Divina

Divina

miércoles, 29 de julio de 2015

El Hombre Más Deseable Capítulo 16


Paula vio a Horacio Zolezzi en cuanto entró en el restaurante. Notó cierto parecido con Pedro, especialmente en los ojos, pero su padre no tenía la fuerza y arrogancia de los Alfonso. Pedro podía parecer amenazante, pero nadie podría asustarse de Horacio.

Al verla acercarse, se levantó y le ofreció cortésmente una silla.

-Gracias por haber venido -le dijo, tomándola de la mano-. ¿Quieres comer algo?

-Sólo un café, gracias.

Una vez que la camarera les tomó nota, la conversación fue forzada e incómoda, y Paula miró su reloj preguntándose cómo irse sin parecer descortés. Pero entonces el padre de Pedro empezó a hablar sobre lo ocurrido treinta años antes, y ella dejó de pensar en marcharse.

-Dejé los estudios en el instituto -le contó-. Me hice jinete de rodeos porque no sabía hacer otra cosa, y tampoco quería trabajar en un rancho. 

Todos los vaqueros sueñan con participar en rodeos importantes -se echó a reír y los ojos le brillaron-. Todo el mundo cree que es fascinante.
Paula tuvo que admitir que Horacio tenía su encanto masculino. Si hubiera sido más joven, y ella no hubiera sabido nada de él, tal vez lo hubiera encontrado atractivo.

-Pero no es un mundo fascinante -siguió Horacio, borrando la sonrisa-. Es un mundo sucio y lleno de riesgos, y siempre estás con magulladuras y huesos rotos... Y eso es lo de menos. No ganas dinero a menos que seas uno de los grandes -bajó la mirada a la mesa-. Durante un tiempo lo hice bastante bien. Conseguí vivir de ello, y fue entonces cuando conocí a Miranda -sacudió la cabeza y miró al vacío-. Era la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Asistió a un rodeo y yo la vi. Tenía el cabello largo, como el tuyo, pero un poco más rubio.

-Y se casaron.

Horacio asintió.

-Ella acababa de abandonar a los gemelos, aunque no me lo contó enseguida. Siempre estaba un poco triste, y lloraba cuando creía que nadie la miraba. Finalmente me contó la verdad. Yo sólo quería hacerla feliz de nuevo, así que nos casamos y viajamos juntos de un lado para otro -volvió a sacudir la cabeza-. Cuando pienso en cómo vivíamos, y en el estilo de vida al que ella estaba acostumbrada...

-Así que se fue a viajar con usted de un lado para otro -lo interrumpió Paula. No quería que se desviara del tema.

-Sí. Durante un tiempo estuvimos muy bien. Y entonces se quedó embarazada -sus dedos empezaron a tamborilear nerviosamente en la mesa-. Yo acababa de tener una mala actuación y tenía la rodilla muy mal, de modo que no podía trabajar. Estábamos en California, y allí nos quedamos. Ella se puso a trabajar de camarera, lo dejó brevemente cuando nació Pedro, y luego siguió haciéndolo.

-¿Qué hacía con Pedro mientras trabajaba?

-Yo me ocupaba de él -un destello de orgullo le iluminó el rostro. Paula se echó hacia atrás, atónita-. Era un buen chico. Lo llevaba a subastas de ganado y cosas así. Cuando mi rodilla sanó me dispuse a volver a los rodeos, pero entonces Miranda volvió a quedarse embarazada, y eso la hizo cambiar por completo -dijo tristemente-. Quería que buscase un trabajo, y no le gustó nada que le propusiera otra vez ir de rodeo en rodeo. Quería establecerse. Discutimos mucho, y finalmente me dijo que no me necesitaba y que podía irme... -hizo una breve pausa-. Estuvo muy bien sin mí.

Juntó las manos y Paula vio que le temblaban los dedos. Un sentimiento de compasión empezó a crecer en ella.

-Así que me marché -dijo él tranquilamente-. No estoy orgulloso de haberlo hecho. Me marché y punto, aunque siempre tuve intención de volver -añadió en tono defensivo-. Pero un año siguió a otro, y cuando decidí regresar, Miranda se había marchado. No supe si mi segundo hijo era niño o niña hasta que recibí la carta de Gabrielle.

-Y fue entonces cuando descubrió que Miranda era una Alfonso.

-No debería haberme sorprendido tanto. Yo solía llamarla «princesa» por sus buenos modales y su forma de hablar, como si hubiera recibido una educación privilegiada.

-Si quería reunirse con sus hijos, ¿por qué le hizo chantaje a Miranda? -le preguntó Paula con calma-. Seguro que se imaginaba que ni a Pedro ni a Gabrielle les gustaría.

-No fue idea mía -respondió él-. Hace un año le hablé de los gemelos a Sole, y ella tuvo la brillante idea de buscarlos.

Paula pensó en decirle que podría haberse negado, pero habría sido inútil. Aquel hombre no tenía tanta seguridad en sí mismo, y seguramente no habría durado mucho más con Miranda. Miranda era una mujer dinámica y activa, y necesitaba a su lado un hombre igualmente fuerte.

-Gracias por contarme todo esto -le dijo a Horacio-. No puedo prometerle nada...

-Pero sé que lo intentarás -dijo él recuperando la sonrisa. Parecía tener el don de ignorar la realidad cuando ésta no le gustaba.

-Tengo que irme ya -dijo ella, levantándose. El hizo lo mismo.

-Gracias de nuevo por dejarme explicártelo. Si Pedro pudiera entenderlo... 

Paula asintió sin decir nada y se alejó de la mesa. Al salir del restaurante, miró por la ventana y vio al padre de Pedro sentado solo en el rincón, con la vista fija en su taza de café. Parecía tan triste que ella tuvo que reprimir el impulso de volver a entrar.

Sólo quería llegar a casa, pensó Pedro mientras entraba en la propiedad de su madre. Podría haberle puesto cualquier excusa, pero su madre lo había llamado al hospital y había insistido en que fuera a verla.
Entró sin llamar, tras ver que el coche de su tío Ryan estaba aparcado fuera.

-¿Madre? ¿Luciana? Ya estoy aquí.

-Pedro -Luciana salió del estudio y se acercó a él con una sonrisa en el rostro. El parecido con su madre sorprendía a Pedro cada vez que la veía, pero empezaba a acostumbrarse. Pero también había diferencias. Después de todo, su madre no estaba embarazada.

Luciana parecía gozar de buena salud. No era probable que tuviera problemas en el parto. ¿Tendría Paula el mismo aspecto cuando se quedara embarazada?

Seguro que sí, pensó con deleite. Tal vez deberían dejar los métodos anticonceptivos y probar suerte.

Tomó a Luciana de las manos y le dio un beso en la mejilla. -Si todas las mujeres embarazadas tuvieran tu aspecto, no habría mujer que no quisiera tener hijos -le dijo con una sonrisa.

-Gracias -a su hermana se le iluminó el rostro aún más-. Si tuviera dinero, te pagaría para que me siguieras a todas partes y me dijeras cosas como ésa -apuntó hacia el estudio-. Miranda y Ryan están en el estudio. ¿Por qué no entras?

-¿Qué ocurre?
La sonrisa de Luciana se desvaneció.

-Creo que será mejor que te lo expliquen ellos.

Pedro la siguió al estudio. Por detrás, su hermana ni siquiera parecía estar embarazada. Había llegado a conocerla un poco mejor, y había descubierto en ella a una persona alegre y amistosa, alguien que siempre veía el vaso medio lleno. Pero seguro que había pasado por serias dificultades, aunque era muy buena en evitar las preguntas sobre sí misma.

