Pau
Cuando Pedro y yo volvemos al apartamento, el ambiente parece haberse vuelto rancio e incómodo.
—¿Estás bien? —pregunta Landon en cuanto Pedro cierra la puerta al entrar.
—Sí —miento.
Estoy confundida, herida, enfadada y agotada. Sólo hace unas horas que llegamos y ya tengo ganas de regresar a Seattle. Cualquier idea que se me pasara por la cabeza de volver a vivir aquí se ha esfumado en algún momento durante el silencioso camino desde el ascensor hasta la puerta del apartamento.
—Pauli..., no pretendía que nada de esto sucediera —dice mi padre mientras me sigue hasta la cocina.
Necesito un vaso de agua, me va a estallar la cabeza.
—No quiero hablar de ello.
El fregadero chirría cuando abro el grifo, y espero pacientemente a que el vaso se llene.
—Creo que al menos deberíamos hablar...
—Por favor...
Me vuelvo para mirarlo. No quiero hablar. No quiero oír la espantosa verdad, ni una mentira piadosa. Sólo quiero ir otra vez al momento en el que estaba cautelosamente emocionada por intentar mantener la relación con mi padre que nunca tuve de niña. Sé que Pedro no tiene ningún motivo para mentir sobre las adicciones de Richard, pero igual ha habido algún malentendido.
—Pauli... —suplica mi padre.
—Ha dicho que no quiere hablar del tema —insiste Pedro, que ha aparecido de repente.
Se adentra más en la cocina y se coloca entre él y yo. Esta vez agradezco su intrusión, aunque me preocupan un poco los agitados movimientos de su pecho conforme su respiración se va volviendo cada vez más superficial y laboriosa. Siento un alivio tremendo cuando mi padre suspira derrotado y me deja a solas con Pedro en la cocina.
—Gracias. —Me descompongo contra la encimera y bebo otro sorbo del agua tibia del grifo.
Una arruga de preocupación se forma entonces en la frente de Pedro, que no intenta ocultar su profundo ceño fruncido. Se presiona las sienes con los dedos y se apoya a su vez en la encimera.
—No debería haberte dejado venir aquí —dice—. Sabía que esto sucedería.
—Estoy bien.
—Siempre dices eso.
—Porque siempre tengo que estarlo. De lo contrario, no estaría preparada cuando se presentan los desastres.
La adrenalina que corría por mis venas hace tan sólo unos minutos ha desaparecido, se ha evaporado junto con la esperanza de que, por una vez, algo pudiera salir bien durante un fin de semana entero. No me arrepiento de haber venido porque echaba mucho de menos a Landon y quería recoger mi carta, el libro electrónico y la pulsera. Todavía me duele el alma por lo de la carta; no parece racional que un objeto guarde tanta importancia para mí, pero así es. Fue la primera vez que Pedro se abrió tanto conmigo. Se acabó el ocultar cosas. Se acabaron los secretos sobre su pasado. Puso todas las cartas sobre la mesa, y no tuve que obligarlo a confesarme nada. El hecho de que decidiera escribirlo y la manera en que le temblaban las manos cuando me la entregó siempre quedarán grabados en mi memoria. La verdad es que no estoy enfadada con él; ojalá no la hubiese destruido, pero conozco su temperamento, y fui yo la que la dejó aquí, intuyendo de alguna manera que probablemente la haría pedazos. No voy a permitirme seguir sufriendo a causa de ello, aunque aún me duele pensar en el fragmento de papel que quedaba; ese pequeño trocito jamás podrá albergar todas las emociones compactadas en las palabras que había escrito en toda la página a la que pertenecía.
—Detesto que sea así —dice él en voz baja.
—Yo también —suspiro. Y al ver la expresión de pesar en su rostro, añado—: No es culpa tuya.
