Divina

Divina

domingo, 25 de octubre de 2015

After Capitulo 45


Llamo a Pedro, pero me ignora. Cuando ya está a medio camino del coche, se da la vuelta tan rápido que casi choco contra él.

—¡Joder, Pau! ¡¿Qué mierda has hecho?! —me grita. La gente que pasa por nuestro lado empieza a mirarme, pero él continúa—: ¿A qué clase de juego intentas jugar? — Se acerca a mí. Está enfadado, más que enfadado en realidad. 

—No es ningún juego, Pedro. ¿Es que no has visto lo mucho que quería que fueras? Estaba intentando llegar a ti, ¡y tú has sido tan maleducado! —No estoy segura de por qué estoy gritando, pero no voy a dejar que me chille sin más.

—¿Llegar a mí? ¿Qué coño me estás contando? ¡A lo mejor tendría que haberse preocupado por llegar a mí cuando abandonó a su familia! —Las venas del cuello se le tensan bajo la piel.

—¡Deja de decir tacos! ¡Quizá está intentando recuperar el tiempo perdido! La gente comete errores, Pedro, y es evidente que le importas. Tiene una habitación para ti en su casa, llena de ropa por si...

—¡No sabes una mierda sobre él, Pau! —chilla, y se estremece de rabia—.
¡Vive en un pedazo de mansión con su nueva familia, mientras mi madre se mata a trabajar cincuenta horas a la semana para pagar las facturas! Así que ahórrate el sermón. ¡No te metas donde no te llaman!

Se sube al coche y cierra de un portazo. Me apresuro a entrar también, por miedo a que se le ocurra dejarme tirada; está histérico. Se acabó nuestro día sin discusiones.

Está hecho una furia, pero por suerte permanece callado cuando salimos a la carretera principal.
Si pudiera mantener este silencio el resto del viaje, sería feliz. Pero una parte de mí insiste en que Pedro tiene que entender que no puede gritarme así. Es uno de los puntos a favor que tengo que reconocer de mi madre: me enseñó cómo no debe tratarme un hombre.

—Está bien —digo fingiendo serenidad —. No voy a meterme donde no me llaman, pero pienso aceptar la invitación de esta noche, vayas tú o no.

Como si fuera un animal salvaje enfurecido, se vuelve hacia mí.

—No, ¡ya te digo que no! 

Manteniendo la falsa calma, añado:

—No es de tu incumbencia lo que yo hago o dejo de hacer, Pedro, y, por si no te has dado cuenta, me ha invitado. Puede que le pregunte a Zed si quiere venir conmigo.

—¡¿Qué acabas de decir?!

Toda la suciedad y el polvo del coche se levantan cuando Pedro gira el volante de golpe y se detiene en la cuneta de la transitada carretera.
Sé que he ido demasiado lejos, pero a estas alturas estoy igual de cabreada que él, y le grito:

—¡¿Se puede saber qué demonios te pasa? ¿Cómo te sales así de la carretera?!

—¡La cuestión es qué demonios te pasa a ti! ¿Le dices a mi padre que voy a ir a su casa a cenar y luego tienes el morro de insinuar que vas a ir con Zed?

—Ah, claro, perdona; ¿tus queridos amigos no saben que Landon es tu hermanastro y te da miedo que se enteren? —digo, y me río de lo ridículo que me parece.

—Uno, no es mi hermanastro, y dos, ya sabes que no es por eso por lo que no quiero que vaya Zed. —Ha bajado mucho el tono de voz, pero sigue enfurecido.

Sin embargo, a pesar del caos que reina en el coche, vuelvo a sentir un poco de esperanza ante los celos de Pedro. Sé que su actitud tiene más que ver con la rivalidad que con una preocupación real por que salga con Zed, pero hace que sienta mariposas en el estómago igualmente.

—Pues si no vienes conmigo, tendré que invitarlo. —En realidad, nunca lo haría, pero eso él no lo sabe.

Pedro se queda mirando al frente durante unos segundos y entonces suspira, con lo que expulsa parte de la tensión.

—Pau, de verdad que no quiero ir. No quiero estar con la familia perfecta de mi padre. Los evito por algo.

Yo también relajo el tono.

—Bueno, no quiero obligarte a ir si vas a sentirte mal, pero me encantaría que vinieras conmigo. Yo voy a ir de todas formas.

Hemos pasado de tomar un yogur a gritarnos mutuamente, y ahora volvemos a estar en paz. La cabeza me da vueltas, y tengo el corazón acelerado.

—¿Sentirme mal? —Suena incrédulo.

—Sí, si te va a molestar tanto estar allí, no voy a intentar convencerte de que vayas —respondo.

Sé que jamás podría conseguir que Pedro hiciera algo que no quiere; no hay antecedentes de que haya cooperado nunca.

—Y ¿a ti qué más te da que me sienta mal? —Su mirada se encuentra con la mía, e intento desviarla, pero vuelve a tenerme embrujada.

—Pues claro que me da; ¿por qué no iba a importarme?