La puerta del estudio estaba entreabierta. Su madre estaba sentada en un sillón y Ryan caminaba de un lado para otro frente a la pequeña chimenea. El ambiente cargado de tensión y furia golpeó a Pedro en cuanto entró en la habitación. Instintivamente, se preparó para recibir malas noticias.

-Madre -se inclinó para besarla y asintió a su tío-. Ryan. ¿Qué ocurre?

-Tu padre y su encantadora esposa han estado muy ocupados -le dijo su madre en tono amargo-. Contrataron a Flynn Sinclair para que investigara el pasado de tu tío Cameron. No me preguntes cómo, pero han encontrado a tres personas que supuestamente son hijos suyos, ilegítimos.

-Es del todo posible -intervino Ryan-. Cameron no le era... muy fiel a su esposa.

Cameron Alfonso, el hermano mayor de Ryan y Miranda, había muerto en un accidente de coche en el que también había muerto su joven secretaria y supuesta amante. Por lo visto, Cameron había dejado una serie de aventuras extramatrimoniales a lo largo de los años. Ryan tenía razón. Era muy posible que tuviera tres hijos ilegítimos.

-Deja que lo adivine -dijo, sintiendo cómo la ira empezaba a crecer en su interior-. Mi querido padre quiere una «pequeña suma» antes de daros los detalles.

-Ya le hemos pagado -dijo Miranda-. Veinticinco mil dólares. Tenemos los nombres y direcciones de esas personas, y Flynn está esperando nuestro aviso para informarlos de su herencia, igual que hizo con Luciana y Federico.

 -Si ésa es vuestra intención, no hay mejor hombre para hacerlo -dijo Luciana-. Es el más adecuado para hablarle a una persona de su familia biológica.

-¿Cómo sabéis que Zolezzi no se lo ha inventado? -preguntó Pedro-. Esas personas podrían ser cualquiera. Sólo la prueba del ADN puede confirmarlo.

-Te olvidas de la marca de nacimiento -Miranda señaló a Luciana, a Ryan y al propio Pedro-. Todos los miembros de nuestra familia tienen esa marca en forma de corona en la cadera -levantó un fajo de papeles que tenía en el regazo-. Flynn se ha encargado ya de comprobarlo. No quiero ni pensar en cómo ha accedido a los archivos del hospital, pero éstos muestran que estas tres personas tienen la marca en cuestión.

-Maldita sea -Pedro se dejó caer en un sillón.

-Y que lo digas -dijo Ryan, intentando sonreír-. Me he pasado toda mi vida limpiando los escándalos de Zolezzi. Era mucho esperar que todo quedara arreglado.

-Míralo por el lado bueno -dijo Luciana-. La familia va a ganar tres nuevos miembros.

-Tienes razón -dijo Miranda, levantándose con decisión-. ¿Por qué deberíamos recibirlos como hicimos contigo? No supone ninguna diferencia cómo nos hayamos enterado de su existencia -frunció el ceño-. Pero no he acabado con Horacio. Si nos tiene reservadas más sorpresas, quiero saberlas.

-Entonces, ¿estamos de acuerdo en decirle a Sinclair que hable con ellos? -preguntó Ryan-. Hasta que recibamos su respuesta, no deberíamos decirle nada al resto de la familia.

-Será lo mejor -dijo Pedro asintiendo.

-Ya sé -dijo Miranda haciendo chasquear los dedos-. Organicemos una reunión familiar. Puede ser en el Double Crown, Ryan. Les diremos a todos que queremos presentar a los nuevos miembros de la familia, es decir, a Luciana y a Federico. Y también a Paula, puesto que no conoce a la mayoría. Podemos invitar a los hijos de Cameron, y si aceptan, los presentaremos también.

-Sí -dijo Pedro en tono sarcástico-. Y de ese modo también podremos invitar a todos los miembros que mi querido padre se encargue de descubrir.

-Dudo que haya más -repuso Ryan-. Estoy francamente sorprendido de que Cameron tuviera a esos tres hijos además de los otros tres que tuvo con su esposa. Mary Ellen va a quedarse destrozada -añadió, refiriéndose a la viuda de Cameron, que se había vuelto a casar unos años atrás.
Pedro pensó que Mary Ellen no se quedaría precisamente «destrozada». 

Toda la familia conocía los desvaríos amorosos de Cameron. Incluso sus propios hijos reconocían los defectos de su padre.

-¿Y bien? -preguntó Luciana-. ¿Qué se sabe acerca de esos tres miembros?

-Dos hombres y una mujer -respondió Miranda-. El mayor, Samuel, es un marine y nació... -consultó el fajo de papeles- ¡el mismo año en que Cameron se casó con Mary Ellen! -con un esfuerzo consiguió calmarse y siguió leyendo-. Jonas es tres años más joven y vive en San Francisco. Trabaja en importaciones internacionales. La mujer es un poco más joven. Se llama Holly Douglas y tiene la edad de Gabrielle. Es de Texas pero ahora vive en... ¡Santo Dios! En Alaska. Es propietaria de una tienda en un pequeño pueblo.
Ryan agarró el teléfono que había en el escritorio de Miranda.


-Voy a avisar a Sinclair. Va a tener que volar muy lejos esta semana.



Continuara......................



Gracias Por Leer y COMENTAR Siempre !!!


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solo 4 cap para terminar........

El Hombre Más Deseable Capítulo 15



A la tercera semana de su boda, Pedro recibió una llamada del hospital sólo momentos después de que Paula llegara a casa por la noche. Decepcionada por no poder estar juntos, se sentó en el sofá y hojeó la guía de televisión. De haberse quedado Pedro en casa, la velada habría sido perfecta. Con o sin champán, ella habría acabado donde quería estar, en los brazos de su marido.

Frunció ligeramente el ceño. Tal vez debería decir que habría sido «casi» perfecta. En un mundo perfecto, Pedro la amaría tanto como ella lo amaba a él.

Desde la noche en la que le había declarado su amor, Pedro se había vuelto mucho menos distante y mucho más afectuoso. Era como si hubiera derribado una barrera invisible que hubiera mantenido entre ellos. La tomaba de la mano, jugueteaba con su pelo, le daba un beso antes de irse... 

Y le hacía el amor mucho más a menudo que antes.

Pero no daba muestra alguna de que sintiera lo mismo que ella. Paula se decía una y otra vez que no era justo esperar más. Había sabido lo que podría esperar de él cuando se casaron. Y sin embargo...

El teléfono la sacó de sus pensamientos. Ansiosa, alargó la mano hacia el auricular. Cada vez que recibía una llamada cuando Pedro estaba fuera deseaba que fuera él. Pero casi nunca lo era. Algunas cosas no habían cambiado... como el hecho de que él no pensara en ella cuando no estaban juntos.

-¿Paula? Soy Miranda.

-Hola, ¿cómo estás? -su suegra estaba en una nube desde que Luciana había aceptado quedarse temporalmente con ella.

-Muy bien, querida. Y Luciana también, aunque está rendida. Hoy hemos ido de compras. Toda su ropa le quedaba demasiado apretada.

-¿Ha ido ya al tocólogo? -Pedro y ella habían insistido en que a Luciana la viera inmediatamente un especialista. Habían visto demasiados bebés prematuros como consecuencia de la falta de cuidados durante el embarazo.

-Ha pedido cita para mañana por la mañana. Si me deja, pienso ir con ella.

-Estupendo -era un alivio.

-¿Está Pedro en casa? Tengo que hablar con él.

-No, ha recibido una llamada del hospital y ha tenido que marcharse antes de lo previsto. ¿Quieres que le deje un mensaje?
Miranda dudó por un momento.

-No, sólo dile que venga a verme o que me llame lo antes posible.

Tras despedirse, Paula colgó pensativa el teléfono. Su suegra estaba claramente angustiada por algo.
Nada más dejar el auricular, el teléfono sonó otra vez, sobresaltándola.