—Joder que no. —Sus dedos exasperados atraviesan las ondas de su pelo—. Fui yo quien destruyó esa maldita carta, yo te traje aquí, y pensé que podría ocultarte los hábitos de tu padre. Creía que ese cerdo de Chad desaparecería para siempre cuando le di mi reloj a cambio del dinero que tu padre le debía.
Observo a Pedro, que siempre está tan furioso, y quiero abrazarlo. Dio algo suyo; a pesar de asegurar que no le tenía ningún aprecio al objeto, lo entregó en un intento de sacar a mi padre del agujero en el que se había metido. Joder, cuánto lo quiero.
—Me alegro mucho de tenerte —le digo.
Sus hombros se tensan y levanta la cabeza rápidamente para mirarme.
—No sé por qué. Soy yo quien genera casi todos los desastres de tu vida.
—No, yo también tengo parte de culpa —le aseguro. Ojalá tuviera un mejor concepto de sí mismo; ojalá se viera como yo lo veo—. La indiferencia del universo también influye mucho.
—Lo que acabas de decir es mentira. —Me mira con ojos expectantes—. Pero vale, lo acepto.
Me quedo mirando hacia la pared en silencio mientras me vienen a la mente un millón de pensamientos por minuto.
—Aunque sigue cabreándome que te largases corriendo detrás de él como una puta loca —me regaña.
Y no lo culpo; no ha sido muy inteligente por mi parte. Pero en cierto modo sabía que vendría detrás de mí en mi ridículo intento de perseguir a Chad y recuperar el reloj. ¿En qué narices estaba pensando?
Pensaba en que el reloj representaba el comienzo de una nueva relación entre Pedro y su padre. Pedro decía que odiaba ese reloj, y se negaba a llevarlo con el pretexto de que era excesivamente caro.
Él no sabe la cantidad de veces que pasé por delante del dormitorio y lo sorprendí mirándolo en su caja. Una vez incluso lo sostenía en la palma abierta mientras lo examinaba detenidamente, como si el objeto pudiese arder o sanarlo. Su expresión era ambivalente cuando lo dejó sin cuidado de nuevo en la gran caja negra.
—La adrenalina se ha apoderado de mí —digo quitándole importancia, e intento ocultar el leve escalofrío que recorre mi cuerpo cuando pienso en qué habría pasado si llego a alcanzar a aquel hombre espeluznante.
Tuve un mal presentimiento sobre él la primera vez que vino a recoger a mi padre al apartamento, pero no me planteé que pudiese volver. De todas las sospechas que tenía con respecto a lo que pudiera estar sucediendo aquí, jamás se me había pasado por la cabeza que hubiera hombres repugnantes vendiendo drogas y recibiendo relojes en pago. Sin duda, a esto es a lo que se refería Pedro con lo de «encargarse de ello sin que yo me tuviera que preocupar al respecto». Si hubiera mantenido mi trasero en el apartamento, aún sería felizmente ajena a toda esta situación. Aún podría mirar a mi padre con cierto respeto.
—Bueno, pues está claro que la adrenalina impide que te llegue el oxígeno al puto cerebro — refunfuña Pedro mirando a la nevera detrás de mí.
—¿Ponemos la siguiente película? —pregunta mi padre desde el salón.
Le lanzo una mirada de pánico a Pedro y éste abre la boca y responde por mí:
—Enseguida —dice con tono duro.
Pedro me mira, y tanto su altura como su expresión de irritación me abruman.
—No tienes por qué salir ahí y conversar por obligación con ellos si no quieres. Y más les vale que no se les pase por la cabeza decirte nada respecto al tema.
La idea de ver una película con mi padre no me apetece nada, pero no quiero que las cosas sean incómodas, y tampoco quiero que Landon se vaya todavía.
—Lo sé —suspiro.
—Te niegas a aceptarlo, y lo entiendo, pero vas a tener que enfrentarte a la realidad antes o después. —Sus palabras son duras, pero sus ojos son compasivos. Siento el calor de sus dedos ascendiendo por mis brazos.
