Divina

Divina

jueves, 31 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 65


Pedro

Gruño al ver la espantosa toga negra en el espejo. Nunca entenderé por qué me obligan a ponerme esta mierda. ¿Por qué no puedo llevar ropa normal a la ceremonia? Mi ropa de calle es negra, tendría que servir.

—Es oficial: esto es lo más estúpido que he hecho en la vida.

Karen pone los ojos en blanco.

—Calla de una vez y póntela.

—El embarazo está haciendo que te vuelvas muy antipática —bromeo, y me aparto antes de que me suelte un cachete.

—Ken lleva en el Coliseo desde las nueve de la mañana. Se sentirá muy orgulloso al verte subir al estrado vestido con la toga. —Sonríe y le brillan los ojos.

Si llora, necesitaré pensar en una escapatoria. Saldré lentamente de la habitación y cruzaré los dedos para que las lágrimas le impidan seguirme.

—Hablas como si fuera el baile de fin de curso —refunfuño, y me ajusto el mar de tela que engulle todo mi cuerpo.

Tengo los hombros tensos, me duele la cabeza y se me va a salir el corazón del pecho. No por la ceremonia ni por el título, esas cosas me importan una mierda. Me muero de ansiedad porque es posible que ella esté allí. Estoy haciendo todo este paripé por ella. Fue ella quien me convenció —bueno, de hecho, me engañó— para que asistiera. Y si la conozco tan bien como creo, estará allí para celebrar su triunfo.

Aunque cada vez llama menos y casi nunca me escribe, hoy vendrá.
Una hora después estamos entrando en el aparcamiento del Coliseo, donde se celebra la ceremonia de graduación. He accedido a venir con Karen porque se ha ofrecido a traerme veinte veces. Habría preferido venir en mi coche, pero últimamente está muy pesada. Sé que está intentando compensar la ausencia de Pau, pero nada podrá llenar ese vacío.

Nada ni nadie podrá darme lo que me ha dado Pau, y siempre la necesitaré. Todo lo que hago, todos los días desde que me dejó, es para ser mejor cuando ella vuelva. He hecho nuevos amigos..., bueno, de hecho, sólo dos. Luke y su novia, Kaci, son lo más parecido que tengo, y no son mala compañía. No beben mucho, no van a fiestas de mierda ni les van las apuestas. Luke es un par de años mayor y lo arrastran a la fuerza a terapia de pareja. Lo conocí durante mi sesión semanal con el doctor Tran, un portento de la salud mental.

Bueno, en realidad, no. Es un timador de primera. Le pago cien pavos la hora para que escuche cómo hablo de Pau dos días a la semana... Pero me viene bien hablar con alguien de toda la mierda que me ronda por la cabeza, y a él no se le da mal escucharme.

—Landon me ha dicho que te recuerde que siente mucho no poder estar aquí. Nueva York lo mantiene muy ocupado —me dice Karen cuando apaga el motor—. Le he prometido que te haría muchas fotos.

—Guay. —Le sonrío y salgo del coche.

El edificio está hasta los topes, las gradas llenas de padres orgullosos, familiares y amigos. Asiento en dirección a Karen cuando me saluda con la mano desde su puesto en primera fila. Supongo que ser la esposa del rector tiene sus ventajas, entre ellas, asientos de primera el día de la graduación, que es una cosa divertidísima.

No puedo evitar buscar a Pau entre la multitud. Es imposible ver la mitad de las caras porque las luces son demasiado brillantes y cegadoras. No quiero saber lo que esta extravagancia le cuesta a la universidad. Encuentro mi nombre en un gráfico que explica dónde tenemos que sentarnos y le sonrío a la encargada de buscarnos sitio. Está cabreada, imagino que es porque no vine al ensayo. En serio, no puede ser tan difícil. Te sientas. Te llaman. Te levantas y echas a andar. Recoges un papel que no vale para nada. Echas a andar y vuelves a sentarte.

Cómo no, cuando me siento en mi sitio, la silla de plástico es incómoda y el pavo que hay a mi lado está sudando más que un cubito de hielo en el Sahara. Se retuerce la ropa, tararea algo para sí y le tiembla la rodilla. Me dan ganas de decirle algo hasta que me doy cuenta de que yo estoy haciendo exactamente lo mismo, aunque no sudo como un cerdo.

No sé cuántas horas han transcurrido —a mí me parecen por lo menos cuatro— cuando por fin oigo mi nombre. El modo en que me mira todo el mundo es muy raro, y siento náuseas y me apresuro a desaparecer del estrado en cuanto veo que a Ken se le llenan los ojos de lágrimas.

Tengo que esperar a que acaben con todo el alfabeto para ir a buscarla. Para cuando llegan a la «V», me planteo levantarme e interrumpir la ceremonia. ¿Cuánta gente hay cuyo apellido empiece por «V»?

Pues parece ser que un montón.

Por fin, después de haber superado varios grados de aburrimiento, cesan los aplausos y se nos permite levantarnos de nuestros asientos. Yo salto del mío, pero Karen viene corriendo a darme un abrazo. Cuando me parece que ya la he tolerado bastante, me disculpo a mitad de su discurso lloroso de felicitación y corro a buscarla.
Sé que está aquí. Puedo sentirlo.

Llevo dos meses sin verla, dos putos meses, y estoy que me va a dar algo del subidón de adrenalina cuando al fin la veo cerca de la salida. Sabía que haría algo así, que vendría e intentaría escabullirse antes de que la encontrara, pero no se lo permitiré. La seguiré hasta el coche si hace falta.

—¡Pau! —me abro paso entre las familias abrazadas para llegar hasta ella.

Se vuelve justo cuando estoy apartando a un chico de un empujón.
Hace mucho que no la veo y es un alivio tremendo. Tremendo. Está tan guapa como siempre. Su piel tiene un tono bronceado que antes no tenía, le brillan los ojos y parece más feliz. Se había convertido en una sombra y ahora está llena de vida. Se le nota sólo con mirarla.

—Hola. —Sonríe y hace esa cosa que hace cuando está nerviosa: se coloca un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Hola. —Repito su saludo y me tomo un momento para observarla bien. Es aún más angelical de lo que recordaba.

Parece que ella está haciendo lo mismo, mirarme de arriba abajo. Ojalá no llevara esta ridícula toga, así podría ver que he estado haciendo ejercicio.
Es la primera en hablar:

—Qué largo llevas el pelo.

Me echo a reír suavemente y me paso las manos por la maraña. Seguro que el birrete me lo ha aplastado. Luego caigo en que no sé dónde lo he dejado, pero ¿a quién le importa?

—Sí. Tú también —digo sin pensar. Se echa a reír y se lleva los dedos a la boca—. Quiero decir que tú también llevas el pelo largo. Aunque siempre lo has llevado largo, claro. —Intento arreglarlo pero sólo consigo hacerla reír otra vez.
«Bravo, Alfonso. Tú sí que sabes.»

—Y la ceremonia, ¿ha sido tan horrible como esperabas? —pregunta.

La tengo a menos de medio metro y desearía que estuviéramos sentados o algo así. Creo que necesito sentarme. «¿Por qué coño estoy tan nervioso?»

—Peor. ¿No se te ha hecho eterna? Al tipo que leía los nombres le han salido canas. —Espero que eso la haga reír otra vez. Cuando sonríe, le devuelvo la sonrisa y me aparto el pelo de la cara. Necesito cortármelo urgentemente, pero creo que, por ahora, lo dejaré estar.

—Estoy muy orgullosa de que hayas venido —dice—. Seguro que has hecho feliz a Ken.

—Y ¿tú eres feliz?

Frunce el ceño.

—¿Por ti? Sí, por supuesto. Me alegro mucho por ti. No te parece mal que haya venido, ¿verdad? — Se mira los pies un instante antes de buscar mis ojos.

Hay algo distinto en ella, se la ve más segura, más..., no sé... ¿Fuerte? Está erguida, con la mirada clara y centrada, y aunque noto que está nerviosa, no se la ve tan amedrentada como antes.

—Pues claro. Me habría cabreado mucho hacer toda esta chorrada para nada. —Le sonrío y luego me río al pensar que parece que lo único que hacemos es sonreír y retorcernos las manos nerviosos—. ¿Cómo estás? Perdona que no te haya llamado mucho. He estado muy liado...

Quita importancia a mis palabras con un gesto de la mano.

—Descuida, sé que has estado muy ocupado con la graduación y haciendo planes para tu futuro y todo eso. —Me dedica una sonrisa casi imperceptible—. He estado bien. He solicitado plaza en todas las universidades a cien kilómetros de Nueva York.

—¿Todavía quieres ir allí? Landon me dijo ayer que no estabas muy segura.

—Y no lo estoy. Estoy esperando noticias de al menos una facultad antes de trasladarme. Solicitar el traslado desde el campus de Seattle me fastidió el expediente académico. En la secretaría de la NYU me dijeron que me hacía parecer indecisa y poco preparada, por lo que espero que al menos una de las universidades no lo vea así. De lo contrario, haré algún curso de formación profesional hasta que pueda volver a incorporarme a la universidad. —Respira hondo—. Caray..., menudo rollo acabo de soltarte. — Se echa a reír y deja paso a una madre que solloza de la mano de su hija, que va con toga y birrete—. ¿Ya has decidido lo que vas a hacer a partir de ahora?

—Me esperan varias entrevistas en las próximas semanas.

—Qué bien. Me alegro por ti.

—Pero no son para trabajar aquí —digo, y la observo atentamente mientras asimila mis palabras.

—¿Te refieres a la ciudad?

—No, al estado.

—Entonces ¿dónde?, si es que se puede preguntar... —Es educada y comedida, y su voz es tan dulce y suave que doy un paso hacia ella.

—Tengo una en Chicago y tres en Londres.

—¿Londres? —Intenta ocultar la sorpresa en su voz, y yo asiento.

No quería tener que decírselo, pero deseaba aprovechar todas las oportunidades que surgieran. No creo que vuelva a Inglaterra, sólo estoy explorando mis opciones.

—No sabía lo que iba a pasar con nosotros... —intento explicarle.

—No, si lo entiendo. Sólo es que me ha pillado por sorpresa, nada más.

Sé lo que está pensando sólo con mirarla. Casi puedo oír sus pensamientos.

—He estado hablando un poco con mi madre. —Suena muy raro cuando lo digo, aunque más raro fue cuando por fin le cogí el teléfono a Trish. He estado evitándola hasta hace dos semanas. No la he perdonado exactamente, pero estoy intentando que todo el desastre no me cabree tanto. No me lleva a ninguna parte.

