Divina

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sábado, 11 de julio de 2015

El Hombre Más Deseable Capitulo 2


Paula Chaves entró en la sala de personal a las siete y media de la tarde y fue derecha a su armario. Gracias a Dios su semana de trabajo acababa tras el turno del día siguiente. Las guardias de doce horas eran agotadoras, pero nada más llegar a su casa aquella mañana había recibido una llamada urgente del director. Otra de las enfermeras se había puesto enferma con gripe. Como Paula vivía cerca del hospital, era a quien casi siempre llamaban cada vez que había un problema. Y normalmente no le importaba. Después de todo, su vida social no era precisamente gran cosa. Por eso, cuando recibió la llamada del director, volvió al hospital y estuvo de guardia otras doce horas. En total, casi veinticuatro horas seguidas, lo que siempre le había causado estragos en su organismo. Sólo quería irse a casa y derrumbar en la cama.

Entonces se dio cuenta de que no estaba sola la sala. Pedro Alfonso estaba sentado en una silla, con sus grandes y experimentadas manos colgándole entre las rodillas. Parecía mirar al vacío, y sus atractivos rasgos estaban pálidos y desencajados. Paula ni siquiera estaba segura de que hubiera advertido su presencia. Lentamente, se acercó a él y se sentó a su lado.


-¿Te encuentras bien?
Pedro parpadeó, como volviendo a la realidad. Pareció pensar por unos segundos y entonces se encogió de hombros.


-La verdad es que no.


-¿Sigues lamentándote por lo del bebé de los Simond?


-Es más que eso.


-Oh... ¿Quieres hablar de ello?

Pedro volvió la cabeza y la miró, y la punzada de deseo que Paula sentía cada vez que clavaba en aquellos ojos verde esmeralda la golpeó en el estómago y se propagó hacia un punto mucho más íntimo.

Cielo santo, qué guapo era... La primera vez que ella lo vio fue cuatro años atrás, en su primer día de trabajo en el hospital. Él,; había ido a la unidad de maternidad, y el director los había presentado. Entonces él la había mirado fijamente y le había estrechado la mano... y ella, tuvo suerte de poder emitir un débil saludo, al menos.

Desde entonces no había dejado de afectarla poderosamente. Y Paula temía que siempre fuera así., Durante el primer año había intentado convencerse de que sólo era un enamoramiento. Una enfermera joven e inexperta prendada de un médico guapo y rico. Algo muy normal y natural. 

Pero al acabar el segundo año, cuando descubrió que le seguía gustando por muy cansado que a veces pareciera o muy gruñón que fuera con los empleados que competentes, Paula empezó a preocuparse seriamente. Y al término del tercer año, cuando descubrió que no le importaría que se quedara sin trabajo y sin un centavo, acabó aceptándolo. Pedro Alfonso era el único hombre al que le entregaría su corazón, aunque las posibilidades de que eso ocurriera eran mas escasas que las de ganar un Oscar.

No iba a ocurrir. Ni ahora ni nunca. Los hombres como Pedro no iban detrás de las rubias tímidas que no sabían ni maquillarse. No, iban detrás del glamour. Igual que su padre. Y el glamour era algo que ella, Paula Chaves, jamás tendría.


-Contártelo me llevaría toda la noche -le dijo Pedro.

A pesar de estar exhausta, el propósito de Paula de irse a la cama se desvaneció por completo. En esos momentos Pedro necesitaba una amiga, y ella no iba a abandonarlo.


-Estoy libre durante las siguientes doce horas -le dijo-. Y sé escuchar.

Él le sonrió, rascándose la barba incipiente que le oscurecía la mandíbula. -Sí, sabes escuchar -de repente pareció tomar una decisión-. ¿Quieres comer algo?


-Claro -dijo ella, intentando ocultar la euforia que sentía. Habían charlado y tomado café muchísimas veces durante los últimos años, pero una cena después del trabajo... era algo diferente.


-En ese caso vamos a The Diner -dijo él.


-De acuerdo -The Diner era un restaurante cercano, frecuentado por el personal del hospital. Paula se levantó y fue a colgarse la bolsa al hombro pero Pedro se la quitó y se la colgó él mismo, junto con la suya propia-. Gracias -dijo, agradable me sorprendida. ¿Cuántos hombres eran así de caballerosos?


-Un placer -dijo él con una sonrisa mientras abría la puerta-. Mi madre me educó para ser un caballero.


-Pues hizo un buen trabajo.


-Y tanto que sí -comentó él pensativamente mientras esperaban el ascensor-. Era una madre soltera pero se esforzó para que mi hermana y yo creciésemos con buenos modales y sentido común.


-¿Y... tu padre? -era la primera vez que le hace una pregunta tan personal.


-Mi padre nos abandonó cuando mi madre estaba embarazada de mi hermana -había tanto odio en su voz que Paula se sobrecogió-. Yo tenía tan sólo un año.


-Eso es muy triste -dijo ella suavemente-. Pero tu padre fue el que más perdió. Al menos tu madre tenía dinero. De otro modo las cosas hubieran sido muy difíciles.


