Divina

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sábado, 25 de julio de 2015

El Hombre Más Deseable Capítulo 12



Pedro llevó a Paula a casa poco después. Le relató brevemente la reunión con su padre, y luego le hizo el amor con la misma pasión que siempre. Pero ella sintió que una parte de él estaba ausente. Después, por primera vez desde que empezaron a dormir juntos, no la estrechó entre sus brazos, sino que se levantó de la cama.

-Me voy un rato abajo.

-¿Estás bien? -le preguntó ella, sentándose y mirándolo mientras él se abrochaba el pijama.

-Sí. Sólo estoy furioso. Ojalá ese cretino hubiera muerto hace años.

-No -dijo ella, alarmada-. Seguro que no deseas eso.

-Lo deseo -declaró él-. No sabes lo que ha sido ver a mi madre negociando con esos dos.

-Aun así, no puedes desearle la muerte a alguien. Una vez que se ha ido, jamás volverá.

-Exacto -salió de la habitación y ella cayó sumida en un sueño inquieto. 

Horas más tarde se despertó cuando Pedro volvió a la cama. Pero entonces él la estrechó entre sus brazos, como siempre hacía, y ella pudo suspirar finalmente sintiéndose segura.

Al día siguiente por la tarde le llegó a Paula el periodo.

Pedro había ido al hospital, y ella estaba sola en casa. Estaba recogiendo la ropa sucia cuando los familiares pinchazos la alertaron. Lentamente, salió del baño y se sentó en la cama. Debería sentirse aliviada de no estar embarazada.

Pero... no sentía ningún alivio. Cerró los ojos y presionó las manos contra los párpados, negándose a llorar. Si hubiera estado embarazada, habría tenido la certeza de que Pedro jamás la abandonaría. Se hubieran acabado sus temores y dudas por que aquel matrimonio acabara. Pero sin un hijo que los uniera, no había razón para permanecer juntos. No importaba lo atento que hubiera sido Pedro el día anterior.

Ella sabía que no podría mantener para siempre el interés de su marido. En cuanto dejara de encontrarla atractiva y se desvaneciera el deseo sexual, todo habría acabado.

«Estás dramatizando como una estúpida», se recriminó a sí misma. «Sólo porque tu padre se comportara así no significa que Pedro vaya a ser igual». Pero por muy optimista que intentara ser, la duda persistía. Si su encantadora madre no había sido capaz de mantener enamorado a un hombre, ¿cómo iba a hacerlo ella, la sosa y discreta Paula Chaves?

El sonido del teléfono la sacó de sus pensamientos y la hizo levantarse. -Residencia Alfonso. Paula al habla -aquellas palabras aún la hacían estremecerse.

-Buenas tardes. Soy Horacio Zolezzi. ¿Puedo hablar con Pedro?
Paula estuvo a punto de dejar caer el auricular al darse cuenta de que estaba hablando con el padre de Pedro.

-Lo siento, señor Zolezzi. Pedro no se encuentra aquí en estos momentos.

-¿Eres su mujer?

-Sí, señor. ¿Puedo dejarle un mensaje?

-Bueno... -Horacio dudó unos segundos-. Puedes decirle que he llamado y que espero que me devuelva la llamada. Dile que me gustaría quedar con él para comer y así poder hablar.

-Gracias, señor Zolezzi. Me aseguraré de que reciba el mensaje -aunque se imaginaba cuál sería la reacción de Pedro.

-Sería un placer que nos acompañaras -dijo Zolezzi con voz más amable-. Me encantaría conocer a la mujer de mi hijo.

-Se lo diré a Pedro -dijo ella, sin saber qué más decir-. ¿A qué número debe llamarlo?

Apuntó el número que Zolezzi le daba, preguntándose si habría alguna posibilidad de que Pedro quisiera hablar con su padre. El señor Horacio parecía sincero. Y aunque ella aborrecía el chantaje, había oído las dudas que Pedro tenía sobre el papel que la señora Zolezzi jugaba en todo aquello. ¿Sería posible que Horacio Alfonzo Zolezzi  hubiera sido manipulado? ¿Y qué razón habría tenido para abandonar a su familia?

Ella sabía mejor que nadie lo dañino que era albergar el rencor y la furia en vez de intentar olvidar el pasado. Siguiendo un impulso, sacó la caja con las fotos familiares y observó el rostro de su padre en una de ellas. En numerosas ocasiones había intentado hablar con ella para explicarle por qué se marchó, pero ella nunca se lo permitió. No se dio cuenta de hasta qué punto necesitaba perdonar a su padre hasta que éste murió.