-Residencia Alfonso. Paula al habla.

-Paula, soy Horacio, ¿te acuerdas? Horacio Zolezzi, el padre de Pedro.

-Hola, señor Zolezzi. Sí, lo recuerdo. Lo siento, pero Pedro no está aquí. ¿Quiere que le deje un mensaje?

-¿Le dijiste que lo llamé? ¿Qué dijo?
Paula dudó. El ansia que mostraba el hombre era patética, y ella no estaba dispuesta a transmitirle las palabras de Pedro.

-Se lo dije -respondió con amabilidad-. Señor Zolezzi, Pedro no está interesado en hablar con usted en estos momentos -cruzó los dedos por la pequeña mentira.

-Lo sé -Horacio parecía hundido-. De verdad quiero... quiero explicarme por qué me marché. Sé que estuvo mal, pero deseo que me dé otra oportunidad.

-También está el asunto de los gemelos y del dinero -no podía pronunciar la palabra «chantaje» Pedro está... eh, bastante preocupado por eso.

-Maldita sea. Le dije a Sole que era una mala idea -una nota de ira le quebró la voz-. El dinero no significa tanto para mí. He pasado por dificultades otras veces, y siempre he salido adelante. Y de un modo legal -enfatizó-. Paula, tienes que ayudarme.

-¿Yo? -se quedó perpleja.

-Tú eres su mujer. Lo conoces mejor que nadie. Si a alguien tiene que escuchar es a ti.

Paula quiso negarse, explicarle que Pedro no tenía por qué escucharla, pero Zolezzi siguió hablando.

-¿Podemos vernos en algún sitio? Déjame explicártelo a ti, y así tal vez puedas hablar con él y calmarlo un poco. No quiero pasar el resto de mis días sin conocer a mi hijo.

Paula guardó silencio. El sentido común le decía que no se implicara entre Pedro y su padre...

-Por favor -le pidió Zolezzi en tono suplicante.

-Está bien -dijo ella, reacia. No quería hacer nada a espaldas de Pedro, pero... se trataba de su padre. Y ella sabía que Pedro se arrepentiría toda su vida por no haberle dado una oportunidad-. Sólo por unos minutos. Hay un restaurante cerca del County Hospital. The Diner. Podemos vernos allí pasado mañana.

-¡Gracias! -exclamó el hombre de todo corazón.

Rápidamente, Paula le dio la dirección y quedaron a una hora. Cuando colgó, los alborozados agradecimientos de Horacio Zolezzi aún resonaban en sus oídos.

Al día siguiente, Paula llegó a casa dos horas más tarde que de costumbre. Se encontró a Pedro en la puerta, mirándola con ojos interrogantes.

-El hijo de los Vieger ha tenido una hernia diafragmática. Cooper lo ha operado. Seguía en el quirófano cuando me fui, y dudo que pase de esta noche.

Los Vieger no habían sido pacientes de Pedro, pero los había asistido en el parto y conocía su caso.
Suspiró y sacudió la cabeza.

-Pobrecito. Espero que sobreviva -le quitó el bolso y la chaqueta y los dejó sobre una silla-. ¿Tienes hambre? ¿Quieres que caliente unos tacos?

-No, gracias, tomé un sándwich hace un par de horas, por suerte para mí.

-De acuerdo -Pedro tenía una expresión extraña, como si ocultara algo.

-¿Qué pasa? -le preguntó con el ceño fruncido.

-¿Qué te hace pensar que pasa algo? -replicó él con una sonrisa.

-No sabía que fueras tan malo guardando un secreto -dijo ella, sonriéndole también.

-Pero no has descubierto cuál es, ¿verdad?

-¿Vas a mantenerme en vilo?

-No por mucho más tiempo -sacó una servilleta blanca de un cajón y la dobló en triángulo-. Tengo que vendarte los ojos -le ató la servilleta por detrás de la cabeza y le puso las manos en los hombros-. Espera aquí un momento. Paula escuchó cómo cruzaba rápidamente la cocina y abría la puerta del lavadero.

-¿Preparada? -le preguntó él, al regresar. Ella asintió-. ¿Adivinas lo que es?

-Joyas.

-No.

-Ropa.

-No. Extiende las manos.
Ella obedeció, cuando sintió un bulto de pelo soltó un chillido.

-¡Pedro! ¡Quítame esta servilleta! ¿Qué es?
Pedro se echó a reír mientras le destapaba los ojos.

Era un gatito. De pelo gris largo y suave, con ojos azules. Abrió su diminuta boca rosada y se estiró, sacudiendo su cola como si fuera una pluma. Paula no sabía qué decir. No podía articular palabra. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se le hizo un nudo en la garganta.
Paula la miró y se puso tenso.

-¿Qué pasa? ¿No te gustan los gatos? Puedo devolverlo. Pensé que como tienes una colección de cristal, tal vez te gustaría uno de verdad, pero si no lo quieres, lo...

-¡No! -exclamó ella-. Me encanta -apretó al gatito bajo su barbilla, intentando recuperar el control de sus emociones-. ¿Es gato o gata?

-Gata. Una Ragoll. Era la más pequeña de la camada, pero también la más amistosa -con un dedo le rascó la diminuta cabecita. La gata empezó a ronronear.

-Es... preciosa -acarició la mejilla contra el pelaje-. Gracias. Nunca había tenido una mascota.

-De nada -la rodeó por la cintura y las abrazó a las dos-. De niño, siempre tuve un gato o dos. Quería un perro, pero mi madre no podía permitírselo.

-Yo siempre quise tener un gato de verdad, pero mi madre nunca me lo permitió -su sonrisa se desvaneció-. ¿Tú preferirías tener un perro?

-Siempre estás pensando en las preferencias de los demás antes que en las tuyas -dijo él, sonriendo-. Tal vez algún día, después de tener hijos, y si pasas más tiempo en casa, hablemos de tener un perro. Pero por ahora, y debido a nuestros horarios, un gato es mucho más apropiado.

-Tienes razón. ¿Cómo te gustaría llamarla?

-¿Yo? No, es tuya. Haz tú el honor.
Paula pensó por un momento.

-¿Qué te parece Lady Milk, puesto que ahora es una Alfonso?

-Lady Milk, perfecto -dijo él sonriendo-. Tal vez nos traiga suerte.
Eso mismo esperaba ella, pensó, recordando la conversación con Horacio Zolezzi. ¿Cómo iba a contárselo a Pedro? Le haría falta algo más que suerte para hacérselo entender.

Pero a medida que avanzaba la tarde, no pudo encontrar el momento adecuado para sacar el tema. Estuvieron jugando con la gatita y fueron a la tienda para comprarle comida y accesorios. Finalmente, llegó la hora de acostarse.

Pedro encerró a Lady Milk en el cuarto de baño mientras le hacía el amor a Paula, pero después ella se durmió con un suave ronroneo junto a la oreja, con la gatita acurrucada en la almohada.

Momentos antes de cerrar los ojos, se juró a sí misma que se lo diría a la mañana siguiente. Pero a las cuatro de la madrugada, Pedro recibió un avisó de urgencia en el busca y tuvo que marcharse al hospital.

Mientras Paula se vestía para ir a trabajar, con la gata jugando con los cordones de sus zapatos, dijo en voz alta:

-Se lo diré esta noche, después de haber visto a su padre.


Lady Milk dejó de jugar con los cordones y miró a su ama, como esperando que repitiera su decisión. -Lo haré -le dijo a la gata.

domingo, 26 de julio de 2015

El Hombre Más Deseable Capítulo 14



-¿Entonces no tienes planes definitivos, Luciana? -preguntó Miranda-. Porque si tienes tiempo y te apetece, me encantaría que te quedaras aquí todo el tiempo que quieras.

