mano para coger la mía, pero la aparto. Aunque no responde a mi pregunta sobre Zed, estoy demasiado cabreada para que me importe.

—¿Que lo sientes? ¿Lo sientes? — repito, y mi voz suena a carcajada.

—Sí, lo siento.

—Vete al infierno, Pedro.

Echo a andar pero me coge del brazo. Es la gota que colma el vaso. Mi mano levanta el vuelo y lo abofeteo, con fuerza. Me sorprende mi propia violencia tanto como a él y casi quiero disculparme por haberle pegado, pero el daño que me ha hecho supera con creces una mejilla colorada.

Se lleva la mano a la cara y se frota lentamente la piel enrojecida. Me mira. La ira y la confusión brillan en sus ojos.

—Pero ¿qué coño te pasa? ¡Tú has besado a Zed primero! —me grita.

Pasa un coche y el conductor nos mira, pero me da igual. Me da igual si montamos una escena.

—Pero ¿cómo tienes la cara de echarme a mí la culpa? ¡Me has mentido y has jugado conmigo como si fuera estúpida, Pedro! Justo cuando empezaba a pensar que podía confiar en ti, ¡vas y me humillas! Si lo que querías era estar con Molly, ¿por qué no me has dicho que te dejara en paz? Pero no, en vez de eso, me vienes con el cuento de que quieres más y me suplicas que pase la noche contigo, ¡sólo para utilizarme! ¿Por qué? ¡¿Qué te has ganado aparte de una mamada?! —le grito. La palabra suena rara saliendo de mi boca.

—¿Qué? ¿Eso crees que estaba haciendo? ¿Crees que te estaba utilizando? —replica.

—No. No es que lo crea, Pedro, es que lo sé. Pero ¿sabes qué? Se acabó. Estoy harta, estoy más que harta. ¡Cambiaré de residencia si es necesario con tal de no tener que volver a verte!
Lo he dicho muy en serio. No necesito que esta gente me amargue más la vida.

—Estás exagerando —dice como si nada, y me cuesta muchísimo no volver a cruzarle la cara.

—¿Que estoy exagerando? No les has hablado a tus amigos de nosotros, no me dijiste que había una fiesta y luego me dejas tirada en el aparcamiento como a una imbécil y te vas con Molly. ¡Con Molly! Entonces vengo aquí y me la encuentro sentada en tu regazo, y encima vas y la besas delante de mis narices, Pedro. Creo que mi reacción está más que justificada — digo, aunque mi voz acaba siendo un suspiro hastiado.

Me enjugo las lágrimas de los ojos y parpadeo mirando al cielo nocturno.

—¡Tú también has besado a Zed delante de mis narices! —ruge—. ¡Y no te he dicho que había una fiesta porque no tengo por qué contártelo! De todas formas, no habrías querido venir. Habrías preferido quedarte en tu cuarto estudiando o mirando las musarañas.

Miro su figura borrosa a través de mis ojos llorosos y simplemente le pregunto:

—¿Por qué pierdes el tiempo conmigo? ¿Para qué te has molestado en seguirme, Pedro?
Su silencio me da la respuesta.

—Ya, eso mismo pensaba yo —añado —. Creías que vendrías, te disculparías y yo aceptaría seguir siendo un secreto, tu novia aburrida escondida en el armario. Pues te equivocas. Confundes mi amabilidad con debilidad y te vas a llevar un buen chasco.

—¿Mi novia? ¿Te has pensado que eras mi novia? —aúlla.
Sus palabras multiplican por mil el dolor que siento en el pecho; casi ni me tengo en pie.

—No... Yo... —Quiero decir algo, pero no sé qué.

—¿Pensabas que eras mi novia? —dice riéndose a carcajadas.

—Mira, pues sí —confieso. Ya me ha humillado de lo lindo, así que no tengo nada que perder—. Me soltaste ese rollo de que querías más y te creí. Me tragué todo lo que me dijiste, todas las cosas que decías que nunca le habías contado a nadie... Aunque imagino que también era mentira. Estoy segura de que nada de eso ha pasado en realidad. —Me encojo de hombros abatida—Pero ¿sabes qué? Ni siquiera estoy enfadada contigo. Estoy enfadada conmigo misma por haberte creído. Sabía cómo eras antes de que empezara a pillarme de ti, y sabía que ibas a hacerme daño. ¿Cómo fue eso que me dijiste?, ¿que ibas a «destruirme»? No, que ibas a «acabar conmigo»... Pues enhorabuena,
Pedro. Tú ganas —sollozo.

El dolor le nubla la mirada... Bueno, parece dolor. Probablemente sea que le hago gracia.

Me da igual ganar o perder o jugar a todos estos jueguecitos absurdos. Doy media vuelta y echo a andar otra vez hacia la casa; seguro que allí podré encontrar a alguien que me preste su móvil para llamar a Landon o conseguir que alguien me lleve a la residencia.

—¿Adónde vas? —pregunta.

Me duele que no tenga nada que decir, que no me haya ofrecido una explicación. Sólo me ha confirmado lo que yo ya sabía, que no tiene corazón.
Camino más deprisa, ignorándolo. Me sigue, me llama un par de veces pero me niego a dejarme engatusar de nuevo por su voz.
Cuando llego a los escalones de la entrada de la fraternidad, me encuentro con el pelo rosa de Molly.

