A una manzana de la casa de la fraternidad, las calles están oscuras y
silenciosas. Las demás casas de fraternidades no son tan grandes como la de Pedro.
Al cabo de una hora
y media de caminar consultando el GPS de mi móvil como una posesa, por fin llego al campus.
Totalmente sobria ya, pienso que, en vista de la hora que es, casi es mejor que ya no me acueste,
de modo que entro en el 7- Eleven a por un café.
Cuando la cafeína hace su efecto me doy cuenta de que hay muchas cosas que
no entiendo de Pedro. Como por qué está en una fraternidad con un montón de niños de papá
cuando él es un macarra, y por qué pasa de un extremo a
otro tan rápidamente.
Sin embargo, son sólo cavilaciones teóricas, ya que ni siquiera sé por qué pierdo el tiempo pensando en él, y
después de lo de esta noche definitivamente no voy a seguir intentando hacerme amiga suya. No me puedo
creer que lo haya besado. Ése ha sido, posiblemente, el peor error que podría haber cometido,
y en el instante en que he bajado la guardia, me ha atacado con mayor crudeza que nunca. No soy tan
ingenua como para pensar que no se lo va a contar a nadie, pero espero que la vergüenza de
confesar a la gente que ha
besado a la «virgen» haga que mantenga la boca cerrada. Si alguien me
pregunta, lo negaré hasta la muerte.
Tengo que pensar en una buena explicación que darles a Noah y a mi madre
por mi comportamiento de anoche. No por lo del beso, obviamente, de eso no se van
a enterar jamás, sino por estar en una fiesta. Otra vez. Pero también debo mantener una charla muy en serio con Noah acerca de lo de ir contándole a mi madre las cosas. Ahora soy una persona
adulta, y no hace falta que sepa lo que hago en todo momento.
Cuando llego a la puerta de mi habitación, me duelen las piernas y los
pies, y suspiro de alivio cuando giro el pomo.
No obstante, casi me da un ataque al corazón cuando veo que Pedro está
sentado en mi cama.
—¡Venga ya! —digo medio gritando cuando por fin recupero la compostura.
—¿Dónde estabas? —pregunta tranquilamente—. He estado dando vueltas con el
coche intentando encontrarte durante casi dos horas.
«¿Qué?»
—¿Cómo? ¿Por qué?
Si iba a hacer eso, ¿por qué no se ha ofrecido a llevarme a casa antes? Y, lo que es más importante, ¿por qué no se lo he pedido yo en cuanto me he enterado de que
no había bebido alcohol?
—Es que no me parece buena idea que andes por ahí de noche, sola.
Y, ante el hecho de que ya soy incapaz de interpretar sus expresiones, y de
que
Steph esté vete tú a saber dónde, y de que me encuentro a solas con él —con la persona que
parece suponer el verdadero peligro para mí—, lo único que puedo hacer es
echarme a reír. Es una risa nerviosa, frenética, poco típica de mí. Desde luego no me estoy riendo porque me haga
gracia la situación, sino porque estoy demasiado agotada mentalmente como para hacer otra cosa.
Pedro me mira con el ceño fruncido, y eso hace que me ría más fuerte aún.
—Lárgate, Pedro. ¡Lárgate!
Él me mira y se pasa las manos por el pelo. Al menos eso me da alguna
pista. En el poco tiempo que conozco a este hombre tan frustrante llamado Pedro Alfonso, he aprendido
que cuando hace eso es porque algo lo estresa o porque se siente incómodo. Ahora mismo espero que
sean las dos cosas.
—Paula, yo... —empieza, pero unos terribles golpes en la puerta y unos
gritos interrumpen sus palabras.
—¡Paula! ¡Paula Chaves, abre la puerta ahora mismo!
Mi madre. Es mi madre. A las seis de la mañana. Y hay un chico en mi
habitación.
Me pongo en acción de inmediato, como hago siempre que tengo que
enfrentarme a su furia.
—Joder, Pedro, métete en el armario —susurro agarrándolo del brazo para
levantarlo de la cama.
Él me mira con expresión divertida.
—No pienso esconderme en el armario. Tienes dieciocho años.
En cuanto lo dice, sé que tiene razón, pero él no conoce a mi madre. Gruño
con frustración cuando ella golpea la puerta otra vez. Pedro se ha cruzado de brazos y su
postura desafiante me indica que no voy a poder moverlo, de modo que me miro al espejo, me paso los dedos por debajo de los ojos, cojo la pasta de dientes y me echo un poco en la lengua para
camuflar el olor a vodka, que se percibe a pesar de haberme tomado el café. Puede que las tres
esencias combinadas confundan su olfato o algo.
Compongo una sonrisa agradable y abro la puerta, pero entonces veo que mi
madre no ha venido sola. Noah está a su lado, cómo no. Ella parece furiosa, y él parece...
¿preocupado? ¿Dolido?
—¡Hola! ¿Qué hacéis aquí? —les digo, pero mi madre me aparta y va directa
hacia Pedro.
Noah se cuela en silencio en la habitación, dejando que ella vaya primero.
—¿Ésta es la razón por la que no contestabas al teléfono? ¡¿Porque tienes a
este... a este... —grita mientras hace aspavientos con los brazos en su dirección— este macarra
tatuado metido en tu habitación a las seis de la mañana?!
Me hierve la sangre. Suelo mostrarme tímida y temerosa en lo que respecta a ella. Nunca me ha pegado ni nada, pero jamás se corta a la hora de echarme en cara mis
errores:
«No irás a ponerte eso, ¿verdad, Pau?». «Deberías haberte peinado otra vez, Pau.» «Podrías
haber sacado mejor nota en ese examen, Pau»...