—Que sea después..., por ahora —le ruego, y él asiente. No lo aprueba, pero acepta mi negación.
Por ahora.
—Ve ahí dentro entonces, yo iré en un minuto —añade señalando el salón con la cabeza.
—Vale. ¿Puedes hacer palomitas? —Le sonrío y me esfuerzo todo lo posible en convencerlo de que mi corazón no martillea contra mi caja torácica y mis palmas no están sudadas.
—No te pases... —Una sonrisa juguetona se forma en las comisuras de sus labios mientras me empuja fuera de la cocina—. Vamos.
Cuando entro en el salón con luz tenue, mi padre está sentado en su sitio de siempre en el sofá, y Landon está de pie, apoyado contra la oscura pared de ladrillo. Mi padre tiene las manos sobre su regazo y se está quitando los padrastros de los dedos, una costumbre que yo tenía cuando era pequeña y que mi madre me obligó a abandonar. Ahora sé de dónde me venía.
Levanta sus ojos oscuros de su regazo, me mira y un escalofrío recorre mi cuerpo. No sé si es por la iluminación o si es mi mente que me juega una mala pasada, pero sus ojos parecen casi negros y me están dando ganas de vomitar. ¿De verdad consume drogas? Y, si es así, ¿qué cantidad y de qué tipo? Mis conocimientos acerca de las drogas se basan en ver unos cuantos episodios de «Intervention» con Pedro. Me encogía y me tapaba los ojos cuando los adictos se clavaban las agujas en la piel o fumaban ese líquido espumoso de una cuchara. No soportaba ver cómo se destruían a sí mismos y a los que tenían a su alrededor, mientras que Pedro no paraba de decir que no sentía ni un ápice de compasión por los «putos yonquis».
¿Es mi padre de verdad uno de ellos?
—Si quieres que me vaya, lo entenderé... —dice. Su voz no encaja con el aspecto de sus ojos atormentados. Es pequeña, débil y rota. Me duele el corazón.
—No, no te preocupes —contesto.
Trago saliva, me siento en el suelo y espero a que Pedro se reúna con nosotros. Oigo los estallidos del maíz, y el aroma de las palomitas inunda el apartamento.
—Te diré todo lo que quieras saber...
—De verdad, no pasa nada —le aseguro a mi padre con una sonrisa. «¿Dónde está Pedro?»
Mi pregunta silenciosa es respondida tan sólo unos momentos después, cuando entra en el salón con una bolsa de palomitas en una mano y mi vaso de agua en la otra. Se sienta a mi lado en el suelo sin mediar palabra y coloca la bolsa en mi regazo.
—Están un poco quemadas, pero se pueden comer —dice tranquilamente.
Sus ojos se dirigen directamente a la pantalla del televisor, y sé que se está callando muchos pensamientos. Le aprieto la mano para agradecerle que sea así. No podría soportar más escenas esta noche.
El maíz está delicioso y sabe a mantequilla. Pedro refunfuña cuando les ofrezco unas pocas a Landon y a mi padre, e imagino que ésa es la razón por la que ellos las rechazan.
—¿Qué porquería vamos a ver ahora? —pregunta.
—Algo para recordar —respondo con una amplia sonrisa.
Pone los ojos en blanco.
—¿En serio? ¿Eso no es una versión más antigua de la que acabamos de ver? No puedo evitar reírme.
—Es una película preciosa.
—Ya. —Me mira, sin embargo su mirada no dura tanto como de costumbre.
Se limpia los dedos aceitosos en la sudadera. Yo hago una mueca de asco y anoto mentalmente poner la prenda a remojo antes de lavarla.
—¿Pasa algo? La película no está tan mal —le susurro.
Mi padre se está terminando lo que queda de la pizza, y Landon ha vuelto a sentarse en el sillón reclinable.
—No —replica Pedro, que sigue sin mirarme.
