Divina

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domingo, 26 de julio de 2015

El Hombre Más Deseable Capítulo 13


Aquel día Pedro la llevó de compras. Paula protestó, alegando que no necesitaba nada, pero él quería que se sintiera segura de sí misma cuando tuvieran que asistir a cualquier acontecimiento familiar o social.
Cuando iban por McCullough Avenue hacia el aparcamiento de North Star Mall, Paula chasqueó con los dedos.


-He olvidado decirte que tu madre también llamó anoche. Dijo que no pasaba nada, pero su voz sonaba extraña. Quizá deberías ir a verla.

-Tal vez nos pasemos cuando acabemos de comprar -dijo él-. A menos que seas una compradora compulsiva, creo que habremos terminado en un par de horas.

Y no se equivocó. De hecho, hicieron todas las compras en el centro comercial, excepto una rápida visita a una zapatería especializada. Un vestido de noche, dos trajes de falda, dos de pantalón y un sensual vestido largo que encantó a Pedro, ya que con sólo desabrochar unos pocos botones la tendría desnuda.

Luego, fueron a casa de su madre. Aunque Miranda era la mujer más fuerte que conocía, Pedro estaba preocupado de los estragos que podía haberle causado la reunión con su ex marido.
Miranda los recibió en la puerta y Pedro comprobó que no había tenido razón para preocuparse. Las mejillas de su madre estaban sonrosadas y sus ojos relucientes.

-¡Hola, queridos míos! ¿Podéis quedaros un rato?

-Sólo tenemos unos minutos -respondió él-. Los dos tenemos que trabajar hoy.

-No conozco a nadie que trabaje más que vosotros -dijo Miranda poniendo una mueca-. La medicina es un campo muy exigente, ¿verdad?

-Me encanta mi trabajo -dijo Paula-, pero las guardias largas son agotadoras.

-Espera a tener hijos -comentó su suegra-. Entonces estarás de servicio veinticuatro horas al día... Eso sí que es agotador -le sonrió a su hijo-. Pero tendrás a Pedro para que te ayude.

Hubo un breve e incómodo silencio. Miranda no podría haber sacado un tema peor.

-Paula me ha dicho que llamaste ayer -dijo Pedro.

-En efecto -corroboró su madre con una sonrisa-. Tengo noticias de los gemelos -hizo una pausa para respirar hondo-. El detective privado los va a traer a San Antonio el próximo fin de semana. Los he invitado a quedarse aquí.

Pedro sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Una cosa era saber que tenía hermanos, pero otra muy distinta era verlos cara a cara. Su primer impulso fue protestar, pero el segundo fue reír por dentro.

-El señor Sinclair tiene que llamarme hoy -siguió diciendo su madre-. Os avisaré en cuanto organicemos el encuentro. Sé que querréis conocerlos. Era la primera vez que Miranda se equivocaba completamente respecto a los deseos de su hijo.

-Oh, casi se me olvida -añadió-. Le he hablado de los gemelos al tío Ryan y de su inminente visita.

-¿Qué ha dicho? -Pedro volvió a tener la sensación de que todo se escapaba a su control. Si su madre estaba compartiendo esa información con los otros Alfonso, los gemelos entrarían sin remedio en la familia.

-Ha sido muy... comprensivo -los ojos de Miranda se llenaron de lágrimas-. No se lo dirá al resto de la familia hasta que los hayamos conocido. Quién sabe, quizá no haya necesidad de decirle nada a nadie.


La semana pasó con mucha rapidez para Pedro. El sábado por la mañana se levantó antes de que amaneciera y estuvo haciendo ejercicio durante una hora. Cuando subió a ducharse, Paula seguía durmiendo.