-Por aquel entonces no teníamos dinero -dijo con una gélida sonrisa-. Hasta hace seis años ni siquiera sabía que mi madre era una Alfonso.


-Pero tu apellido...


-Acepté el apellido de Alfonso porque mi tío insistió, no mucho después de descubrir que pertenecía a la familia. No tenía el menor deseo de llevar mismo apellido que un hombre que abandonó a su mujer y a sus hijos.

Paula se preguntó si Pedro era consciente de cuánto dolor había revelado en aquel simple comentario.


-Mi padre también abandonó a mi madre -confesó. Quería hacerle saber que comprendía su angustia tenía doce años, así que lo recuerdo muy bien 


-Al menos conociste a tu padre.


-Sí -aunque no estaba segura de que eso hubiera supuesto una diferencia, ya que, por lo visto, no lo había conocido en absoluto. Una pena demasiado familiar la asalto. Su padre estaba muerto , de modo que jamás podrían volver a hablar ni superar el abismo que los había separado durante años. 

Ella había perdido su oportunidad, o, para ser más exactos, había rechazado la oportunidad. Y ahora, para su pesar, era demasiado tarde.
Pero no le dijo nada de eso a Pedro. Viéndolo en aquel estado, dudaba de que pudiera decir algo que aliviara su dolor. Durante unos minutos caminaron en silencio por la acera, hasta que llegaron a The Diner y Pedro se paró y miró por la cristalera.


-Esta noche está lleno -dijo con el ceño fruncido.


-Una fiesta de cumpleaños -dijo ella-. Un técnico de Radiología cumple cuarenta.

Una esbelta enfermera morena de Oncología los vio desde el borde de la pista de baile y les hizo señas para que entraran, mirando a Pedro con una sonrisa. Paula vio que la chica parecía animada y segura de su atractivo sexual... el tipo de mujer por la que seguramente Pedro se sentía atraído. El corazón se le encogió. Pero cuando giró la cabeza hacia Pedro, lo vio negar con la cabeza.

Sintió una intensa satisfacción de que él no estuviese de humor para una fiesta, a pesar de la descarada invitación de la chica. No quería compartirlo con nadie.


-Si no tienes ganas de entrar, podemos ir a mi casa -le dijo lentamente, preguntándose si estaría loca por hacerle una oferta semejante-. No está lejos. Podemos comprar comida china de camino.
Los ojos de Pedro seguían fijos en la multitud, abarrotaba el local.


-Pero tal vez no te interese -dijo ella torpe. sintiendo cómo la vergüenza le ruborizaba las mejillas. Pedro Alfonso no podía estar interesado en pasar una tranquila velada con la sosa Paula Chaves

Pero Pedro se volvió hacia ella con un brillo de aprobación en los ojos.


-Suena genial -dijo, y su tono revelaba sino placer-. Aprecio mucho tu oferta. ¿Qué te paréce si te sigo en mi coche?

Paula aún no podía creerse que Pedro estuviera allí. Pedro Alfonso, sentado en el sofá junto a frente a los recipientes vacíos de comida china;; desperdigados por la mesita de centro... Y jugueteando con un mechón de sus cabellos.


-Me gusta verlo suelto -le había dicho nada entrar en casa, y eso había bastado para que ella soltara.
Pedro agarró la botella de vino y le ofreció un poco más, pero ella puso una mano sobre su copa`


-Mejor no. No soporto muy bien el alcohol.


-Oh, estupendo -dijo él con una maliciosa risa-. Toma, bebe un poco más.
Ella se echó a reír y se sentó sobre una pierna para encararlo.


-Creo que no -era una idea muy tentadora, pero no había olvidado su propósito inicial de ayudarlo Además aquello no era una cita-. Aun a riesgo de enfadarte, me gustaría oír lo que te está angustiando si es que todavía quieres hablar de ello.

Él se puso serio de inmediato. El brillo de sus ojos. Se desvaneció, al igual que su sonrisa.


-No creo que deba contarlo. Como ya te he dicho, es una historia muy desagradable.


-Se escuchar ¿recuerdas? Y además soy una buena amiga , Y para eso están los amigos para compartir las cargas pesadas – le puso una mano en el brazo sobre la piel desnuda, y pasó el pulgar por los musculos fibrosos, ligeramente cubiertos de vello.

Pedro le puso la mano sobre la suya y la apretó.


-Eres un tesoro Paula y yo valoro mucho nuestra amistad

Aquellas palabras fueron un bálsamo para el corazon hambriento de Paula. Era lo mas dulce que había oído jamás, y lo último que hubiera esperado oír. No era tan ingenua como para esperar que Pedro la amara, pero al menos estaba agradecida de tener su amistad.

Con un suspiro, el retiró la mano y apoyó la cabeza en el sofá, estirándose de tal modo que con su pierna rozó la rodilla sobre la que se había sentado Paula.