No quiero comentar en voz alta lo extraño de su comportamiento. Todos estamos de los nervios después de los acontecimientos de esta noche.
La película me distrae de mis problemas y de mis malos pensamientos durante el tiempo suficiente como para reírme con Landon y mi padre. Pedro mira la pantalla, con los hombros rígidos otra vez y con la mente a años luz de aquí. Quiero preguntarle desesperadamente qué le pasa para poder solucionarlo, pero no sé si es mejor dejarlo tranquilo por ahora. Me acurruco contra su pecho con las rodillas dobladas debajo de mí y con un brazo alrededor de su torso definido. Él me sorprende estrechándome más contra sí y besándome suavemente en el pelo.
—Te quiero —susurra.
Estoy casi convencida de que estoy oyendo voces hasta que levanto la vista y me encuentro con sus expectantes ojos verdes.
—Te quiero —respondo suavemente.
Me tomo unos instantes para mirarlo, para deleitarme con lo guapo que es. Me saca de quicio, y yo a él, pero me quiere, y su comportamiento relajado de esta noche no es más que otra prueba de ello. Por muy forzada que sea su actitud, lo está intentando, y encuentro consuelo en ello, una firme seguridad de que, incluso en el centro de la tormenta, él será mi ancla. Una vez temí hundirme con él. Pero ahora ya no pienso eso para nada.
Un fuerte golpe en la puerta me hace dar un brinco y apartarme del regazo de Pedro. He emigrado hasta ahí de alguna manera en mi duermevela. Él despega los brazos de mí y me coloca con cuidado en el suelo para poder levantarme. Analizo su rostro en busca de ira, o sorpresa, pero parece... ¿preocupado?
—No te muevas de aquí —me dice. Asiento. No quiero ver a Chad de nuevo.
—Deberíamos llamar a la policía. De lo contrario, nunca dejará de venir —gruño mientras me pregunto cómo es posible que este apartamento haya cambiado tantísimo en las últimas semanas.
El pánico se apodera de mí una vez más, y cuando levanto la vista para ver las reacciones de Landon y de mi padre ante el intruso, veo que los dos están dormidos. La televisión muestra la pantalla del menú en la sección de pago; debemos de habernos quedado todos dormidos sin darnos cuenta.
—No —oigo decir a Pedro.
Me pongo de rodillas cuando llega a la puerta. ¿Y si Chad no viene solo? ¿Intentará hacer daño a Pedro? Me pongo de pie y me dirijo al sofá para despertar a mi padre.
Entonces oigo el fuerte sonido de unos tacones altos contra el suelo de hormigón y, cuando me vuelvo, veo allí a mi madre en todo su esplendor: con un vestido rojo ceñido, el pelo rizado y los labios asimismo rojos. Estoy perpleja. Frunce el ceño y me mira con sus oscuros ojos.
—¿Qué estás...? —empiezo a decir. Miro a Pedro; está tranquilo..., casi a la expectativa...
Permite que entre corriendo por su lado y que avance hacia mí.
—¡¿La has llamado?! —chillo mientras las piezas del puzle empiezan a encajar.
Él aparta la mirada. ¿Cómo ha podido llamarla? Sabe perfectamente cómo es mi madre. ¿Por qué narices iba a meterla en esto?
—Has estado evitando mis llamadas, Paula —me espeta—. ¡Y ahora me entero de que tu padre está aquí! En este apartamento, ¡y que está consumiendo drogas! —Pasa por mi lado, también, y va directa a su presa.
Agarra a mi padre del brazo con sus dedos con manicura de color rojo chillón y obliga a su cuerpo dormido a levantarse del sofá. El hombre se cae al suelo.
—¡Levántate, Richard! —brama, y yo me encojo ante la dureza de su voz.
Mi padre se sienta rápidamente, usa las palmas para soportar el peso de su cuerpo y sacude la cabeza. Los ojos se le salen de las órbitas al ver a la mujer que tiene delante. Observo cómo parpadea rápidamente y se pone de pie tambaleándose.
