Sobre todo, se quedó maravillada cuando Miranda le dijo que había reservado la pequeña iglesia de La Villita. Casarse en La Villita era uno de los pocos sueños que Paula se había atrevido a formular en voz alta. Muchas novias de San Antonio aspiraban a casarse allí, pero muy pocas lo conseguían. Seguramente, su futura suegra había sobornado a alguien.
Cuando acabó de trasladar sus cosas a casa de Pedro, contrataron a un equipo de mudanzas para transportar los muebles. Éstos habían sido de su madre, y aunque no eran nuevos, tenían intención de usarlos hasta que presentaran desperfectos.
Luego, tuvo que trabajar otros cuatro días seguidos en el hospital, y se sorprendió cuando las otras enfermeras le organizaron una despedida de soltera en su último día de trabajo antes de la boda. Aunque Pedro no había sido invitado a la fiesta sólo para chicas, entró en la sala cuando se estaba repartiendo el pastel.
-Vaya -dijo cuando alguien le ofreció un trozo-, parece que llego en el momento oportuno.
-Cielos, chica -dijo la especialista en sistema respiratorio, que estaba sentada a la izquierda de Paula, abanicándose mientras Pedro le sonreía a una enfermera-, si alguna vez te hace falta ayuda con este hombre, no dudes en llamarme.
-Lo tendré en cuenta -dijo, forzando una carcajada.
-Mire, doctor Alfonso -dijo una de las enfermeras más animadas, mostrándole una camisa negra con un liguero y medias de encaje-. ¡También tenemos un regalo para usted!
Pedro sonrió y se volvió para clavarle la mirada a Paula.
-Será un placer desenvolverlo.
Se produjo un incómodo silencio. Paula sintió cómo las mejillas le ardían de vergüenza.
-¡Oh, Dios mío! -murmuró alguien-. ¿Dónde se metió este hombre cuando yo estaba buscando marido? -todas las demás estallaron en risas.
Pero ella no había estado buscando marido, pensó Paula un cuarto de hora más tarde, cuando la fiesta acabó. Todo aquello parecía una fantasía, un sueño... y ella vivía con el temor permanente de despertarse en cualquier momento.
Antes de que Paula se diera cuenta, llegó la víspera de la boda. No habían planeado ningún ensayo, puesto que la ceremonia iba a ser muy corta. Sólo asistirían la madre de Pedro, su tío Ryan y su mujer, y su hermana con su marido, pero Miranda había insistido en dar una pequeña fiesta la noche antes. Había animado a Paula a que invitara a sus amigos a la boda, pero ella había declinado amablemente la oferta. No podía invitar a unas cuantas compañeras del hospital sin ofender a las otras. Y no conocía a nadie más.
Tras el divorcio de sus padres, había llegado a estar tan unida a su madre que no había tenido necesidad de hacer amigos. Al morir su madre, su naturaleza solitaria ya se había formado, y le resultó muy fácil mantenerse a distancia de las personas.
A pesar de los pocos invitados a la cena, Paula estaba muy nerviosa ante la idea de conocer a más miembros de los Alfonso, especialmente a Ryan Alfonso, el famoso cabeza de familia. Y se puso aún más nerviosa cuando Pedro la llamó el día de la cena para decirle que se retrasaría y que la vería allí. Una mujer presentaba dificultades en el parto e iban a tener que practicarle una cesárea. Paula tuvo pues que ir sola a casa de Miranda Alfonso, con los nervios a flor de piel.
El coche de Pedro no se veía por ninguna parte cuando llegó. Paula soltó un suspiro y se obligó a salir. Vio otros dos coches aparcados en el camino de entrada; un Ferrari azul y un Lexus dorado.
«Empieza el calvario», pensó. Justo en ese momento Miranda salió de la casa y corrió hacia ella con los brazos extendidos. Llevaba una túnica larga sobre los pantalones, lo que la asemejaba a un ave exótica.
-Hola, querida -la saludó-. Pedro ha llamado y me ha dicho que llegaría tarde. Yo no quería que tuvieras que venir sola.
