Pedro
No recuerdo cuándo fue la última vez que asistí a un funeral. Si me paro a pensarlo, estoy casi seguro de que nunca he ido a ninguno.
Cuando murió mi abuela materna, simplemente no me apeteció ir. Tenía alcohol que beber y una fiesta que no podía perderme por nada del mundo. Nunca tuve la necesidad de despedirme de una mujer a la que apenas conocía. Lo único que sabía de aquella anciana era que no le importaba mucho mi persona. No soportaba a mi madre, así que ¿por qué iba a pasar mi tiempo sentado en el banco de la iglesia fingiendo estar apenado por una muerte que, en realidad, no me afectaba en absoluto?
Pero años después, aquí estoy, al fondo de una minúscula iglesia, lamentando la muerte del padre de Pau. Pau, Carol, Zed y lo que parece ser media puta congregación se apiñan en las filas de delante. Sólo yo y una anciana, que estoy bastante seguro de que no sabe ni dónde está, nos sentamos en un banco vacío cerca de la pared trasera.
Zed está sentado a un lado de Pau, y su madre al otro.
No me arrepiento de haberlo llamado... Bueno, sí, pero no puedo pasar por alto la chispa de luz que parece haber revivido en ella desde que llegó hace unas horas. Sigue sin parecer mi Pau, pero está en proceso, y si ese capullo es la clave para que recupere esa luz, pues que así sea, joder.
La he cagado muchas veces en mi vida, muchas. Yo lo sé, y Pau lo sabe; casi seguro que todos los presentes en esta puta iglesia deben de saberlo gracias a su madre. Pero esto lo voy a hacer bien por ella. No me importan todas las demás mierdas de mi pasado o de mi presente; lo único que me importa es arreglar lo que se rompió dentro de ella.
Yo la rompí. Ella dice que no puede arreglarme, que nunca podrá. Pero no fue ella quien me causó el daño. Ella me sanó y, en el proceso, le partí su maravillosa alma en demasiados pedazos. Yo sólo acabé con ella, destruí su brillante espíritu mientras dejaba de forma egoísta que me remendara. Y lo peor de toda esta masacre es que me negaba a ver el daño que le estaba haciendo, lo mucho que su luz se había debilitado. Lo sabía; lo supe todo el tiempo, pero me daba igual. Sólo me importó cuando por fin lo entendí.
Cuando me rechazó, de una vez por todas, lo entendí. Me golpeó como un camión, y no podía apartarme ni aunque lo intentara.
Ha tenido que morir su padre para que me dé cuenta de lo absurdos que eran mis planes para protegerla de mí. Si me hubiera parado a pensarlo, si lo hubiera meditado bien, me habría dado cuenta de lo estúpido que era. Ella quería estar conmigo. Pau siempre me ha querido más de lo que merecía. Y ¿cómo se lo he pagado yo? Llevándola al límite una y otra vez, hasta que se ha hartado de aguantar mi mierda. Ahora ya no quiere estar conmigo; no quiere quererme, y tengo que hallar la manera de recordarle lo mucho que me ama.
Y aquí estoy, sentado en esta iglesia, viendo cómo Zed rodea sus hombros con un brazo y la estrecha contra su costado. Ni siquiera puedo apartar la mirada. Estoy obligado a observarlos. Tal vez me esté castigando a mí mismo, o tal vez no pero, sea como sea, no puedo dejar de mirar cómo Pau se inclina hacia él y él le susurra algo al oído. Cómo su expresión pensativa consigue calmarla de alguna manera, y ella suspira y asiente una vez, y él le sonríe.
Alguien se coloca entonces a mi lado e interrumpe temporalmente mi tortura autoinfligida.
—Casi llegamos tarde... Pedro, ¿qué haces aquí atrás? —pregunta Landon.
Mi padre..., Ken se sienta a su lado, y Karen se toma la libertad de dirigirse a la parte delantera de la pequeña iglesia para saludar a Pau.
—Tú también deberías ir delante. La primera fila es sólo para la gente que Pau puede soportar — refunfuño con la mirada fija en la fila de personas que, desde Carol hasta Noah, no aguanto.
Y eso incluye a Pau. La amo, pero no aguanto estar tan cerca de ella mientras se deja consolar por Zed. Él no la conoce como yo; no merece estar sentado a su lado en estos momentos.
—No digas tonterías. Claro que Pau te soporta —replica Landon—. Es el funeral de su padre, intenta recordarlo.
Pillo a mi padre..., joder, a Ken, pillo a Ken mirándome.
Ni siquiera es mi padre. Lo sé, hace una semana que lo sé, pero ahora que lo tengo delante, es como si estuviera descubriéndolo por primera vez. Debería decírselo inmediatamente, debería confirmar sus viejas sospechas y explicarle la verdad sobre mi madre y Vance. Debería contárselo aquí mismo, en este mismo momento, y dejar que se sienta tan jodidamente decepcionado como yo me sentí. ¿Me sentí decepcionado? No estoy seguro; estaba cabreado. Sigo cabreado, pero eso es todo.
—¿Cómo estás, hijo? —Alarga el brazo por delante de Landon y apoya la mano en mi hombro.
«Debería decírselo. Debería decírselo.»
—Bien. —Me encojo de hombros y me pregunto por qué mi boca no obedece a mi mente y pronuncia las palabras.
Como suelo decir, mal de muchos, consuelo de tontos, y ahora mismo yo estoy todo lo mal que se pueda estar.
—Lamento todo esto, debería haber llamado al centro más a menudo. Te juro que estuve controlándolo, Pedro. Lo hice, y no tenía ni idea de que se había marchado hasta que ya era demasiado tarde. Lo siento. —La decepción en los ojos de Ken me impide obligarlo a unirse a mi equipo de miserables—. Lamento fallarte siempre.
Lo miro a los ojos, asiento y decido que no tiene por qué saberlo. No en este momento.
—Tú no tienes la culpa —observo en voz baja.
Siento que Pau me está mirando, reclamando mi atención desde muchos metros de distancia. Está vuelta hacia mí, y Zed ya no la rodea con el brazo. Me está mirando, del mismo modo que yo he estado mirándola a ella, y me agarro al banco de madera con todas mis fuerzas para evitar salir corriendo en su dirección.
—De todos modos, lo siento —repite Ken, y aparta la mano de mi hombro.
Sus ojos marrones están vidriosos, como los de Landon.
—No te preocupes —farfullo, todavía centrado en los ojos grises que me sostienen la mirada.
—Ve con ella, te necesita —sugiere Landon con voz suave.
Ignoro sus palabras y espero a que Pau me dé alguna especie de señal, que me transmita aunque sea la más mínima emoción para demostrarme que me necesita. Estaré junto a ella en cuestión de segundos.
El cura se sube al púlpito y ella se vuelve sin hacerme ningún gesto para que vaya a su lado, sin ninguna señal real de que me estuviera viendo siquiera.
No obstante, antes de que me dé tiempo a autocompadecerme mucho, Karen le sonríe a Zed y él se aparta y le cede su asiento al lado de Pau.
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