—¿Carol? —Su voz es aún más débil que la mía.
—¡¿Cómo te atreves?! —dice ella meneando un dedo frente a su rostro, y él retrocede, aunque sus piernas pronto impactan contra el sofá y hacen que se caiga de nuevo. Parece aterrorizado, y no me extraña.
Landon se estira en su sillón y abre los ojos; su expresión es como la de mi padre, de confusión y terror.
—Paula, vete a tu cuarto —me ordena mi madre.
«¿Qué?»
—No, de eso nada —respondo.
¿Por qué la ha llamado Pedro? Todo habría ido bien. Probablemente habría acabado encontrando el modo de superar lo de mi padre.
—Ya no es una niña, Carol —dice él.
Las mejillas y el pecho de mi madre se hinchan, y sé lo que viene a continuación.
—¡No te atrevas a hablar de ella como si la conocieras! ¡Como si tuvieses algún derecho sobre ella!
—Estoy intentando compensar el tiempo perdido... —Mi padre defiende su terreno bastante decentemente para ser un hombre que acaba de despertarse con su exmujer dándole gritos en toda la cara. Hay algo en su voz, algo en su tono cuando se aproxima a mi madre y va ganando confianza que me resulta casi familiar. No estoy segura de qué es.
—¿El tiempo perdido? ¡No puedes compensar el tiempo perdido! ¡Tengo entendido que ahora también tomas drogas!
—¡Ya no! —le grita en respuesta.
Quiero esconderme detrás de Pedro, pero ahora mismo no sé de qué lado está. Landon tiene la mirada fija en mí, y Pedro en mis padres.
—¿Quieres irte? —me pregunta Landon moviendo los labios sin hablar desde el otro lado de la habitación.
Niego con la cabeza, rechazando su oferta en silencio pero esperando que mis ojos transmitan lo mucho que se la agradezco.
—¿Ya no? ¡Ya no! —Mi madre debe de haberse puesto sus tacones más pesados. Estoy empezando a preguntarme si dejarán marcas en el suelo mientras camine.
—¡Sí, ya no! Oye, no soy perfecto, ¿vale? —Se lleva las manos a su pelo corto y me quedo petrificada. El gesto me resulta tan familiar que siento escalofríos.
—¿Que no eres perfecto? ¡Ja! —Se ríe, y sus dientes blancos brillan pese a la penumbra de la habitación.
Quiero encender la luz, pero soy incapaz de moverme. No sé cómo sentirme o qué pensar al ver a mis padres gritándose en medio del salón. Estoy convencida de que este apartamento está maldito. Tiene que estarlo.
—Lo de que no seas perfecto, pase, ¡pero que pretendas arrastrar a tu hija por el mismo camino es deplorable!
—¡No la estoy arrastrando por ningún camino! Estoy haciendo todo lo posible por compensar lo que le hice... ¡a ella y a ti!
—¡No! ¡No es verdad! ¡Tu regreso no hará sino confundirla más! ¡Bastante ha arruinado ya su vida!
—No ha arruinado su vida —la interrumpe Pedro.
Mi madre lo atraviesa con una mirada feroz antes de volver a centrar la atención en mi padre.
—¡Esto es todo culpa tuya, Richard Chaves! ¡Todo esto! ¡De no ser por ti, Paula no estaría en esta relación tan tóxica con este chico! —exclama sacudiendo la mano en dirección a Pedro. Sabía que sólo era cuestión de tiempo que empezara a atacarlo—. Nunca tuvo un ejemplo masculino que le demostrara cómo tenía que ser tratada una mujer; ¡por eso está cohabitando aquí con él! Sin estar casados, viviendo en el pecado, y sabe Dios qué más cosas hará él. ¡Probablemente consuma drogas contigo!
Me encojo. La sangre me hierve al instante y siento una irrefrenable necesidad de defender a Pedro.