—La pregunta es por qué sí te importa.

Me mira suplicante, como si quisiera que pronunciara las palabras, pero no puedo. Las utilizaría en mi contra, y lo más seguro es que no querría volver a quedar conmigo nunca más. Me convertiría en la chica pesada que va detrás de él, la clase de chica de la que me habló Steph.

—Me importan tus sentimientos —le digo, y espero que la respuesta sea lo bastante buena para él.

Interrumpiendo el momento, mi móvil comienza a sonar. Lo saco del bolso y
veo que es Noah.
Sin pensarlo, rechazo la llamada antes siquiera de darme cuenta de lo que estoy haciendo.

—¿Quién es? —Pedro es un cotilla.

—Noah.

—¿No vas a responder? —Parece sorprendido.

—No, estamos hablando. —«Y prefiero hablar contigo», añade mi subconsciente.

—Ah. —Es lo único que dice, pero su sonrisa es evidente.

—Entonces ¿vas a venir conmigo? Hace bastante tiempo que no como comida casera, así que no voy a desperdiciar la oportunidad. — Sonrío; el ambiente en el coche es ahora más tranquilo, aunque sigue siendo tenso.

—No. De todas formas, tengo planes — murmura.
No quiero saber si esos planes incluyen a Molly.

—Ah, vale —digo—. ¿Te enfadarás conmigo si voy yo?

Me parece un poco raro ir a la casa del padre de Pedro sin más, pero Landon es mi amigo, y me han invitado.

—Siempre estoy enfadado contigo, Pau—dice y, cuando me mira, veo la diversión en sus ojos.
Me río.

—Yo también estoy siempre enfadada contigo —replico, y él se ríe por lo bajo
—. ¿Podemos irnos ya? Si viene la policía, nos van a multar.

Asiente mientras arranca el coche y volvemos a la carretera. La discusión con Pedro ha pasado mucho más rápido de lo que esperaba. Supongo que está mucho más acostumbrado que yo a los conflictos constantes, aunque yo preferiría pasar el tiempo con él sin tener que discutir.
Me he prometido a mí misma no preguntarle, pero tengo que saberlo...

—Y... ¿qué... qué... planes tienes hoy?

—¿Por qué lo preguntas?
Aunque siento su mirada sobre mí, mantengo la vista fija en la ventanilla.

—Por curiosidad —digo—. Como has dicho que tenías planes, he sentido curiosidad.

—Tenemos otra fiesta. Es lo que suelo hacer todos los viernes y los sábados, excepto anoche y el sábado pasado...
Trazo un círculo en la ventanilla con un dedo.

—¿No te cansa? ¿Hacer lo mismo todos los fines de semana con los mismos borrachos? — Espero que no se ofenda.

—Sí..., supongo que sí. Pero estamos en la universidad, y estoy en una fraternidad; ¿qué más se puede hacer?

—No lo sé..., es que parece pesado tener que limpiar lo que los demás ensucian todos los fines de semana, sobre todo cuando tú ni siquiera bebes.

—Lo es, pero no he encontrado nada mejor que hacer con mi tiempo, así que... —Se interrumpe.

Sé que todavía me está mirando, pero mantengo la vista apartada.
El resto del viaje transcurre en silencio. No es incómodo, sino tranquilo.
Mientras camino sola desde el aparcamiento hasta la residencia, estoy tan atacada que creo que me va a dar algo. Acabo de pasar la noche y la mayor parte de la tarde con Pedro y nos hemos aguantado, más o menos. Me lo he pasado bien, muy bien. ¿Por qué no podré pasarlo tan bien con alguien a quien le guste de verdad?

Como Noah. Sé que debería devolverle la llamada, pero quiero disfrutar del momento.
De regreso en mi habitación, me sorprende ver a Steph; normalmente pasa el fin de semana fuera.

—¿Dónde has estado, señorita? — bromea, y se lleva un puñado de palomitas con queso a la boca.
Me río, y me quito los zapatos antes de desplomarme sobre la cama.

—He estado buscando un coche.

—¿Lo has encontrado? —pregunta, y me dispongo a contarle los cuchitriles en los que he estado, sin mencionar la presencia de Pedro.
Unos minutos después, alguien toca a la puerta y Steph se levanta para abrir.

—¿Qué haces tú aquí? —gruñe.

«Pedro.» Levanto la vista, nerviosa, y él se acerca hasta mi cama. Tiene las manos metidas en los bolsillos, y se balancea sobre los talones.

—¿Me he dejado algo en tu coche? — pregunto, y oigo un gritito ahogado de Steph. Tendré que explicárselo después, aunque tampoco tengo muy claro cómo hemos acabado pasando el día juntos.

—Eh..., no. Es que, bueno, he pensado que quizá podría llevarte a casa de mi padre esta noche. Como no has encontrado ningún coche... —suelta de golpe, sin que parezca que se esté dando cuenta o que le importe que Steph esté en la habitación con la mandíbula inferior rozándole el suelo—. Si no..., tampoco pasa nada, sólo quería ofrecerme.

