«Soy su padre».
Paula se preguntó si las palabras de Pedro le resultaron tan increíbles a su padre como a ella. ¿Cuánto tiempo necesitaría para aceptar que Pedro estaba realmente vivo y en su vida para siempre si las cosas salían como él quería?
Los ojos de Horacio Alfonso se abrieron desmesuradamente, igual que su boca.
—¡Venga ya! Me tomas el pelo.
—Es cierto, papá —dijo Pedro, sonriendo ante la perplejidad de su padre—. Eres abuelo.
La mirada de Horacio pasó inmediatamente a Olivia.
—Es... eres... ¿es mi nieta?
Paula asintió.
—¿Por qué...? —Horacio se aclaró la garganta—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Pedro no lo sabía —se apresuró a responder Paula, que no podía soportar la expresión de dolor en el rostro del hombre mayor—. Siento no habérselo dicho...
—Paula creía que había muerto —dijo Pedro, interrumpiendo ahora él la disculpa—. Sólo se enteró de que nos habían atacado, pero nunca supo que finalmente logré volver a mi unidad.
Horacio miró a Paula horrorizado.
—Oh, cariño. Si hubiera sabido dónde estabas, te lo habría dicho. Nadie conocía tu paradero después de...
—Lo sé. Necesitaba empezar de nuevo.
Horacio asintió. Después volvió a mirar a la niña que dormía en brazos de Paula.
—Lo imagino —dijo el hombre mayor. Después miró a su hijo—. ¿Cómo la has encontrado?
Pedro soltó una carcajada que sonó más bien como un ladrido.
—Rastreando a todas las personas que la conocían, con la esperanza de que alguien me dijera dónde estaba. Por fin tuve suerte con una de sus amigas del instituto.
—Tuviste que llevarte un susto de muerte cuando apareció vivo en la puerta de casa —dijo Horacio, mirando de nuevo a Paula.
—Ya lo creo. ¿Quiere sujetarla? —dijo Paula refiriéndose a la niña, cambiando de conversación.
Horacio asintió.
—Será un placer —dijo el anciano con ojos brillantes y cargados de ternura.
El hombre se acomodó en la silla y tomó a la niña que Paula le puso con delicadeza entre los brazos.
—Eres una preciosidad —susurró—. Olivia. Olivia Alfonso. Es un buen nombre irlandés —comentó sacudiendo la cabeza. Entonces la luz se reflejó en las lágrimas de sus ojos—, A tu abuela le habría encantado conocerte.
A Paula le dolió tanto el pecho que apenas pudo reprimir un gemido. No se atrevió a mirar a Pedro. Se imaginaba la expresión helada del padre de la niña sin verla. Sin embargo, no corrigió el apellido que Horacio había asignado a su nieta. Ya habría tiempo para eso.
Olivia empezó a moverse y Pedro dijo:
—Trae, veré si la puedo tranquilizar.
Entonces Paula lo miró, pero él no la miraba. Pedro alzó a la niña y la apoyó en su hombro con una naturalidad increíble después de tan poco tiempo. Olivia se tranquilizó inmediatamente y Pedro sonrió.
—Conoce bien a su padre —dijo, con orgullo.
Paula se relajó, como cualquier madre cuando su hijo se porta bien. Antes de Olivia, nunca entendía por qué los padres estaban tan tensos. Una sesión de gritos y lloros en mitad del supermercado podía hacerle cambiar de idea inmediatamente. Metió la mano en el bolso y sacó un álbum de fotos donde había imágenes de su hija desde su nacimiento. Después se lo entregó a Horacio.
—Le he traído unas fotos.
Horacio se sentó en el sofá y dio unas palmaditas en el hueco libre junto a él.
—Siéntate aquí y háblame de ella.
—A mí también —dijo Pedro.
Paula lo miró, pero éste estaba mirando al álbum, no a ella. Sabía que Pedro había visto los álbumes de fotos que ella tenía desde el nacimiento de Olivia, pero nunca le había contado nada de sus primeros meses de vida.
Una vez más, los remordimientos se apoderaron de ella. Imitando la invitación de Horacio, dio unas palmaditas al cojín junto a ella.
—Buena idea. No te he contado que Olivia casi nació en medio de una boda.
—¿Qué? —preguntó Pedro, inmóvil.
Paula tiró de su brazo y él se sentó a su lado, dando distraídas palmaditas a Olivia en la espalda.
Sonriendo, Paula le dio el álbum de fotos. En la primera página estaba la única foto que tenía de sí misma durante el embarazo.
—Esta foto me la hicieron el día que nació Olivia. Fui a la boda de una compañera de trabajo, y el fotógrafo hizo la foto antes de la misa, cuando estaba firmando el libro de invitados —explicó riendo—. Menos mal que me la hizo.
—¿Te pusiste de parto en la boda? —preguntó Pedro, con incredulidad.
—Ya estaba de parto —le corrigió ella—. Pero era tan tonta que no me di ni cuenta hasta que estábamos a mitad de la ceremonia. Pensaba que la espalda me dolía por estar tanto rato de pie el día anterior.
Horacio soltó una carcajada.
—Seguro que no volverás a ser tan tonta la próxima vez.
La carcajada fue seguida por un tenso silencio. Un embarazoso silencio, pensó ella, sin saber qué contestar. ¿Volvería a quedarse embarazada algún día?
Pedro quería casarse con ella, pero ella prefería no pensar mucho en lo que significaba. ¿Querría tener más hijos con ella? Un estremecimiento involuntario la hizo temblar al imaginar cómo concebirían esos posibles hijos, y todas las células de su cuerpo sintieron la presencia del cuerpo masculino, tan grande y tan cálido, y sentado tan cerca de ella.
Como impulsada por un resorte, Paula dejó el álbum de fotos en manos de Pedro y se puso en pie.
—Me gustaría lavarme un poco.
«A veces da la sensación de que una cosa lleva a la otra».
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