Paula vio cómo el rechazo se reflejaba en el rostro de la joven.

-No lo decidas ahora -se apresuró a intervenir-. Tómate tu tiempo para pensarlo -se volvió hacia Miranda-. Creo que Luciana debe protegerse de este sol. ¿Por qué no comemos?


La comida transcurrió más relajadamente de lo que ella había esperado.
Pedro se puso a contar historias del hospital, Gabrielle le enseñó fotografías a su hermana, y Flynn Sinclair respondió pacientemente a las preguntas sobre el arte de la investigación. Fue una conversación superficial, pero Paula supo que era precisamente lo que los gemelos necesitaban mientras asimilaban el impacto de su nueva situación.

Finalmente, Pedro se puso de pie y miró hacia la puerta. Paula captó el mensaje y también se levantó.

-Gracias por la comida, madre -dijo él besando a Miranda en la mejilla-. Tenemos que irnos. Los días libres de Paula no suelen coincidir con los míos, y por eso tenemos cosas de las que ocuparnos.

Federico y Flynn se levantaron, y lo mismo intentó hacer Luciana, pero Pedro le puso las manos en los hombros y se lo impidió con delicadeza.

-No, no te levantes -se inclinó y la besó en la mejilla-. Ha sido fantástico conocerte.

Luciana alzó las manos y se aferró a las de Pedro, que aún estaban en sus hombros.

-Gracias. Has hecho que sea mucho más fácil de lo que esperaba.

Pedro estrechó la mano a los hombres mientras que Paula se despedía. 

Minutos más tarde, estaban en el Explorer de camino a casa. Él no parecía querer hablar, y ella respetó su silencio.

Al llegar a casa, él se tumbó en una butaca y ella fue a la cocina a preparar café para ambos. Tras ponerle la taza en las manos, rodeó el asiento y empezó a masajearle los hombros y el cuello.

-Pareces estar hecho de cemento -le dijo mientras le hundía los pulgares en los agarrotados músculos. Lentamente, consiguió relajarlo y Pedro se inclinó hacia delante para permitirle un mejor acceso a su espalda. Incluso se quitó la camisa para que sus manos se extendieran sobre la piel desnuda.
Ella se sentó en uno de los brazos del sillón y siguió masajeándolo. Entrelazó los dedos entre su pelo y le frotó el cuero cabelludo. Luego, le hizo suaves círculos en las sienes antes de volver a la espalda.

Era maravilloso sentir el tacto de Pedro bajo sus manos. Tanto, que su propio cuerpo empezó a responder de deseo y excitación. Se moría por apretarse contra él, pero no podía iniciar un acto amoroso. No soportaría que él la rechazara.

Entonces Pedro soltó un ronco gemido y se puso en pie, la agarró y la apretó contra él. Los dos gimieron al mismo tiempo.

-Gracias. Ha sido genial -su respiración era acelerada-. Pero esto es aún mejor -sus manos se movieron hacia los botones del vestido de Paula, y en pocos segundos la prenda caía a sus pies. No llevaba sujetador, y Pedro sintió la llama del deseo mientras tomaba en sus manos aquellos hermosos pechos. Rápidamente, se desabrochó el pantalón y la presionó contra su miembro endurecido.

-Te deseo -murmuró, llevándola hacia el sofá.

Momentos después los dos cabalgaban hacia la cima del orgasmo. Tras alcanzar el éxtasis, Paula agachó la cabeza y apoyó la frente contra el cuello de Pedro, mientras los dos recuperaban el aliento. Pero entonces él la sujetó por la nuca, le hizo mirarlo y la besó. Fue un beso sorprendentemente tierno e íntimo, como nunca la había besado antes. 

Paula no podía explicarlo con palabras, pero sentía que era distinto. Entonces él se retiró unos centímetros y levantó la cabeza.

-Paula... -pareció dudar un instante.

-¿Sí? -se sentía como si estuviera a punto de hacer un descubrimiento sorprendente.

-Tú me quieres, ¿verdad? -sus ojos brillaban como llamas verdes, fijos en ella.

Paula cerró los ojos y sintió que caía por el precipicio en cuyo borde se había estado balanceando. ¿Se enfadaría Pedro si le decía que sí? Se preguntó cómo podría suavizar la situación. ¿Le había dicho que lo quería durante el acto? No lo recordaba.

-¿Paula? -la sacudió ligeramente y ella abrió los ojos. El estaba sonriendo, con expresión retraída-. ¿Me quieres?

-Yo... -la sonrisa de Pedro selló su destino y barrió su sentido común-. Sí -respondió en un débil susurro.

-Dilo.

-Te quiero -lo miró a los ojos, preguntándose qué estaría pensando, pero todo lo que vio fue placer y satisfacción.

-Estupendo -dijo él-. Eso creía -la volvió a apretar contra su pecho y soltó un bostezo-. Me alegro.

Ninguno de los dos habló durante un largo rato. Ella no había esperado oír de él que la amaba, así que no estaba decepcionada... o al menos eso intentaba creerse. Tendría que bastarle con que él aceptara su amor. 

Después de todo, nunca se había imaginado que fueran a casarse, por lo que aquella nueva intimidad era un regalo inesperado. Por supuesto que lo era.

Cuando Pedro volvió a abrir los ojos, Paula seguía acurrucada en sus brazos y él aún tenía su miembro introducido en ella. Movió ligeramente las caderas y fue recompensado con la presión de los muslos de Paula. ¿Cómo demonios podía estar tan excitado si acababan de hacer el amor?

-¿Ha sido eso una invitación? -le preguntó ella, y le dio un beso en el pecho.

Él se echó a reír sin poder evitarlo. No podía negar que Paula lo hacía feliz. ¿Por qué no se había casado antes con ella? ¿Y por qué seguía luchando contra sí mismo?

-Sí -le respondió-. Es una invitación a pasar el resto del día en la cama.
Ella se sentó lentamente y se echó el pelo hacia atrás.

-De acuerdo. Pero tendrás que alimentarme.

-No te preocupes -dijo él, mordisqueándole el labio inferior, enrojecido e hinchado-. Te alimentaré.

Al caer la tarde, los dos estaban demasiado agotados como para moverse. Los restos de un sándwich de pavo estaban desperdigados sobre un plato en la mesita de noche. Pedro estaba tumbado de espaldas, con Paula acurrucada a su lado.

-Me pregunto si podré caminar mañana -dijo él-. Si mis rodillas flaquean en la sala de partos, van a pensar que es por la visión de la sangre.

-Mejor que piensen eso a otra cosa -observó Paula.
Él sonrió y le pasó una mano por los rizos.

-No te he dado las gracias por lo de hoy. Realmente tienes un don para hacer que los demás se sientan cómodos. Tu presencia ha ayudado mucho a que esta primera reunión haya sido un éxito.

-Espero que haya ido bien -dijo ella, pensativa-. Sé que ha sido muy difícil para ti.

-Al principio me sentí celoso -confesó él-. Un poco. Ella es mi madre, y me irritó que estuviera tan entusiasmada por conocer a dos extraños. Sé que no tiene sentido, pero...

-No serías humano si no te sintieras un poco amenazado -apoyó los antebrazos en su pecho y dejó que el pelo cayera en cascada sobre ambos-. ¿Qué piensas de ellos?

-Me gustan -respondió lentamente-. No estaba seguro de que así fuera, pero una vez que los conocí... me sentí bien.

-Son muy diferentes -dijo ella-. Luciana parece un espíritu libre, mientras que Federico no parece ser capaz de relajarse.

-Estaba muy tenso -corroboró Pedro-. Me hubiera gustado hablar con él de su trabajo, pero se mostró muy distante.

