Paula Chaves entró en la sala de personal
a las siete y media de la tarde y fue derecha a su armario. Gracias a Dios su
semana de trabajo acababa tras el turno del día siguiente. Las guardias de doce
horas eran agotadoras, pero nada más llegar a su casa aquella mañana había
recibido una llamada urgente del director. Otra de las enfermeras se había
puesto enferma con gripe. Como Paula vivía cerca del hospital, era a quien casi
siempre llamaban cada vez que había un problema. Y normalmente no le importaba.
Después de todo, su vida social no era precisamente gran cosa. Por eso, cuando
recibió la llamada del director, volvió al hospital y estuvo de guardia otras
doce horas. En total, casi veinticuatro horas seguidas, lo que siempre le había
causado estragos en su organismo. Sólo quería irse a casa y derrumbar en la
cama.
Entonces se dio cuenta de que no estaba
sola la sala. Pedro Alfonso estaba sentado en una silla, con sus grandes y experimentadas
manos colgándole entre las rodillas. Parecía mirar al vacío, y sus atractivos
rasgos estaban pálidos y desencajados. Paula ni siquiera estaba segura de que hubiera
advertido su presencia. Lentamente, se acercó a él y se sentó a su lado.
-¿Te encuentras bien?
Pedro parpadeó, como volviendo a la
realidad. Pareció pensar por unos segundos y entonces se encogió de hombros.
-La verdad es que no.
-¿Sigues lamentándote por lo del bebé de
los Simond?
-Es más que eso.
-Oh... ¿Quieres hablar de ello?
Pedro volvió la cabeza y la miró, y la
punzada de deseo que Paula sentía cada vez que clavaba en aquellos ojos verde
esmeralda la golpeó en el estómago y se propagó hacia un punto mucho más
íntimo.
Cielo santo, qué guapo era... La primera
vez que ella lo vio fue cuatro años atrás, en su primer día de trabajo en el
hospital. Él,; había ido a la unidad de maternidad, y el director los había
presentado. Entonces él la había mirado fijamente y le había estrechado la
mano... y ella, tuvo suerte de poder emitir un débil saludo, al menos.
Desde entonces no había dejado de afectarla
poderosamente. Y Paula temía que siempre fuera así., Durante el primer año
había intentado convencerse de que sólo era un enamoramiento. Una enfermera
joven e inexperta prendada de un médico guapo y rico. Algo muy normal y
natural.
Pero al acabar el segundo año, cuando descubrió que le seguía gustando
por muy cansado que a veces pareciera o muy gruñón que fuera con los empleados
que competentes, Paula empezó a preocuparse seriamente. Y al término del tercer
año, cuando descubrió que no le importaría que se quedara sin trabajo y sin un
centavo, acabó aceptándolo. Pedro Alfonso era el único hombre al que le
entregaría su corazón, aunque las posibilidades de que eso ocurriera eran mas
escasas que las de ganar un Oscar.
No iba a ocurrir. Ni ahora ni nunca. Los
hombres como Pedro no iban detrás de las rubias tímidas que no sabían ni maquillarse.
No, iban detrás del glamour. Igual que su padre. Y el glamour era algo que
ella, Paula Chaves, jamás tendría.
-Contártelo me llevaría toda la noche -le
dijo Pedro.
A pesar de estar exhausta, el propósito de
Paula de irse a la cama se desvaneció por completo. En esos momentos Pedro
necesitaba una amiga, y ella no iba a abandonarlo.
-Estoy libre durante las siguientes doce
horas -le dijo-. Y sé escuchar.
Él le sonrió, rascándose la barba
incipiente que le oscurecía la mandíbula. -Sí, sabes escuchar -de repente
pareció tomar una decisión-. ¿Quieres comer algo?
-Claro -dijo ella, intentando ocultar la
euforia que sentía. Habían charlado y tomado café muchísimas veces durante los
últimos años, pero una cena después del trabajo... era algo diferente.