—¡Anda, mira, si te está esperando y todo. Sois perfectos el uno para el otro!—le grito a Pedro sin volver la vista atrás.

—No es verdad, y lo sabes —ruge él.

—Lo único que sé es que no sé nada — replico subiendo los peldaños de dos en dos.
Zed aparece entonces en la puerta y corro a su lado.

—¿Me dejas usar tu móvil, por favor? —le suplico, y él asiente.

—¿Te encuentras bien? He salido a buscarte pero no te he visto —me dice.

Pedro se planta delante de nosotros mientras yo llamo a Landon y le pido que venga a recogerme. Zed y Pedro se miran a la cara un segundo cuando me oyen pronunciar el nombre de Landon, luego Zed desvía la mirada de Pedro y me mira a mí.

—¿Va a venir? —pregunta en tono preocupado.

—Sí, llegará dentro de unos minutos. Gracias por prestarme el móvil —le digo ignorando a Pedro.

—No hay de qué. ¿Quieres que me quede a esperarlo contigo? —añade.

—No, yo me quedo con ella — interviene Pedro con la voz cargada de veneno.

—Me encantaría que te quedaras, Zed —digo, y empiezo a bajar los escalones con él.

Pedro, que es un capullo, nos sigue y se queda detrás de nosotros. Es todo muy incómodo. Steph,
Tristan y Molly se apuntan también.

—¿Estás bien? —me pregunta Steph.

—Sí —digo asintiendo con la cabeza—. Pero me voy ya. No debería haber venido.
Cuando Steph me abraza, Molly susurra por lo bajo:

—En eso tienes razón.

Vuelvo la cabeza en su dirección en cuanto termina la frase. Odio los enfrentamientos, pero a Molly la odio mucho más.

—Pues mira, ahí le has dado —le espeto —. ¡No debería estar aquí! No soy tan aficionada como tú a emborracharme y a restregarme con todo lo que se menea.

—¿Perdona? —replica ella.

—Ya me has oído.

—¿A ti qué te pasa? ¿Te cabrea que haya besado a Pedro? Porque, verás, bonita, yo beso a Pedro cuando me da la gana — presume.

El color se me va de la cara. Miro a Pedro, que no dice nada. ¿Ha estado todo este tiempo liándose con Molly? No me sorprende. Ni siquiera sé cómo responderle. Intento pensar en una buena contestación, pero la verdad es que no se me ocurre nada. Estoy segura de que en cuanto me vaya me vendrán como cincuenta a la cabeza, pero ahora mismo me he quedado en blanco.

—Vayamos adentro —sugiere Tristan cogiendo a Molly y a Steph del brazo. Intento dirigirle una sonrisa de agradecimiento en cuanto echan a andar.

—Tú también, Pedro. No te quiero ni ver —le digo mirando a la calle.

—No la he besado, al menos no últimamente. Sólo esta noche, lo juro — dice él.

«¿Por qué lo dice delante de todo el mundo?»
Molly se vuelve.

—Me importa una mierda con quién vayas morreándote por ahí. Ahora piérdete —repito.

Siento un gran alivio cuando finalmente veo el coche de Landon.

—Gracias otra vez —le digo a Zed.

—De nada. No olvides lo que hemos hablado —me dice esperanzado, recordándome nuestra supuesta cita.

—Pau... —me llama Pedro mientras camino hacia el coche. Como lo ignoro, grita mi nombre con más fuerza—: ¡Pau!

—¡No tengo nada más que decirte, Pedro! No pienso volver a escuchar tus mentiras. ¡Déjame en paz de una puta vez! —grito volviéndome para mirarlo a la cara.

Soy consciente de que todo el mundo nos está mirando, pero es que ya no puedo más.

—Pau..., yo... yo...

—¿Qué? ¡¿Qué, Pedro?! —chillo aún más alto.

—Yo... ¡Te quiero! —grita.

Y me quedo sin aire en los pulmones.

Y a Molly parece que le va a dar un soponcio.

Y Steph parece que ha visto un fantasma.

Durante unos segundos nadie se mueve, como si hubiera pasado un extraterrestre y nos hubiera congelado tal cual. Cuando por fin consigo hablar, digo en voz baja:

—Estás enfermo, Pedro. Eres un maldito enfermo.

A pesar de que sé que esto forma parte de su jueguecito, oírlo pronunciar esas palabras me remueve algo por dentro. Me dispongo a abrir la puerta del coche de Landon, pero Pedro me coge la mano.

—Lo digo de verdad —dice—. Te quiero. Sé que no me crees, pero es la verdad. Te quiero.

Se le llenan los ojos de lágrimas. Aprieta los labios y se cubre el rostro con las manos. Da un paso atrás, luego otro hacia adelante, y cuando baja las manos sus ojos verdes parecen sinceros, asustados.

Pedro... Es un gran actor, mejor de lo que creía. No me puedo creer que esté montando este cirio delante de todo el mundo.


Le doy un empellón para quitármelo de encima y abro la puerta del coche. Echo el pestillo antes de que recupere el equilibrio. Landon arranca y se pone en marcha. Pedro golpea con los puños la ventanilla y yo me tapo la cara con las manos para que no me vea llorar....

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