-Dale tiempo. Espero que Luciana decida quedarse con Miranda. O al menos, quedarse en San Antonio. A tu madre le encantaría.

-Mi madre se muere de impaciencia por tener un nieto -dijo él secamente-. Espero que los dos le den una oportunidad.

Volvieron a quedarse en silencio. Ella deslizó los brazos a los costados, y él la rodeó con los suyos.

Era una sensación exquisita, pensó Pedro. Y no era la primera vez que se sentía así. Cierto era que nunca había aceptado con facilidad a las personas, y que había creído que el amor que profesaba a su hermana y a su madre era suficiente. Sin amor, no había dolor.

Pero con Paula se había convertido en una persona diferente. Le había dicho cosas que nunca le había dicho a nadie. Sentía que podía depender de ella. Lo amaba y no le haría daño. Se estremeció de felicidad al recordar su dulce voz repitiéndole esas palabras una y otra vez mientas hacían el amor. 

No. Paula jamás le haría daño. Y no pasaba nada por necesitarla. Podía aceptar su amor y hacer todo lo que estuviera en su mano para que ella jamás se arrepintiera de haberse casado.


Se dijo que no importaba no haber respondido a su declaración. El amor no había formado parte de su acuerdo. Amar a Paula parecía mucho más aterrador que reconocer que la necesitaba. Y, por mucho que lo lamentara, sabía que no podría decirle esas dos palabras mágicas. 



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El Hombre Más Deseable Capítulo 13


Aquel día Pedro la llevó de compras. Paula protestó, alegando que no necesitaba nada, pero él quería que se sintiera segura de sí misma cuando tuvieran que asistir a cualquier acontecimiento familiar o social.
Cuando iban por McCullough Avenue hacia el aparcamiento de North Star Mall, Paula chasqueó con los dedos.


-He olvidado decirte que tu madre también llamó anoche. Dijo que no pasaba nada, pero su voz sonaba extraña. Quizá deberías ir a verla.

-Tal vez nos pasemos cuando acabemos de comprar -dijo él-. A menos que seas una compradora compulsiva, creo que habremos terminado en un par de horas.

Y no se equivocó. De hecho, hicieron todas las compras en el centro comercial, excepto una rápida visita a una zapatería especializada. Un vestido de noche, dos trajes de falda, dos de pantalón y un sensual vestido largo que encantó a Pedro, ya que con sólo desabrochar unos pocos botones la tendría desnuda.

Luego, fueron a casa de su madre. Aunque Miranda era la mujer más fuerte que conocía, Pedro estaba preocupado de los estragos que podía haberle causado la reunión con su ex marido.
Miranda los recibió en la puerta y Pedro comprobó que no había tenido razón para preocuparse. Las mejillas de su madre estaban sonrosadas y sus ojos relucientes.

-¡Hola, queridos míos! ¿Podéis quedaros un rato?

-Sólo tenemos unos minutos -respondió él-. Los dos tenemos que trabajar hoy.

-No conozco a nadie que trabaje más que vosotros -dijo Miranda poniendo una mueca-. La medicina es un campo muy exigente, ¿verdad?

-Me encanta mi trabajo -dijo Paula-, pero las guardias largas son agotadoras.

-Espera a tener hijos -comentó su suegra-. Entonces estarás de servicio veinticuatro horas al día... Eso sí que es agotador -le sonrió a su hijo-. Pero tendrás a Pedro para que te ayude.

Hubo un breve e incómodo silencio. Miranda no podría haber sacado un tema peor.

-Paula me ha dicho que llamaste ayer -dijo Pedro.

-En efecto -corroboró su madre con una sonrisa-. Tengo noticias de los gemelos -hizo una pausa para respirar hondo-. El detective privado los va a traer a San Antonio el próximo fin de semana. Los he invitado a quedarse aquí.

Pedro sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Una cosa era saber que tenía hermanos, pero otra muy distinta era verlos cara a cara. Su primer impulso fue protestar, pero el segundo fue reír por dentro.

-El señor Sinclair tiene que llamarme hoy -siguió diciendo su madre-. Os avisaré en cuanto organicemos el encuentro. Sé que querréis conocerlos. Era la primera vez que Miranda se equivocaba completamente respecto a los deseos de su hijo.

-Oh, casi se me olvida -añadió-. Le he hablado de los gemelos al tío Ryan y de su inminente visita.

-¿Qué ha dicho? -Pedro volvió a tener la sensación de que todo se escapaba a su control. Si su madre estaba compartiendo esa información con los otros Alfonso, los gemelos entrarían sin remedio en la familia.

-Ha sido muy... comprensivo -los ojos de Miranda se llenaron de lágrimas-. No se lo dirá al resto de la familia hasta que los hayamos conocido. Quién sabe, quizá no haya necesidad de decirle nada a nadie.


La semana pasó con mucha rapidez para Pedro. El sábado por la mañana se levantó antes de que amaneciera y estuvo haciendo ejercicio durante una hora. Cuando subió a ducharse, Paula seguía durmiendo.

Aquel día ella tenía que trabajar, así que él tendría que enfrentarse solo a la visita. Una parte de él quería echar a correr y esconder la cabeza en la arena. Pero otra parte le decía que se tomara con calma la repentina aparición de sus hermanos. Después de todo, ¿qué eran dos parientes más comparados con todos los que había conocido ya? Pero no, ellos no eran simples parientes. Eran sus hermanastros. Los hijos de su madre. Tal vez lo que le pasaba era que estaba celoso, preocupado de que pudieran robarle el afecto de su madre. Como si fuera un estúpido crío.

¿Por qué debía angustiarse? Hacía mucho que no estaba pegado a las faldas de su madre, y ahora tenía una esposa en la que pensar.

Se miró ceñudo al espejo mientras se afeitaba. Durante la semana había trabajado más horas de las que le correspondían, intentando llegar exhausto a casa lo más tarde posible. De acuerdo a sus cálculos, Paula tendría que haber pasado ya la menstruación, pero no había vuelto a hacer el amor con ella.

No la necesitaba, se dijo a sí mismo por millonésima vez. Era muy agradable estar casado con ella, pero no eso no significaba que no pudiera vivir sin ella.

Entonces, ¿por qué se lo estaba negando continuamente?
Por pura atracción fisica, se recordó. Mucho más fuerte de la que había sentido por cualquier otra mujer, pero sólo era atracción fisica. Nada que no pudiera controlar.

En ese momento se abrió la puerta del baño y entró Paula, con sus cabellos rodeándole la cabeza como un halo de trigo dorado, derramándose sobre las tiras del camisón negro.

-Oh, lo siento -dijo ella-. Buenos días. Creía que estabas abajo -le dedicó una soñolienta sonrisa mientras agarraba una toallita para lavarse la cara-. Tengo que ducharme, pero puedo esperar a que acabes.

Se dio la vuelta para marcharse, pero esa sonrisa había sido demasiado para el pobre autocontrol de Pedro.

-Paula -la agarró de la mano antes de que saliera.

Ella se giró hacia él con las cejas arqueadas. De un fuerte tirón, Pedro la tuvo entre sus brazos y la sujetó con firmeza.

-Puedes ducharte conmigo -le dijo con voz áspera y profunda.

El rostro de Paula se iluminó con una radiante sonrisa mientras le rodeaba el cuello con los brazos.

-Como tú digas, doctor.

El agua de la ducha le quemaba la espalda. Paula se retorcía entre sus brazos, sujeta entre los fríos azulejos de la pared y el cuerpo de Pedro. Él consiguió retrasar su orgasmo hasta que ella se estremeció con violencia, y entonces se descargó en su interior, gimiendo fuertemente mientras vaciaba su semilla en ella y...

