Pau
La lluvia ha regresado y cae como una pesada cortina sobre el césped. Estoy apoyada contra la ventana, mirando hacia afuera como si estuviera hipnotizada por ella. Antes me gustaba la lluvia; de niña me reconfortaba, y esa sensación se extendió a mi adolescencia y ahora a mi edad adulta, pero hoy sólo refleja la soledad que siento en mi interior.
La gente ya se ha marchado. Incluso Landon y su familia han regresado a casa. No estoy segura de si me alegro de que se hayan ido o si me entristece haberme quedado sola.
—Hola —dice una voz al tiempo que se oyen unos suaves golpecitos en la puerta del dormitorio, lo que me recuerda que no estoy sola después de todo.
Zed se ofreció a quedarse a pasar la noche en casa de mi madre, y no pude negarme. Me siento cerca de la cabecera de la cama y espero a que abra la puerta.
Cuando pasan unos segundos y todavía no ha entrado, grito:
—¡Pasa!
Supongo que me he acostumbrado a que Pedro irrumpa en las habitaciones sin llamar. Aunque la verdad es que nunca me importó que lo hiciera...
Zed entra en el pequeño dormitorio vestido con la misma ropa que llevaba en el funeral, aunque ahora algunos de los botones de su camisa de vestir están desabrochados, y su pelo engominado está menos tieso, lo cual le da un aspecto más suave y cómodo.
Se sienta en el borde de la cama y se vuelve hacia mí.
—¿Cómo estás?
—Bien. Estoy bien. No sé cómo se supone que tengo que estar —respondo con sinceridad.
No puedo decirle que lamento la pérdida de dos hombres, no sólo de uno.
—¿Quieres ir a alguna parte o ver una peli o algo para distraerte un poco?
Me tomo un momento para meditar sobre su pregunta. No quiero ir a ningún lado ni hacer nada, aunque sé que debería. Estaba bien mirando por la ventana y obsesionándome con la desoladora lluvia.
—O podemos hablar si quieres. Nunca te había visto así, no eres tú. —Zed apoya la mano en mi hombro y no puedo evitar inclinarme hacia él.
Antes he sido muy injusta con él. El chico estaba intentando consolarme; es sólo que ha dicho lo contrario de lo que esperaba oír. No es culpa de Zed que haya decidido vivir en Piradalandia, es mía, sólo mía. Población: dos habitantes. Sólo mi vacío y yo. Cuenta como persona, ya que es lo único que queda en pie conmigo tras la batalla.
—¿Pau? —Zed me acaricia la mejilla para captar mi atención.
Avergonzada, sacudo la cabeza.
—Perdona, ya te he dicho que no me siento muy cuerda. —Intento sonreír, y él hace lo propio.
Está preocupado por mí; lo veo en sus ojos de color caramelo. Lo veo en la débil sonrisa que se dibuja en sus labios carnosos.
—No te preocupes. Estás pasando por un momento muy duro. Ven aquí. —Da unas palmaditas en el espacio vacío que tiene al lado y yo me acerco—. Quería hacerte una pregunta. —Sus mejillas bronceadas se sonrojan claramente.
Asiento para incitarlo a continuar. No imagino qué puede querer preguntarme, pero me ha demostrado que es un gran amigo al molestarse en venir hasta aquí para darme consuelo.
—Bueno, verás... —Hace una pausa y exhala profundamente—. Me preguntaba qué había pasado entre Pedro y tú. —Se muerde el labio inferior.
Aparto la mirada rápidamente.
—No sé si deberíamos hablar sobre Pedro, y no...
—No necesito que entres en detalles. Sólo quiero saber si realmente se ha terminado esta vez. Trago saliva.
Me duele decirlo, pero respondo:
—Sí.
—¿Estás segura?
«¿Qué?» Vuelvo a mirarlo.
—Sí, pero no veo qué...
De repente, Zed presiona los labios contra los míos, interrumpiéndome. Sus manos ascienden hasta mi pelo y su lengua se abre paso a través de mi boca cerrada.
Sofoco un grito de sorpresa y él se lo toma como una invitación para continuar y aprieta el cuerpo contra el mío, obligándome a tumbarme sobre el colchón.
Confundido y pillado con la guardia baja, mi cuerpo reacciona rápidamente y mis manos empujan su pecho. Él vacila durante un instante, mientras todavía intenta fundir su boca con la mía.
—¿Qué haces? —exclamo en el momento en que por fin se aparta.
—¿Qué pasa? —Tiene los ojos abiertos como platos, y sus labios están hinchados tras la presión contra los míos.
—¿Por qué has hecho eso? —me pongo de pie, completamente sorprendida ante sus muestras de afecto, y trato con todas mis fuerzas de no sacar las cosas de quicio.
—¿El qué? ¿Besarte?
—¡Sí! —le grito, y me cubro la boca rápidamente.
Lo último que necesito es que ahora entre mi madre.