Paula sintió un profundo arrebato de afecto hacia su futura suegra.
-Gracias. Tengo que confesar que estoy un poco nerviosa.
-No tienes por qué estarlo, en serio -la tomó del brazo y la condujo hacia la casa-. Estás muy guapa.
Paula pasó una mano sobre la chaqueta de seda de color aguamarina que le cubría un vestido de fiesta del mismo tono. Pedro se lo había llevado dos días antes y le había pedido que se lo pusiera aquella noche.
-Pedro eligió el vestido -dijo. No sólo eso. Había examinado su vestuario para comprobar las tallas, y el vestido le quedaba como un guante-. Normalmente no suelo ponerme unos colores tan llamativos.
-Pues este color te queda muy bien. Deberías vestirlo más a menudo -Miranda abrió la puerta e hizo entrar a Paula en el inmenso vestíbulo. Pero, en vez de dirigirse hacia la pequeña sala donde solían recibir a las visitas, la llevó al salón con la chimenea de mármol, las alfombras orientales y los sillones tapizados de seda.
Un hombre alto y moreno vestido con un traje de lino estaba cerca de la chimenea. Hablaba con Esteban Mendez, el cuñado de Pedro, que tenía la chaqueta colgada al hombro. En un sofá cercano había una mujer mayor y muy elegante, con el pelo recogido de una forma similar a Paula, que estaba hablando con Gabrielle.
Todo el mundo se volvió cuando Miranda y Paula entraron en el salón. La mirada de la anciana se clavó en la de Paula, que se quedó asombrada por su parecido con Pedro.
-Ha llegado Paula -anunció Miranda. La escoltó hacia los hombres, deteniéndose primero junto al mayor-. Éste es mi hermano Ryan Alfonso, y ya conoces a Esteban. Ryan, ésta es la novia de Pedro, Paula Chaves.- Esteban asintió y esbozó una ligera sonrisa. Ryan Alfonso también sonrió y le ofreció la mano. Sus ojos eran cálidos y amables.
-Es un placer conocerte, Paula. Miranda lleva una semana alabando tus virtudes, y ahora veo que no ha exagerado.
Paula sonrió, sin saber qué decir. Aquel hombre tan atractivo, junto con su hermana Miranda y los hijos de su hermano Cameron, era el heredero de una de las mayores fortunas de Texas. Los Alfonso eran el equivalente a los Kennedy de Massachussets o a los Windsor de Inglaterra. Paula los había visto en la televisión y en los periódicos, y se sentía como si hubiera entrado en un cuento de hadas.
Miranda tiró de ella hacia donde estaban sentadas Gabrielle y la mujer de Ryan.
-Lily, ésta es Paula.
Las dos mujeres se levantaron y Lily dio un paso adelante para darle un beso en la mejilla.
-Bienvenida a la familia, querida -le dijo, con un brillo en sus ojos oscuros.
-Gracias.
-Miranda nos ha dicho que Pedro va a retrasarse -dijo Lily manteniéndole la mirada-. Supongo que es algo inevitable en la vida de un médico.
-Eso es precisamente la vida de un médico -respondió Paula con una sonrisa.
En ese momento se oyó el ruido de un motor.
-Ése debe de ser él -dijo Paula-. Discúlpeme -se apresuró a salir del salón, y llegó a la puerta justo cuando Pedro entraba. Aún se estaba haciendo el nudo de la corbata y parecía muy cansado.
Entonces levantó la mirada y se detuvo en seco al verla.
-Estás... -le recorrió el cuerpo con la mirada- tan maravillosa como imaginé que estarías con ese vestido. Pero hay algo que falla.
-¿El qué? -el placer inicial que había sentido se transformó en preocupación.
-Esto -avanzó hacia ella y empezó a quitarle las horquillas del pelo.
-¡Pedro! ¡Estate quieto! -lo agarró de las muñecas, pero él era más fuerte y siguió soltándole el pelo, hasta deshacerle por completo el recogido.
