Pau
—Gracias por traerme hasta aquí. Sólo quería dejar el coche y recoger las cosas que me faltaban —le digo a Landon a través de la ventanilla del acompañante de su automóvil.
No tenía claro dónde dejar el coche. No quería dejarlo aparcado en casa de Ken, porque tenía miedo de lo que Ped... de lo que él dijera o hiciera cuando por fin se presentara para recogerlo. Estacionarlo en el parking del apartamento tiene más lógica; es una buena zona, bien vigilada, y no creo que nadie intentara robarlo sin que lo pillaran.
—¿Estás segura de que no quieres que suba contigo? Puedo ayudarte a bajar trastos —se ofrece Landon.
—No, prefiero ir sola. Además, casi no queda nada. Sólo tendré que hacer un viaje. Pero gracias.
Todo cuanto he dicho es cierto, pero la pura verdad es que quiero despedirme de nuestra antigua casa a solas. A solas: ahora me resulta más natural de esa manera.
Cuando entro en el vestíbulo, intento no dejar que los viejos recuerdos inunden mi mente. No pienso en nada más que en espacios blancos, flores blancas, una alfombra blanca y paredes blancas. No pienso en él. Sólo en espacios, flores y paredes blancas. En él, no.
Sin embargo, mi mente tiene otros planes para mí, y poco a poco las paredes blancas se tiñen de negro, la alfombra está cubierta de pintura negra y las flores se pudren y se transforman en hojas marchitas que caen sin remedio.
Sólo he venido para recoger algunas cosas, sólo una caja de ropa y una carpeta de la facultad, eso es todo. No me llevará más de cinco minutos. Cinco minutos no es tiempo suficiente como para sucumbir de nuevo a la oscuridad.
Ya han pasado cuatro días, y cada vez me siento más fuerte. A cada segundo que paso sin él, me va costando menos respirar. Volver aquí, a este apartamento, podría acabar siendo un golpe terrible para mi progreso, pero necesito terminar con esto si quiero avanzar y no volver a mirar atrás. Me voy a Nueva York.
Voy a renunciar a las clases del trimestre de verano, a las que había considerado asistir, para familiarizarme con la ciudad que será mi hogar al menos durante unos años. Una vez allí, no me marcharé hasta que termine la carrera. Otro traslado de expediente dañaría mi imagen, de modo que tengo que quedarme en un mismo sitio hasta que acabe. Y ese sitio será Nueva York. Me da miedo pensarlo, y a mi madre no le va a hacer ninguna gracia cuando se entere, pero no es decisión suya, sino mía, y por fin estoy tomando decisiones basándome únicamente en mis necesidades y en mi futuro. Mi padre habrá terminado su programa de rehabilitación para cuando me haya establecido, y, si es posible, me encantaría que viniera a visitarnos a Landon y a mí.
Empiezo a agobiarme al pensar en mi falta de preparativos para esta mudanza, pero Landon me ayudará a resolver todos los detalles; nos hemos pasado los últimos dos días solicitando una beca tras otra. Ken ha redactado y enviado una carta de recomendación, y Karen me ha estado ayudando a buscar trabajos a tiempo parcial en Google. Sophia también ha venido todos los días para informarme de los sitios que están más de moda y para advertirme de los peligros de vivir en una ciudad tan inmensa. Ha tenido el detalle de ofrecerse a hablar con su jefe para que me dé un empleo de camarera en el restaurante en el que ella misma trabajará.
Ken, Karen y Landon me han recomendado que simplemente me traslade a la nueva oficina que la editorial Vance abrirá allí en los próximos meses. Vivir en Nueva York sin ningún tipo de ingreso será imposible, pero es igual de imposible conseguir una beca de prácticas remuneradas sin haberse licenciado antes. Todavía no le he comentado a Kimberly lo de mi traslado. Ella ya tiene bastante con lo suyo en estos momentos, y acaban de regresar de Londres. Apenas he hablado con ella, sólo nos hemos mandado algún mensaje de vez en cuando, pero me asegura que me llamará en cuanto las aguas se calmen.
Al introducir la llave en la cerradura de nuestro antiguo apartamento, me doy cuenta de que he desarrollado un odio por este lugar desde la última vez que estuve aquí, y me cuesta creer que alguna vez lo amara tanto. Al entrar, veo que hay luz en el salón. Típico de él dejársela encendida antes de un viaje internacional.
Aunque supongo que hace sólo una semana. El tiempo no corre igual cuando estás en el infierno.