Me ha presionado tanto para que sea la niña perfecta que resulta agotador.
Por su parte, Noah se limita a quedarse ahí plantado, fulminando a Pedro con la mirada. Y yo quiero gritarles a los dos, bueno..., en realidad a los tres. A mi madre
por tratarme como si fuera una niña. A Noah por chivarse de mí. Y a Pedro por ser... Pedro.
—¿Es esto lo que haces en la universidad, jovencita? ¿Pasarte la noche en
vela y traer a los chicos a tu habitación? El pobre Noah estaba preocupadísimo por ti, y hemos
conducido hasta aquí para sorprenderte relacionándote con estos extraños —dice, y Noah y yo
sofocamos un grito.
—En realidad, acabo de llegar. Y Paula no estaba haciendo nada malo —
interviene Pedro, lo que me deja boquiabierta.
No tiene ni idea de a qué se está enfrentando. Aunque, bien pensado, él es
un objeto inamovible y mi madre una fuerza implacable. Puede que fuera una pelea bastante
igualada. Mi subconsciente me tienta a coger una bolsa de palomitas y a sentarme en primera fila para
disfrutar del espectáculo.
El rostro de mi madre se vuelve iracundo.
—¿Disculpa? No estaba hablando contigo. Ni siquiera sé qué hace alguien
como tú cerca de mi hija.
Pedro absorbe el golpe en silencio y simplemente permanece ahí de pie,
mirándola.
—Madre —digo con los dientes apretados.
No estoy muy segura de por qué lo estoy defendiendo, pero lo hago. Puede que en parte sea porque ella suena demasiado a como yo traté a Pedro el día que lo conocí.
Noah me mira, después mira a Pedro, y a continuación me mira a mí de nuevo. ¿Intuirá que lo he
besado? El recuerdo está tan fresco en mi memoria que se me eriza el vello sólo de pensarlo.
—Pau, estás descontrolada. Puedo oler el alcohol en tu aliento desde
aquí, e imagino que eso ha sido gracias a la influencia de tu encantadora compañera de habitación y
de éste —dice mi madre señalándolo con un dedo acusador.
—Tengo dieciocho años, mamá. No he bebido nunca antes ni he hecho nada
malo. Sólo estoy haciendo lo que hacen todos los demás estudiantes. Siento que se me agotara
la batería del móvil y que hayáis conducido todo el camino hasta aquí, pero estoy bien.
Exhausta de repente tras los acontecimientos de las últimas horas, me siento en la silla de mi escritorio tras mi discurso y ella suspira.
Al verme tan resignada, mi madre se relaja; no es un monstruo, después de
todo. Se vuelve hacia Pedro y dice:
—Joven, ¿te importaría dejarnos a solas un minuto?
Él me mira como preguntándome si estaré bien. Cuando asiento, él también
asiente y sale de la habitación. Noah lo sigue con la mirada y se apresura a cerrar la puerta a sus espaldas. Es una sensación muy rara, que yo y Pedro estemos unidos contra mi madre y mi novio. De alguna manera, sé que estará esperando fuera en alguna parte hasta que se hayan marchado.
Durante los siguientes veinte minutos, mi madre se sienta en mi cama y me
explica que sólo está preocupada porque no quiere que eche a perder esta increíble oportunidad de
estudiar y no quiere que vuelva a beber. También me dice que no aprueba mi amistad con Steph,
Pedro ni ningún otro
miembro del grupo. Me obliga a prometerle que dejaré de salir con ellos,
y yo accedo. De todas formas, después de esta noche no quiero estar de nuevo cerca de Pedro, y
no pienso volver a ir a ninguna fiesta con Steph, así que es imposible que mi madre sepa si sigo
siendo amiga de ella o no.
Por fin se levanta y junta las manos.
—Y, ya que estamos aquí, vayamos a desayunar, y tal vez de compras después.
Asiento, y Noah sonríe desde su posición, apoyado en la puerta. Me parece
una idea fantástica, y me muero de hambre. Mi mente sigue algo nublada por el alcohol y el
cansancio, pero el paseo hasta la residencia, el café y la charla de mi madre han hecho que vuelva a estar sobria. Me dirijo a la puerta, pero me detengo cuando ella carraspea.
—Supongo que antes tendrás que ordenar un poco esto y cambiarte de ropa
—dice, y me sonríe de forma condescendiente.
Saco ropa limpia de la cómoda y me cambio junto al armario. Me retoco el
maquillaje de anoche y ya estoy lista para salir. Noah abre la puerta y a continuación los tres
miramos hacia el lugar donde espera Pedro sentado en el suelo, apoyado contra la puerta que hay
enfrente en el pasillo. Cuando
levanta la mirada, Noah me agarra fuertemente de la mano con actitud protectora.
A pesar de ello, me sorprendo a mí misma queriendo soltarme. «Pero ¿qué me
pasa?»
—Vamos al centro —le digo a Pedro.
En respuesta, él asiente varias veces, como si estuviera contestándose alguna pregunta que se ha hecho a sí mismo. Y, por primera vez, parece vulnerable, y tal vez también un poco dolido.
«Te ha humillado», me recuerda mi subconsciente. Y es verdad, pero no puedo evitar sentirme culpable cuando Noah pasa por delante de él tirando de mí, mi madre le lanza una sonrisa triunfal y él aparta la mirada.
—No me gusta nada ese tío —dice Noah, y yo asiento.
—A mí tampoco —susurro.
Pero sé que estoy mintiendo.
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