Divina

Divina

miércoles, 7 de octubre de 2015

After Capitulo 9


Por fin, después de preguntarle a Nate a gritos como unas diez veces dónde está Steph, empieza una canción más tranquila y él asiente y se echa a reír. Levanta la mano y señala hacia la habitación de al lado. Es un chico muy simpático, no entiendo por qué se relaciona con Pedro.

Me vuelvo en la dirección que me ha indicado y lo único que oigo es mi grito sofocado al verla.

Está bailando con dos chicas sobre la mesa del salón. Un tipo borracho se sube también y empieza a agarrarla de las caderas. Espero que ella le aparte las manos, pero se limita a sonreír y a restregar el trasero contra él. «Genial.»

—Sólo están bailando, Pau—dice Nate, y suelta una risita al ver mi expresión de inquietud.

Pero no «sólo están bailando»; se están manoseando y restregando el uno contra el otro.

—Sí..., lo sé —respondo, y me encojo de hombros, aunque no es algo tan inocente para mí.

Yo nunca he bailado de esa manera, ni siquiera con Noah, y llevamos saliendo dos años. ¡Noah!

Me llevo la mano al bolso y compruebo mis mensajes.

¿Estás ahí, Pau?
¿Hola? ¿Estás bien?
¿Paula? ¿Llamo a tu madre? Estoy empezando a preocuparme.

Lo llamo con la mayor celeridad que me permiten mis dedos, rezando para que no haya llamado a mi madre todavía. No me contesta, pero le mando un mensaje para asegurarle que estoy bien y que no es necesario que la llame. Se volverá loca como piense que me ha pasado algo en mi primer fin de semana en la universidad.

—¡Eeehhh..., Pau! —exclama Steph arrastrando las palabras, y apoya la
cabeza sobre mi hombro—. ¿Lo estás pasando bien, compi? —Le da la risa tonta, y es evidente que está demasiado ebria—. Creo que... necesito... La habitación me da cuentas, Pau..., digo, vueltas —dice riéndose, y su cuerpo se inclina violentamente hacia adelante.

—Va a vomitar —le digo a Nate, quien asiente, la coge y se la echa sobre el
hombro.

—Sígueme —me indica, y se dirige al piso superior.

Abre una puerta a mitad del pasillo y resulta ser el baño, por supuesto.
Justo cuando la deja en el suelo junto al retrete, mi compañera empieza a vomitar. Aparto la mirada, pero le sujeto el pelo rojo para retirárselo de la cara.

Por fin, después de más vómitos de los que soy capaz de soportar, se detiene, y Nate me pasa una toalla.

—Vamos a llevarla a la habitación que hay al otro lado del pasillo y a tumbarla sobre la cama. Tiene que dormir la mona —dice. Asiento, pero en lo que estoy pensando en realidad es en que no puedo dejarla ahí sola, inconsciente—. Puedes quedarte ahí también —añade él, como si me leyera la mente.

Juntos, la levantamos del suelo y la ayudamos a caminar por el pasillo hasta un dormitorio oscuro. Tumbamos con cuidado a Steph sobre la cama mientras ella gruñe, y Nate se apresura a marcharse y me dice que vendrá a ver cómo estamos dentro de un rato. Me siento en la cama al lado de Steph y me aseguro de que tenga bien apoyada la cabeza.

Sobria, con una chica borracha a mi lado en una fiesta en su pleno apogeo, siento que he tocado un nuevo fondo. Enciendo una lámpara e inspecciono el cuarto. Mi vista repara inmediatamente en las estanterías de libros que cubren una de las paredes. Esto me anima y me acerco para ojear los títulos. 

Quienquiera que posea esta colección, es impresionante; hay muchos
clásicos, toda una variedad de diferentes tipos de libros, incluidos todos mis favoritos. Al ver Cumbres borrascosas, lo saco de la estantería. Está muy deteriorado y la encuadernación revela la infinidad de veces que lo han abierto.

Me quedo tan absorta leyendo las palabras de Emily Brontë que ni siquiera me percato del cambio en la luz cuando la puerta se abre ni de la presencia de una tercera persona en el cuarto.

