Paula vio a Horacio Zolezzi en cuanto entró en el restaurante. Notó cierto parecido con Pedro, especialmente en los ojos, pero su padre no tenía la fuerza y arrogancia de los Alfonso. Pedro podía parecer amenazante, pero nadie podría asustarse de Horacio.
Al verla acercarse, se levantó y le ofreció cortésmente una silla.
-Gracias por haber venido -le dijo, tomándola de la mano-. ¿Quieres comer algo?
-Sólo un café, gracias.
Una vez que la camarera les tomó nota, la conversación fue forzada e incómoda, y Paula miró su reloj preguntándose cómo irse sin parecer descortés. Pero entonces el padre de Pedro empezó a hablar sobre lo ocurrido treinta años antes, y ella dejó de pensar en marcharse.
-Dejé los estudios en el instituto -le contó-. Me hice jinete de rodeos porque no sabía hacer otra cosa, y tampoco quería trabajar en un rancho.
Todos los vaqueros sueñan con participar en rodeos importantes -se echó a reír y los ojos le brillaron-. Todo el mundo cree que es fascinante.
Paula tuvo que admitir que Horacio tenía su encanto masculino. Si hubiera sido más joven, y ella no hubiera sabido nada de él, tal vez lo hubiera encontrado atractivo.
-Pero no es un mundo fascinante -siguió Horacio, borrando la sonrisa-. Es un mundo sucio y lleno de riesgos, y siempre estás con magulladuras y huesos rotos... Y eso es lo de menos. No ganas dinero a menos que seas uno de los grandes -bajó la mirada a la mesa-. Durante un tiempo lo hice bastante bien. Conseguí vivir de ello, y fue entonces cuando conocí a Miranda -sacudió la cabeza y miró al vacío-. Era la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Asistió a un rodeo y yo la vi. Tenía el cabello largo, como el tuyo, pero un poco más rubio.
-Y se casaron.
Horacio asintió.
-Ella acababa de abandonar a los gemelos, aunque no me lo contó enseguida. Siempre estaba un poco triste, y lloraba cuando creía que nadie la miraba. Finalmente me contó la verdad. Yo sólo quería hacerla feliz de nuevo, así que nos casamos y viajamos juntos de un lado para otro -volvió a sacudir la cabeza-. Cuando pienso en cómo vivíamos, y en el estilo de vida al que ella estaba acostumbrada...
-Así que se fue a viajar con usted de un lado para otro -lo interrumpió Paula. No quería que se desviara del tema.
-Sí. Durante un tiempo estuvimos muy bien. Y entonces se quedó embarazada -sus dedos empezaron a tamborilear nerviosamente en la mesa-. Yo acababa de tener una mala actuación y tenía la rodilla muy mal, de modo que no podía trabajar. Estábamos en California, y allí nos quedamos. Ella se puso a trabajar de camarera, lo dejó brevemente cuando nació Pedro, y luego siguió haciéndolo.
-¿Qué hacía con Pedro mientras trabajaba?
-Yo me ocupaba de él -un destello de orgullo le iluminó el rostro. Paula se echó hacia atrás, atónita-. Era un buen chico. Lo llevaba a subastas de ganado y cosas así. Cuando mi rodilla sanó me dispuse a volver a los rodeos, pero entonces Miranda volvió a quedarse embarazada, y eso la hizo cambiar por completo -dijo tristemente-. Quería que buscase un trabajo, y no le gustó nada que le propusiera otra vez ir de rodeo en rodeo. Quería establecerse. Discutimos mucho, y finalmente me dijo que no me necesitaba y que podía irme... -hizo una breve pausa-. Estuvo muy bien sin mí.
Juntó las manos y Paula vio que le temblaban los dedos. Un sentimiento de compasión empezó a crecer en ella.
-Así que me marché -dijo él tranquilamente-. No estoy orgulloso de haberlo hecho. Me marché y punto, aunque siempre tuve intención de volver -añadió en tono defensivo-. Pero un año siguió a otro, y cuando decidí regresar, Miranda se había marchado. No supe si mi segundo hijo era niño o niña hasta que recibí la carta de Gabrielle.
-Y fue entonces cuando descubrió que Miranda era una Alfonso.
-No debería haberme sorprendido tanto. Yo solía llamarla «princesa» por sus buenos modales y su forma de hablar, como si hubiera recibido una educación privilegiada.