Aquel día ella tenía que trabajar, así que él tendría que enfrentarse solo a la visita. Una parte de él quería echar a correr y esconder la cabeza en la arena. Pero otra parte le decía que se tomara con calma la repentina aparición de sus hermanos. Después de todo, ¿qué eran dos parientes más comparados con todos los que había conocido ya? Pero no, ellos no eran simples parientes. Eran sus hermanastros. Los hijos de su madre. Tal vez lo que le pasaba era que estaba celoso, preocupado de que pudieran robarle el afecto de su madre. Como si fuera un estúpido crío.

¿Por qué debía angustiarse? Hacía mucho que no estaba pegado a las faldas de su madre, y ahora tenía una esposa en la que pensar.

Se miró ceñudo al espejo mientras se afeitaba. Durante la semana había trabajado más horas de las que le correspondían, intentando llegar exhausto a casa lo más tarde posible. De acuerdo a sus cálculos, Paula tendría que haber pasado ya la menstruación, pero no había vuelto a hacer el amor con ella.

No la necesitaba, se dijo a sí mismo por millonésima vez. Era muy agradable estar casado con ella, pero no eso no significaba que no pudiera vivir sin ella.

Entonces, ¿por qué se lo estaba negando continuamente?
Por pura atracción fisica, se recordó. Mucho más fuerte de la que había sentido por cualquier otra mujer, pero sólo era atracción fisica. Nada que no pudiera controlar.

En ese momento se abrió la puerta del baño y entró Paula, con sus cabellos rodeándole la cabeza como un halo de trigo dorado, derramándose sobre las tiras del camisón negro.

-Oh, lo siento -dijo ella-. Buenos días. Creía que estabas abajo -le dedicó una soñolienta sonrisa mientras agarraba una toallita para lavarse la cara-. Tengo que ducharme, pero puedo esperar a que acabes.

Se dio la vuelta para marcharse, pero esa sonrisa había sido demasiado para el pobre autocontrol de Pedro.

-Paula -la agarró de la mano antes de que saliera.

Ella se giró hacia él con las cejas arqueadas. De un fuerte tirón, Pedro la tuvo entre sus brazos y la sujetó con firmeza.

-Puedes ducharte conmigo -le dijo con voz áspera y profunda.

El rostro de Paula se iluminó con una radiante sonrisa mientras le rodeaba el cuello con los brazos.

-Como tú digas, doctor.

El agua de la ducha le quemaba la espalda. Paula se retorcía entre sus brazos, sujeta entre los fríos azulejos de la pared y el cuerpo de Pedro. Él consiguió retrasar su orgasmo hasta que ella se estremeció con violencia, y entonces se descargó en su interior, gimiendo fuertemente mientras vaciaba su semilla en ella y...

-Oh, demonios -exclamó-. ¿Sabes lo que hemos hecho?

-No hace falta pensar mucho para saberlo -dijo ella con una risita.

-Muy graciosa. Me refiero a la protección.

Ella levantó la cabeza y lo miró con ojos brillantes.

-No estoy en período fértil -se apretó contra él y dejó escapar un suspiro de satisfacción-. Y es mucho más agradable así, ¿no te parece?

-Desde luego -sacó un brazo de la ducha para agarrar dos toallas-. Voto por que lo aplacemos hasta el dormitorio.

-De acuerdo -dijo ella con una sonrisa, y salió antes que él del cuarto de baño. Pero cuando llegaron a la cama, Pedro vio la hora que marcaba el despertador.

-¡Maldita sea! Vas a llegar tarde al trabajo.

-No -dejó caer la toalla al suelo y presionó su cuerpo desnudo contra él-. Ayer cambié mi turno para ir esta noche. Pensé que hoy te haría falta un poco de apoyo moral -él se quedó petrificado mientras absorbía sus palabras, y ella se retiró y lo miró dudosa-. Pero si prefieres ir solo, lo entiendo. Sólo creí que...

-Gracias -la interrumpió él tirando de ella-. Me gustaría tenerte a mi lado -le pareció que sonaba muy necesitado, y se obligó a esbozar una maliciosa sonrisa antes de reclamar sus labios-. Sólo por si acaso necesito hacer esto de nuevo.