Voy directa al armario del dormitorio a buscar la carpeta que he venido a recoger. No hay motivo para alargar esto más de lo necesario. La carpeta amarilla de papel manila no está en el estante donde creía recordar que estaba, de modo que no me queda más remedio que rebuscar entre los montones de cosas de trabajo de Pedro. Probablemente la metió en el armario sin cuidado alguno mientras intentaba recoger la desordenada habitación.
Esa vieja caja de zapatos sigue en el estante, y mi curiosidad se apodera de mí. Me estiro para cogerla, la bajo y me siento con las piernas cruzadas en el suelo. Levanto la tapa y la dejo a un lado. Está llena de hojas y hojas escritas a mano con su letra. Las líneas no siguen ningún orden completo y cubren la página entera por delante y por detrás. Algunas de las páginas están escritas a máquina, así que escojo una de ésas y empiezo a leer.
Me desgarra usted el alma. Estoy entre la agonía y la esperanza. No me diga que es demasiado tarde, que tan preciosos sentimientos han desaparecido para siempre. Me ofrezco a usted nuevamente con un corazón que es aún más suyo que cuando casi lo destrozó hace ocho años y medio. No se atreva a decir que el hombre olvida más prontamente que la mujer, que su amor muere antes. No he amado a nadie más que a usted.
Reconozco al instante las palabras de Austen. Leo unas cuantas páginas y reconozco cita tras cita, mentira tras mentira, de modo que decido coger una de las páginas escritas a mano.
Ese día, el quinto día, fue cuando empecé a sentir la opresión en el pecho. Un recordatorio constante de lo que había hecho y de lo que seguramente había perdido. Debería haberla llamado ese día mientras miraba sus fotos. ¿Estará ella mirando fotos mías? Que yo sepa, sólo tiene una, y de repente desearía haber dejado que me hiciera más. El quinto día fue cuando arrojé el móvil contra la pared con la esperanza de hacerlo estallar, pero sólo conseguí rajarle la pantalla. El quinto día fue cuando empecé a desear desesperadamente que me llamara porque entonces todo iría bien, todo iría bien. Los dos pediríamos perdón y yo volvería a casa.
Cuando releo el párrafo por segunda vez, mis ojos amenazan con derramar lágrimas.
¿Por qué me estoy torturando leyendo esto? Debió de escribirlo hace mucho tiempo, justo después de volver de Londres la última vez. Ahora ha cambiado de idea completamente y no quiere saber nada de mí, y por fin lo he aceptado. Tengo que hacerlo. Leeré un párrafo más y cerraré la caja. Sólo uno más, me prometo a mí misma.
El sexto día me desperté con los ojos rojos e hinchados. No me podía creer la llorera de la noche anterior. La opresión en el pecho era mucho peor y apenas podía abrir los ojos. ¿Por qué fui tan capullo? ¿Por qué seguí tratándola como a una mierda? Es la primera persona que de verdad me ha visto, que sabe cómo soy por dentro, cómo soy de verdad, y yo voy y la trato como a una mierda. La culpé a ella de todo cuando en realidad todo era culpa mía.
Siempre ha sido mía, siempre, incluso cuando parecía que no estaba haciendo nada malo. Era grosero con ella cuando intentaba hablar conmigo. Le gritaba cuando me pillaba haciendo una de las mías. Y le mentía sin parar. Me lo ha perdonado siempre todo. Siempre podía contar con eso y tal vez por esa razón la trataba así, porque sabía que podía. El sexto día aplasté el móvil bajo mis pies.
Se acabó. No puedo seguir leyendo sin perder cada gramo de fuerza que he ido adquiriendo desde que lo dejé en Londres. Meto las páginas de nuevo en la caja y la cierro. Mis ojos traicioneros derraman unas lágrimas indeseadas, y me apresuro a salir de aquí. Prefiero llamar a administración para pedir una copia de mi expediente a pasar un segundo más en este apartamento.
Dejo la caja de zapatos en el suelo del armario y atravieso el pasillo hasta el baño para comprobar mi maquillaje antes de volver abajo con Landon. Abro la puerta de golpe, enciendo la luz y lanzo un grito de sorpresa cuando mi pie tropieza con algo.
«Alguien...»
Se me hiela la sangre e intento centrarme en el cuerpo que yace en el suelo del baño. Esto no puede estar pasando.
«Por favor, Señor, que no sea...»
Y cuando enfoco la vista, la mitad de mi ruego ha sido escuchado. No es el chico que me dejó el que está tirado a mis pies.
Es mi padre, con una jeringuilla colgando del brazo y sin color en el rostro, lo que significa que la otra mitad de mis pesadillas se han cumplido.
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