Divina

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miércoles, 30 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 59


Pedro

—No conozco a nadie que haya cruzado tantas veces el estado de Washington como vosotros —dice Landon sentado en el sofá de casa de mi padre.

Tras la carcajada colectiva, se hace el silencio. He convencido a Pau de que deberíamos volver aquí y pasar un rato con Landon antes de que se mude para siempre. Creía que se apuntaría al instante, le encanta ver a Landon, pero lo pensó mucho antes de aceptar. La esperé en su cama un buen rato mientras, por alguna razón, metía en la bolsa todas sus cosas, y luego la esperé en el coche mientras tardaba una eternidad en despedirse de Kimberly y de Vance.

Me quedo mirando a Landon.

—Tampoco es que conozcas a tanta gente, así que no es muy difícil —lo pincho.

Mira a Karen, que está sentada en una silla, y sé que quiere soltarme una réplica ingeniosa, pero se muerde la lengua porque su madre está delante. Últimamente se le da mejor devolvérmelas.

Se limita a poner los ojos en blanco y a decir:

—Ja, ja —y vuelve a concentrarse en el libro que tiene en el regazo.

—Me alegro de que hayáis llegado bien. —La voz de Karen es suave, y me sonríe. Aparto la mirada —. Tengo la cena en el horno. Estará lista enseguida.

—Voy a cambiarme —anuncia Pau detrás de mí—. Gracias por dejar que vuelva a quedarme aquí —y desaparece escaleras arriba.

Me quedo unos segundos al pie de la escalera antes de seguirla como un perrito faldero. Cuando entro en la habitación, está en bragas y sujetador.

—Qué oportuno soy —mascullo cuando me mira bajo el umbral.

Se cubre el pecho con las manos y luego intenta taparse también las caderas, y no puedo evitar sonreír.

—¿No te parece que ya es un poco tarde para eso?

—Cállate —me regaña al tiempo que se pone una camiseta por encima del pelo mojado.

—Sabes que lo de callarme no es mi fuerte.

—Y ¿cuál es tu fuerte? —me provoca meneando las caderas mientras se pone los pantalones. Son esos pantalones.

—Hacía mucho tiempo que no te ponías las mallas de hacer yoga... —Me acaricio mi barba incipiente mientras contemplo la tela negra y ajustada que se le pega al cuerpo.

—No empieces con los pantalones —me advierte levantando un dedo insolente—. Me los habías escondido, por eso no he podido ponérmelos. —Sonríe, aunque parece sorprendida de lo fácil que le resulta estar de buen humor conmigo. Endurece la mirada y se yergue.

—No es verdad —miento al tiempo que me pregunto cuándo debió de encontrarlos en el armario del maldito apartamento. Al mirarle el culo recuerdo por qué los escondí—. Estaban en el armario.

En cuanto lo digo, me vienen a la memoria imágenes de Pau buscando sus pantalones en el armario y me echo a reír, hasta que recuerdo otra cosa que había allí y que no quería que encontrara.

Busco en su rostro cualquier indicación de que la mención del armario le ha hecho recordar que encontró la maldita caja.

—¿Qué? —pregunta poniéndose unos calcetines rosa. Son espantosos, peludos y con topos negros.

—Nada —miento, e intento olvidar mi paranoia.

—Vale... —Echa a andar.

La sigo abajo, otra vez como un perrito faldero, y me siento a su lado a la enorme mesa de comedor. La tal «S» está aquí otra vez, mirando a Landon como si fuera una piedra preciosa o algo así. Es oficial: es una tía muy rara.

Pau le dirige una radiante sonrisa.

—Hola, Sophia.

Ella deja de mirar a Landon el tiempo justo para devolverle la sonrisa a Pau y saludarme a mí con la mano.

—Sophia me ha ayudado con el asado —exclama Karen orgullosa.

Hay todo un festín en la enorme mesa de comedor, con velas y arreglos florales. Charlamos de trivialidades mientras esperamos que Karen y Sophia trinchen la carne.