Cuando el sedán oscuro entró en Melrose Manor, Paula pensó que podría cortarse la tensión que se respiraba en el ambiente. Estaban en el porche de piedra para recibir a los invitados, pero el silencio no parecía muy acogedor. Miró a Miranda, quien no dejaba de mover las ruanos y morderse el labio. Por el contrario, Pedro y su hermana estaban muy quietos y serios. 

Paula pensó que seguramente se sentirían amenazados por todo aquello, aun siendo ya adultos responsables. Debía de ser inquietante descubrir que el cariño de una madre iba a ser compartido, de ahora en adelante, con un par de desconocidos.

El sedán se detuvo frente a la entrada y se abrió la puerta del conductor. Un hombre moreno salió y rodeó el coche con la mano extendida.

-¿Señora Alfonso? Soy Flynn Sinclair. Me alegro de haber ayudado a hacer posible esta reunión.

Miranda le estrechó la mano, pero su atención se centró en el otro hombre que estaba saliendo del coche. Alto, de pelo negro, vestido elegantemente, todo en él irradiaba éxito y seguridad. Recorrió al grupo con una mirada de sus penetrantes ojos azules, pero los ignoró en cuanto le ofreció la mano a la mujer que salía tras él. Era muy bajita, de pelo oscuro como su hermano, aunque sus cabellos eran rizados y le llegaban hasta los hombros. Llevaba unas sandalias y un discreto y vaporoso vestido de gasa. Se apartó del coche y Paula oyó que Miranda ahogaba un grito. La joven estaba embarazada. Sinclair, el detective privado a quien Horacio Zolezzi había contratado bajo falsos pretextos, hizo avanzar a la chica hacia Miranda.

-Señora Alfonso, ésta es Luciana Michaels.

La mujer embarazada dio un paso adelante. Miranda le tendió automáticamente los brazos, pero la joven se apresuró a extender la mano. 

-Es... -habló con voz vacilante- un placer conocerla, señora Alfonso -esbozó una sonrisa torcida, que reveló un hoyuelo en su mejilla izquierda.

Tal vez fuera por su padre, pensó Paula. Los gemelos compartían mucho más que aquel hoyuelo. Aunque Federico era más alto que Luciana, había un asombroso parecido en los rasgos, sobre todo en los ojos... Unos ojos azules idénticos a los de Miranda. Ni Pedro ni Gabrielle habían heredado ese color y, sin embargo, los cuatro hermanos ofrecían una semejanza familiar.

 -Miranda. Por favor, llámame Miranda -sus ojos estaban inundados de lágrimas.

-Éste es Federico Bond -dijo Luciana, volviéndose y señalando al hombre que tenía detrás.

Miranda recuperó rápidamente la compostura y le dio a Federico un breve apretón de manos.

-Es un placer conoceros a los dos -dijo. Se giró hacía el trío expectante-. Éstos son mi hija Gabrielle Alfonso, mi hijo Pedro Alfonso y su esposa, Paula.

Hubo otra ronda de apretones de manos y murmullos corteses. Al acabar, todos miraron de nuevo a Miranda, que volvió a morderse el labio.

-¿Qué os parece si entramos y seguimos hablando mientras tomamos algo?

El grupo entero entró en silencio. Paula notó que Luciana miraba sobrecogida a su alrededor. Era obvio que no estaba acostumbrada a tanto lujo y riqueza. Federico, en cambio, no parecía tan impresionado. Miranda los condujo hacia la terraza, donde se había servido un ligero bufé. Más allá, las azules aguas de la piscina relucían bajo el cálido sol de Texas.

Miranda repartió las bebidas mientas Flynn Sinclair hablaba en voz baja con ella. Gabrielle estaba aferrada al codo de su hermano. Los gemelos caminaron juntos hacia la piscina. Paula pensó que debían de haberse conocido antes, puesto que parecían sentirse muy cómodos el uno con el otro... y muy incómodos con la idea de tener una familia tan numerosa como desconocida.