—¡No te atrevas a meter a Pedro en esto! ¡Él ha estado cuidando de mi padre y proporcionándole un techo para evitar que duerma en la calle! —Odio el modo en que mi manera de expresarme se parece al de mi madre.
Pedro atraviesa la habitación y se coloca a mi lado. Sé que va a advertirme que me mantenga al margen.
—Es verdad, Carol. Pedro es un buen chico, y la quiere más de lo que nunca he visto a un hombre querer a una mujer —interviene mi padre.
Mi madre forma puños con las manos a sus costados, y sus mejillas, perfectamente maquilladas con colorete, se vuelven de un rojo intenso.
—¡No te atrevas a defenderlo! ¡Todo esto —agita un puño cerrado en el denso aire de la habitación — es por él! Pau debería estar en Seattle, labrándose un porvenir, buscando un hombre adecuado para ella...
Apenas logro oír nada más que la sangre que bombea en mi cabeza. En medio de todo esto, me siento fatal por Landon, que se ha retirado amablemente al dormitorio para dejarnos solos, y por Pedro, que está siendo utilizado una vez más como el chivo expiatorio de mi madre.
—Pau está viviendo en Seattle. Ha venido a visitar a su padre. Ya te lo dije por teléfono.
—La voz de Pedro irrumpe en el caos; apenas logra controlarla y me provoca escalofríos por todo el cuerpo y hace que se me erice el vello de los brazos.
—No creas que porque me hayas llamado ahora de repente vamos a ser amigos —le espeta ella.
Pedro me agarra del brazo y tira de mí hacia atrás, y yo lo miro confundida. No me había dado cuenta de que había empezado a avanzar hacia ella hasta que él me ha detenido.
—Prejuzgando como siempre. Nunca cambiarás. Sigues siendo la misma mujer de hace años. —Mi padre sacude la cabeza con desaprobación. Me alegro de que esté del lado de Pedro.
—¿Prejuzgando? ¿Sabías que este chico que tanto defiendes engañó a nuestra hija hasta meterse entre sus piernas para ganar una apuesta con sus amigos? —dice mi madre con voz fría y de suficiencia.
Todo el aire desaparece de la habitación. Siento que me asfixio y boqueo para poder respirar.
—¡Pues así fue! Estuvo alardeando por el campus sobre su conquista. Así que no se te ocurra defenderlo ante mí —silba mi madre con los dientes apretados.
Mi padre abre los ojos como platos. Puedo ver las corrientes de tormenta que se esconden detrás de ellos mientras observa a Pedro.
—¿Qué? ¿Eso es cierto? —A mi padre también le falta el oxígeno.
—¡No tiene importancia! Ya lo hemos superado —le digo.
—¿Lo ves? La pobre ha ido a buscarse a alguien igual que tú. Recemos para que no la deje embarazada y se largue cuando las cosas se pongan difíciles.
No puedo seguir escuchando más. No puedo dejar que Pedro se vea arrastrado por el fango que han formado mis padres. Esto es un desastre.
—¡Por no hablar de que, hace sólo tres semanas, otro chico la trajo a mi casa inconsciente por culpa de sus —mi madre señala a Pedro — amigos! ¡Estuvieron a punto de aprovecharse de ella!
El recordatorio de esa noche me duele, pero es el hecho de que mi madre culpe a Pedro lo que más me preocupa. Lo que sucedió aquella noche no fue culpa suya, y ella lo sabe.
—¡Hijo de puta! —dice mi padre con los dientes apretados.
—¡Ni se te ocurra! —le advierte Pedro con calma. Y ruego para que le haga caso.
—¡Me engañaste! Pensé que sólo tenías mala reputación, algunos tatuajes y un problema de actitud. Pero no me importaba, porque yo soy igual. ¡Pero has utilizado a mi hija! —Mi padre corre hacia Pedro y yo me planto delante de él.
