Pedro
Sigo caminando hasta que estoy en el jardín, y sólo entonces me doy cuenta de que Ken y Karen estaban en el comedor. ¿Por qué no han intentado detenerme? ¿Acaso sabían que no iba a pegarle?
No sé cómo sentirme al respecto.
El aire primaveral no es fresco ni huele a flores ni a nada que pueda sacarme de mi estado actual. Estoy ahí otra vez, ciego de ira, y no quiero sentirme así. No quiero resbalar y perder todo aquello por lo que tanto he trabajado. No quiero perder esta versión nueva y más calmada de mí mismo. Si le hubiera pegado, se habría tragado los dientes, y yo habría perdido, lo habría perdido todo, incluyendo a Pau.
Aunque tampoco es que la tenga. No la tengo desde que la envié de vuelta a casa en Londres. Lleva preparando la fuga desde entonces. Con Landon. Los dos han estado maquinando a mis espaldas, planeando dejarme atrás en el asqueroso estado de Washington mientras ellos atraviesan el país juntos. Ha permitido que desnudara mi alma y que hiciera el ridículo mientras ella me escuchaba tan pancha.
Landon me ha tenido bien engañado todo este tiempo, y yo que pensaba que le importaba. Todo el mundo me miente y me la juega, y ya estoy hasta las narices. Pedro, el idiota de Pedro, el tío que no le importa a nadie, siempre es el último en enterarse de todo. Ése soy yo. Siempre lo he sido y siempre lo seré.
Pau es la única persona que he conocido que se ha molestado en preocuparse por mí, que me ha querido y que me ha hecho sentir que era importante para alguien.
Estoy de acuerdo con ella en que no hemos tenido la relación más fácil de la historia. He cometido un error tras otro y podría haber hecho muchas cosas de otro modo, pero nunca le pondría la mano encima. Si ve nuestra relación con esos ojos, entonces sí que no hay esperanza para nosotros.
Creo que lo más difícil es explicar que hay una gran diferencia entre una relación malsana y una relación abusiva. Creo que la gente juzga a la ligera sin meterse en la piel de los que están intentando arreglar el embrollo.
Mis zapatos avanzan por el césped, hacia los árboles que limitan la finca. No sé adónde voy ni qué voy a hacer, pero necesito recobrar el ritmo normal de mi respiración y concentrarme antes de saltar.
El puto Landon tenía que ponerme así, tenía que buscarme las cosquillas e intentar hacer que le pegara. Pero no me ha dado el subidón de adrenalina, la sangre no me rugía en las venas... Por una vez, no se me hacía la boca agua sólo de pensar en una pelea.
¿Por qué demonios me ha pedido que le pegara? Porque es un idiota, por eso.
«Es un hijo de puta, eso es lo que es.
»Capullo.
»Gilipollas.
»Maldito capullo gilipollas hijo de puta.»
—¿ Pedro? —La voz de Pau atraviesa el oscuro silencio, e intento decidir si hablaré o no con ella. Estoy demasiado cabreado para que me venga con tonterías y me eche la bronca por haberla pagado con Landon.
—Ha empezado él —digo colocándome en el claro que hay entre dos enormes árboles.
A eso lo llamo yo esconderse.
«¿Lo ves? Ni siquiera soy capaz de esconderme en condiciones.»
—¿Estás bien? —me pregunta con voz nerviosa.
—¿Tú qué crees? —salto mirando detrás de ella, hacia la oscuridad.
—Yo...
—Ahórratelo. Por favor, sé que vas a decir que tienes razón y yo no y que no debería haber empotrado a Landon contra la pared.
Se acerca a mí y no puedo evitar dar un paso hacia ella. Aun estando cabreado, me siento atraído por ella, siempre me he sentido de ese modo y así seguirá siendo.
—En realidad, venía a disculparme. He hecho mal en ocultártelo. Quiero responsabilizarme de mi error, no culparte a ti —dice con ternura.
«¿Qué?»
—¿Desde cuándo?
Me recuerdo que estoy cabreado, pero me cuesta recordar lo cabreado que estoy cuando lo único que quiero es que me abrace, que me diga que no estoy tan tarado como creo.
—¿Podemos hablar otra vez? —dice—. Ya sabes, igual que antes en el porche. —Tiene los ojos muy abiertos y llenos de esperanza, a pesar de la oscuridad, a pesar de mi arrebato.
Quiero decirle que no, que ha tenido la oportunidad de hablar todos los días desde que decidió que iba a irse a vivir a la otra punta del país para «poner distancia entre nosotros».