—¿De verdad? Pedro, me alegra mucho oír eso. —Ya no frunce el ceño, sino que me sonríe de oreja a oreja y está tan bonita que me duele el corazón.

—Sí —digo encogiéndome de hombros.

Continúa sonriéndome como si acabara de decirle que le ha tocado la lotería.

—Me alegro de que todo te vaya tan bien. Te mereces lo mejor en la vida.

No sé muy bien qué contestar a eso, pero echaba de menos su amabilidad; tanto, que no puedo evitar tirar de ella y abrazarla. Lleva las manos a mis hombros y apoya la cabeza en mi pecho. Juraría que se le ha escapado un suspiro. Y, si me equivoco, fingiré que no lo he imaginado.

—¡ Pedro! —oigo que me llama alguien, y Pau se aparta y se coloca a mi lado. Se ha ruborizado y vuelve a estar nerviosa.

Luke se nos acerca con Kaci y un ramo de flores en la mano.

—Dime que no me has traído flores —protesto a sabiendas de que debe de haber sido idea de su chica.

Pau sigue de pie a mi lado, mirando a Luke y a la morena bajita con los ojos muy abiertos.

—Sabes que no. Además, sé que te encantan las azucenas —dice Luke mientras Kaci saluda a Pau con la mano.

Ella se vuelve hacia mí, confusa, pero con la sonrisa más bonita que he visto en dos meses.

—Es un placer conocerte al fin. —Kaci rodea a Pau con los brazos y Luke intenta empotrarme el horrendo ramo en el pecho.

Dejo las flores en el suelo y Luke me maldice cuando una horda de padres demasiado orgullosos las pisotean al pasar.

—Soy Kaci, una amiga de Pedro. He oído hablar mucho de ti, Pau. —Se aparta un poco para coger a Pau del brazo, y me sorprende ver que ella le devuelve la sonrisa en vez de mirarme con cara de pedir ayuda y empieza a hablar de las flores pisoteadas—. Pedro parece la clase de chico a la que le gustan las flores, ¿no crees? —dice Kaci entre risas, y Pau también se ríe—. Por eso se tatuó esas hojas tan feas.

Pau enarca una ceja.

—¿Hojas?

—No son hojas exactamente —digo—, es que le gusta meterse conmigo. Aunque me he hecho unos cuantos tatuajes nuevos desde la última vez que te vi. —No sé por qué me siento un poco culpable.

—Ah. —Pau intenta sonreír, pero sé que no es una sonrisa sincera—. Qué bien.

Estamos entrando en territorio incómodo y, mientras Luke le habla a Pau de los tatuajes que llevo en el vientre, comete un gran error:

—Le dije que no se los hiciera. Habíamos salido los cuatro, y a Kaci le entró curiosidad por los tatuajes de Pedro y decidió que quería hacerse uno.

—¿Los cuatro? —balbucea Pau, y sé que se arrepiente de haberlo preguntado, se le nota en los ojos.

Le lanzo a Luke una mirada asesina al tiempo que Kaci le clava el codo en las costillas.

—Vino también la hermana de Kaci —aclara él para intentar arreglar la metedura de pata. Sin embargo, sólo consigue empeorarlo.

La primera vez que salí con Luke, quedamos con Kaci para cenar. Aquel fin de semana fuimos a ver una película y Kaci trajo a su hermana. Varios fines de semana después me di cuenta de que la chica se había pillado un poco de mí, y les dije que le quitaran la idea de la cabeza. Ni quería ni quiero distracciones mientras espero que Pau vuelva a mí.

—Ah. —Pau le dirige a Luke una sonrisa muy falsa y se queda mirando el gentío.

«Joder, odio la cara que está poniendo.»

Antes de que pueda decirles a Luke y a Kaci que se piren para poder explicárselo todo bien a Pau, Ken se me acerca y me dice:

— Pedro, hay alguien a quien quiero que conozcas.

Luke y Kaci se marchan y Pau se hace a un lado. Intento cogerla, pero me evita.

—Tengo que ir al baño. —Sonríe y se marcha después de saludar brevemente a mi padre.

—Te presento a Chris —dice Ken—, te he hablado antes de él. Es el presidente de la editorial Gabber, en Chicago, y ha venido hasta aquí para hablar contigo. —Sonríe satisfecho y coge al tipo del hombro, pero yo no puedo evitar buscar a Pau entre la multitud.

—Muchas gracias —digo estrechando la mano del hombre bajito, que empieza a hablar.

Apenas entiendo lo que dice, estoy demasiado ocupado pensando qué habrá hecho Ken para conseguir que este tío venga hasta aquí y preocupándome por Pau porque no sé si encontrará el baño.


Después, busco en los alrededores de todos los baños y la llamo dos veces al móvil. Se ha marchado sin despedirse.


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solo 15 capitulos mas....... aaaayyyyy hoy se nos va un año mas ... Feliz Comienzo a tod@s gracias por acompañarme y bancarme siempre ... son de fierro siempre....  

After 4 Capitulo 64


Pau

Junio

—¿Qué tal estoy? —Doy una vuelta delante del espejo de cuerpo entero, dándole tironcitos al vestido, que me llega justo por la rodilla. La seda granate tiene un tacto nostálgico cuando la acaricio con los dedos. Me enamoré de la tela y del color en cuanto me lo probé, me recuerdan a mi pasado, a cuando era otra persona—. ¿Me sienta bien?
Este vestido es un poco diferente de la versión anterior. El otro era menos ajustado y tenía el cuello alto y manga francesa. Éste es más entallado, con un escote recortado y sin mangas. Siempre amaré el vestido anterior, pero me gusta cómo me queda éste hoy.

—Te queda muy bien, Paula. —Mi madre se apoya en el marco de la puerta con una sonrisa.

He intentado tranquilizarme, pero me he tomado cuatro tazas de café y media bolsa de palomitas y llevo todo el día dando vueltas como una loca por casa de mi madre.

Hoy es la graduación de Pedro. Me preocupa un poco que mi compañía no sea bien recibida, que me invitaran tan sólo por educación y que la retiraran mientras hemos estado separados. Las horas y los minutos han pasado, igual que siempre, sólo que esta vez no estoy intentando olvidarlo. Esta vez lo estoy recordando y me estoy recuperando, y rememoro el tiempo que pasé con él con una sonrisa.

Aquella noche de abril, la noche en la que Landon me sirvió unas cuantas verdades en bandeja de plata, me fui directa a casa de mi madre. Llamé a Kimberly y lloré por teléfono hasta que me dijo que fuera una mujer, que dejara de llorar y que hiciera algo por arreglar mi vida.

No me había dado cuenta de lo oscura que se había vuelto mi existencia hasta que empecé a ver de nuevo la luz. Me pasé la primera semana completamente sola, sin salir apenas de mi dormitorio de la infancia y obligándome a comer. Sólo podía pensar en Pedro y en lo mucho que lo echaba de menos, en lo mucho que lo necesitaba y lo quería.

La semana siguiente fue menos dolorosa, igual que las demás veces que hemos roto, sólo que en esta ocasión era distinto. En esta ocasión tenía que recordarme a mí misma que Pedro estaba mejor, con su familia, y que no lo había dejado abandonado a su suerte. Si necesitaba algo, tenía a su familia. Las llamadas diarias de Karen eran lo único que evitaba que cogiera el coche y fuera a comprobar que él estaba bien. Necesitaba poner mi vida en orden pero también necesitaba estar segura de que no le estaba haciendo más daño ni a Pedro ni a nadie a mi alrededor.

Me había convertido en esa chica, esa que es una carga para todo el mundo, sin siquiera darme cuenta porque sólo tenía ojos para Pedro. Su opinión era lo único que parecía tener importancia, y me pasé días y noches intentando enderezarlo, arreglar lo nuestro, mientras estropeaba todo lo demás, incluyéndome a mí misma.

Pedro fue muy persistente las primeras tres semanas pero, al igual que Karen, empezó a llamar cada vez menos hasta que ya sólo recibía dos llamadas a la semana, una de cada uno. Karen me asegura que él es feliz, así que no puedo enfadarme porque haga su vida y no me llame tanto como querría o me gustaría que me llamase.

Con quien más hablo es con Landon. Se sintió fatal al día siguiente de decirme todo lo que me dijo. Fue a la habitación de Pedro a pedirme disculpas y se lo encontró a él solo y cabreado. Landon me llamó de inmediato y me rogó que volviera y lo dejara explicarse, pero le aseguré que estaba bien y que era mejor que me alejara por un tiempo. Por mucho que quisiera irme con él a Nueva York, necesitaba regresar al lugar en el que comenzó la destrucción de mi vida y volver a empezar. Sola.

Lo que más me dolió fue que Landon me recordara que yo no era parte de su familia. Me hizo sentir que sobraba, que no me querían, que no tenía vínculos con nada ni con nadie. 

Me sentí sola, desconectada, vagando de un lado a otro mientras intentaba aferrarme a la primera persona que me aceptara. Dependía demasiado de los demás y estaba perdida en el ciclo de querer que me quisieran. Odiaba sentirme así más que nada en el mundo y sé que Landon sólo lo dijo porque estaba enfadado, pero no andaba desencaminado. A veces la ira hace aflorar lo que de verdad sentimos.

—Si sigues soñando despierta, no llegarás nunca. —Mi madre se acerca y abre el cajón superior de mi joyero. Deposita unos pequeños pendientes de diamantes en la palma de mi mano y me la coge entre las suyas—. Ponte éstos. No será tan malo como crees. No pierdas la calma y no des señales de debilidad.

Me echo a reír ante su intento por hacerme sentir mejor y me pongo los pendientes.

—Gracias. —Le sonrío a su imagen en el espejo.

Cómo no, siendo Carol Young, me sugiere que me retire el pelo de la cara, me ponga más pintalabios y unos tacones más altos. Le doy amablemente las gracias por sus consejos pero no los sigo y, en silencio, le agradezco que no insista.

Mi madre y yo estamos trabajando para tener la relación que siempre soñé tener con ella. Está aprendiendo que soy una mujer, joven pero capaz de tomar mis propias decisiones. Y yo estoy aprendiendo que no se convirtió en la mujer que es a propósito. Mi padre la destrozó hace muchos años y nunca se recuperó. Está trabajando en ello, más o menos igual que lo estoy haciendo yo.