-En ese caso vamos a The Diner -dijo él.
-De acuerdo -The Diner era un restaurante
cercano, frecuentado por el personal del hospital. Paula se levantó y fue a
colgarse la bolsa al hombro pero Pedro se la quitó y se la colgó él mismo,
junto con la suya propia-. Gracias -dijo, agradable me sorprendida. ¿Cuántos
hombres eran así de caballerosos?
-Un placer -dijo él con una sonrisa
mientras abría la puerta-. Mi madre me educó para ser un caballero.
-Pues hizo un buen trabajo.
-Y tanto que sí -comentó él pensativamente
mientras esperaban el ascensor-. Era una madre soltera pero se esforzó para que
mi hermana y yo creciésemos con buenos modales y sentido común.
-¿Y... tu padre? -era la primera vez que
le hace una pregunta tan personal.
-Mi padre nos abandonó cuando mi madre
estaba embarazada de mi hermana -había tanto odio en su voz que Paula se
sobrecogió-. Yo tenía tan sólo un año.
-Eso es muy triste -dijo ella suavemente-.
Pero tu padre fue el que más perdió. Al menos tu madre tenía dinero. De otro
modo las cosas hubieran sido muy difíciles.
-Por aquel entonces no teníamos dinero
-dijo con una gélida sonrisa-. Hasta hace seis años ni siquiera sabía que mi
madre era una Alfonso.
-Pero tu apellido...
-Acepté el apellido de Alfonso porque mi
tío insistió, no mucho después de descubrir que pertenecía a la familia. No
tenía el menor deseo de llevar mismo apellido que un hombre que abandonó a su
mujer y a sus hijos.
Paula se preguntó si Pedro era consciente
de cuánto dolor había revelado en aquel simple comentario.
-Mi padre también abandonó a mi madre
-confesó. Quería hacerle saber que comprendía su angustia tenía doce años, así
que lo recuerdo muy bien
-Al menos conociste a tu padre.
-Sí -aunque no estaba segura de que eso
hubiera supuesto una diferencia, ya que, por lo visto, no lo había conocido en
absoluto. Una pena demasiado familiar la asalto. Su padre estaba muerto , de
modo que jamás podrían volver a hablar ni superar el abismo que los había
separado durante años.
Ella había perdido su oportunidad, o, para ser más
exactos, había rechazado la oportunidad. Y ahora, para su pesar, era demasiado
tarde.
Pero no le dijo nada de eso a Pedro.
Viéndolo en aquel estado, dudaba de que pudiera decir algo que aliviara su
dolor. Durante unos minutos caminaron en silencio por la acera, hasta que
llegaron a The Diner y Pedro se paró y miró por la cristalera.
-Esta noche está lleno -dijo con el ceño
fruncido.
-Una fiesta de cumpleaños -dijo ella-. Un técnico
de Radiología cumple cuarenta.
Una esbelta enfermera morena de Oncología
los vio desde el borde de la pista de baile y les hizo señas para que entraran,
mirando a Pedro con una sonrisa. Paula vio que la chica parecía animada y
segura de su atractivo sexual... el tipo de mujer por la que seguramente Pedro
se sentía atraído. El corazón se le encogió. Pero cuando giró la cabeza hacia Pedro,
lo vio negar con la cabeza.
Sintió una intensa satisfacción de que él
no estuviese de humor para una fiesta, a pesar de la descarada invitación de la
chica. No quería compartirlo con nadie.
-Si no tienes ganas de entrar, podemos ir
a mi casa -le dijo lentamente, preguntándose si estaría loca por hacerle una
oferta semejante-. No está lejos. Podemos comprar comida china de camino.
Los ojos de Pedro seguían fijos en la multitud,
abarrotaba el local.