En vez de eso, resoplo y asiento con la cabeza. No voy a darle el gusto de contestar, pero asiento otra vez y me apoyo en el tronco del árbol que tengo detrás.
Por la cara que pone, sé que no esperaba que accediera tan rápido. El cabroncete que llevo dentro sonríe: la he pillado por sorpresa.
Se arrodilla, se sienta con las piernas cruzadas en el césped y apoya las manos en los pies.
—Estoy orgullosa de ti —dice alzando la vista hacia mí. Las luces del jardín apenas iluminan su tímida sonrisa y la dulce aprobación de su mirada.
—¿Por? —Rasco la corteza del árbol mientras espero su respuesta.
—Por haberte marchado así. Landon te ha provocado y, aun así, te has ido, Pedro. Es un paso gigantesco. Espero que sepas lo mucho que significa para él que no le hayas pegado.
Como si le importara. Ha estado jugándomela a mis espaldas durante tres semanas.
—No significa una mierda —replico.
—Te equivocas, significa mucho para él.
Arranco un trozo grande de corteza y lo arrojo a mis pies.
—Y ¿qué significa para ti? —pregunto sin dejar de mirar el árbol.
—Mucho más. —Pau acaricia el césped con la mano—. Para mí significa mucho más.
—¿Tanto como para que no te vayas? ¿O mucho más en cuanto a que estás orgullosa de mí por haber sido un buen chico pero aun así vas a marcharte? —No puedo disimular el tono quejica y patético de mi voz.
— Pedro... —Menea la cabeza, seguro que está buscando una excusa.
—Landon es la única persona en el mundo que sabe lo importante que eres para mí. Sabe que eres mi salvavidas, y le ha dado igual. Va a llevarte a la otra punta del país, va a dejarme sin aire en los pulmones y eso duele, ¿vale?
Suspira y se muerde el labio inferior.
—Cuando dices esas cosas, hace que se me olvide por qué nos estamos peleando.
—¿Qué? —me peino el pelo hacia atrás y me siento en el suelo, con la espalda apoyada en el árbol.
—Cuando dices esas cosas, que soy tu salvavidas, y cuando admites que algo te hace daño, me recuerda por qué te quiero tanto.
La miro y noto que lo dice muy segura, a pesar de que afirma no estar segura de nuestra relación.
—Sabes perfectamente que lo eres y sabes que sin ti no valgo una mierda —replico.
Puede que tuviera que haber dicho que sin ella no soy nada y que necesito que me quiera, pero ya se lo he soltado a mi manera.
—Lo vales —dice vacilante—. Eres una buena persona, incluso en tus peores momentos. Tengo la mala costumbre de recordarte tus errores y de tenértelos en cuenta cuando, en realidad, a mí se me dan las relaciones tan mal como a ti. Tengo tanta culpa como tú de que la nuestra se haya ido al garete.
—¿Al garete? —Esto ya lo he oído demasiadas veces.
—Me refiero a que nos la hemos cargado. Ha sido tan culpa mía como tuya.
—¿Por qué dices que nos la hemos cargado? ¿No podemos solucionar nuestros problemas? Coge aire otra vez, ladea la cabeza y la echa atrás para mirar al cielo.
—No lo sé —dice tan sorprendida como yo.
—¿No lo sabes? —repito con una sonrisa en los labios. «Joder, estamos de atar.»
—No lo sé. Lo tenía decidido y ahora estoy confusa porque veo que de verdad lo estás intentando, de corazón.
—¿En serio? —Trato de no parecer demasiado interesado, pero se me quiebra la voz y parezco un ratoncillo.
—Sí, Pedro. No estoy segura de qué debo hacer.
—Nueva York no va a ayudarnos. Nueva York no va a ser el comienzo de esa nueva vida o lo que sea que crees que va a ser. Ambos sabemos que estás utilizando esa ciudad como salida fácil para esto —digo señalándonos con la mano.
—Lo sé —asiente.
Arranca un puñado de hierba de raíz, y no puedo evitar pensar que me encanta llevar tanto tiempo con ella y saber que eso es lo que hace siempre que se sienta en el césped.
—¿Cuánto tiempo? —pregunto a continuación.
—No lo sé. De verdad que ahora quiero irme a Nueva York. Washington no me ha tratado bien. — Frunce el ceño y observo cómo me deja para sumirse en sus pensamientos.
—Llevas aquí toda la vida —replico.
Parpadea una vez, respira hondo y arroja las briznas de hierba a sus pies.
—Exacto.
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