Me sorprendió que me contara que había conocido a alguien y que llevaban saliendo varias semanas. Aunque la mayor sorpresa me la llevé al ver que el hombre en cuestión, David, no era ni médico, ni abogado, ni tenía un coche lujoso. Tiene una panadería y nunca he conocido a nadie que se ría tanto como él. Tiene una hija de diez años que se ha aficionado a probarse mi ropa, que le queda grande, y que me deja practicar con ella lo que voy aprendiendo sobre maquillaje y peluquería. Es una niña adorable, se llama Heather y perdió a su madre a los siete años. Lo que más me sorprende es lo dulce que mi madre es con ella. David saca cosas que nunca antes había visto en mi madre, y me
encanta lo mucho que ella se ríe y sonríe cuando lo tenemos en casa.

—¿Cuánto tiempo me queda? —me vuelvo hacia mi madre y me pongo los zapatos fingiendo no ver cómo pone los ojos en blanco al comprobar que he escogido los zapatos con el tacón más bajo que tengo. Me va a dar algo si tengo que andar con tacones.

—Cinco minutos si quieres llegar pronto, como es tu costumbre. —Menea la cabeza y se recoge la melena rubia sobre un hombro.

Ha sido una experiencia increíble y muy emocionante ver cambiar a mi madre, ver cómo se agrietaba su fachada de piedra y cómo se convertía en una persona mejor. Es muy bonito contar con su apoyo, sobre todo hoy, y le doy las gracias por haberse guardado lo que opina acerca de que asista sola a la ceremonia.

—Espero que no haya mucho tráfico —digo—. ¿Y si hay un accidente? Son dos horas de trayecto que podrían convertirse en cuatro, se me arrugaría el vestido y se me estropearía el peinado y...

Mi madre ladea la cabeza.

—Todo irá bien. Le estás dando demasiadas vueltas. Píntate los labios y al coche.


Suspiro y hago exactamente lo que me dice, esperando que, por una vez, todo vaya según lo previsto.

After 4 Capitulo 63


Pau

Pedro me da un beso en la frente y cierra la puerta del acompañante de mi coche. He hecho las maletas por enésima y última vez, y Pedro está apoyado en el coche y me atrae contra su pecho.

—Te quiero. No lo olvides, por favor —dice—. Y llámame cuando llegues.

No le hace gracia, pero ya me lo agradecerá. Sé que es lo correcto, que necesitamos pasar un tiempo separados. Somos muy jóvenes, estamos confusos y nos hace falta tiempo para reparar parte del daño que hemos causado en la vida de las personas que nos rodean.

—Lo haré. Despídeme de todos, ¿te acordarás? —me acurruco en su pecho y cierro los ojos. No sé cómo acabará esto, pero sé que es necesario.

—Lo haré. Pero sube ya al coche, por favor. No puedo fingir que esto me guste. Ahora soy una persona distinta y puedo cooperar pero, como dure mucho, te arrastraré de vuelta a mi cama para toda la eternidad.

Le rodeo el torso con los brazos y él apoya los brazos en mis hombros.

—Lo sé —digo—. Gracias.

—Te quiero, Pau, muchísimo. No lo olvides, ¿vale? —dice contra mi pelo. Se le quiebra la voz y la necesidad de protegerlo vuelve a clavar sus garras en mi corazón.

—Te quiero, Pedro. Siempre te querré.

Aprieto las manos contra su pecho y me acerco para besarlo. Cierro los ojos, deseando, esperando, rezando para que no sea la última vez que siento sus labios sobre los míos, para que no sea la última vez que me siento así. Incluso en este momento, a pesar de la tristeza y del dolor de dejarlo aquí, siento esa corriente eléctrica entre nosotros. Noto la curva suave de sus labios y ardo en deseos de él, me muero por cambiar de opinión y seguir viviendo en este bucle. Siento el poder que tiene sobre mí y yo sobre él.

Me aparto yo primero y memorizo el gemido grave de protesta que emite cuando me separo de él. Le doy un beso en la mejilla.

—Te llamaré en cuanto llegue —aseguro.

Lo beso una vez más, un beso rápido de despedida, y él se pasa las manos por el pelo y se aleja de mi coche.

—Conduce con cuidado, Pau —dice cuando me subo y cierro la puerta. No puedo hablar, pero cuando mi coche deja atrás la casa, susurro:


—Adiós, Pedro.

After 4 Capitulo 62



Pau

—¿Listo para volver adentro? —Mi voz es un susurro que rompe el silencio entre nosotros.

Pedro no ha dicho nada y yo tampoco he sido capaz de pensar en nada que decir en los últimos veinte minutos.

—¿Y tú? —Se levanta dándose impulso en el tronco del árbol y se alisa los vaqueros negros.

—Cuando quieras.

—Estoy listo. —Sonríe con sarcasmo—. Pero si lo prefieres, podemos seguir hablando de volver adentro.

—Ja, ja, ja. —Pongo los ojos en blanco y me ofrece la mano para ayudarme a levantarme. 

Con ella me rodea la muñeca y tira de mí. No me suelta, sino que me coge de la mano. No menciono la caricia ni que me esté mirando de esa manera, como me mira cuando enmascara su ira, cuando el amor que siente por mí es más fuerte que ella. Es una mirada pura y espontánea, y me recuerda que una parte de mí ama y necesita a este hombre más de lo que estoy dispuesta a reconocer.

No hay segundas intenciones detrás de su caricia. Cuando me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia sí mientras volvemos al porche no lo hace de manera calculada.

Una vez dentro, nadie dice nada. Karen nos mira preocupada. Tiene la mano en el brazo de Ken, y él está inclinado y habla suavemente con Landon, que ha vuelto a sentarse en el comedor. No veo a Sophia, imagino que se ha ido tras el caos. No la culpo.

—¿Estás bien? —Karen se vuelve hacia Pedro cuando pasamos por su lado.

Landon levanta la mirada al mismo tiempo que Ken y le doy un pequeño codazo a Pedro.

—¿Quién, yo? —pregunta confuso. Se detiene al pie de la escalera y choco contra él.

—Sí, cariño, ¿estás bien? —aclara Karen. Se coloca un mechón castaño detrás de la oreja y se acerca a nosotros con la mano en el vientre.

—¿Quieres decir...? — Pedro se aclara la garganta—. ¿Te preocupa que me vuelva loco y le parta la cara a Landon? No, no voy a hacerlo —resopla.

Karen menea la cabeza. Tiene unos rasgos dulces y pacientes.

—No. Te estoy preguntando cómo estás. ¿Puedo hacer algo por ti? Eso es lo que quiero saber. Pedro parpadea, intentando recuperarse.

—Sí, estoy bien.

—Si cambias de opinión, dímelo, ¿de acuerdo?

Asiente otra vez y me lleva escaleras arriba. Me vuelvo para ver si Landon nos sigue, pero cierra los ojos y gira la cara.

—Tengo que hablar con él —le digo a Pedro cuando abre la puerta de su cuarto. Enciende la luz y me suelta.

—¿Ahora?

—Sí, ahora.

—¿En este momento?

—Sí.

En cuanto lo digo, Pedro me pone contra la pared.

—¿En este mismo instante? —Se agacha y siento su aliento cálido en mi cuello—. ¿Estás segura?

Ya no estoy segura de nada, la verdad.

—¿Qué? —pregunto con la voz ronca y la cabeza nublada.

—Creo que ibas a besarme. —Presiona los labios contra los míos y no puedo evitar sonreír, a la locura, al alivio que me hace sentir su afecto. Sus labios no son suaves, los tiene secos y cortados, pero son perfectos y me encanta cómo su lengua envuelve la mía sin darme opción a rechazarla.

Tiene las manos en mi cintura y sus dedos se hunden en mi piel mientras separa mis piernas con la rodilla.

—No puedo creer que vayas a marcharte tan lejos de mí. —Arrastra la boca por mi mandíbula, hasta debajo de mi oreja—. Tan lejos de mí.

—Lo siento —susurro, incapaz de decir nada más cuando sus manos se deslizan por mis caderas, hacia mi vientre, llevando consigo la tela de mi camiseta.

—No paramos de correr de un lado para otro, tú y yo —dice con calma pese a la velocidad con la que sus manos atrapan mis pechos. Tengo la espalda contra la pared y la camiseta está en el suelo, a mis pies.

—Ya te digo.

—Una cita de Hemingway y luego dedicaré mi boca a otros menesteres. —Sonríe contra mis labios mientras sus manos acarician juguetonas la cinturilla de mis pantalones.

Asiento, deseando que cumpla lo prometido.

—No puedes huir de ti mismo sólo yendo de un sitio a otro —dice. Luego me mete la mano en los pantalones.

Gimo, abrumada por sus palabras y por sus caricias. Sus palabras se repiten en mi cabeza mientras me toca, y lo busco. Va a reventar la bragueta y gime mi nombre mientras le desabrocho con torpeza los vaqueros.

—No te vayas a Nueva York con Landon —me pide—. Quédate conmigo en Seattle.
«Landon.» Me vuelvo y quito las manos de la bragueta de Pedro.

—Tengo que hablar con él —digo—. Es importante. Parecía enfadado.

—¿Y? Yo también estoy enfadado.

—Ya lo sé —suspiro—. Pero es evidente que no tanto como él —añado bajando la vista hacia el bóxer, que apenas le cubre el pene.

—Bueno, eso es porque me estás distrayendo y así no puedo enfadarme contigo... ni con Landon — añade débilmente, como coletilla.

—No tardo nada. —Lo aparto y recojo mi camiseta del suelo. Me la pongo y me la remeto en el pantalón.

—Vale. De todos modos, necesito cinco minutos. — Pedro se peina el pelo hacia atrás y deja caer los mechones rebeldes contra la nuca. Jamás lo había visto con el pelo tan largo. 
Me gusta, aunque echo de menos ver los tatuajes que asoman por debajo de su camiseta.

—¿Cinco minutos sin mí? —pregunto antes de darme cuenta de lo desesperada que sueno.

—Sí. Acabas de decirme que vas a marcharte a vivir a la otra punta del país y he perdido los papeles con Landon. Necesito cinco minutos para aclararme las ideas.

—Vale, lo entiendo.

Lo entiendo, de verdad. Lo está llevando mucho mejor de lo que esperaba, y lo último que debería hacer es meterme en la cama con Pedro y descuidar a Landon.

—Voy a ducharme —me dice cuando salgo al pasillo.

Mi mente sigue en el dormitorio con él, contra la pared, sigo en las nubes mientras bajo por la escalera. Con cada escalón, el fantasma de sus caricias se desvanece un poco más, y cuando llego al comedor, Karen se levanta de la silla que hay junto a Landon y Ken le hace un gesto para que lo siga fuera de la habitación. Ella me ofrece una débil sonrisa y me estrecha la mano con afecto cuando pasa junto a mí.