-Si quería reunirse con sus hijos, ¿por qué le hizo chantaje a Miranda? -le preguntó Paula con calma-. Seguro que se imaginaba que ni a Pedro ni a Gabrielle les gustaría.
-No fue idea mía -respondió él-. Hace un año le hablé de los gemelos a Sole, y ella tuvo la brillante idea de buscarlos.
Paula pensó en decirle que podría haberse negado, pero habría sido inútil. Aquel hombre no tenía tanta seguridad en sí mismo, y seguramente no habría durado mucho más con Miranda. Miranda era una mujer dinámica y activa, y necesitaba a su lado un hombre igualmente fuerte.
-Gracias por contarme todo esto -le dijo a Horacio-. No puedo prometerle nada...
-Pero sé que lo intentarás -dijo él recuperando la sonrisa. Parecía tener el don de ignorar la realidad cuando ésta no le gustaba.
-Tengo que irme ya -dijo ella, levantándose. El hizo lo mismo.
-Gracias de nuevo por dejarme explicártelo. Si Pedro pudiera entenderlo...
Paula asintió sin decir nada y se alejó de la mesa. Al salir del restaurante, miró por la ventana y vio al padre de Pedro sentado solo en el rincón, con la vista fija en su taza de café. Parecía tan triste que ella tuvo que reprimir el impulso de volver a entrar.
Sólo quería llegar a casa, pensó Pedro mientras entraba en la propiedad de su madre. Podría haberle puesto cualquier excusa, pero su madre lo había llamado al hospital y había insistido en que fuera a verla.
Entró sin llamar, tras ver que el coche de su tío Ryan estaba aparcado fuera.
-¿Madre? ¿Luciana? Ya estoy aquí.
-Pedro -Luciana salió del estudio y se acercó a él con una sonrisa en el rostro. El parecido con su madre sorprendía a Pedro cada vez que la veía, pero empezaba a acostumbrarse. Pero también había diferencias. Después de todo, su madre no estaba embarazada.
Luciana parecía gozar de buena salud. No era probable que tuviera problemas en el parto. ¿Tendría Paula el mismo aspecto cuando se quedara embarazada?
Seguro que sí, pensó con deleite. Tal vez deberían dejar los métodos anticonceptivos y probar suerte.
Tomó a Luciana de las manos y le dio un beso en la mejilla. -Si todas las mujeres embarazadas tuvieran tu aspecto, no habría mujer que no quisiera tener hijos -le dijo con una sonrisa.
-Gracias -a su hermana se le iluminó el rostro aún más-. Si tuviera dinero, te pagaría para que me siguieras a todas partes y me dijeras cosas como ésa -apuntó hacia el estudio-. Miranda y Ryan están en el estudio. ¿Por qué no entras?
-¿Qué ocurre?
La sonrisa de Luciana se desvaneció.
-Creo que será mejor que te lo expliquen ellos.
Pedro la siguió al estudio. Por detrás, su hermana ni siquiera parecía estar embarazada. Había llegado a conocerla un poco mejor, y había descubierto en ella a una persona alegre y amistosa, alguien que siempre veía el vaso medio lleno. Pero seguro que había pasado por serias dificultades, aunque era muy buena en evitar las preguntas sobre sí misma.
La puerta del estudio estaba entreabierta. Su madre estaba sentada en un sillón y Ryan caminaba de un lado para otro frente a la pequeña chimenea. El ambiente cargado de tensión y furia golpeó a Pedro en cuanto entró en la habitación. Instintivamente, se preparó para recibir malas noticias.
-Madre -se inclinó para besarla y asintió a su tío-. Ryan. ¿Qué ocurre?
-Tu padre y su encantadora esposa han estado muy ocupados -le dijo su madre en tono amargo-. Contrataron a Flynn Sinclair para que investigara el pasado de tu tío Cameron. No me preguntes cómo, pero han encontrado a tres personas que supuestamente son hijos suyos, ilegítimos.
-Es del todo posible -intervino Ryan-. Cameron no le era... muy fiel a su esposa.
Cameron Alfonso, el hermano mayor de Ryan y Miranda, había muerto en un accidente de coche en el que también había muerto su joven secretaria y supuesta amante. Por lo visto, Cameron había dejado una serie de aventuras extramatrimoniales a lo largo de los años. Ryan tenía razón. Era muy posible que tuviera tres hijos ilegítimos.