Hablo antes de que mi cerebro lo pueda procesar.
—¡Parad! ¡Los dos! —grito—. Si queréis pelearos hasta mataros por vuestro pasado, es cosa vuestra, ¡pero no metáis a Pedro en esto! Si te llamó fue por un motivo, madre, y aquí estás, descargando tu ira contra él. Ésta es su casa, no la de ninguno de vosotros dos, ¡así que ya podéis largaros! —Me arden los ojos, como si me rogasen que derrame las cálidas lágrimas, pero me niego a hacerlo.
Mi madre y mi padre se detienen, me miran y después se miran entre sí.
—Solucionad vuestras movidas o marchaos —añado—. Nosotros estaremos en el dormitorio. — Entrelazo los dedos con los de Pedro e intento tirar de él.
Vacila por un instante antes de mover sus largas piernas para colocarse delante de mí y guiarme por el pasillo, todavía cogiéndome de la mano. Me la agarra con tanta fuerza que casi me hace daño, pero no digo nada. Sigo pasmada ante la llegada de mi madre y su explosión; una presión excesiva en mi mano es la menor de mis preocupaciones.
Cierro la puerta detrás de mí justo a tiempo para amortiguar los gritos de mis padres al otro lado del pasillo. De repente, tengo nueve años de nuevo, y corro por el patio de la casa de mi madre hacia mi refugio, el pequeño invernadero. Siempre los oía gritar, por muy alto que Noah intentara hablar para acallar el desagradable sonido.
—Ojalá no la hubieses llamado —le digo a Pedro saliendo de mis recuerdos.
Landon está sentado frente al escritorio y se esfuerza por no mirarnos.
—La necesitabas. Te negabas a aceptar la realidad —dice con voz grave.
—Ha empeorado las cosas. Le ha contado lo que hiciste.
—En su momento pensé que llamarla era lo más correcto. Sólo intentaba ayudarte.
Sus ojos me dicen que de verdad pensó que podría funcionar.
—Lo sé —digo, y suspiro. Ojalá lo hubiese consultado conmigo antes, pero sé que estaba haciendo lo que creía que era correcto.
—Si no es por una cosa, es por otra. —Sacude la cabeza y se deja caer sobre la cama. Me mira angustiado y dice—: Siempre nos recordarán esa mierda. Lo sabes, ¿verdad?
Se está cerrando, puedo sentirlo tanto como puedo ver cómo sucede delante de mí.
—No, eso no es cierto —replico.
Al menos hay algo de verdad en mis palabras ya que, cuando todos los que nos conocen descubran lo de la apuesta, acabará convirtiéndose en algo viejo para ellos. Me dan escalofríos sólo de pensar en que Kimberly y Christian se enteren, pero el resto de las personas que nos rodean ya saben cuál es la humillante realidad.
—¡Claro que sí! ¡Sabes que sí! — Pedro levanta la voz y empieza a pasearse por la habitación—. Nunca va a desaparecer. ¡Cada vez que doblamos una esquina, alguien te lo restriega en la cara y te recuerda que soy un capullo! —Golpea con el puño el escritorio antes de que pueda detenerlo. La madera se astilla y Landon se levanta de un brinco.
—¡No hagas eso! —exclamo—. ¡No dejes que mi madre saque lo peor de ti, por favor!
Lo agarro de su sudadera negra y evito que le pegue de nuevo a la mesa. Me aparta, pero yo no me rindo y esta vez lo agarro de las dos mangas. Entonces se vuelve echando humo.
—¿No estás harta de esta mierda? ¿No estás harta de pelear constantemente? ¡Si me dejases ir, tu vida sería mucho más fácil! —grita Pedro con la voz entrecortada, y cada sílaba se clava en lo más profundo de mi ser.
Siempre hace lo mismo, siempre opta por la autodestrucción. Pero esta vez no pienso permitirlo.