—Hola. —Saco una silla y me siento al lado de Landon, pero él se levanta en el acto.

—Ahora no, Pau —replica, y se va al salón.

Confusa por su brusquedad, tardo un instante en reaccionar. Creo que me he perdido algo.

—Landon... —Me levanto y lo sigo—. ¡Espera! —le grito por detrás.

Se detiene.

—Perdona, pero esto no funciona.

—¿Qué es lo que no funciona? —le tiro de la manga de la camisa para que no huya de mí.
Sin volverse, me dice:

—Lo que hay entre Pedro y tú. Todo iba bien mientras vosotros dos erais los únicos afectados, pero estáis metiendo a todo el mundo y no es justo.

El enfado es evidente en su voz, profundo, y tardo un instante en recordar que está hablándome a mí. Landon siempre me ha apoyado y ha sido un encanto, no esperaba esto de él.

—Perdona, Pau, pero sabes que tengo razón. No podéis seguir liándola aquí. Mi madre está embarazada y la escena de antes podría haberle afectado a los nervios. Vais de aquí a Seattle, peleándoos en ambas ciudades y por el camino. «Ayyyy.»

No sé qué decir, no se me ocurre nada.

—Lo sé, y te pido perdón por lo que ha pasado, no ha sido a propósito, Landon. Tenía que contarle que me iba a Nueva York, no podía ocultárselo. Creo que lo ha llevado muy bien. —Me interrumpo cuando se me quiebra la voz.

Estoy confusa y asustada porque Landon está enfadado conmigo. Sabía que no le había gustado un pelo que Pedro le pusiera la mano encima, pero no me esperaba esto.
A continuación, se vuelve y me mira.

—¿Te parece que lo ha llevado bien? Me ha empotrado contra la pared... —Suspira y se remanga la camisa. A continuación, respira hondo un par de veces—. Sí, supongo que sí. Pero eso no significa que esto no empiece a ser cada vez más problemático. No podéis ir por el mundo entero rompiendo y haciendo las paces. Si en una ciudad no funciona, ¿qué te hace pensar que va a funcionar en otra?

—Eso ya lo sé, por eso me voy contigo a Nueva York. Necesito pensar, sola. Bueno, sin Pedro. Por eso me voy.

Él menea la cabeza.

—¿Sin Pedro? ¿Crees que va a permitir que vayas a Nueva York sin él? O se irá contigo, o tú te quedarás aquí con él, y seguiréis peleando.

Lo que acaba de decir, y lo que me suelta a continuación, hace que se me caiga el alma a los pies.

Todo el mundo dice siempre lo mismo de mi relación con Pedro. Yo también lo digo. Ya lo he oído antes, muchas veces, pero cuando Landon me suelta todas esas cosas, una tras otra, es distinto. Es distinto, tiene más importancia, me duele más oírlo y hace que dude aún más de todo.

—Lo siento de veras, Landon —replico. Creo que voy a llorar—. Sé que estoy metiendo a todo el mundo en nuestro caos particular, y lo lamento muchísimo. No lo he hecho a propósito, no quiero que las cosas sean así y menos contigo. Eres mi mejor amigo. No me gusta que te sientas así.

—Ya, pues así es como me siento. Y no soy el único, Pau.

Es una puñalada en el único sitio que me quedaba intacto, inmaculado, en mi interior, ese que estaba reservado para Landon y su valiosa amistad. Ese pequeño lugar sagrado era básicamente lo único que me quedaba, la única persona que me quedaba. Era mi refugio y ahora está tan oscuro como todo lo que lo rodea.

—Lo siento mucho. —Mi voz es casi un gemido desgarrado, y estoy convencida de que mi mente aún no se ha enterado de que es Landon quien me está diciendo estas cosas—. Creía... creía que estabas de nuestra parte —digo vacilante, porque tengo que decirlo. He de saber si la cosa está tan mal como parece.
Respira hondo.

—Yo también lo siento, pero lo de esta noche ha sido la gota que ha colmado el vaso. Mi madre está embarazada y Ken está intentando arreglar las cosas con Pedro. Yo voy a marcharme y es demasiado. Ésta es nuestra familia y necesitamos estar unidos. No nos estás ayudando.

—Lo siento —repito porque no sé qué otra cosa decir.

No puedo discutírselo, ni siquiera puedo mostrarme en desacuerdo porque tiene razón. Es su familia, no la mía. Por mucho que quiera fingir que es mi familia, aquí soy prescindible. Soy prescindible en todas partes desde que salí de casa de mi madre.
Landon baja la vista a sus pies y yo no puedo dejar de mirarlo a la cara cuando dice:

—Lo sé, y siento ser un cabrón pero tenía que soltarlo.

—Ya, lo entiendo. —Sigue sin mirarme—. En Nueva York será distinto, te lo prometo. Sólo necesito un poco más de tiempo. Estoy hecha un lío en todos los sentidos y no consigo aclararme.

La sensación de que no te quieran en un sitio cuando no sabes muy bien cómo irte es de lo peor que hay. Es muy raro y se tardan unos segundos en evaluar la situación para asegurarte de que no es una paranoia tuya. Pero cuando mi mejor amigo no me mira a la cara después de haberme dicho que estoy causando problemas en su familia, la única familia que tengo, sé que es verdad. Landon no quiere hablar conmigo ahora mismo pero es demasiado educado para decírmelo.

—Nueva York. —Me trago el nudo que tengo en la garganta—. Ya no quieres que vaya contigo a Nueva York, ¿verdad?

—No es eso. Pensaba que Nueva York sería un nuevo comienzo para los dos, Pau, y no otro lugar en el que poder pelearte con Pedro.

—Lo entiendo. —Me encojo de hombros y me clavo las uñas en la palma de la mano para no llorar. Lo entiendo. Lo entiendo perfectamente.

Landon no quiere que vaya a Nueva York con él. Tampoco había concretado nada. No tengo mucho dinero ni me han aceptado todavía en la NYU, si es que me aceptan. Hasta ahora, no me había dado cuenta de lo dispuesta que estoy a mudarme a Nueva York. Lo necesito. Necesito intentar hacer algo distinto y espontáneo, necesito lanzarme al mundo y aterrizar de pie.

—Perdóname —dice pegándole pequeños puntapiés a la pata de la silla para quitar hierro a sus palabras.

—No pasa nada, lo comprendo. —Me obligo a sonreírle a mi mejor amigo y llego a la escalera antes de que las lágrimas me caigan sin control por las mejillas.

En la habitación de invitados, la cama parece firme y me sujeta mientras mis errores desfilan ante mis ojos.

He sido muy egoísta y ni siquiera me he dado cuenta. He estropeado un montón de relaciones en estos meses. Empecé la universidad enamorada de Noah, mi novio de la infancia, y le puse los cuernos, más de una vez, con Pedro.

Me hice amiga de Steph, que me traicionó e intentó hacerme daño. Juzgué a Molly cuando de hecho no tenía por qué preocuparme de ella. Me obligué a creer que iba a encajar en la universidad, que los del grupo eran mis amigos cuando en realidad para ellos nunca fui nada más que un chiste.

He luchado con uñas y dientes para conservar a Pedro. He luchado para que me aceptara desde el principio. Cuando no me quería, yo lo único que hacía era quererlo aún más. Me he peleado con mi madre para defenderlo. Me he peleado conmigo misma para defenderlo. Me he peleado con Pedro para defender a Pedro.

Le entregué mi virginidad como parte de una apuesta. Lo amaba y atesoraba ese momento, y él me estaba ocultando sus verdaderos motivos desde el primer instante. 

Permanecí a su lado incluso a pesar de lo que había hecho, y él siempre volvía con una disculpa aún más grande que la anterior. Aunque no siempre ha sido culpa suya. Sus errores han sido más graves y han hecho más daño, pero yo me he equivocado tan a menudo como él.

Por puro egoísmo, utilicé a Zed para llenar el vacío cada vez que Pedro me dejaba. Lo besé, pasé tiempo con él y dejé que se hiciera ilusiones. Le restregué a Pedro nuestra amistad para continuar así el juego que ellos habían empezado tantos meses atrás.

He perdonado a Pedro infinidad de veces sólo para volver a recriminarle sus errores. Siempre he esperado demasiado de él y nunca le he permitido olvidarlo. Pedro es una buena persona, a pesar de sus defectos. Es bueno y se merece ser feliz. Se lo merece todo: una vida tranquila con una mujer que no tenga problemas para darle hijos. No merece ni jueguecitos ni malos recuerdos. No debería tener que intentar estar a la altura de las expectativas absurdas que yo le he impuesto y que es casi imposible cumplir.

He estado en el infierno varias veces en estos últimos meses y ahora me he quedado sola, sentada en esta cama. Me he pasado la vida planificando, organizando y anticipando. 

Pero, aquí estoy, con la cara manchada de rímel corrido y un montón de planes que se han ido al traste. Bueno, ni siquiera se han ido al traste, porque ninguno de los dos tenía peso suficiente como para poder materializarse siquiera. No sé hacia adónde va mi vida. Ya no tengo una universidad a la que ir, ni siquiera el ideal romántico del amor que me había hecho gracias a los libros que tanto me gustaban y en los que solía creer. No tengo ni idea de lo que voy a hacer con mi vida.

Tantas rupturas, tantas pérdidas. Mi padre volvió a mi vida para morir a manos de sus demonios. He sido testigo de cómo toda la vida de Pedro al final ha sido una mentira. Su mentor ha resultado ser su padre biológico, y la relación de éste con su madre empujó al alcoholismo al hombre que lo crio. Su infancia fue un infierno para nada. Durante años tuvo que soportar tener a un alcohólico como padre y presenció cosas que ningún niño debería ver jamás. He visto cómo intentaba recuperar la relación con Ken; desde el día en que nos lo encontramos al salir de una yogurtería y hasta que me convertí en parte de su familia mientras era testigo de su lucha por perdonarle sus errores. Ha aprendido a aceptar el pasado y a perdonar a Ken, y da gusto verlo. Ha estado toda la vida enfadado con el mundo y, ahora que por fin ha encontrado un poco de paz, lo veo claro. Pedro necesita paz y tranquilidad. No le hace ninguna falta ir hacia atrás como los cangrejos ni mantener conflictos constantes. No necesita dudas ni peleas. Necesita a su familia.

Necesita su amistad con Landon y su relación con su padre. También aceptar su lugar en esta familia y ser capaz de disfrutar de la emoción de verla crecer. Necesita comidas de Navidad llenas de amor y sonrisas, no lloros y tensiones. Lo he visto cambiar muchísimo desde que conocí al chico maleducado lleno de piercings y tatuajes y el pelo más enmarañado que había visto en mi vida. Ya no bebe tanto como antes. Ya no destroza cosas tan a menudo. Y hoy se ha contenido para evitar pegarle a Landon.