-Oh, demonios -exclamó-. ¿Sabes lo que hemos hecho?

-No hace falta pensar mucho para saberlo -dijo ella con una risita.

-Muy graciosa. Me refiero a la protección.

Ella levantó la cabeza y lo miró con ojos brillantes.

-No estoy en período fértil -se apretó contra él y dejó escapar un suspiro de satisfacción-. Y es mucho más agradable así, ¿no te parece?

-Desde luego -sacó un brazo de la ducha para agarrar dos toallas-. Voto por que lo aplacemos hasta el dormitorio.

-De acuerdo -dijo ella con una sonrisa, y salió antes que él del cuarto de baño. Pero cuando llegaron a la cama, Pedro vio la hora que marcaba el despertador.

-¡Maldita sea! Vas a llegar tarde al trabajo.

-No -dejó caer la toalla al suelo y presionó su cuerpo desnudo contra él-. Ayer cambié mi turno para ir esta noche. Pensé que hoy te haría falta un poco de apoyo moral -él se quedó petrificado mientras absorbía sus palabras, y ella se retiró y lo miró dudosa-. Pero si prefieres ir solo, lo entiendo. Sólo creí que...

-Gracias -la interrumpió él tirando de ella-. Me gustaría tenerte a mi lado -le pareció que sonaba muy necesitado, y se obligó a esbozar una maliciosa sonrisa antes de reclamar sus labios-. Sólo por si acaso necesito hacer esto de nuevo.


Cuando el sedán oscuro entró en Melrose Manor, Paula pensó que podría cortarse la tensión que se respiraba en el ambiente. Estaban en el porche de piedra para recibir a los invitados, pero el silencio no parecía muy acogedor. Miró a Miranda, quien no dejaba de mover las ruanos y morderse el labio. Por el contrario, Pedro y su hermana estaban muy quietos y serios. 

Paula pensó que seguramente se sentirían amenazados por todo aquello, aun siendo ya adultos responsables. Debía de ser inquietante descubrir que el cariño de una madre iba a ser compartido, de ahora en adelante, con un par de desconocidos.

El sedán se detuvo frente a la entrada y se abrió la puerta del conductor. Un hombre moreno salió y rodeó el coche con la mano extendida.

-¿Señora Alfonso? Soy Flynn Sinclair. Me alegro de haber ayudado a hacer posible esta reunión.

Miranda le estrechó la mano, pero su atención se centró en el otro hombre que estaba saliendo del coche. Alto, de pelo negro, vestido elegantemente, todo en él irradiaba éxito y seguridad. Recorrió al grupo con una mirada de sus penetrantes ojos azules, pero los ignoró en cuanto le ofreció la mano a la mujer que salía tras él. Era muy bajita, de pelo oscuro como su hermano, aunque sus cabellos eran rizados y le llegaban hasta los hombros. Llevaba unas sandalias y un discreto y vaporoso vestido de gasa. Se apartó del coche y Paula oyó que Miranda ahogaba un grito. La joven estaba embarazada. Sinclair, el detective privado a quien Horacio Zolezzi había contratado bajo falsos pretextos, hizo avanzar a la chica hacia Miranda.

-Señora Alfonso, ésta es Luciana Michaels.

La mujer embarazada dio un paso adelante. Miranda le tendió automáticamente los brazos, pero la joven se apresuró a extender la mano. 

-Es... -habló con voz vacilante- un placer conocerla, señora Alfonso -esbozó una sonrisa torcida, que reveló un hoyuelo en su mejilla izquierda.

Tal vez fuera por su padre, pensó Paula. Los gemelos compartían mucho más que aquel hoyuelo. Aunque Federico era más alto que Luciana, había un asombroso parecido en los rasgos, sobre todo en los ojos... Unos ojos azules idénticos a los de Miranda. Ni Pedro ni Gabrielle habían heredado ese color y, sin embargo, los cuatro hermanos ofrecían una semejanza familiar.

 -Miranda. Por favor, llámame Miranda -sus ojos estaban inundados de lágrimas.

-Éste es Federico Bond -dijo Luciana, volviéndose y señalando al hombre que tenía detrás.

Miranda recuperó rápidamente la compostura y le dio a Federico un breve apretón de manos.

-Es un placer conoceros a los dos -dijo. Se giró hacía el trío expectante-. Éstos son mi hija Gabrielle Alfonso, mi hijo Pedro Alfonso y su esposa, Paula.

Hubo otra ronda de apretones de manos y murmullos corteses. Al acabar, todos miraron de nuevo a Miranda, que volvió a morderse el labio.

-¿Qué os parece si entramos y seguimos hablando mientras tomamos algo?

El grupo entero entró en silencio. Paula notó que Luciana miraba sobrecogida a su alrededor. Era obvio que no estaba acostumbrada a tanto lujo y riqueza. Federico, en cambio, no parecía tan impresionado. Miranda los condujo hacia la terraza, donde se había servido un ligero bufé. Más allá, las azules aguas de la piscina relucían bajo el cálido sol de Texas.

Miranda repartió las bebidas mientas Flynn Sinclair hablaba en voz baja con ella. Gabrielle estaba aferrada al codo de su hermano. Los gemelos caminaron juntos hacia la piscina. Paula pensó que debían de haberse conocido antes, puesto que parecían sentirse muy cómodos el uno con el otro... y muy incómodos con la idea de tener una familia tan numerosa como desconocida.

Agarró un vaso de limonada y se acercó a ellos.


-Bienvenidos a San Antonio -dijo-. El tiempo no puede ser mejor en esta época del año.

-Es muy distinto a Pennsylvania -dijo Federico.

-Lo imagino. Tenéis que ir al centro. San Antonio es una ciudad maravillosa.

-Dudo que tenga tiempo para hacer turismo -respondió Federico llevándose su bebida a los labios-. Mi vuelo sale mañana.

-Eso es muy pronto -dijo Pedro, que se había aproximado a ellos-. Esperábamos que os quedarais unos días.

-Los negocios mandan -dijo Federico negando con la cabeza.

«Y es una buena excusa», pensó Paula, aunque supuso que no debía culparlo. 

-Esto debe de ser un shock, encontrar no sólo a tu madre, sino a una gemela y a un montón de parientes.

-Y además famosos -intervino Luciana.

-Si te sirve de consuelo -le dijo Paula con una sonrisa-, te entiendo muy bien. Pedro y yo nos casamos hace una semana, tan sólo, y aún me siento sobrecogida por la familia Alfonso. Sin mencionar toda su riqueza...

-Puede ser abrumador -afirmó Pedro, asintiendo.

-Pero tú debes de estar acostumbrado -dijo Luciana-. Eres uno de ellos... un Alfonso.

-Ahora tú también eres una de ellos -dijo Pedro riendo. Parecía sentirse cómodo, pero, al estar pegada a él, Paula sintió que estaba temblando-. Y no, no estoy acostumbrado. Hasta hace unos años, yo tampoco supe que era un Alfonso.

-¿Qué significa eso? -preguntó Federico, que aún no había sonreído ni una sola vez.

-Significa exactamente lo que oyes -respondió Pedro con tranquilidad-. Nuestra madre se separó de la familia siendo adolescente. Gabrielle y yo crecimos sin saber nada de su parentesco con los Alfonso. De hecho, sólo hace seis años que fuimos recibidos en la familia -volvió a sonreír-. Será divertido ver a alguien más entrando en este clan de locos.

-Eso suponiendo que decidamos entrar en la familia -dijo Federico.

-Cierto -la sonrisa de Pedro se desvaneció-. Aunque espero que le deis una oportunidad a mamá. Que le permitáis explicaros las circunstancias de vuestro nacimiento.

-Estoy deseando escucharla -dijo Federico asintiendo. Su expresión era indescifrable.