-Pero tal vez no te interese -dijo ella
torpe. sintiendo cómo la vergüenza le ruborizaba las mejillas. Pedro Alfonso no
podía estar interesado en pasar una tranquila velada con la sosa Paula Chaves
Pero Pedro se volvió hacia ella con un
brillo de aprobación en los ojos.
-Suena genial -dijo, y su tono revelaba
sino placer-. Aprecio mucho tu oferta. ¿Qué te paréce si te sigo en mi coche?
Paula aún no podía creerse que Pedro estuviera
allí. Pedro Alfonso, sentado en el sofá junto a frente a los recipientes vacíos
de comida china;; desperdigados por la mesita de centro... Y jugueteando con un
mechón de sus cabellos.
-Me gusta verlo suelto -le había dicho
nada entrar en casa, y eso había bastado para que ella soltara.
Pedro agarró la botella de vino y le
ofreció un poco más, pero ella puso una mano sobre su copa`
-Mejor no. No soporto muy bien el alcohol.
-Oh, estupendo -dijo él con una maliciosa
risa-. Toma, bebe un poco más.
Ella se echó a reír y se sentó sobre una
pierna para encararlo.
-Creo que no -era una idea muy tentadora, pero
no había olvidado su propósito inicial de ayudarlo Además aquello no era una
cita-. Aun a riesgo de enfadarte, me gustaría oír lo que te está angustiando si
es que todavía quieres hablar de ello.
Él se puso serio de inmediato. El brillo
de sus ojos. Se desvaneció, al igual que su sonrisa.
-No creo que deba contarlo. Como ya te he
dicho, es una historia muy desagradable.
-Se escuchar ¿recuerdas? Y además soy una
buena amiga , Y para eso están los amigos para compartir las cargas pesadas –
le puso una mano en el brazo sobre la piel desnuda, y pasó el pulgar por los
musculos fibrosos, ligeramente cubiertos de vello.
Pedro le puso la mano sobre la suya y la
apretó.
-Eres un tesoro Paula y yo valoro mucho
nuestra amistad
Aquellas palabras fueron un bálsamo para
el corazon hambriento de Paula. Era lo mas dulce que había oído jamás, y lo
último que hubiera esperado oír. No era tan ingenua como para esperar que Pedro
la amara, pero al menos estaba agradecida de tener su amistad.
Con un suspiro, el retiró la mano y apoyó
la cabeza en el sofá, estirándose de tal modo que con su pierna rozó la rodilla
sobre la que se había sentado Paula.
-Esta mañana me preguntaste por el bebé de
los Simond. Tenías razón. Estaba angustiado. Y furioso. Me he pasado años
aprendiendo a salvar las vidas de los bebés prematuros, y fracasar es algo muy
duro -intentó sonreír, sin éxito-. Supongo que quiero ser Dios, o algo así.
Paula no dijo nada, pero mantuvo la mano
sobre su brazo.
-De cualquier modo -siguió él-, decidí
quedarme a dormir en casa de mi madre, ya que está mucho más cerca del hospital
que mi propia casa y sólo tenía unas cuantas horas de descanso. Pero apenas
había dormido cuando una llamada de teléfono me despertó -se detuvo de golpe,
repentinamente tenso y enfadado.
-Alguien que te enfureció -supuso ella.
-Más que eso, pero esa persona no se
enteró de que yo estaba al teléfono. Estaba hablando con mi madre -apretó los
labios e inspiró con rabia-. Era mi padre. Llevaba desaparecido treinta años, y
de repente se moría por volver a vernos.
-Pero... ¿por qué?
-Mi hermana -giró la cabeza y sus miradas
se encontraron-. Gabrielle tiene una hija y pensó que debía decírselo a su
viejo padre. No tengo ni idea de cómo lo encontró, pero el caso es que lo
invitó a que nos visitara -su tono volvió a endurecerse-. Sentí deseos de
estrangularla por lo que había hecho, pero sé que sólo estaba siguiendo los
dictados de su corazón. Siempre ha sido muy sensible.