-Deja que lo adivine -dijo, sintiendo cómo la ira empezaba a crecer en su interior-. Mi querido padre quiere una «pequeña suma» antes de daros los detalles.
-Ya le hemos pagado -dijo Miranda-. Veinticinco mil dólares. Tenemos los nombres y direcciones de esas personas, y Flynn está esperando nuestro aviso para informarlos de su herencia, igual que hizo con Luciana y Federico.
-Si ésa es vuestra intención, no hay mejor hombre para hacerlo -dijo Luciana-. Es el más adecuado para hablarle a una persona de su familia biológica.
-¿Cómo sabéis que Zolezzi no se lo ha inventado? -preguntó Pedro-. Esas personas podrían ser cualquiera. Sólo la prueba del ADN puede confirmarlo.
-Te olvidas de la marca de nacimiento -Miranda señaló a Luciana, a Ryan y al propio Pedro-. Todos los miembros de nuestra familia tienen esa marca en forma de corona en la cadera -levantó un fajo de papeles que tenía en el regazo-. Flynn se ha encargado ya de comprobarlo. No quiero ni pensar en cómo ha accedido a los archivos del hospital, pero éstos muestran que estas tres personas tienen la marca en cuestión.
-Maldita sea -Pedro se dejó caer en un sillón.
-Y que lo digas -dijo Ryan, intentando sonreír-. Me he pasado toda mi vida limpiando los escándalos de Zolezzi. Era mucho esperar que todo quedara arreglado.
-Míralo por el lado bueno -dijo Luciana-. La familia va a ganar tres nuevos miembros.
-Tienes razón -dijo Miranda, levantándose con decisión-. ¿Por qué deberíamos recibirlos como hicimos contigo? No supone ninguna diferencia cómo nos hayamos enterado de su existencia -frunció el ceño-. Pero no he acabado con Horacio. Si nos tiene reservadas más sorpresas, quiero saberlas.
-Entonces, ¿estamos de acuerdo en decirle a Sinclair que hable con ellos? -preguntó Ryan-. Hasta que recibamos su respuesta, no deberíamos decirle nada al resto de la familia.
-Será lo mejor -dijo Pedro asintiendo.
-Ya sé -dijo Miranda haciendo chasquear los dedos-. Organicemos una reunión familiar. Puede ser en el Double Crown, Ryan. Les diremos a todos que queremos presentar a los nuevos miembros de la familia, es decir, a Luciana y a Federico. Y también a Paula, puesto que no conoce a la mayoría. Podemos invitar a los hijos de Cameron, y si aceptan, los presentaremos también.
-Sí -dijo Pedro en tono sarcástico-. Y de ese modo también podremos invitar a todos los miembros que mi querido padre se encargue de descubrir.
-Dudo que haya más -repuso Ryan-. Estoy francamente sorprendido de que Cameron tuviera a esos tres hijos además de los otros tres que tuvo con su esposa. Mary Ellen va a quedarse destrozada -añadió, refiriéndose a la viuda de Cameron, que se había vuelto a casar unos años atrás.
Pedro pensó que Mary Ellen no se quedaría precisamente «destrozada».
Toda la familia conocía los desvaríos amorosos de Cameron. Incluso sus propios hijos reconocían los defectos de su padre.
-¿Y bien? -preguntó Luciana-. ¿Qué se sabe acerca de esos tres miembros?
-Dos hombres y una mujer -respondió Miranda-. El mayor, Samuel, es un marine y nació... -consultó el fajo de papeles- ¡el mismo año en que Cameron se casó con Mary Ellen! -con un esfuerzo consiguió calmarse y siguió leyendo-. Jonas es tres años más joven y vive en San Francisco. Trabaja en importaciones internacionales. La mujer es un poco más joven. Se llama Holly Douglas y tiene la edad de Gabrielle. Es de Texas pero ahora vive en... ¡Santo Dios! En Alaska. Es propietaria de una tienda en un pequeño pueblo.
Ryan agarró el teléfono que había en el escritorio de Miranda.
-Voy a avisar a Sinclair. Va a tener que volar muy lejos esta semana.
Continuara......................
Gracias Por Leer y COMENTAR Siempre !!!
-----------------------------------------------------------------
solo 4 cap para terminar........
Qué bolonqui x favor, qué manera de aparecer hijos jajajaja. Está buenísima esta historia.
ResponderEliminar