Me incorporo, y él se muerde el aro del labio con los dientes. Me encanta que haga eso. Estoy tan sorprendida por su oferta que casi se me pasa responderle.

—Sí..., sería genial. Gracias.

Sonrío, y él me devuelve la sonrisa y se muestra agradable y visiblemente aliviado. Saca una mano del bolsillo y se la pasa por el pelo antes de volver a meterla donde estaba.

—Vale... Me paso sobre las seis y media para que llegues a tiempo.

—Gracias, Pedro.

—Pau—dice con suavidad, y sale de la habitación y cierra la puerta tras de sí.

—Joder, ¡¿qué me he perdido?! — exclama Steph.

—La verdad es que no lo sé —admito. Justo cuando pensaba que Pedro no podía ser más complicado, va y hace una cosa así.

—¡No me puedo creer lo que acaba de pasar! O sea, Pedro..., su forma de entrar, ¡como si estuviera nervioso o algo! ¡Madre mía! Y se ha ofrecido a llevarte a casa de su padre... Un momento, ¿por qué vas a ir tú a casa de su padre? Y ¿pensabas que te habías dejado algo en su coche? ¡¿Cómo es que estoy tan perdida?! ¡Dame detalles! —grita prácticamente, y se coloca al pie de mi cama.

Así que se lo cuento todo, le explico que se presentó aquí anoche y que vimos una película y se quedó a dormir, que hoy hemos ido a mirar coches... y que no le he mencionado antes que él ha estado aquí porque suponía que, si había insistido tanto en que me ayudara a mantenerlo alejado, habría sido un poco raro admitir que había estado con él. Apenas digo nada sobre el padre de
Pedro, excepto que voy a ir a su casa a cenar, pero de todas formas Steph parece estar más interesada en la noche anterior.

—No me puedo creer que se quedara aquí, es todo un acontecimiento. Pedro nunca se queda, nunca. Y nunca deja que nadie se quede con él. He oído que tiene pesadillas o algo parecido, no lo sé. Pero, en serio, ¿qué le has hecho? ¡Ojalá hubiera grabado la forma en que te ha mirado cuando ha
entrado! —chilla, y se ríe—. Sigue sin parecerme una buena idea pero, visto lo visto, te llevas mejor con él que la mayoría. Aun así, ten cuidado —me advierte de nuevo.

«¿Que qué le he hecho?» Nada, seguro.
No está acostumbrado a ser amable, pero por alguna razón lo está siendo conmigo. ¿Quizá es su forma de vencerme en alguna clase de juego o de
demostrar que sabe fingir tener modales?

Saco el tema de Tristan, y a partir de ahí Steph toma las riendas de la conversación. Intento prestar atención a sus historias de la fiesta de anoche, a cómo Molly acabó sin camiseta (qué sorpresa) y cómo Logan venció a Nate
en un combate ebrio de pulso (jura que es una de esas cosas que tienen mucha más gracia cuando estás allí). Mis pensamientos vuelven a Pedro, claro, y miro el reloj para asegurarme de que tengo suficiente tiempo para arreglarme para esta noche. Son las cuatro en punto, así que debería empezar a vestirme a las cinco.

Steph sigue hablando hasta las cinco y media, y se vuelve loca cuando le pido que me peine y me maquille. No sé muy bien por qué me estoy esforzando tanto en estar presentable para una cena familiar a la que no debería ir, pero sigo adelante igualmente. Ella me maquilla de una forma tan sutil que apenas se nota, pero me veo genial. Natural pero guapa. Luego me riza el pelo igual que la otra
vez. Decido ponerme mi vestido marrón favorito, a pesar de los intentos de Steph por que me ponga algo de su armario. El vestido marrón es bonito y conservador, perfecto para una cena familiar.

—Al menos ponte las medias de encaje debajo o déjame que le corte las mangas al vestido — gruñe.

—Venga, vale, dame las medias. Aun así, no está tan mal, es entallado —le rebato.

—Ya lo sé, pero es... aburrido. — Arruga la nariz. Parece más satisfecha cuando me pongo las medias y accedo a llevar tacones altos. Sigo llevando el par de Toms en el bolso desde ayer, por si acaso.

A medida que se acercan las seis y media, me doy cuenta de que estoy más nerviosa por el trayecto a su casa que por la cena en sí. Me incomodan las medias, y ando por la habitación unas cuantas veces para practicar antes de que Pedro se presente aquí. Steph me dedica una extraña sonrisa, y yo abro la puerta.

—Madre mía, Pau, estás..., eh..., estás muy guapa —masculla él, y yo sonrío.

¿Desde cuándo dice un «eh» en cada frase?
Steph nos acompaña a la puerta, me guiña un ojo y exclama cual madre orgullosa:

—¡Pasadlo bien!


Pedro le enseña el dedo corazón y, cuando ella le devuelve el gesto, él le cierra la puerta en las narices.

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