Ha conseguido construirse una vida llena de gente que lo quiere y lo aprecia, mientras que yo me las he apañado para destruir todas las relaciones que creía tener. Discutimos y peleamos, ganamos y perdemos, y ahora mi amistad con Landon se ha convertido en otra víctima de Pedro y Pau.

En ese instante abre la puerta, como si fuera un genio al que puedo invocar con el pensamiento.
Entra mientras se seca el pelo húmedo con una toalla.

—¿Qué te pasa? —pregunta. Suelta la toalla en cuanto me ve y corre a arrodillarse ante mí.

No intento ocultar las lágrimas, no tiene sentido.

—Somos Catherine y Heathcliff —anuncio destrozada.

—¿Qué? Pero ¿qué demonios ha pasado?

—Hemos hecho desgraciado a todo el mundo. No sé si es que no me había dado cuenta o si he sido demasiado egoísta y no he querido verlo, pero así es. Incluso Landon... Incluso a Landon le ha afectado lo nuestro.

—¿A qué viene eso? — Pedro se levanta—. ¿Qué coño te ha dicho?

—Nada. —Tiro de su brazo, suplicándole que no baje—. Sólo la verdad. Ahora lo veo todo claro. Me estaba engañando a mí misma pero ahora lo entiendo. —Me enjugo las lágrimas con los dedos y respiro hondo antes de continuar—. Tú no me has destrozado: lo he hecho yo solita. He cambiado y tú también. Sólo que tú has cambiado para bien y yo no.

Decirlo en voz alta hace que me resulte más fácil aceptarlo. No soy perfecta y nunca lo seré, y está bien así, siempre y cuando no arrastre a Pedro conmigo. Tengo que arreglar lo que no funciona en mi interior, y no es justo que se lo exija a Pedro cuando yo no he sido capaz de hacerlo.

Menea la cabeza y me mira con sus preciosos ojos verdes.

—Estás diciendo tonterías —replica—. No tienen ningún sentido.

—Lo tienen. —Me levanto y me coloco el pelo detrás de las orejas—. Yo lo veo muy claro.

Intento conservar la calma pero me cuesta mucho porque él no lo ve tan claro. «¿Cómo es que no lo entiende?»

—Tengo que pedirte algo. Necesito que me prometas una cosa ahora mismo —le suplico.

—¿Cómo? De eso nada. No voy a prometerte nada, Pau. ¿De qué coño estás hablando? —me coge de la barbilla y me la levanta con suavidad para que lo mire. Con la otra mano me seca las lágrimas que bañan mi rostro.

—Por favor, prométeme una cosa. Si existe la menor posibilidad de que tengamos un futuro juntos, tienes que hacer algo por mí.

—Está bien —se apresura a responder.

—Lo digo en serio. Te lo suplico: si me quieres, me escucharás y harás lo que te pido, por mí. Si no puedes, no habrá futuro para nosotros, Pedro.

No es una amenaza. Es una súplica. Necesito que lo haga. Necesito que lo entienda y que lo supere y que viva su vida mientras yo intento arreglar la mía.
Traga saliva. Sus ojos encuentran los míos y sé que no quiere comprometerse pero lo dice de todos modos:

—Está bien. Te lo prometo.

—Esta vez no me sigas, Pedro. Quédate aquí con tu familia y...

—Pau... —Me coge la cara con ambas manos—, no me pidas eso. Arreglaremos lo de Nueva York, pero no exageres.

Meneo la cabeza.

—No voy a irme a Nueva York, y te aseguro que no estoy exagerando. Sé que parece muy drástico e impulsivo, pero te prometo que no es así. Ambos hemos pasado por mucho este año y, si no nos tomamos un tiempo para estar convencidos de que esto es lo que queremos, acabaremos arrastrando a todo el mundo con nosotros, aún más de lo que ya lo hemos hecho. —Estoy intentando hacerle entender; tiene que comprenderlo.

—¿Cuánto tiempo? —Tiene los hombros caídos, y con los dedos se peina el pelo hacia atrás.

—Hasta que sepamos que estamos listos. —Estoy más decidida de lo que lo he estado en estos meses.

—¿Sabes qué? Yo ya sé lo que quiero.

— Pedro, necesito hacer esto. Si no consigo arreglar mi vida, te odiaré y me odiaré a mí misma. Necesito hacer esto.

—Como quieras. Voy a permitir que lo hagas, no porque quiera, sino porque será la última vez que te deje dudar. Cuando todo haya pasado y vuelvas a mí, se acabó. No volverás a dejarme y te casarás conmigo. Eso es lo que quiero a cambio de darte el tiempo que necesitas.


—De acuerdo. —Si sobrevivimos a esto, me casaré con este hombre.

After 4 Capitulo 61


Pedro

Sigo caminando hasta que estoy en el jardín, y sólo entonces me doy cuenta de que Ken y Karen estaban en el comedor. ¿Por qué no han intentado detenerme? ¿Acaso sabían que no iba a pegarle?

No sé cómo sentirme al respecto.

El aire primaveral no es fresco ni huele a flores ni a nada que pueda sacarme de mi estado actual. Estoy ahí otra vez, ciego de ira, y no quiero sentirme así. No quiero resbalar y perder todo aquello por lo que tanto he trabajado. No quiero perder esta versión nueva y más calmada de mí mismo. Si le hubiera pegado, se habría tragado los dientes, y yo habría perdido, lo habría perdido todo, incluyendo a Pau.

Aunque tampoco es que la tenga. No la tengo desde que la envié de vuelta a casa en Londres. Lleva preparando la fuga desde entonces. Con Landon. Los dos han estado maquinando a mis espaldas, planeando dejarme atrás en el asqueroso estado de Washington mientras ellos atraviesan el país juntos. Ha permitido que desnudara mi alma y que hiciera el ridículo mientras ella me escuchaba tan pancha.

Landon me ha tenido bien engañado todo este tiempo, y yo que pensaba que le importaba. Todo el mundo me miente y me la juega, y ya estoy hasta las narices. Pedro, el idiota de Pedro, el tío que no le importa a nadie, siempre es el último en enterarse de todo. Ése soy yo. Siempre lo he sido y siempre lo seré.

Pau es la única persona que he conocido que se ha molestado en preocuparse por mí, que me ha querido y que me ha hecho sentir que era importante para alguien.
Estoy de acuerdo con ella en que no hemos tenido la relación más fácil de la historia. He cometido un error tras otro y podría haber hecho muchas cosas de otro modo, pero nunca le pondría la mano encima. Si ve nuestra relación con esos ojos, entonces sí que no hay esperanza para nosotros.

Creo que lo más difícil es explicar que hay una gran diferencia entre una relación malsana y una relación abusiva. Creo que la gente juzga a la ligera sin meterse en la piel de los que están intentando arreglar el embrollo.

Mis zapatos avanzan por el césped, hacia los árboles que limitan la finca. No sé adónde voy ni qué voy a hacer, pero necesito recobrar el ritmo normal de mi respiración y concentrarme antes de saltar.

El puto Landon tenía que ponerme así, tenía que buscarme las cosquillas e intentar hacer que le pegara. Pero no me ha dado el subidón de adrenalina, la sangre no me rugía en las venas... Por una vez, no se me hacía la boca agua sólo de pensar en una pelea.

¿Por qué demonios me ha pedido que le pegara? Porque es un idiota, por eso.

«Es un hijo de puta, eso es lo que es.
»Capullo.
»Gilipollas.
»Maldito capullo gilipollas hijo de puta.»

—¿ Pedro? —La voz de Pau atraviesa el oscuro silencio, e intento decidir si hablaré o no con ella. Estoy demasiado cabreado para que me venga con tonterías y me eche la bronca por haberla pagado con Landon.

—Ha empezado él —digo colocándome en el claro que hay entre dos enormes árboles.
A eso lo llamo yo esconderse. 

«¿Lo ves? Ni siquiera soy capaz de esconderme en condiciones.»

—¿Estás bien? —me pregunta con voz nerviosa.

—¿Tú qué crees? —salto mirando detrás de ella, hacia la oscuridad.

—Yo...

—Ahórratelo. Por favor, sé que vas a decir que tienes razón y yo no y que no debería haber empotrado a Landon contra la pared.

Se acerca a mí y no puedo evitar dar un paso hacia ella. Aun estando cabreado, me siento atraído por ella, siempre me he sentido de ese modo y así seguirá siendo.

—En realidad, venía a disculparme. He hecho mal en ocultártelo. Quiero responsabilizarme de mi error, no culparte a ti —dice con ternura.

«¿Qué?»

—¿Desde cuándo?

Me recuerdo que estoy cabreado, pero me cuesta recordar lo cabreado que estoy cuando lo único que quiero es que me abrace, que me diga que no estoy tan tarado como creo.

—¿Podemos hablar otra vez? —dice—. Ya sabes, igual que antes en el porche. —Tiene los ojos muy abiertos y llenos de esperanza, a pesar de la oscuridad, a pesar de mi arrebato.

Quiero decirle que no, que ha tenido la oportunidad de hablar todos los días desde que decidió que iba a irse a vivir a la otra punta del país para «poner distancia entre nosotros». 

En vez de eso, resoplo y asiento con la cabeza. No voy a darle el gusto de contestar, pero asiento otra vez y me apoyo en el tronco del árbol que tengo detrás.

Por la cara que pone, sé que no esperaba que accediera tan rápido. El cabroncete que llevo dentro sonríe: la he pillado por sorpresa.

Se arrodilla, se sienta con las piernas cruzadas en el césped y apoya las manos en los pies.

—Estoy orgullosa de ti —dice alzando la vista hacia mí. Las luces del jardín apenas iluminan su tímida sonrisa y la dulce aprobación de su mirada.

—¿Por? —Rasco la corteza del árbol mientras espero su respuesta.

—Por haberte marchado así. Landon te ha provocado y, aun así, te has ido, Pedro. Es un paso gigantesco. Espero que sepas lo mucho que significa para él que no le hayas pegado.

Como si le importara. Ha estado jugándomela a mis espaldas durante tres semanas.

—No significa una mierda —replico.

—Te equivocas, significa mucho para él.

Arranco un trozo grande de corteza y lo arrojo a mis pies.

—Y ¿qué significa para ti? —pregunto sin dejar de mirar el árbol.

—Mucho más. —Pau acaricia el césped con la mano—. Para mí significa mucho más.