—¿Qué coño haces tú en mi habitación? —brama una voz furiosa a mis espaldas.

Reconozco ese acento.

Es Pedro.

—Te he preguntado qué coño haces en mi habitación —repite con la misma
rudeza que la primera vez.

Me vuelvo y veo sus largas piernas acercándose a mí. Me quita el libro de las manos y lo coloca de nuevo en la estantería.

La cabeza me da vueltas. Creía que esta fiesta no podía ir a peor, pero aquí estoy, pillada in fraganti en el espacio personal de Pedro. Se aclara la garganta de manera grosera y empieza a menear la mano delante de mi cara exigiéndome una explicación.

—Nate ha dicho que trajésemos a Steph aquí... —respondo con un hilo de voz
apenas audible. Él se acerca más y suspira sonoramente. Señalo su cama y sus ojos siguen la dirección de mi mano—. Ha bebido demasiado y Nate ha dicho...

—Ya te he oído la primera vez. —Se pasa la mano por el pelo alborotado,
claramente contrariado.

¿Qué más le da que estemos en su habitación? Un momento...

—¿Perteneces a esta fraternidad? —le pregunto, incapaz de ocultar el tono de
sorpresa de mi voz.

Pedro no tiene para nada el aspecto que imaginaba que tendría un miembro de una fraternidad.

—Sí, ¿por? —replica, y se acerca otro paso. El espacio que nos separa es
ahora de medio metro y, cuando intento alejarme de él, mi espalda golpea la biblioteca—. ¿Tanto te sorprende, Paula?

—Deja de llamarme Paula.

Me tiene acorralada.

—Es tu nombre, ¿no? —Sonríe con malicia, de repente de mejor humor.

Suspiro y me doy la vuelta, con lo que quedo de cara al muro de libros. No sé muy bien para qué, pero necesitaba apartarlo de mi vista para no darle una bofetada. O para no echarme a llorar. Ha sido un día muy largo, así que probablemente acabaría llorando antes de abofetearlo. Y menudo ridículo haría entonces.

Me vuelvo otra vez y paso por su lado.

—No puede quedarse aquí —dice.

Cuando me doy la vuelta, veo que tiene el pequeño aro que atraviesa su labio inferior entre los dientes. ¿Qué lo llevó a perforarse el labio y la ceja? Eso debió de doler..., aunque el pequeño metal destaca lo carnosos que son sus labios.

—¿Por qué no? Creía que erais amigos.

—Y lo somos —dice—, pero nadie se queda en mi habitación.

Cruza los brazos sobre el pecho y, por primera vez desde que lo conozco,
distingo la forma de uno de sus tatuajes. Es una flor, estampada en medio de su antebrazo. ¿Pedro con un tatuaje de una flor? El diseño en negro y gris parece una rosa desde la distancia, pero hay algo que rodea la flor que le arrebata la belleza e infunde oscuridad a la delicada forma.
Envalentonada y cabreada a la vez, suelto una carcajada.

—Ah..., ya veo. ¿De modo que sólo las chicas que se lo montan contigo pueden
entrar en tu cuarto?

Conforme las palabras salen de mi boca, su sonrisa se va intensificando.

—Ése no era mi cuarto. Pero si lo que intentas decir es que quieres montártelo conmigo, lo siento, no eres mi tipo —replica.

No sé muy bien por qué, pero sus palabras hieren mis sentimientos. Pedro no es en absoluto mi tipo, pero yo jamás le diría algo así.

—Eres un... eres un... —No encuentro las palabras para expresar mi enfado. La
música que atraviesa las paredes me agobia. Me siento avergonzada, cabreada y cansada de la fiesta. Discutir con él no merece la pena—. En fin..., pues llévala tú a otro cuarto. Ya me las apañaré para volver a la residencia —digo, y me dirijo a la puerta.

Mientras salgo y cierro tras de mí, incluso a pesar del ruido de la música, oigo la burla de Pedro:

—Buenas noches, Paula.

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