Pedro
Las gafas del médico rollizo penden del puente de su nariz, y casi puedo oler cómo me juzga. Supongo que sigue cabreado porque he estallado cuando me ha preguntado «¿Seguro que no has golpeado una pared?» por enésima vez. Sé lo que está pensando, y por mí puede irse a la mierda.
—Te has fracturado el carpo —me informa.
—En cristiano, por favor —refunfuño.
Me he calmado bastante, pero siguen fastidiándome sus preguntas y sus miradas de reproche. Trabaja en el hospital más concurrido de Londres, seguro que ha visto cosas mucho peores, y aun así tiene que mirarme mal cada vez que puede.
—Ro-ta —dice lentamente—. Tienes la mano rota, y tendrás que llevar una escayola durante algunas semanas. Te recetaré algo para el dolor, pero tendrás que limitarte a esperar a que los huesos vuelvan a unirse.
No sé qué me da más risa, si la idea de llevar una escayola o que piense que necesito ayuda para controlar el dolor. No hay nada que pueda venderse en una farmacia que consiga aliviar mi dolor. A no ser que tengan a una rubia altruista de ojos grises en las estanterías, no tienen nada que me sirva.
Una hora después, me cubren la mano y la muñeca con una escayola gruesa. Intenté no reírme en la cara del viejo cuando me preguntó de qué color la quería. Recuerdo que cuando era niño deseaba que me pusieran una escayola para que todos mis amigos firmaran y dibujaran en ella con un rotulador permanente; el problema era que no tenía ningún amigo hasta que encontré mi lugar con Mark y James.
Los dos han cambiado mucho desde la adolescencia. Bueno, Mark sigue siendo un colgado con el cerebro frito por haber consumido demasiadas drogas. Eso ya no tiene solución. Pero los cambios en ambos son bastante evidentes. James se ha vuelto un calzonazos por una estudiante de Medicina, cosa que jamás habría imaginado. Mark sigue siendo un salvaje y sigue viviendo en un mundo sin consecuencias, aunque se ha relajado un poco y se siente cómodo con su forma de vida. En algún momento durante los últimos tres años, ambos perdieron la dureza que solía cubrirlos como una manta. No, como un escudo. No sé qué fue lo que provocó ese cambio, pero dada mi actual «situación», no me hace ninguna gracia. Esperaba a los mismos capullos de hace tres años, y esos tipos han desaparecido.
Sí, continúan consumiendo más drogas de lo que es humanamente posible, pero ya no son los delincuentes malintencionados que eran cuando me marché de Londres años atrás.
—Recoge las medicinas y ya puedes marcharte. —El médico asiente rápidamente y luego me deja a solas en la sala de reconocimiento.
—Joder. —Golpeo suavemente la dura superficie con la estúpida escayola.
Menuda mierda. ¿Podré conducir mientras la lleve? ¿Podré escribir?
Joder, no. Y además, de todos modos no necesito escribir nada. Tengo que cortar esa
mierda; llevo demasiado tiempo haciéndolo, y mi mente sobria aún me juega malas pasadas, me cuela pensamientos y recuerdos cuando estoy demasiado distraído como para bloquearlos.
El karma sigue riéndose de mí y, fiel a su reputación de hijo de puta, continúa burlándose cuando saco mi móvil del bolsillo del pantalón y veo el nombre de Landon en la pantalla. Decido ignorar la llamada y vuelvo a guardar el teléfono.
Menudo puto lío he montado.
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