—¿Tanto como para que no te vayas? ¿O mucho más en cuanto a que estás orgullosa de mí por haber sido un buen chico pero aun así vas a marcharte? —No puedo disimular el tono quejica y patético de mi voz.

— Pedro... —Menea la cabeza, seguro que está buscando una excusa.

—Landon es la única persona en el mundo que sabe lo importante que eres para mí. Sabe que eres mi salvavidas, y le ha dado igual. Va a llevarte a la otra punta del país, va a dejarme sin aire en los pulmones y eso duele, ¿vale?

Suspira y se muerde el labio inferior.

—Cuando dices esas cosas, hace que se me olvide por qué nos estamos peleando.

—¿Qué? —me peino el pelo hacia atrás y me siento en el suelo, con la espalda apoyada en el árbol.

—Cuando dices esas cosas, que soy tu salvavidas, y cuando admites que algo te hace daño, me recuerda por qué te quiero tanto.

La miro y noto que lo dice muy segura, a pesar de que afirma no estar segura de nuestra relación.

—Sabes perfectamente que lo eres y sabes que sin ti no valgo una mierda —replico. 

Puede que tuviera que haber dicho que sin ella no soy nada y que necesito que me quiera, pero ya se lo he soltado a mi manera.

—Lo vales —dice vacilante—. Eres una buena persona, incluso en tus peores momentos. Tengo la mala costumbre de recordarte tus errores y de tenértelos en cuenta cuando, en realidad, a mí se me dan las relaciones tan mal como a ti. Tengo tanta culpa como tú de que la nuestra se haya ido al garete.

—¿Al garete? —Esto ya lo he oído demasiadas veces.

—Me refiero a que nos la hemos cargado. Ha sido tan culpa mía como tuya.

—¿Por qué dices que nos la hemos cargado? ¿No podemos solucionar nuestros problemas? Coge aire otra vez, ladea la cabeza y la echa atrás para mirar al cielo.

—No lo sé —dice tan sorprendida como yo.

—¿No lo sabes? —repito con una sonrisa en los labios. «Joder, estamos de atar.»

—No lo sé. Lo tenía decidido y ahora estoy confusa porque veo que de verdad lo estás intentando, de corazón.

—¿En serio? —Trato de no parecer demasiado interesado, pero se me quiebra la voz y parezco un ratoncillo.

—Sí, Pedro. No estoy segura de qué debo hacer.

—Nueva York no va a ayudarnos. Nueva York no va a ser el comienzo de esa nueva vida o lo que sea que crees que va a ser. Ambos sabemos que estás utilizando esa ciudad como salida fácil para esto —digo señalándonos con la mano.

—Lo sé —asiente.

Arranca un puñado de hierba de raíz, y no puedo evitar pensar que me encanta llevar tanto tiempo con ella y saber que eso es lo que hace siempre que se sienta en el césped.

—¿Cuánto tiempo? —pregunto a continuación.

—No lo sé. De verdad que ahora quiero irme a Nueva York. Washington no me ha tratado bien. — Frunce el ceño y observo cómo me deja para sumirse en sus pensamientos.

—Llevas aquí toda la vida —replico.


Parpadea una vez, respira hondo y arroja las briznas de hierba a sus pies. 

—Exacto.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 60


Pau

Cada vez que Sophia hablaba de Nueva York en la cocina, me entraba el pánico. Sé que he sido yo quien ha sacado el tema, pero sólo era para distraerla de Landon. Me he dado cuenta de que estaba avergonzado y he dicho lo primero que se me ha pasado por la cabeza, sin pensar que era el único tema que no debía mencionar delante de Pedro.

Tengo que decírselo esta noche. Me estoy comportando de una forma estúpida, cobarde e inmadura por ocultárselo. Los progresos que ha hecho me ayudarán a que se tome bien la noticia, o a que explote. Nunca sé qué esperar de él, puede ocurrir cualquier cosa. No obstante, soy consciente de que no soy responsable directa de sus reacciones y que debo ser yo quien le dé la noticia.

Me apoyo en el marco de la puerta, de pie en el pasillo, y observo a Karen limpiar los fogones con un paño húmedo. Ken se ha ido al salón y está durmiendo en una silla. Landon y Sophia están sentados en el comedor, en silencio. Él intenta mirarla disimuladamente, ella lo pilla y le regala una bonita sonrisa.

No sé muy bien cómo me siento al respecto: acaba de salir de una relación larga y ya está con otra, pero ¿quién soy yo para opinar de las relaciones de los demás? Está claro que no tengo ni idea de cómo llevar la mía propia.

Desde mi observatorio en el pasillo que conecta el salón, el comedor y la cocina, puedo ver a la perfección a las personas que más me importan en el mundo. Eso incluye a la primera de todas, Pedro, que está sentado en silencio en el sofá del salón, mirando la pared.

Sonrío ante la idea de verlo recoger su diploma durante la graduación, en junio. No me lo imagino con toga y birrete, pero me muero por verlo, y sé que para Ken significa mucho. Ha dejado claro en muchas ocasiones que no esperaba que Pedro acabara la carrera, y ahora que sabe la verdad sobre su pasado, estoy segura de que tampoco esperaba que cambiara de opinión y pasara por el aro de una ceremonia típica de graduación. Pedro Alfonso no tiene nada de típico.

Me llevo una mano a la frente para obligar a mi cerebro a funcionar. «¿Cómo voy a decírselo? ¿Y si se ofrece a venir a Nueva York conmigo? ¿Sería capaz? Si lo hace, ¿debería aceptarlo?»

De repente noto que me mira desde el sofá del salón. En efecto. Cuando alzo la vista, compruebo que me está contemplando, la curiosidad brilla en sus ojos verdes y tiene los labios apretados, formando una línea fina. Le dedico mi mejor sonrisa de «estoy bien, sólo estaba pensando», y veo que frunce el ceño y se levanta. Cruza el salón en dos zancadas y se apoya en la pared con la palma de la mano mientras me rodea con su cuerpo.

—¿Qué pasa? —pregunta.

Landon deja de mirar a Sophia un instante al oír la voz de Pedro.

—Tengo que hablar contigo de una cosa —admito en voz baja. No parece preocupado, no tanto como debería.

—Vale, ¿de qué se trata? —dice, y se acerca más, demasiado.

Intento alejarme, pero eso sólo sirve para recordarme que me tiene acorralada contra la pared. Pedro levanta entonces el otro brazo para terminar de cerrarme el paso y, cuando nuestras miradas se encuentran, una sonrisa de satisfacción cubre su cara.

—¿Y bien?

Me quedo mirándolo en silencio. Tengo la boca seca y, tan pronto como la abro para hablar, empiezo a toser. Siempre me pasa lo mismo, ya sea en el cine, en la iglesia o cuando estoy hablando con alguien importante. En general, en todas las situaciones en las que uno no debería toser. Como ahora. Estoy meditando sobre la tos, mientras toso y mientras Pedro me mira como si me estuviera muriendo delante de él.

Entonces se aleja y entra en la cocina con decisión. Aparta un momento a Karen y vuelve con un vaso de agua, por enésima vez en estas dos semanas. Lo acepto y siento un gran alivio cuando el agua fría me calma la garganta áspera.

Sé que hasta mi cuerpo está intentando echarse atrás y no contarle la noticia a Pedro, y yo quiero darme una palmada en la espalda y una patada en el culo a la vez. Si lo hiciera, seguro que Pedro se apiadaría de mí y cambiaría de tema al ver que me he vuelto loca.

—¿Qué pasa? Tu mente va a cien por hora.

Me observa y alarga la mano para recoger el vaso vacío. Cuando empiezo a negar con la cabeza, insiste:

—Sí, sí, lo noto.

—¿Podemos salir afuera? —digo volviéndome hacia la puerta del jardín; intento dejar claro que no deberíamos hablar en público. Caray, deberíamos volver a Seattle para hablar de este desastre. O aún más lejos. Lejos es mejor.

—¿Afuera? ¿Por qué?

—Tengo que decirte una cosa. En privado.

—De acuerdo.

Doy un paso para ponerme delante de él y mantener el equilibrio. Si soy yo quien lo guía afuera, tal vez tenga la oportunidad de conducir la conversación. Si soy yo quien conduce la conversación, tal vez tenga la oportunidad de evitar que Pedro acabe estallando. Tal vez.

No aparto la mano cuando noto que entrelaza los dedos con los míos. La casa está en silencio, sólo se oyen las voces amortiguadas de la serie policíaca que Ken estaba viendo hasta que se ha quedado dormido y el suave zumbido del lavavajillas en la cocina.

Cuando salimos al porche, los sonidos desaparecen y me quedo a solas con el ruido caótico de mis pensamientos y el suave tarareo de Pedro. Agradezco que llene el silencio con una canción, la que sea; me distrae y me ayuda a concentrarme en algo que no sea la debacle que está a punto de producirse.

Con suerte, tendré unos minutos para explicarle mi decisión antes de la supernova.

—Desembucha —dice Pedro arrastrando una de las sillas por el suelo de madera.

Adiós a mi oportunidad de tenerlo tranquilo unos minutos, no está de humor para esperas. Se sienta y apoya los codos en la mesa que nos separa. Yo me siento a mi vez con torpeza y no sé dónde poner las manos. Las llevo de la mesa a mi regazo y a mis rodillas, y luego de vuelta a la mesa, hasta que él estira un brazo y me coge los dedos con una mano.

—Relájate —pide con dulzura. Tiene la mano tibia y cubre las mías por completo. Por un momento, lo veo todo con claridad.

—Te he ocultado algo y me está volviendo loca —empiezo—. Necesito contártelo y sé que éste no es el momento, pero quiero que te enteres por mí, no que lo descubras de cualquier otra manera.

Me suelta la mano y se reclina en el respaldo de la silla.

—¿Qué has hecho? —Noto la ansiedad en su voz, la sospecha en su respiración.

—Nada —me apresuro a responder—. No es lo que estás pensando.

—No habrás... —Parpadea un par de veces—. No habrás estado con otro...

—¡No! —exclamo con un grito agudo y meneo la cabeza para enfatizar mi negativa—. No, no es nada de eso. Sólo es que he tomado una decisión sin haberte dicho nada. Pero no he estado con nadie.

No sé si me siento aliviada u ofendida de que eso sea lo primero que ha pensado. En cierto modo, es un alivio, porque mudarse conmigo a Nueva York no le resultaría tan doloroso como el hecho de que yo hubiera estado con otro, pero me ofende un poco porque a estas alturas ya debería conocerme mejor. No niego que he hecho un montón de cosas irresponsables para hacerle daño, sobre todo con Zed, pero jamás me acostaría con otro.

