Divina

Divina

miércoles, 7 de octubre de 2015

After Capitulo 7


Pedro ya ha entrado en la casa y ha desaparecido de mi vista, cosa que me parece estupenda, porque quizá ya no tenga que volver a verlo en lo que queda de noche. Teniendo en cuenta la cantidad de personas que hay en este lugar,
seguramente no lo haga. Sigo a Steph y a Nate hacia el atestado salón
y me entregan un vaso rojo. Me vuelvo para rechazarlo con un educado
«No, gracias», pero es demasiado tarde, y no tengo ni idea de quién me lo ha dado. 
Lo dejo sobre una superficie y sigo recorriendo la casa con ellos. Nos detenemos cuando llegamos junto a un grupo de gente apiñada alrededor de un sofá; doy por hecho que con los amigos de Steph, dada su apariencia. Todos llevan
tatuajes, como ella, y están sentados en fila en el sofá. Por desgracia, Pedro está sentado en uno de los brazos, pero evito mirarlo mientras Steph me presenta al grupo.

—Ésta es Pau, mi compañera de habitación. Llegó ayer, así que quiero que se lo pase bien en su primer fin de semana en la WCU — explica.

Uno por uno, me saludan con la cabeza o me sonríen. Todos ellos parecen simpáticos, excepto Pedro, por supuesto. Un chico muy atractivo con la piel aceitunada me tiende la mano y estrecha la mía. La tiene algo fría por la bebida que estaba sosteniendo, pero su sonrisa es cálida. La luz se refleja en su boca, y me parece atisbar algo de metal en su lengua, pero cierra los labios demasiado rápido como para estar segura.

—Soy Zed. ¿Cuál es tu especialidad? — me pregunta.

Advierto que repasa con la mirada mi recatado vestido y sonríe ligeramente pero no dice nada.

—Filología —digo sonriendo con orgullo.

Pedro resopla en señal de burla, pero finjo no oírlo.

—Genial —dice Zed—. A mí me van las flores. —Se echa a reír y yo me río
también.
«¿Las flores? —me digo—. ¿Qué demonios significa eso?»

—¿Quieres tomar algo? —añade antes de que pueda preguntarle por lo de las flores.

—No, no bebo —contesto, y él intenta ocultar su sonrisa.

—Tenía que ser Steph quien trajera a la señorita Remilgada a una fiesta —dice
entonces entre dientes una chica menuda con el pelo rosa.

Finjo no oírla para evitar cualquier tipo de enfrentamiento. ¿«Señorita Remilgada»? Yo no soy en absoluto remilgada, pero me he esforzado y he estudiado mucho para llegar a donde estoy y, puesto que mi padre nos abandonó, mi madre ha estado trabajando toda su vida para asegurarse de que yo tenía un buen futuro.

—Voy a tomar un poco el aire —digo, y giro sobre mis talones para marcharme.
Tengo que evitar escenitas en las fiestas a toda costa. No quiero crearme enemigos cuando aún no tengo ningún amigo.

—¡¿Quieres que vaya contigo?! —grita Steph a mis espaldas.

Niego con la cabeza y me dirijo a la puerta. Sabía que no debería haber venido. Debería estar en pijama, acurrucada con una novela ahora mismo. O podría estar hablando por Skype con Noah, a quien echo muchísimo de menos. Incluso dormir sería mejor opción que estar sentada fuera de esta horrible fiesta rodeada de un montón de extraños borrachos. Decido mandarle un mensaje a Noah y
me acerco a un rincón del jardín que parece menos masificado.

Te echo de menos. De momento, la universidad no me está resultando muy divertida.

Le doy a «Enviar» y me siento en un muro bajo de mampostería para esperar su respuesta. Un grupo de chicas borrachas pasan por delante de mí, entre risitas y tropezando con sus propios pies.

Noah responde al instante:

¿Por qué no? Yo también te echo de menos, Pau. Ojalá pudiera estar ahí contigo.

Sonrío al leer sus palabras.

—¡Mierda, perdona! —dice una voz masculina, y un segundo después siento cómo un líquido frío empapa la parte delantera de mi vestido. El tipo tropieza, se incorpora y se apoya contra el muro bajo—. Lo siento, de verdad —farfulla, y se sienta.

Esta fiesta va de mal en peor. Primero esa chica me llama remilgada, y ahora tengo el vestido empapado con sabe Dios qué clase de alcohol. Y apesta.

Suspiro, cojo mi móvil y entro en la casa en busca de un cuarto de baño. Me
abro paso entre el atestado vestíbulo y pruebo a abrir todas las puertas que me encuentro por el camino, pero están todas cerradas. Intento no pensar en qué
está haciendo la gente en esas habitaciones.

Me dirijo al piso de arriba y continúo mi búsqueda del baño. Por fin, una de las puertas se abre.

Por desgracia, no es un baño. Es un dormitorio y, para mayor desgracia para mí, Pedro está tumbado sobre la cama, con la chica del pelo rosa a horcajadas sobre su regazo, cubriéndole la boca con la suya.

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