-Así está mucho mejor -murmuró, entrelazando los dedos en su melena.
Su boca buscó la suya y con los dedos le sujetó la mandíbula, y ella se olvidó de todo excepto del hombre que la tenía entre sus brazos. Lo amaba con todo su ser. Lo rodeó por la cintura y se apretó contra su cuerpo. El intensificó el beso, jugando y saboreando con la lengua, pero finalmente se apartó y la miró a los ojos, encendidos de deseo.
-Esto tendrá que esperar hasta más tarde -dijo en voz baja.
Y no fue hasta que ella dio un paso atrás cuando se dio cuenta de que Miranda, Ryan, Lily, Gabrielle y Esteban estaban agolpados en la puerta, observándolos con ojos divertidos. La mirada de Esteban estaba fija en la melena suelta de Paula.
-Es algo... extraordinario -dijo, a nadie en particular. Su esposa le dio un codazo en las costillas.
-Deja de babear, querido -le dijo, y Ryan soltó una estruendosa carcajada mientras Paula se ruborizaba hasta las orejas.
Pedro miró a su familia reunida. Vio que su hermana intercambiaba un guiño de satisfacción con su marido. Cuando ella se giró y lo vio mirándola con ojos entrecerrados, se echó a reír.
-¡Hola, Pedro! Ahora que has terminado de saludar a Paula, tal vez tengas tiempo para el resto de la familia.
Pedro soltó un gruñido de burla, pero deslizó un brazo por la cintura de Paula y la llevó hasta su hermana.
-Hola, mocosa. Será mejor que seas amable o no te invitaré mañana a la boda.
-Si no me invitas, no podrás ver a Anita -replicó ella. Anita era la sobrina de Pedro, la pequeña hija de Esteban y Gabrielle.
Pedro miró a Paula, que se estaba riendo por aquel intercambio de amenazas. ¿Alguna vez la había visto reír así? Dios, qué hermosa era cuando dejaba ver su deslumbrante personalidad. No veía el momento de llevarla a casa, de hacerla suya, de casarse con ella al día siguiente para que nada ni nadie pudiera arrebatársela jamás...
Al darse cuenta de lo que estaba pensando, se apartó un paso de ello. No iba a necesitar a Paula, ni a nadie, hasta tal punto de no poder vivir sin ella.
Él tenía una vida propia y una maravillosa familia a la que aún estaba conociendo después de seis años. Pero durante casi toda su vida sólo había tenido a su madre y a su hermana, y no estaba dispuesto a depender de nadie. Ni siquiera había permitido que los Alfonso se hicieran cargo de él.
No necesitaba a nadie y así iba a seguir. De ese modo no habría sufrimiento.
-¿Qué pasa?- Paula se había acercado a él y le acariciaba la mano-. ¿Tan mal te ha ido hoy?
-No, no pasa nada -sintió cómo la tensión lo abandonaba ante la sincera preocupación de Paula. Era la mejor compañía que había conocido jamás. Por eso le resultaba tan difícil apartarse de ella. Iba a ser muy duro explicarle tras la boda que necesitaba espacio.
Paula lo miró sorprendida cuando él retiro la mano, pero no intentó tocarlo de nuevo. Esa reacción irritó a Pedro, y fue él quien la tomó de la mano y entrelazó los dedos con los suyos. Ella no lo miró, pero se aferró a su contacto de un modo casi desesperado. Qué demonios, ya se preocuparía más tarde de reclamar su espacio. Había tenido un día horrible, y sólo con tocarla ya se sentía mejor. ¿Qué tenía eso de malo?
Su madre los llamó para cenar y todos se dirigieron hacia el comedor. El rostro de Miranda se iluminó cuando los vio agarrados de la mano.
-De haber sabido que tendría tanto efecto en ti, habría salido a buscarla hace años -le dijo a su hijo con una radiante sonrisa.
Pedro frunció el ceño, pero antes de que pudiera replicar, su madre ya estaba repartiendo las copas de champán.
-¿Quieres hacer el brindis, Ryan?