—Vale. —Se pasa la mano por el pelo y apoya la nuca en la palma para masajearse el cuello—. Entonces no puede ser nada demasiado horrible.

Cojo aire, decidida a soltarlo todo. Ya basta de marear la perdiz.

—Pues...

Levanta las manos para que me detenga.

—Espera, ¿y si antes de contarme de qué se trata me explicas el porqué?

—¿El porqué de qué? —Ladeo la cabeza confusa.

Enarca una ceja.

—Por qué has tomado esa decisión que hace que estés cagada de miedo.

—Vale —asiento.

Intento ordenar mis ideas mientras Pedro me observa con ojos pacientes. ¿Por dónde empiezo? Esto es mucho más duro que decirle simplemente que voy a mudarme, pero también es una manera mejor de darle la noticia.

Ahora que lo pienso, creo que nunca habíamos hecho esto. Siempre que pasaba algo tremendo e importante, nos enterábamos por terceros o por accidente, de un modo igual de tremendo e importante.

Lo miro por última vez antes de empezar a hablar. Quiero memorizar cada milímetro de su cara, recordar y observar la manera en que sus ojos verdes a veces rebosan paciencia. Sus labios rosa son una tentación, aunque también recuerdo la de veces que los he visto partidos y ensangrentados. Recuerdo el piercing y cómo le cogí cariño enseguida.

Revivo el modo en que el metal frío me rozaba los labios. Pienso en cómo lo atrapaba entre los labios cuando le daba vueltas a algo y lo tentador que me resultaba.

Recuerdo la noche en la que me llevó a patinar sobre hielo para demostrarme que podía ser un novio «normal». Estaba nervioso y juguetón, y se había quitado los piercings. Dijo que lo había hecho porque quería, pero yo sigo pensando que se los quitó para demostrarse algo a sí mismo y para demostrármelo a mí. Los eché de menos durante un tiempo, a veces todavía los echo de menos, pero me encanta lo que su ausencia representa, por muy sexi que estuviera con ellos.

Pedro llamando a Pau, ¿me recibes? —se burla, se endereza y apoya la barbilla en la palma de la otra mano.

—Sí. —Sonrío nerviosa—. Bueno, he tomado esta decisión porque necesitamos pasar un tiempo separados y me parecía que era el único modo de asegurarme de que así fuera.

—¿Más tiempo separados? —me mira fijamente a los ojos, presionándome para que cambie de idea.

—Sí, separados. Todo es un caos entre nosotros y necesito distancia, esta vez de verdad. Sé que lo decimos siempre, que es lo que hacemos siempre, y luego nos limitamos a viajar de Seattle aquí o a Londres. Básicamente, estamos paseando nuestra desastrosa relación por todo el planeta. —Hago una pausa para ver su reacción y sólo recibo una expresión indescifrable. Desvío la mirada.

—¿De verdad es tan desastrosa? —dice con dulzura.

—Pasamos más tiempo peleándonos que estando bien.

—Eso no es cierto. —Le da un tirón al cuello de su camiseta negra—. Eso no es cierto, ni en la teoría ni en la práctica, Pau. Puede que lo parezca, pero si te paras a pensar en la cantidad de cosas que hemos vivido, te darás cuenta de que hemos pasado más tiempo riéndonos, hablando, leyendo, pinchándonos y en la cama. Quiero decir, que me tiro un buen rato en la cama... —Sonríe ligeramente y noto que me fallan las fuerzas.

—Lo resolvemos todo con el sexo y eso no es sano —digo. Ése era el siguiente punto que quería tratar.

—¿El sexo no es sano? —resopla—. Es sexo consentido, con mucho amor y confianza el uno en el otro. —Me mira intensamente—. Sí, también es alucinante, pero no olvides por qué lo hacemos. No follo contigo sólo para correrme. Lo hago porque te quiero y adoro la confianza que depositas en mí cuando me permites tocarte de ese modo.

Todo lo que dice tiene sentido, a pesar de que no debería tenerlo. Estoy de acuerdo con él, por muy cautelosa que intente ser.
Siento que Nueva York está cada vez más lejos, así que decido soltar la bomba cuanto antes.

—¿Sabes cuáles son las características de una relación abusiva?

—¿Abusiva? —Parece que no puede respirar—. ¿Crees que soy abusivo? ¡Nunca te he puesto la mano encima, y sabes que nunca lo haré!

Agacho la cabeza, me miro las manos y prosigo con sinceridad.

—No, no me refería a eso. Me refería a los dos y a las cosas que hacemos para hacernos daño a propósito. No te estaba acusando de ser un maltratador.

Suspira y se pasa ambas manos por el pelo; seguro que le está entrando el pánico.

—Vamos, que esto es mucho más importante que el hecho de que hayas decidido no vivir conmigo en Seattle o algo así. —Se detiene y me mira muy serio—. Pau, voy a hacerte una pregunta y quiero una respuesta sincera, sin tonterías, sin darle vueltas. Di lo primero que te venga a la cabeza cuando te pregunte, ¿de acuerdo?

Asiento, sin saber muy bien adónde quiere ir a parar.

—¿Qué es lo peor que te he hecho? ¿Qué es lo más horrible y repugnante que te he hecho desde que nos conocimos?

Empiezo a pensar en los últimos meses, pero Pedro se aclara la garganta para recordarme que quería que contestara lo primero que me viniera a la mente.

Me revuelvo en mi silla. Ahora mismo no quiero abrir la caja de los truenos, ni tampoco quiero hablar de esto en el futuro, la verdad. Sin embargo, al final, se lo suelto:

—La apuesta. El hecho de que me tuvieras totalmente engañada mientras yo me enamoraba de ti.

Se queda pensativo y, por un momento, parece perdido.

—¿Te arrepientes? Si pudieras corregir mi error, ¿lo harías? —pregunta a continuación.

Me tomo mi tiempo para meditarlo seriamente, muy seriamente, antes de contestar. He respondido a esa pregunta muchas veces y he cambiado de opinión al respecto muchas más, pero ahora la respuesta parece... definitiva. Parece absoluta y definitiva, y como si ahora importara más que nunca.

El sol desciende lentamente por el horizonte y se esconde detrás de las copas de los árboles que bordean la finca de los Scott. Las luces del jardín se encienden automáticamente.

—No, no lo haría —digo casi para mí.

Pedro asiente como si supiera de antemano cuál iba a ser mi respuesta.

—Vale y, después de eso, ¿qué es lo peor que te he hecho?

—Cuando me fastidiaste lo del apartamento de Seattle —contesto con facilidad.

—¿En serio? —Parece sorprendido por mi respuesta.

—Sí.

—¿Y eso? ¿Qué hice que te molestó tanto?

—El hecho de que te apoderaras de una decisión que era exclusivamente mía y me lo ocultases.

Se encoge de hombros.

—No voy a intentar justificar que fue una cagada porque sé que lo fue —contesta.

—¿Y? —Espero que eso no sea lo único que va a decir.

—Entiendo lo que quieres decir, no debería haberlo hecho. Debería haber hablado contigo en vez de intentar evitar que te fueras a Seattle. Entonces estaba mal de la cabeza, aún sigo estándolo, pero lo estoy intentando, eso es lo que ha cambiado con respecto a entonces.

No sé muy bien qué contestar a eso. Estoy de acuerdo: no debería haberlo hecho y sé que ahora se está esforzando. Miro sus ojos verdes, brillantes y ansiosos y me cuesta recordar qué era eso tan importante que quería decirle al inicio de esta conversación.

—Se te ha metido esa idea en la cabeza, nena —prosigue—, o alguien te la ha metido, o puede que lo hayas visto en un programa cutre de televisión, o que lo hayas leído en un libro..., qué sé yo. El caso es que la vida real es dura de cojones. Ninguna relación es perfecta y no hay hombre que trate a una mujer exactamente como debería. —Alza una mano para que no lo interrumpa—. No estoy diciendo que esté bien, ¿vale? Así que escúchame: lo único que digo es que creo que si tú y tal vez algunas otras personas de este mundo de locos lleno de criticones prestarais un poco más de atención a lo que ocurre entre bambalinas, puede que vierais las cosas de otra manera. No somos perfectos, Pau. Yo no soy perfecto y te quiero, pero tú también distas mucho de ser perfecta. —Hace una mueca para que sepa que lo dice en el sentido menos terrible de la palabra—. Te las he hecho pasar canutas y, joder, sé que te he soltado este discurso miles de veces, pero algo ha cambiado en mí, y lo sabes.

Cuando termina de hablar, miro el cielo unos instantes. El sol se está poniendo tras los árboles y espero a que desaparezca del todo antes de contestar.

—Me temo que hemos ido demasiado lejos —digo—. Ambos hemos cometido demasiados errores.

—Sería una lástima darse por vencidos en vez de intentar corregir esos errores, y lo sabes.

—¿Una lástima, por qué? ¿Por el tiempo perdido? Ahora no tenemos mucho tiempo que perder — digo adentrándome en la inevitable boca del lobo.

—Tenemos todo el tiempo del mundo. ¡Aún somos jóvenes! Yo estoy a punto de graduarme y viviremos en Seattle. Sé que estás harta de mis gilipolleces pero, de manera egoísta, cuento con el amor que sientes hacia mí para convencerte de que deberías darme una última oportunidad.

—Y ¿qué hay de todo lo que yo te he hecho a ti? Te he llamado de todo, y está también lo de Zed. —Me muerdo el labio y desvío la mirada al mencionar a Zed.

Pedro tamborilea con los dedos en el cristal de la mesa.

—Para empezar, Zed no tiene lugar en esta conversación —repone—. Has hecho muchas estupideces y yo también. Ninguno de los dos tenía la menor idea de cómo mantener una relación. Tal vez tú pensaras que lo sabías porque estuviste mucho tiempo con Noah pero, hablando claro, vosotros dos erais básicamente amigos que se morreaban. Eso no era una relación de verdad.

Le lanzo una mirada asesina, esperando a que acabe de cavarse su propia tumba.

—¿Dices que tú me has llamado de todo? Muy pocas veces. —Sonríe y empiezo a preguntarme quién es el tío que tengo sentado delante de mí—. Todos soltamos algún insulto de vez en cuando. Perdona, pero estoy seguro de que hasta la esposa del párroco de tu madre llama gilipollas a su marido de vez en cuando. Puede que no a la cara, pero viene a ser lo mismo. —Se encoge de hombros—. Y yo prefiero que me lo llames a la cara.

—Tienes una explicación para todo, ¿no?