—Mmm, qué rico. La salsa está deliciosa —dice Pau con el tenedor todavía en la boca.
«Estas tres y la comida...»

—Parece como si estuvierais hablando de porno —digo en un tono demasiado alto.

Pau me pega un puntapié por debajo de la mesa y Karen se tapa la boca y se atraganta con la comida. Todos se sorprenden cuando Sophia se echa a reír. Landon parece incómodo, pero su expresión se suaviza al verla reír tan a gusto.

—Pero ¿quién dice esas cosas? —pregunta Sarah entre risas.

Landon la está mirando de un modo patético, y ahora es Pau la que sonríe. 

Pedro. Pedro dice esas cosas —responde Karen con humor.

«Vale, esto es muy raro.»

—Ya te acostumbrarás a él. —Landon me mira un instante antes de concentrarse en su nuevo amor —. Quiero decir, en caso de que vengas mucho por casa. No doy por sentado que vayas a venir a menudo. —Se pone rojo como un tomate—. A menos que te apetezca, por supuesto. Aunque no doy por hecho que vaya a apetecerte...

—Lo ha pillado —digo poniendo fin a su agonía. Parece que esté a punto de hacerse pis encima.

—Cierto. —Le sonríe a Landon, que juro que se ha puesto azul. «Pobre.»

—Sophia, ¿cuánto tiempo vas a quedarte en la ciudad? —Pau acude al rescate y cambia de tema para ayudar a su amigo.

—Sólo unos pocos días más. Volveré a Nueva York el lunes. Mis compañeras de piso me echan mucho de menos.

—¿Cuántas compañeras de piso tienes? —pregunta Pau.

—Tres, todas bailarinas.

Me echo a reír.
Pau fuerza una sonrisa.

—Oh, vaya...

—¡Jesús! Bailarinas de ballet clásico, no strippers —aclara Sarah, y se echa a reír a carcajadas.

Yo también. Me parto al ver la cara de alivio y de apuro de Pau.

A continuación, mi chica se encarga de la conversación y le pregunta toda clase de tonterías a la amiga de Landon. Yo me evado, sólo tengo ojos para los labios de Pau mientras hablan. Me encanta cómo se detiene cada pocos bocados para limpiarse la boca con una servilleta, por si algo se le ha quedado pegado.

La cena sigue su curso hasta que me aburro, casi mortalmente, y la cara de Landon sólo está un poco colorada.

Pedro, ¿ya has decidido qué vas a hacer el día de tu graduación? Sé que no quieres participar en la ceremonia, pero ¿lo has pensado bien? —me pregunta Ken mientras Karen, Pau y Sarah recogen la mesa.

—No, no he cambiado de opinión. —Me limpio los dientes con las uñas.

Siempre hace lo mismo, me saca estos temas delante de Pau para obligarme a cruzar un auditorio recargado con miles de personas sentadas en las gradas, sudando a mares y aullando como animales salvajes.

—¿Cómo que no? —inquiere Pau. La miro alternativamente a ella y a mi padre—. ¿No ibas a reconsiderarlo? —Sabe perfectamente lo que se hace.

Landon sonríe como el capullo que es, y Karen y Sarah charlan en la cocina.

—Yo... —empiezo a decir. «Hay que joderse.» Pau me mira, esperanzada e inquieta, como desafiándome a negarlo—. Bueno, venga, vale. Iré a esa puñetera ceremonia de graduación —resoplo. «Menuda mierda.»

—Gracias —dice Ken.

Estoy a punto de contestarle que se vaya a tomar por el culo cuando caigo en la cuenta de que se lo está agradeciendo a Pau, no a mí.

—Sois un par de... —empiezo a decir, pero la cara de advertencia de Pau me hace callar—. Sois los dos maravillosos —articulo.


«Sois un par de conspiradores de cojones», repito mentalmente una y otra vez mientras ellos se sonríen satisfechos.

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