—¡Has dicho que Pedro y tú habéis terminado! ¡Lo acabas de decir! —exclama él gritando más que yo, pero no hace ningún gesto para bajar la voz como he hecho yo.
«¿Por qué habrá pensado que no pasaba nada? ¿Por qué me ha besado?»
De un modo reflejo, cruzo los brazos sobre el pecho y me doy cuenta de que estoy intentando cubrirme.
—¡No te estaba dando pie a que hicieras nada! Creía que habías venido a consolarme como amigo. Resopla.
—¿Amigo? ¡Sabes perfectamente lo que siento por ti! ¡Lo has sabido desde el principio!
La dureza de su tono me deja totalmente estupefacta. Siempre se ha mostrado muy comprensivo. ¿Qué ha cambiado?
—Zed, dijiste que podíamos ser amigos. Ya sabes lo que siento por él. —Mantengo la voz lo más calmada y neutra que puedo, a pesar del pánico que invade mi pecho.
No quiero herir sus sentimientos, pero se ha pasado de la raya.
Pone los ojos en blanco.
—No, no sé lo que sientes por él, porque no paráis de dejarlo y de volver, una y otra vez.
Cambias de idea cada semana, y yo siempre estoy esperando, y esperando, y esperando.
Me encojo y retrocedo. No reconozco a este Zed. Quiero que vuelva el de antes. El Zed en el que confiaba y que me importaba no está aquí.
—Lo sé. Sé que eso es lo que hacemos siempre, pero creo que te dejé bastante claro lo que...
—Darme falsas esperanzas no me transmite ese mensaje precisamente —dice con una frialdad pasmosa, y un escalofrío recorre mi espalda al ver el cambio que ha dado en los últimos dos minutos.
Su acusación me ofende y me confunde.
—No te estaba dando falsas esperanzas. —«¿Cómo puede pensar eso?»—. Dejé que me consolaras poniéndome el brazo alrededor de los hombros en el funeral de mi padre porque pensaba que era un gesto amable; no pretendía que lo interpretaras de ninguna otra manera. De verdad. Pedro estaba allí y sabes que jamás se me habría ocurrido mostrarme cariñosa contigo delante de él.
El eco de un armario que se cierra de golpe resuena en toda la casa, y siento un alivio tremendo cuando Zed hace un esfuerzo por bajar la voz.
—¿Por qué no? Ya me has usado para darle celos antes —susurra ásperamente.
Quiero defenderme, pero sé que tiene razón. No con respecto a todo, pero con respecto a eso sí.
—Sé que lo he hecho, y lo siento. De verdad que lo siento. Ya te dije en su momento lo mucho que lo sentía, y te lo vuelvo a repetir. Siempre has estado ahí para mí, y te aprecio muchísimo, pero esto ya lo hemos hablado. Creía que entendías que entre tú y yo sólo puede haber amistad.
Agita las manos en el aire.
—Estás tan cegada con él que ni siquiera ves lo bajo que has caído. —El cálido brillo de sus ojos ha bajado de temperatura y se ha transformado en un ámbar gélido.
—Zed —suspiro derrotada.
No quería discutir con él, no después de la semanita que he tenido.
—Lo siento, ¿vale? De verdad, pero tu comportamiento está completamente fuera de lugar en estos momentos. Creía que éramos amigos.
—Pues no lo somos —me espeta—. Yo pensaba que sólo necesitabas más tiempo, creía que ésta era mi oportunidad de tenerte por fin, y me has rechazado. Otra vez.
—No puedo darte lo que quieres. Sabes que no puedo. Me es imposible. Para bien o para mal, Pedro ha dejado su huella en mí, y no sería capaz de entregarme a ti, ni a nadie, me temo.
En cuanto las palabras salen de mi boca, lamento haberlas dicho.
La expresión en los ojos de Zed cuando termino de pronunciar mi patético discurso hace que retroceda boquiabierta y que intente aferrarme a cualquier rastro del inofensivo pero esperanzado señor
Collins al que creía conocer. Sin embargo, al que tengo delante es al falso y prepotente Wickham, que fingía ser encantador y leal para ganarse afectos, tras haber sido herido por Darcy en el pasado, cuando en realidad es un mentiroso.
Me dirijo hacia la puerta. ¿Cómo puedo haber estado tan ciega? Elizabeth me agarraría de los hombros y me sacudiría para hacerme entrar en razón. Me pasé mucho tiempo defendiendo a Zed ante Pedro, tildando sus preocupaciones sobre él de dramáticas y de ser producto de los celos, cuando en realidad tenía razón todo este tiempo.
—¡Pau, espera! ¡Lo siento! —grita detrás de mí, pero yo ya he abierto la puerta delantera y me encuentro bajo la lluvia para cuando su voz desciende por el pasillo y capta la atención de mi madre.
Sin embargo, yo ya me he marchado, ya he desaparecido en la noche.
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