—No, para todo no. Para casi nada, en realidad, pero sé que ahora mismo estás aquí sentada buscando el modo de poner fin a lo nuestro y voy a hacer todo lo que esté en mi mano para asegurarme de que sabes lo que dices.

—¿Desde cuándo hablamos así? —No puedo evitar estar pasmada ante la falta de gritos y berridos.

Pedro se cruza de brazos, tira de los bordes deshilachados de su escayola y se encoge de hombros.

—Desde ahora. No sé, desde que hemos visto que del otro modo no llegábamos a ninguna parte.

¿Qué tiene de malo probar a hacerlo así?
Siento cómo la mandíbula me llega al suelo. Lo dice como si nada.

—¿Cómo lo haces para que parezca tan fácil? Si fuera tan fácil, podríamos haberlo hecho antes.

—No, yo antes no era así, y tú tampoco. —Me mira fijamente, esperando que vuelva a hablar.

—No es tan sencillo —replico—. El tiempo que hemos tardado en llegar hasta aquí cuenta, Pedro. También cuenta todo por lo que hemos pasado y necesito tiempo para mí. Necesito tiempo para saber quién soy, qué quiero hacer con mi vida y cómo voy a hacerlo posible, y eso he de conseguirlo sola. — Pronuncio las palabras con mucha convicción, pero me saben a ácido en cuanto salen por mi boca.

—Entonces ¿ya lo tienes decidido? ¿No quieres vivir conmigo en Seattle? ¿Por eso estás tan cerrada y tan poco dispuesta a escuchar lo que te digo?

—Te estoy escuchando, pero la decisión ya está tomada... No puedo seguir así, siempre con lo mismo, siempre igual. No sólo contigo, sino también conmigo misma.

—No te creo, sobre todo porque suena a que no te lo crees ni tú. —Se recuesta en el cojín de la silla y pone los pies sobre la mesa—. Entonces ¿dónde vas a vivir? ¿En qué barrio de Seattle?

—No voy a vivir en Seattle —digo cortante. De repente tengo la lengua de trapo y no consigo pronunciar una palabra.

—Entonces ¿dónde? ¿En las afueras? —pregunta con malicia.

—En Nueva York, Pedro. Quiero ir...

Ahora se lo cree.

—¿Nueva York? —Quita los pies de la mesa y se levanta—. ¿Te refieres a la ciudad de Nueva York o a un pequeño barrio hipster de Seattle que no conozco?

—A la ciudad de Nueva York —le aclaro, y empieza a dar vueltas por el porche—. Dentro de unos días.

Pedro permanece en silencio salvo por el ruido de sus pasos a lo largo y ancho del porche.

—¿Cuándo lo has decidido? —pregunta al fin.

—Al volver de Londres, después de que falleciera mi padre. —Me pongo también de pie.

—¿El hecho de que me comportara como un gilipollas contigo te ha impulsado a hacer las maletas y a marcharte a Nueva York? Si nunca has salido de Washington, ¿qué te hace pensar que serás capaz de vivir en un lugar así?

Su respuesta me pone a la defensiva.

—¡Puedo vivir donde me dé la gana! ¡No intentes ningunearme!

—¿Yo te ninguneo? Pau, lo haces todo cien mil veces mejor que yo, no estoy intentando ningunearte. Sólo te pregunto qué te hace pensar que serás capaz de vivir en Nueva York. ¿Ya tienes casa siquiera?

—Voy a vivir con Landon.

Abre mucho los ojos.

—¿Con Landon?

Ésa es la cara que he estado esperando, deseando que apareciera, pero ahora que la veo, por desgracia, me siento un poco más tranquila. Pedro ha estado diciendo cosas muy bien dichas, ha sido más comprensivo y cuidadoso con su elección de palabras que nunca y se ha mostrado más tranquilo. No me lo esperaba.

En cambio, la cara que me pone ahora la conozco bien. Es el Pedro que está intentando controlar su carácter.

—Landon —repite—. Landon y tú os vais a ir a vivir a Nueva York.

—Sí. Él ya tenía previsto irse y yo...

—¿De quién ha sido la idea?, ¿tuya o suya? —dice entonces en voz baja, y me doy cuenta de que no está tan enfadado como esperaba. Es peor que la furia: está dolido. Pedro está dolido y se me hace un nudo en el estómago al ver que la traición, la sorpresa y el recelo se apoderan de él.

No quiero decirle que Landon me ha pedido que me vaya a Nueva York con él. No quiero decirle que Landon y Ken me han estado ayudando con las cartas de recomendación, el expediente académico, la solicitud de traslado y demás.

—Cuando llegue me tomaré un trimestre libre —le digo con la esperanza de que olvide su pregunta.

Entonces se vuelve hacia mí, con las mejillas encendidas bajo las luces del jardín, la mirada salvaje y los puños apretados.

—Ha sido idea suya, ¿verdad? Él lo sabía todo y, mientras me hacía creer que éramos... amigos, hermanos incluso, resulta que estaba conspirando a mis espaldas.

Pedro, no ha sido así —digo para defender a Landon.

—¡Vaya que no! —grita agitando las manos como un loco—. Te sientas ahí tan pancha y dejas que haga el ridículo pidiéndote que nos casemos, que adoptemos un niño y todo ese rollo, cuando sabías perfectamente que ibas a dejarme. —Se tira del pelo y se dirige hacia la puerta.

Intento detenerlo.

—No entres estando así, por favor. Quédate aquí fuera conmigo para que podamos terminar de hablar. Aún tenemos mucho de que hablar.

—¡Calla! ¡Cállate de una puta vez! —grita apartándome la mano del hombro cuando intento tocarlo.

Tira del pomo de la puerta y estoy segura de que el ruido que oigo son los goznes aflojándose. Lo sigo de cerca, y espero que no haga lo que creo que va a hacer, que es lo que hace siempre que ocurre algo malo en su vida, en nuestra vida.

—¡Landon! —grita Pedro en cuanto pone un pie en la cocina. Me alegro de que Ken y Karen se hayan retirado al piso de arriba.

—¿Qué? —contesta él.

Sigo a Pedro al comedor, donde Landon y continúan sentados a la mesa con una bandeja de postre casi vacía en medio.
Entra a la carga, con los dientes y los puños apretados. A Landon le cambia la cara.

—¿Qué pasa? —pregunta mirando con recelo a su hermanastro antes de mirarme a mí.

—No la mires a ella, mírame a mí —le ordena Pedro.

Sophia se sobresalta pero se repone rápidamente y me mira mientras me planto detrás de Pedro.

Pedro, él no ha hecho nada malo. Es mi mejor amigo y sólo quería ayudar —digo. Sé de lo que Pedro es capaz, y la sola idea de que Landon sea su objetivo me pone enferma de preocupación. Él no se vuelve, sólo contesta:

—No te metas en esto, Pau.

—¿De qué estáis hablando? —pregunta Landon, aunque creo que sabe perfectamente por qué Pedro está tan enfadado—. Espera, ¿es por lo de Nueva York?

—¡Claro que es por lo de Nueva York, joder! —le grita Pedro.

Landon se levanta y Sophia le lanza a Pedro una mirada asesina de advertencia. Entonces decido que me parece perfecto que Landon y ella sean algo más que vecinos cordiales.

—¡Sólo me estaba preocupando por Pau cuando la invité a venir conmigo! Habías roto con ella y estaba destrozada, hecha polvo. Nueva York es lo mejor para ella —le explica Landon con calma.

—¿Eres consciente de lo cabrón que eres? Has fingido ser mi puto amigo y luego vas y me la juegas así. — Pedro empieza a andar otra vez arriba y abajo, esta vez en pequeños círculos por el salón.

—¡No estaba fingiendo! ¡Volviste a fastidiarla y yo quise ayudar a mi amiga! —contesta Landon a gritos—. ¡Soy amigo de los dos!

El corazón se me acelera cuando veo a Pedro cruzar el comedor y agarrar a Landon de la camisa.

—¡Ayudándola a alejarse de mí! —chilla empujándolo contra la pared.

—¡Estabas demasiado colocado para que te importara! —se defiende Landon gritándole en las narices.

Sophia y yo contemplamos la escena petrificadas. Conozco a Pedro y a Landon mucho mejor que ella y no sé ni qué decir ni qué hacer. Esto es un caos: ambos se gritan como verracos, Ken y Karen bajan por la escalera corriendo, vasos y platos rotos por el modo en que Pedro ha arrastrado a Landon contra la pared...

—¡Sabías perfectamente lo que te hacías! —prosigue—. ¡Confiaba en ti, hijo de perra!

—¡Adelante! ¡Pégame! —exclama Landon.

Pedro levanta el puño pero Landon ni siquiera pestañea. Grito el nombre de Pedro y creo que Ken hace lo mismo. Con el rabillo del ojo, veo a Karen tirando del bajo de la camisa de Ken para que no se entrometa entre ellos.

—¡Pégame, Pedro! Ya que eres tan duro y tan violento, adelante, ¡pégame! —lo reta Landon de nuevo.

—¡Eso haré! Te voy a... — Pedro baja el puño y luego vuelve a levantarlo.

Landon tiene las mejillas encendidas de la rabia y la respiración alterada, pero no da la impresión de tenerle ni pizca de miedo a Pedro. Parece muy enfadado y contenido a la vez. Yo me siento justo al revés: creo que, si las dos personas que más me importan en el mundo se pelean, no voy a saber qué hacer.

Miro otra vez a Ken y a Karen. No parece que les preocupe la integridad física de Landon. Están demasiado tranquilos mientras él y Pedro se gritan sin parar.

—No vas a hacerlo —dice Landon.

—¡Lo haré! Voy a partirte esta escayola en la ca... —Pero Pedro retrocede. Mira a Landon, se vuelve y me mira a mí antes de volver a concentrarse en él—. ¡Que te jodan! —grita.

Baja el puño, da media vuelta y sale del comedor. Landon sigue arrinconado contra la pared, como si estuviera a punto de pegarle un puñetazo a algo. Sophia se acerca entonces para consolarlo. Karen y Ken hablan en voz baja entre sí mientras caminan hacia Landon, y yo... Bueno, me quedo de pie en mitad del salón, intentando comprender qué ha pasado.


Landon le ha pedido a Pedro que le pegara. Pedro estaba desatado, se sentía traicionado y herido de nuevo, y sin embargo no le ha pegado. Pedro Alfonso ha preferido no recurrir a la violencia, ni siquiera en lo peor de su estallido.

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20 capitulos mas y termina......
el Lunes 4 estaria subiendo el Epilogo, hasta el domingo voy a seguir subien 5 cap por dia