-Así que Federico es de Pennsylvania -dijo Paula, intentando aliviar la tensión. Miranda se acercaba a ellos, y no sería conveniente que los oyera discutir-. ¿Y tú, Luciana?

-He estado viviendo en Nuevo México -la joven se pasó una mano por la prominente barriga-. Pero jamás volveré allí.

-¿Oh? ¿Y adónde irás? -preguntó Miranda, que en ese momento llegaba junto a ellos.

-Aún no lo he decidido -respondió Luciana en tono inseguro.

-Pero debes de tener planes. ¿Qué quiere hacer tu marido? Dentro de poco darás a luz.

-No hay marido -la facilidad con la que lo dijo dejó maravillada a Paula-. Aún tengo tiempo para hacer planes.

-No esperes demasiado -dijo Pedro-. Los bebés no son muy predecibles.
Luciana lo miró asombrada.

-Pedro es médico -explicó Paula-. Especialista en bebés prematuros.

-Entonces estoy en buenas manos si doy a luz hoy, ¿mmm? -dijo Luciana con una amplia sonrisa.
Pedro puso una exagerada mueca de horror.

-Espero que eso no ocurra. Pero, de ser así, estás en las mejores manos posibles. Paula es enfermera de pediatría. Nos conocimos en el hospital.

-Oh, tuvo que ser muy romántico.

Pedro miró divertido a Paula, que le sonrió. Ciertamente, era difícil aplicar el término «romántico» a un montón de incubadoras y conductos intravenosos.

sábado, 25 de julio de 2015

El Hombre Más Deseable Capítulo 12



Pedro llevó a Paula a casa poco después. Le relató brevemente la reunión con su padre, y luego le hizo el amor con la misma pasión que siempre. Pero ella sintió que una parte de él estaba ausente. Después, por primera vez desde que empezaron a dormir juntos, no la estrechó entre sus brazos, sino que se levantó de la cama.

-Me voy un rato abajo.

-¿Estás bien? -le preguntó ella, sentándose y mirándolo mientras él se abrochaba el pijama.

-Sí. Sólo estoy furioso. Ojalá ese cretino hubiera muerto hace años.

-No -dijo ella, alarmada-. Seguro que no deseas eso.

-Lo deseo -declaró él-. No sabes lo que ha sido ver a mi madre negociando con esos dos.

-Aun así, no puedes desearle la muerte a alguien. Una vez que se ha ido, jamás volverá.

-Exacto -salió de la habitación y ella cayó sumida en un sueño inquieto. 

Horas más tarde se despertó cuando Pedro volvió a la cama. Pero entonces él la estrechó entre sus brazos, como siempre hacía, y ella pudo suspirar finalmente sintiéndose segura.

Al día siguiente por la tarde le llegó a Paula el periodo.

Pedro había ido al hospital, y ella estaba sola en casa. Estaba recogiendo la ropa sucia cuando los familiares pinchazos la alertaron. Lentamente, salió del baño y se sentó en la cama. Debería sentirse aliviada de no estar embarazada.

Pero... no sentía ningún alivio. Cerró los ojos y presionó las manos contra los párpados, negándose a llorar. Si hubiera estado embarazada, habría tenido la certeza de que Pedro jamás la abandonaría. Se hubieran acabado sus temores y dudas por que aquel matrimonio acabara. Pero sin un hijo que los uniera, no había razón para permanecer juntos. No importaba lo atento que hubiera sido Pedro el día anterior.

Ella sabía que no podría mantener para siempre el interés de su marido. En cuanto dejara de encontrarla atractiva y se desvaneciera el deseo sexual, todo habría acabado.

«Estás dramatizando como una estúpida», se recriminó a sí misma. «Sólo porque tu padre se comportara así no significa que Pedro vaya a ser igual». Pero por muy optimista que intentara ser, la duda persistía. Si su encantadora madre no había sido capaz de mantener enamorado a un hombre, ¿cómo iba a hacerlo ella, la sosa y discreta Paula Chaves?

El sonido del teléfono la sacó de sus pensamientos y la hizo levantarse. -Residencia Alfonso. Paula al habla -aquellas palabras aún la hacían estremecerse.

-Buenas tardes. Soy Horacio Zolezzi. ¿Puedo hablar con Pedro?
Paula estuvo a punto de dejar caer el auricular al darse cuenta de que estaba hablando con el padre de Pedro.

-Lo siento, señor Zolezzi. Pedro no se encuentra aquí en estos momentos.

-¿Eres su mujer?

-Sí, señor. ¿Puedo dejarle un mensaje?

-Bueno... -Horacio dudó unos segundos-. Puedes decirle que he llamado y que espero que me devuelva la llamada. Dile que me gustaría quedar con él para comer y así poder hablar.

-Gracias, señor Zolezzi. Me aseguraré de que reciba el mensaje -aunque se imaginaba cuál sería la reacción de Pedro.

-Sería un placer que nos acompañaras -dijo Zolezzi con voz más amable-. Me encantaría conocer a la mujer de mi hijo.

-Se lo diré a Pedro -dijo ella, sin saber qué más decir-. ¿A qué número debe llamarlo?

Apuntó el número que Zolezzi le daba, preguntándose si habría alguna posibilidad de que Pedro quisiera hablar con su padre. El señor Horacio parecía sincero. Y aunque ella aborrecía el chantaje, había oído las dudas que Pedro tenía sobre el papel que la señora Zolezzi jugaba en todo aquello. ¿Sería posible que Horacio Alfonzo Zolezzi  hubiera sido manipulado? ¿Y qué razón habría tenido para abandonar a su familia?

Ella sabía mejor que nadie lo dañino que era albergar el rencor y la furia en vez de intentar olvidar el pasado. Siguiendo un impulso, sacó la caja con las fotos familiares y observó el rostro de su padre en una de ellas. En numerosas ocasiones había intentado hablar con ella para explicarle por qué se marchó, pero ella nunca se lo permitió. No se dio cuenta de hasta qué punto necesitaba perdonar a su padre hasta que éste murió.

Sintió que el dolor la traspasaba y que un torrente de abrasadoras lágrimas afluía a sus ojos. Tal vez pudiera demostrarle a Pedro lo inútil que era el odio hacia su padre. Tal vez pudiera ayudarlo a evitar ese arrepentimiento que ella siempre llevaría.

Pedro entró silenciosamente en casa, pensando que Paula estaría ya dormida. Se había quedado más tiempo del necesario en el hospital, con la esperanza de no verla aquella noche. Su mujer era demasiado tentadora. 

Era ridículo desear a una mujer como él deseaba a Paula. Podía olerla cada vez que respiraba, oír su voz en todo momento, y un hormigueo le recorría los dedos cada vez que pensaba en acariciar su piel satinada.

El cuerpo empezó a responderle ante la mera idea de abrazarla, cuando entró en el dormitorio estaba sudando. Irritado, evitó mirar hacia la cama mientras se vaciaba los bolsillos y se desnudaba.

-Llegas tarde -la tranquila voz de Paula lo sobresaltó al acostarse.

-Soy médico -gruñó, enojado por la acusación-. Debo atender a los pacientes que necesitan mi ayuda.

Sintió que Paula tiraba de la sábana, retrocediendo ante su brusco tono.

-No quería decir...

-Cuando te casaste conmigo sabías que no era un hombre con un horario estable -la cortó él. Se produjo un largo silencio. Ella no se movió, y él empezó a sentir cómo la irritación dejaba paso a la culpa.

-Lo siento -dijo ella finalmente-. Estaba preocupada de que hubieras tenido un mal día, y pensé que tal vez necesitaras hablar.