Sintió que el dolor la traspasaba y que un torrente de abrasadoras lágrimas afluía a sus ojos. Tal vez pudiera demostrarle a Pedro lo inútil que era el odio hacia su padre. Tal vez pudiera ayudarlo a evitar ese arrepentimiento que ella siempre llevaría.

Pedro entró silenciosamente en casa, pensando que Paula estaría ya dormida. Se había quedado más tiempo del necesario en el hospital, con la esperanza de no verla aquella noche. Su mujer era demasiado tentadora. 

Era ridículo desear a una mujer como él deseaba a Paula. Podía olerla cada vez que respiraba, oír su voz en todo momento, y un hormigueo le recorría los dedos cada vez que pensaba en acariciar su piel satinada.

El cuerpo empezó a responderle ante la mera idea de abrazarla, cuando entró en el dormitorio estaba sudando. Irritado, evitó mirar hacia la cama mientras se vaciaba los bolsillos y se desnudaba.

-Llegas tarde -la tranquila voz de Paula lo sobresaltó al acostarse.

-Soy médico -gruñó, enojado por la acusación-. Debo atender a los pacientes que necesitan mi ayuda.

Sintió que Paula tiraba de la sábana, retrocediendo ante su brusco tono.

-No quería decir...

-Cuando te casaste conmigo sabías que no era un hombre con un horario estable -la cortó él. Se produjo un largo silencio. Ella no se movió, y él empezó a sentir cómo la irritación dejaba paso a la culpa.

-Lo siento -dijo ella finalmente-. Estaba preocupada de que hubieras tenido un mal día, y pensé que tal vez necesitaras hablar.

Demonios, había malinterpretado sus palabras. ¿Qué se suponía que debía decir? Entonces la oyó sorber por la nariz. ¿Estaba llorando? Resistiéndose al impulso de tomarla entre sus brazos, soltó un suspiró y dijo:

-Yo también lo siento. He tenido un día duro, pero no hay motivo para pagarlo contigo -se obligó a darse la vuelta, dándole la espalda-. Buenas noches.

-Buenas noches -estaba llorando, aunque por su cuidadosa respiración era evidente que no quería que él lo supiera.

Pedro permaneció rígido hasta que Paula se durmió. Le había costado toda su fuerza de voluntad no abrazarla. ¿Qué había esperado exactamente de aquel matrimonio? No lo sabía, pero desde luego no esperaba una lucha constante consigo mismo.

Cuando despertó al día siguiente, Paula ya llevaba horas levantada y vestida.

-Buenos días -lo saludó cuando él bajó a la cocina-. ¿Te apetecen unos huevos?

Al recordar el pésimo humor que había demostrado la noche anterior, no podía creerse que Paula se dignara a hablarle, y mucho menos sonreírle.

-Sí, gracias -se sirvió una taza de café y entonces vio la caja de fotos-. ¿Qué estás haciendo?

-Clasificar esas fotos. Quiero ponerlas en un álbum -le respondió mientras buscaba algo en el frigorífico-. Eh... ¿Pedro?

-¿Mmm? -tomó una de las fotos y miró la fecha del dorso.

-Ayer me vino el periodo. No vamos a ser padres.

Lentamente, Pedro dejó la foto y se volvió hacia ella, pero Paula estaba de espaldas a él, cascando los huevos en la sartén.

-Bueno, ésas son buenas noticias -¿no? Necesitaban tiempo para ellos mismos antes de tener hijos. Después de lo de la noche anterior, eso tendría que haber quedado bastante claro. Sin embargo, un ligero pesar lo sorprendió. ¿Había deseado que Paula se quedase embarazada? La respuesta era demasiado compleja para pensar en ella por la mañana.

-Voy a tomar la píldora -dijo ella, sin mirarlo.

El guardó silencio unos momentos. En teoría, era lo mejor, y a él le evitaría la molestia de ponerse un preservativo antes de hacer el amor. Pero...

-Déjame pensar en ello. No hagas nada todavía -miró fijamente la taza del café, como si allí fuera a encontrar las respuestas-. Hablaremos de los hijos más tarde, ¿de acuerdo?

Ella asintió, y durante unos segundos sólo se oyó el chisporreteo del beicon en la sartén.

-Anoche llamaron y dejaron un mensaje para ti -dijo ella finalmente-. Lo he apuntado en esa hoja que hay sobre la mesa.

-¿Quién llamó? -preguntó él, tomando el trozo de papel amarillo.

-Tu padre.

-¿Qué? -soltó el papel como si estuviera ardiendo-. ¿Qué demonios quería ese bastardo chantajista?

Paula se volvió hacia él con los ojos muy abiertos.

-Sólo quería hablar contigo. Te ha invitado..., a nosotros dos, de hecho, a comer. Creo que quiere llegar a conocerte.

Pedro masculló lo que su padre podía hacer con su invitación.