Durante la comida, Paula se fue relajando y todos parecieron encantados con ella. En un extremo de la mesa, Miranda hablaba animadamente con Lily sobre los últimos detalles de la boda. Al verla mover las manos de un modo casi frenético, Pedro notó que le volvía la tensión.
Miranda se había lanzado de lleno a organizar la boda, y él era consciente de que su madre necesitaba mantenerse ocupada en esos momentos. En su rostro empezaba a ser evidente la preocupación por la siguiente jugada de su ex marido. Pero, si Paula se quedaba embarazada, tendría un motivo mucho más poderoso para no angustiarse.
La mera posibilidad le provocó un estremecimiento de emoción. ¿Cómo sería tener un hijo propio en sus brazos, saber que alguien lo necesitaba más que a nada en el mundo? Él no había tenido un padre en quien apoyarse, pero estaba decidido a que un hijo suyo nunca jamás se dormiría por las noches preguntándose qué clase de hombre sería capaz de abandonar a su familia.
Y si Paula se quedaba embarazada, no lo abandonaría. A Pedro no se le había pasado por alto que ella no estaba entusiasmada por casarse con él, ya que en más de una ocasión había expresado sus dudas al respecto. Pero la conocía demasiado bien para saber que, si tenían un hijo, nunca se iría.
No era que la necesitara, se recordó a sí mismo mientras levantaba una mano y le acariciaba el pelo por detrás. Tan sólo era que le gustaba llegar a casa y saber que lo estaba esperando. Le gustaba cómo conseguía animarlo en los días malos con sus caricias y sus palabras. Le gustaba cómo levantaba el rostro para besarlo, cómo su cuerpo se suavizaba contra el suyo en la cama, los ruiditos que hacía cuando la penetraba...
Ella giró la cabeza y le sonrió, y con la mano le apretó el muslo bajo la mesa.
-No empieces lo que no estés preparada para acabar -le susurró él al oído.
-No voy a empezar nada -respondió ella, ruborizándose al tiempo que lo apartaba con una mano en el pecho-. ¡Ya me has avergonzado bastante delante de tu familia!
Él se sorprendió a sí mismo sonriendo como un idiota, pero en cuanto vio que su hermana lo miraba pensativamente, adoptó una expresión despreocupada. Por supuesto que no necesitaba a Paula, pero no había nada malo en que le gustara cómo animaba su vida.
La cena fue un éxito. Su hermana, su madre y tía Lily incluyeron a Paula en sus conversaciones, como si hubiera pertenecido a la familia desde siempre. La acosaron con preguntas sobre su trabajo y el hospital, y Pedro pudo ver cómo ella se desprendía de su coraza al hablar de su profesión.
Durante el postre, vio que Esteban contemplaba sus cabellos sobre la mesa y le dedicó una cortante sonrisa.
-Céntrate en tu propia esposa, sheriff. Ésta es mía.
Esteban se limitó a sonreír mientras Ryan soltaba una risita.
-Que yo adore a mi esposa no significa que esté ciego -le replicó con una ceja arqueada-. Pero tú quizá lo estés. ¿Dijiste que la conoces desde hace cuatro años?
-Nadie ha sido tan rápido como tú y Gabrielle -intervino Ryan-. Incluso a mí me costó mucho tiempo descubrir que Lily era lo que faltaba en mi vida.
La conversación siguió, pero Pedro se mantuvo en silencio. Era cierto, había conocido a Paula mucho antes de quererla como esposa. Y si quería casarse con ella era sólo porque le había arrebatado su virginidad en uno de los peores momentos de su vida. Pero ahora, mientras pensaba en ello, se daba cuenta de que una parte de él valoraba a Paula desde mucho tiempo atrás.
Se había convencido a sí mismo de que era sólo una amistad profesional, pero la verdad era que cada vez había buscado su compañía con más insistencia. Incluso había sentido que ella siempre estaría esperándolo. Y se había aprovechado de ello, absorbiéndola e impidiéndole que se relacionara con otras personas.
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