-Esta mañana me preguntaste por el bebé de los Simond. Tenías razón. Estaba angustiado. Y furioso. Me he pasado años aprendiendo a salvar las vidas de los bebés prematuros, y fracasar es algo muy duro -intentó sonreír, sin éxito-. Supongo que quiero ser Dios, o algo así.
Paula no dijo nada, pero mantuvo la mano sobre su brazo.


-De cualquier modo -siguió él-, decidí quedarme a dormir en casa de mi madre, ya que está mucho más cerca del hospital que mi propia casa y sólo tenía unas cuantas horas de descanso. Pero apenas había dormido cuando una llamada de teléfono me despertó -se detuvo de golpe, repentinamente tenso y enfadado.


-Alguien que te enfureció -supuso ella.


-Más que eso, pero esa persona no se enteró de que yo estaba al teléfono. Estaba hablando con mi madre -apretó los labios e inspiró con rabia-. Era mi padre. Llevaba desaparecido treinta años, y de repente se moría por volver a vernos.


-Pero... ¿por qué?


-Mi hermana -giró la cabeza y sus miradas se encontraron-. Gabrielle tiene una hija y pensó que debía decírselo a su viejo padre. No tengo ni idea de cómo lo encontró, pero el caso es que lo invitó a que nos visitara -su tono volvió a endurecerse-. Sentí deseos de estrangularla por lo que había hecho, pero sé que sólo estaba siguiendo los dictados de su corazón. Siempre ha sido muy sensible.


-¿Así que tu padre va a venir a San Antonio?


-Sí, pero eso no es lo peor -Pedro se levantó tan rápido que Paula se echó hacia atrás, sobresaltada-. Amenazó a mi madre -dijo mientras empezaba a pasearse de un lado a otro del pequeño salón, como un tigre enjaulado-. La chantajeó.


-¿La chantajeó? -repitió ella-. ¿Qué clase de secreto podría tener tu madre como para aceptar un chantaje?
Pedro se detuvo y le clavó la mirada.


-Mi madre se fugó de casa cuando tenía diecisiete años -dijo, muy lentamente-. Nos dijo que lo hizo porque no podía entenderse con su padre, pera la verdad era que estaba embarazada. Se fue hacia California, pero fue en Nevada donde dio a luz. Tuvo gemelos... un niño y una niña... y los dio en adopción. O, más bien -añadió-, los dejó en la puerta del sheriff con unas notas sujetas en las mantas.


-Tu pobre madre... –Paula  podía imaginarse la desesperación de la mujer.


-Sí. Era joven, sin un centavo, y demasiado orgullosa para ir a casa. Poco después conoció a mi padre, Horacio Zolezzi, un jinete de rodeo. Se casaron y yo nací nueve meses después. Al año, volvió a quedarse embarazada, y entonces mi padre decidió irse en busca de pastos más verdes.

A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas al pensar en la pobre mujer, embarazada por tercera vez, lamentándose por sus hijos perdidos y por sus desafortunadas decisiones. Instintivamente, alargó una mano hacia Pedro y éste se la tomó por un breve instante, antes de sentarse de nuevo en el sofá.


-Horacio la ha amenazado con hablarle de los gemelos al padre biológico de los mismos -dijo, con la cabeza en las manos-. Quiere que mi madre le entregue cincuenta mil dólares.

Paula abrió la boca para proferir una exclamación, pero entonces recordó con quién estaba hablando. La madre de Pedro era millonaria.


-¿Ella tiene el dinero?


-Sí, pero no creemos que la cosa acabe ahí -la voz le temblaba con furia contenida-. ¡Odio no ser capaz de solucionar esto! -espetó, golpeando un puño contra otro-. Toda mi vida he intentando ayudar a mi madre, ponerle las cosas fáciles... Pero esta vez no hay nada que pueda hacer.


-Oh, Pedro, estar a su lado ya es hacer algo -Paula lo abrazó por los hombros y apoyó la frente en él. ¡Si ella pudiera hacer algo por aliviar su angustia!


-No sé cómo explicarte lo extraño que resulta saber que en alguna parte tengo un hermano y una hermana a quienes nunca he visto. Unos hermanos con quienes jamás compartiré los recuerdos de la infancia... Para mi madre es como si todo hubiera sucedido ayer. Dios, estaba tan nerviosa que tuve que sedarla.

Paula lo acercó a ella y lo meció, mientras él enterraba la cara en su cuello y se aferraba con tanta fuerza que ella apenas pudo respirar. Durante largo rato lo mantuvo abrazado, deleitándose con la cálida respiración en su cuello y sus fuertes brazos alrededor de ella. Eso sería lo más cercano que estaría jamás del cielo, y quería memorizar casa segundo para rememorarlo en su solitario mundo particular.

Entonces Pedro se movió y ella hizo ademán de retirar los brazos. Pero antes de que pudiera hacerlo, él levantó una mano y le acarició la mejilla.


-Gracias -le susurró-. Por escucharme.



-De nada -respondió ella con un hilo de voz. El le miraba los labios, le acarició el inferior con el pulgar, y entonces Paula se dio cuenta de que iba a besarla.

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