Agarró un vaso de limonada y se acercó a ellos.


-Bienvenidos a San Antonio -dijo-. El tiempo no puede ser mejor en esta época del año.

-Es muy distinto a Pennsylvania -dijo Federico.

-Lo imagino. Tenéis que ir al centro. San Antonio es una ciudad maravillosa.

-Dudo que tenga tiempo para hacer turismo -respondió Federico llevándose su bebida a los labios-. Mi vuelo sale mañana.

-Eso es muy pronto -dijo Pedro, que se había aproximado a ellos-. Esperábamos que os quedarais unos días.

-Los negocios mandan -dijo Federico negando con la cabeza.

«Y es una buena excusa», pensó Paula, aunque supuso que no debía culparlo. 

-Esto debe de ser un shock, encontrar no sólo a tu madre, sino a una gemela y a un montón de parientes.

-Y además famosos -intervino Luciana.

-Si te sirve de consuelo -le dijo Paula con una sonrisa-, te entiendo muy bien. Pedro y yo nos casamos hace una semana, tan sólo, y aún me siento sobrecogida por la familia Alfonso. Sin mencionar toda su riqueza...

-Puede ser abrumador -afirmó Pedro, asintiendo.

-Pero tú debes de estar acostumbrado -dijo Luciana-. Eres uno de ellos... un Alfonso.

-Ahora tú también eres una de ellos -dijo Pedro riendo. Parecía sentirse cómodo, pero, al estar pegada a él, Paula sintió que estaba temblando-. Y no, no estoy acostumbrado. Hasta hace unos años, yo tampoco supe que era un Alfonso.

-¿Qué significa eso? -preguntó Federico, que aún no había sonreído ni una sola vez.

-Significa exactamente lo que oyes -respondió Pedro con tranquilidad-. Nuestra madre se separó de la familia siendo adolescente. Gabrielle y yo crecimos sin saber nada de su parentesco con los Alfonso. De hecho, sólo hace seis años que fuimos recibidos en la familia -volvió a sonreír-. Será divertido ver a alguien más entrando en este clan de locos.

-Eso suponiendo que decidamos entrar en la familia -dijo Federico.

-Cierto -la sonrisa de Pedro se desvaneció-. Aunque espero que le deis una oportunidad a mamá. Que le permitáis explicaros las circunstancias de vuestro nacimiento.

-Estoy deseando escucharla -dijo Federico asintiendo. Su expresión era indescifrable.

-Así que Federico es de Pennsylvania -dijo Paula, intentando aliviar la tensión. Miranda se acercaba a ellos, y no sería conveniente que los oyera discutir-. ¿Y tú, Luciana?

-He estado viviendo en Nuevo México -la joven se pasó una mano por la prominente barriga-. Pero jamás volveré allí.

-¿Oh? ¿Y adónde irás? -preguntó Miranda, que en ese momento llegaba junto a ellos.

-Aún no lo he decidido -respondió Luciana en tono inseguro.

-Pero debes de tener planes. ¿Qué quiere hacer tu marido? Dentro de poco darás a luz.

-No hay marido -la facilidad con la que lo dijo dejó maravillada a Paula-. Aún tengo tiempo para hacer planes.

-No esperes demasiado -dijo Pedro-. Los bebés no son muy predecibles.
Luciana lo miró asombrada.

-Pedro es médico -explicó Paula-. Especialista en bebés prematuros.

-Entonces estoy en buenas manos si doy a luz hoy, ¿mmm? -dijo Luciana con una amplia sonrisa.
Pedro puso una exagerada mueca de horror.

-Espero que eso no ocurra. Pero, de ser así, estás en las mejores manos posibles. Paula es enfermera de pediatría. Nos conocimos en el hospital.

-Oh, tuvo que ser muy romántico.

Pedro miró divertido a Paula, que le sonrió. Ciertamente, era difícil aplicar el término «romántico» a un montón de incubadoras y conductos intravenosos.

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