-De ningún modo vamos a verlo. Sabe Dios lo que se guarda en la manga.

-Dijiste que no estabas seguro de que la idea del chantaje fuera suya -le recordó Paula-. ¿Y qué daño haría verlo una sola vez? Es el único padre que tienes.

-No. Me crié muy bien sin él. Y voy a seguir sin padre. No quiero que forme parte de mi vida. Si vuelve a llamar, cuelga. No quiero que hables con él -se sentó y tomó un sorbo de café, dando a entender que el asunto estaba zanjado. Levantó al azar una de las fotos, más para distraer a Paula que por genuino interés-. Esta mujer que aparece junto a tu padre no es tu madre. ¿Se volvió a casar?

-Sí. Ésa es su segunda esposa -le sirvió los huevos con beicon mientras él observaba detenidamente la fotografia.

-¿Cuántas esposas tuvo?

-Iba por la cuarta cuando murió -dijo ella con una voz desprovista de toda emoción.

-¿Cuándo dices que tus padres se separaron?

-Nos abandonó cuando yo tenía doce años.

«Nos abandonó». No «me abandonó», ni «abandonó a mi madre». Un pensamiento empezó a formarse en la mente de Pedro, pero aún era demasiado difuso para enfocarlo.

-¿Y qué pensaste de sus otras mujeres?

-Nunca conocí a ninguna excepto a la última -respondió Paula encogiéndose de hombros-. Hablé con su última mujer en el funeral. Parecía... decente. Me invitó a ir a su casa. Insistió en que me quedara con cualquier cosa de mi padre que quisiera.

-¿Por qué no conociste a las otras? ¿Ya te habías independizado cuando se volvió a casar?

-No. Se casó por segunda vez una semana después de divorciarse de mi madre. Vimos la noticia en el periódico. Ese matrimonio duró un año, hasta que se separó y se volvió a casar. Ese otro duró más tiempo, pero hace ocho años también se rompió -esbozó una irónica sonrisa-. Gracioso, ¿verdad?

-Triste -dijo Pedro negando con la cabeza-. ¿Cuándo conoció a la última?

-No estoy segura. Me dio la impresión de que no habían estado casados mucho tiempo. En realidad, ni siquiera sé si antes estuvo con otras. También supuse que había vivido siempre en San Antonio, pero pude estar equivocada.

-¿Y no mantuvisteis el contacto después de su marcha?

-No -respondió con un suspiro.

Su voz estaba tan cargada de pena y desesperanza que Pedro la tomó de la mano a pesar de su resolución a no tocarla sin necesidad.

-¿Te hubiera gustado mantenerlo?

-No, por aquel entonces no -se aferró fuertemente a sus dedos-. En los años siguientes a su marcha se puso en contacto conmigo varias veces, pero yo siempre me negaba a hablar con él. Lo volvió a intentar después de que me graduara en el instituto. Dijo que le gustaría conocerme mejor, disculparse por lo que hizo, intentar explicarse. Pero yo... me negué. Nunca le di una oportunidad. Ni la más mínima.

Y sin embargo había atesorado los gatitos de cristal que su padre le regalaba. Tal vez no hubiera sido capaz de perdonarlo, pero estaba claro que le importaba.
Ella se soltó de sus dedos y juntó las manos.

-Ahora me arrepiento de haber sido tan testaruda.

-¿Por qué?

-Fue el único padre que tuve. Y no tengo ni idea de cuáles fueron sus razones para hacer lo que hizo. Pero lo que sí creo es que estaba realmente interesado en restablecer los lazos conmigo. Y murió antes de que yo pudiera superar mi rencor.

-¿Cómo murió?

-De repente. Sufrió un ataque al corazón.

-Lo siento -se sentía torpe e incómodo. ¿Cómo debía responder? Paula no estaba siendo muy delicada. Estaba intentando que él le tendiera un lazo a su padre, pero sus situaciones habían sido diferentes. Horacio Zolezzi y él no tenían nada de qué hablar. Y si su padre moría al día siguiente, él no lo lamentaría.

Agarró el tenedor y empezó a comer, evitando la mirada de Paula. El silencio se hizo opresivo, y él percibió su reproche. La había decepcionado.
Bueno, no era asunto de ella. Y sin embargo... no podía soportar la idea de preocuparla. Paula siempre había estado dispuesta a ayudarlo y consolarlo.

Y era inquietante reconocer lo mucho que él necesitaba su aprobación.




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les dejo 4 Capitulos.. cada ves quedan menos....

Recurro a este medio para informarle lo SIGUIENTE. 

espero q se copen chicuelas .... cualquier cosa me avizan a mi twitter personal @yaninapaz o @peturroalfonsoo 

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