-¿Así que tu padre va a venir a San
Antonio?
-Sí, pero eso no es lo peor -Pedro se
levantó tan rápido que Paula se echó hacia atrás, sobresaltada-. Amenazó a mi
madre -dijo mientras empezaba a pasearse de un lado a otro del pequeño salón,
como un tigre enjaulado-. La chantajeó.
-¿La chantajeó? -repitió ella-. ¿Qué clase
de secreto podría tener tu madre como para aceptar un chantaje?
Pedro se detuvo y le clavó la mirada.
-Mi madre se fugó de casa cuando tenía
diecisiete años -dijo, muy lentamente-. Nos dijo que lo hizo porque no podía
entenderse con su padre, pera la verdad era que estaba embarazada. Se fue hacia
California, pero fue en Nevada donde dio a luz. Tuvo gemelos... un niño y una
niña... y los dio en adopción. O, más bien -añadió-, los dejó en la puerta del
sheriff con unas notas sujetas en las mantas.
-Tu pobre madre... –Paula podía imaginarse la desesperación de la mujer.
-Sí. Era joven, sin un centavo, y
demasiado orgullosa para ir a casa. Poco después conoció a mi padre, Horacio
Zolezzi, un jinete de rodeo. Se casaron y yo nací nueve meses después. Al año,
volvió a quedarse embarazada, y entonces mi padre decidió irse en busca de
pastos más verdes.
A Paula se le llenaron los ojos de
lágrimas al pensar en la pobre mujer, embarazada por tercera vez, lamentándose
por sus hijos perdidos y por sus desafortunadas decisiones. Instintivamente,
alargó una mano hacia Pedro y éste se la tomó por un breve instante, antes de
sentarse de nuevo en el sofá.
-Horacio la ha amenazado con hablarle de
los gemelos al padre biológico de los mismos -dijo, con la cabeza en las manos-.
Quiere que mi madre le entregue cincuenta mil dólares.
Paula abrió la boca para proferir una
exclamación, pero entonces recordó con quién estaba hablando. La madre de Pedro
era millonaria.
-¿Ella tiene el dinero?
-Sí, pero no creemos que la cosa acabe ahí
-la voz le temblaba con furia contenida-. ¡Odio no ser capaz de solucionar
esto! -espetó, golpeando un puño contra otro-. Toda mi vida he intentando
ayudar a mi madre, ponerle las cosas fáciles... Pero esta vez no hay nada que
pueda hacer.
-Oh, Pedro, estar a su lado ya es hacer
algo -Paula lo abrazó por los hombros y apoyó la frente en él. ¡Si ella pudiera
hacer algo por aliviar su angustia!
-No sé cómo explicarte lo extraño que
resulta saber que en alguna parte tengo un hermano y una hermana a quienes
nunca he visto. Unos hermanos con quienes jamás compartiré los recuerdos de la
infancia... Para mi madre es como si todo hubiera sucedido ayer. Dios, estaba
tan nerviosa que tuve que sedarla.
Paula lo acercó a ella y lo meció,
mientras él enterraba la cara en su cuello y se aferraba con tanta fuerza que
ella apenas pudo respirar. Durante largo rato lo mantuvo abrazado, deleitándose
con la cálida respiración en su cuello y sus fuertes brazos alrededor de ella.
Eso sería lo más cercano que estaría jamás del cielo, y quería memorizar casa
segundo para rememorarlo en su solitario mundo particular.
Entonces Pedro se movió y ella hizo ademán
de retirar los brazos. Pero antes de que pudiera hacerlo, él levantó una mano y
le acarició la mejilla.
-Gracias -le susurró-. Por escucharme.
-De nada -respondió ella con un hilo de
voz. El le miraba los labios, le acarició el inferior con el pulgar, y entonces
Paula se dio cuenta de que iba a besarla.
Ayyyyyyyyy, ya me enganché con esta adaptación Yani. Muy buena parece.
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