Demonios, había malinterpretado sus palabras. ¿Qué se suponía que debía decir? Entonces la oyó sorber por la nariz. ¿Estaba llorando? Resistiéndose al impulso de tomarla entre sus brazos, soltó un suspiró y dijo:

-Yo también lo siento. He tenido un día duro, pero no hay motivo para pagarlo contigo -se obligó a darse la vuelta, dándole la espalda-. Buenas noches.

-Buenas noches -estaba llorando, aunque por su cuidadosa respiración era evidente que no quería que él lo supiera.

Pedro permaneció rígido hasta que Paula se durmió. Le había costado toda su fuerza de voluntad no abrazarla. ¿Qué había esperado exactamente de aquel matrimonio? No lo sabía, pero desde luego no esperaba una lucha constante consigo mismo.

Cuando despertó al día siguiente, Paula ya llevaba horas levantada y vestida.

-Buenos días -lo saludó cuando él bajó a la cocina-. ¿Te apetecen unos huevos?

Al recordar el pésimo humor que había demostrado la noche anterior, no podía creerse que Paula se dignara a hablarle, y mucho menos sonreírle.

-Sí, gracias -se sirvió una taza de café y entonces vio la caja de fotos-. ¿Qué estás haciendo?

-Clasificar esas fotos. Quiero ponerlas en un álbum -le respondió mientras buscaba algo en el frigorífico-. Eh... ¿Pedro?

-¿Mmm? -tomó una de las fotos y miró la fecha del dorso.

-Ayer me vino el periodo. No vamos a ser padres.

Lentamente, Pedro dejó la foto y se volvió hacia ella, pero Paula estaba de espaldas a él, cascando los huevos en la sartén.

-Bueno, ésas son buenas noticias -¿no? Necesitaban tiempo para ellos mismos antes de tener hijos. Después de lo de la noche anterior, eso tendría que haber quedado bastante claro. Sin embargo, un ligero pesar lo sorprendió. ¿Había deseado que Paula se quedase embarazada? La respuesta era demasiado compleja para pensar en ella por la mañana.

-Voy a tomar la píldora -dijo ella, sin mirarlo.

El guardó silencio unos momentos. En teoría, era lo mejor, y a él le evitaría la molestia de ponerse un preservativo antes de hacer el amor. Pero...

-Déjame pensar en ello. No hagas nada todavía -miró fijamente la taza del café, como si allí fuera a encontrar las respuestas-. Hablaremos de los hijos más tarde, ¿de acuerdo?

Ella asintió, y durante unos segundos sólo se oyó el chisporreteo del beicon en la sartén.

-Anoche llamaron y dejaron un mensaje para ti -dijo ella finalmente-. Lo he apuntado en esa hoja que hay sobre la mesa.

-¿Quién llamó? -preguntó él, tomando el trozo de papel amarillo.

-Tu padre.

-¿Qué? -soltó el papel como si estuviera ardiendo-. ¿Qué demonios quería ese bastardo chantajista?

Paula se volvió hacia él con los ojos muy abiertos.

-Sólo quería hablar contigo. Te ha invitado..., a nosotros dos, de hecho, a comer. Creo que quiere llegar a conocerte.

Pedro masculló lo que su padre podía hacer con su invitación.

-De ningún modo vamos a verlo. Sabe Dios lo que se guarda en la manga.

-Dijiste que no estabas seguro de que la idea del chantaje fuera suya -le recordó Paula-. ¿Y qué daño haría verlo una sola vez? Es el único padre que tienes.

-No. Me crié muy bien sin él. Y voy a seguir sin padre. No quiero que forme parte de mi vida. Si vuelve a llamar, cuelga. No quiero que hables con él -se sentó y tomó un sorbo de café, dando a entender que el asunto estaba zanjado. Levantó al azar una de las fotos, más para distraer a Paula que por genuino interés-. Esta mujer que aparece junto a tu padre no es tu madre. ¿Se volvió a casar?

-Sí. Ésa es su segunda esposa -le sirvió los huevos con beicon mientras él observaba detenidamente la fotografia.

-¿Cuántas esposas tuvo?

-Iba por la cuarta cuando murió -dijo ella con una voz desprovista de toda emoción.

-¿Cuándo dices que tus padres se separaron?

-Nos abandonó cuando yo tenía doce años.

«Nos abandonó». No «me abandonó», ni «abandonó a mi madre». Un pensamiento empezó a formarse en la mente de Pedro, pero aún era demasiado difuso para enfocarlo.

-¿Y qué pensaste de sus otras mujeres?

-Nunca conocí a ninguna excepto a la última -respondió Paula encogiéndose de hombros-. Hablé con su última mujer en el funeral. Parecía... decente. Me invitó a ir a su casa. Insistió en que me quedara con cualquier cosa de mi padre que quisiera.

-¿Por qué no conociste a las otras? ¿Ya te habías independizado cuando se volvió a casar?

-No. Se casó por segunda vez una semana después de divorciarse de mi madre. Vimos la noticia en el periódico. Ese matrimonio duró un año, hasta que se separó y se volvió a casar. Ese otro duró más tiempo, pero hace ocho años también se rompió -esbozó una irónica sonrisa-. Gracioso, ¿verdad?

-Triste -dijo Pedro negando con la cabeza-. ¿Cuándo conoció a la última?

-No estoy segura. Me dio la impresión de que no habían estado casados mucho tiempo. En realidad, ni siquiera sé si antes estuvo con otras. También supuse que había vivido siempre en San Antonio, pero pude estar equivocada.

-¿Y no mantuvisteis el contacto después de su marcha?

-No -respondió con un suspiro.

Su voz estaba tan cargada de pena y desesperanza que Pedro la tomó de la mano a pesar de su resolución a no tocarla sin necesidad.

-¿Te hubiera gustado mantenerlo?

-No, por aquel entonces no -se aferró fuertemente a sus dedos-. En los años siguientes a su marcha se puso en contacto conmigo varias veces, pero yo siempre me negaba a hablar con él. Lo volvió a intentar después de que me graduara en el instituto. Dijo que le gustaría conocerme mejor, disculparse por lo que hizo, intentar explicarse. Pero yo... me negué. Nunca le di una oportunidad. Ni la más mínima.

Y sin embargo había atesorado los gatitos de cristal que su padre le regalaba. Tal vez no hubiera sido capaz de perdonarlo, pero estaba claro que le importaba.
Ella se soltó de sus dedos y juntó las manos.

-Ahora me arrepiento de haber sido tan testaruda.

-¿Por qué?

-Fue el único padre que tuve. Y no tengo ni idea de cuáles fueron sus razones para hacer lo que hizo. Pero lo que sí creo es que estaba realmente interesado en restablecer los lazos conmigo. Y murió antes de que yo pudiera superar mi rencor.

-¿Cómo murió?

-De repente. Sufrió un ataque al corazón.

-Lo siento -se sentía torpe e incómodo. ¿Cómo debía responder? Paula no estaba siendo muy delicada. Estaba intentando que él le tendiera un lazo a su padre, pero sus situaciones habían sido diferentes. Horacio Zolezzi y él no tenían nada de qué hablar. Y si su padre moría al día siguiente, él no lo lamentaría.

Agarró el tenedor y empezó a comer, evitando la mirada de Paula. El silencio se hizo opresivo, y él percibió su reproche. La había decepcionado.
Bueno, no era asunto de ella. Y sin embargo... no podía soportar la idea de preocuparla. Paula siempre había estado dispuesta a ayudarlo y consolarlo.

Y era inquietante reconocer lo mucho que él necesitaba su aprobación.




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les dejo 4 Capitulos.. cada ves quedan menos....

Recurro a este medio para informarle lo SIGUIENTE. 

espero q se copen chicuelas .... cualquier cosa me avizan a mi twitter personal @yaninapaz o @peturroalfonsoo