Pau
Cristales rotos crujen bajo mis pies mientras me paseo de un lado a otro esperando pacientemente, o lo más pacientemente que puedo.
Por fin, cuando Mike ha terminado de hablar con la policía, me acerco hasta él.
—¿Dónde está? —pregunto sin mucha cortesía.
—Se ha marchado con Christian Vance. —Los ojos de Mike no reflejan emoción alguna.
Su aspecto me tranquiliza un poco y me recuerda que esto no es culpa suya. Es el día de su boda, y se lo han arruinado.
Miro la madera rota y paso por alto los susurros procedentes de los testigos curiosos. Tengo mil nudos en el estómago, pero intento mantener la compostura.
—¿Adónde han ido?
—No lo sé. —Mike entierra la cabeza entre las manos.
Kimberly me da unos toquecitos en el hombro.
—Escucha, cuando la policía termine de hablar con esos tipos, si seguimos aquí, también querrán hablar contigo.
Mi mirada oscila entre la puerta y Mike. Asiento y sigo a Kimberly hasta el exterior para evitar llamar la atención de la policía.
—¿Puedes intentar telefonear a Christian otra vez? —le pido—. Lo siento, es que necesito hablar con Pedro. —El aire gélido hace que me estremezca.
—Claro —asiente, y cruzamos el parking hasta su coche de alquiler.
Una lenta y funesta sensación se instala en mi estómago cuando veo que otro policía entra en el bar pijo. Temo por Pedro; no por la policía, sino porque tengo miedo de cómo manejará toda esta situación cuando esté a solas con Christian.
Veo a Smith, sentado tranquilamente en el asiento trasero del coche, apoyo los codos en el maletero y cierro los ojos.
—¡¿Qué significa que no lo sabes?! —grita Kimberly, interrumpiendo mis pensamientos—.¡Nosotras lo encontraremos! —espeta, y corta la llamada.
—¿Qué pasa? —Mi corazón late tan fuerte que temo no oír su respuesta.
— Pedro se ha bajado del coche y Christian no sabe dónde está —dice, y se recoge el pelo en una coleta—. Es casi la hora de esa maldita boda —añade mirando hacia la puerta del bar, donde se encuentra Mike, solo.
—Esto es un desastre —me lamento, y ruego en silencio para que Pedro esté de camino aquí.
Cojo el móvil de nuevo y parte del pánico disminuye cuando veo su nombre en la lista de llamadas perdidas. Con manos temblorosas, lo llamo otra vez y espero. Y espero. Y no me contesta.
Vuelvo a llamar una y otra vez, pero sólo me responde su buzón de voz.
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