—¡Basta! Sabes que no quiero una relación fácil y sin amor. —Le agarro la cara entre las manos y lo obligo a mirarme.
—Escuchadme los dos —nos interrumpe Landon.
Pedro no se vuelve hacia él, sino que sigue mirándome con furia. Mi mejor amigo recorre entonces la habitación y se queda a unos pasos de nosotros.
—Chicos, no podéis empezar otra vez con esto. Pedro, no puedes dejar que las opiniones de la gente te afecten tanto; la opinión de Pau es la única que importa. Deja que sea la suya la única voz que oigas en tu cabeza —le dice.
Conforme asimila las palabras, parece que las ojeras de Pedro empiezan a disminuir.
—Y Pau... —suspira Landon—. No tienes por qué sentirte culpable ni tienes que intentar convencer a Pedro de que quieres estar con él. El hecho de que sigas con él a pesar de todo debería ser suficiente prueba.
Tiene razón, pero no sé si Pedro lo verá de esa manera a través de su ira y su dolor.
—Pau necesita que la consueles en este momento —le dice Landon—. Sus padres se están gritando ahí fuera, así que tienes que estar ahí para ella. No hagas que esto gire en torno a ti.
Algo en sus palabras parece calar en la mente de Pedro, y éste asiente, inclina la cabeza y pega la frente contra la mía. Su respiración empieza a relajarse.
—Lo siento... —murmura.
—Yo me voy a casa ya. —Landon aparta la vista de nosotros, claramente incómodo al ser testigo de nuestra intimidad—. Le diré a mi madre que os pasaréis por allí.
Me aparto de Pedro para abrazar a Landon.
—Gracias por todo. Me alegro mucho de que hayas venido —digo contra su pecho.
Él me estrecha fuertemente entre sus brazos, y esta vez Pedro no me aparta de él.
Cuando lo suelto, Landon sale de la habitación y yo vuelvo a mirar a Pedro. Se está examinando los nudillos, una imagen que se había empezado a convertir en un recuerdo desagradable; pero aquí estoy de nuevo, presenciando cómo la densa sangre gotea en el suelo.
—Respecto a lo que ha dicho Landon... —declara limpiándose la mano ensangrentada con el dobladillo de su sudadera—. Lo que ha dicho de que la tuya debería ser la única voz que oiga en mi cabeza. Quiero eso. —Cuando vuelve a mirarme, parece atormentado—. Deseo con todas mis fuerzas que sea así. Pero no sé cómo eliminar las del resto..., la de Steph, la de Zed, y ahora las de tus padres.
—Ya averiguaremos cómo hacerlo —le prometo.
—¡Paula! —grita mi madre desde el otro lado de la puerta del dormitorio.
Me había enfrascado tanto en Pedro que no me había dado cuenta de que el ruido en el salón había cesado.
—Paula, voy a entrar.
La puerta se abre cuando pronuncia la última palabra y yo me quedo detrás de Pedro. Esto parece estar convirtiéndose en un patrón.
—Tenemos que hablar de esto. De todo esto. —Nos mira a Pedro y a mí con la misma intensidad.
Él me mira y enarca una ceja esperando mi aprobación.
—No creo que haya mucho de que hablar —digo desde detrás de mi escudo.
—Hay mucho de lo que hablar. Siento mi comportamiento de antes. He perdido los papeles cuando he visto a tu padre aquí, después de todos estos años. Concédeme un poco de tiempo para que me explique. Por favor. —La expresión «por favor» suena extraña saliendo de los labios de mi madre.
Pedro se aparta, exponiéndome ante ella.
—Voy a limpiarme esto —dice levantando su mano maltratada en el aire, y sale del dormitorio antes de que pueda detenerlo.
—Siéntate. Tenemos mucho de que hablar. —Mi madre se pasa las palmas por la parte delantera del vestido y se coloca sus gruesos rizos rubios a un lado antes de tomar asiento al borde de la cama.
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