Divina

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sábado, 26 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 37


Pau

Mis pies descalzos chapotean sobre el hormigón, y mi ropa está empapada para cuando llego a casa de los Porter. No tengo ni la menor idea de qué hora es, pero me alegro al ver que las luces del vestíbulo están encendidas. Un inmenso alivio me invade en cuanto la madre de Noah abre la puerta.

—¿Pau? ¡Querida, ¿estás bien?! —me apremia para que entre y yo me encojo al oír sobre el suelo de madera maciza el agua que desprendo.

—Lo siento, es que... —En cuanto echo un vistazo al salón, inmenso e impoluto, me arrepiento al instante de haber venido.

Pedro no querrá verme de todos modos, ¿en qué estaba pensando? Ya no tengo ningún derecho a correr en su busca, no es el hombre que creía que era.

Mi Pedro desapareció en Inglaterra, el lugar de todos mis cuentos de hadas, y un extraño ocupó su lugar y acabó con nosotros. Mi Pedro jamás se habría colocado ni habría tocado a otra chica, y desde luego jamás habría permitido que otra llevara su ropa. Mi Pedro no se habría burlado de mí delante de sus amigos y me habría mandado de vuelta a Estados Unidos, alejándome de él como si no fuese nadie. No soy nadie. Al menos, para él. 

Cuantas más ofensas enumero, más estúpida me siento. La verdad de todo este asunto es que el único Pedro al que conocí ha hecho todas esas cosas una y otra vez, e incluso ahora que me encuentro conversando sólo conmigo misma, sigo defendiéndolo.
Qué patética soy.

—Lo siento mucho, señora Porter. No debería haber venido aquí. Lo siento. —Me disculpo sin parar —. Por favor, no le cuente a nadie que he venido.

Y como la inestable persona en la que me he convertido, salgo corriendo hacia la lluvia antes de que pueda detenerme.

Para cuando dejo de correr, casi he llegado a la oficina de correos. De pequeña odiaba este lugar. El pequeño edificio de ladrillo se encuentra aislado a las afueras del pueblo. No hay ninguna casa ni ningún negocio cerca y, en ocasiones como ésta, en que llueve y está oscuro, mis ojos me juegan malas pasadas, y el pequeño edificio se funde con los árboles. 

Siempre pasaba de largo cuando era niña.
Mi adrenalina ya se ha agotado, y me duelen los pies de impactar constantemente contra el hormigón. No sé en qué estaba pensando para llegar a este punto tan remoto. Supongo que directamente no estaba pensando.

Mi cuestionable cordura actúa de nuevo en cuanto veo que una sombra aparece por debajo del toldo de la oficina de correos. Empiezo a retroceder, lentamente, por si no son imaginaciones mías.

—¿Pau? ¿Qué coño estás haciendo? —dice la sombra con la voz de Pedro.

Doy media vuelta para correr, pero él es más rápido que yo. Sus brazos rodean mi cintura y me estrecha contra su pecho antes de que pueda llegar a dar un solo paso. Una mano enorme me obliga a mirarlo, e intento mantener los ojos abiertos y centrados, a pesar de que las gruesas gotas de lluvia nublan mi visión.

—¿Qué cojones estás haciendo sola bajo la lluvia? —me regaña Pedro a través del sonido de la tormenta.

No sé cómo sentirme. Quiero seguir su consejo y sentir lo que quiera sentir, pero no es tan fácil. No puedo traicionar las pocas fuerzas que me quedan. Si me permito sentir el tremendo alivio que me infunde el tacto de su mano contra mi mejilla, me estaré traicionando a mí misma.

—Respóndeme. ¿Ha pasado algo?

—No —miento, y sacudo la cabeza.

Me aparto de él e intento recobrar la respiración.

—¿Qué haces aquí tan tarde, en medio de la nada? Creía que estabas en casa de los Porter.

Por un momento, temo que la señora Porter le haya contado mi vergonzoso y desesperado lapsus mental.

—No, me he marchado de allí hace una hora o así. Estoy esperando un taxi. El muy capullo tendría que haber llegado hace veinte minutos. —Tiene la ropa y el pelo empapados, y su mano tiembla contra mi piel—. Dime qué haces tú aquí, casi sin ropa y descalza.

Salta a la vista que está haciendo un esfuerzo consciente por mantener la calma, pero esa máscara no es tan firme como él cree. Veo claramente el pánico que se oculta tras sus ojos verdes. Incluso en la oscuridad, veo la tormenta detrás de ellos. Él lo sabe; siempre parece saberlo todo.

—No es nada. Nada importante. —Me aparto un paso de él, pero no cuela.

Avanza hacia mí, colocándose aún más cerca que antes. Si algo ha sido siempre Pedro es exigente.

Unos faros atraviesan el velo de la lluvia y mi corazón empieza a latir con fuerza en mi pecho cuando aparece la figura de una camioneta. Mi cerebro conecta con mi corazón y me doy cuenta de que reconozco ese vehículo.

Cuando se detiene, Zed se baja y viene corriendo hacia mí, dejando la camioneta en marcha. Pedro se interpone entre nosotros y le advierte en silencio que no se acerque más. 

Otra escena a la que me he acostumbrado demasiado y que preferiría no tener que volver a presenciar. Todos los aspectos de mi vida parecen ser un círculo, un círculo vicioso, uno que se lleva una parte de mí cada vez que la historia se repite.

—¿Qué le has hecho? —pregunta Pedro en voz alta y clara, incluso a través de la lluvia.

—¿Qué te ha contado? —responde Zed.

Pedro se aproxima a él.

—Todo —miente.

Me cuesta interpretar la expresión de Zed. No logro verla claramente, ni siquiera con la ayuda de los faros que nos iluminan.

—Entonces ¿te ha contado que me ha besado? —se mofa Zed, y su voz es una espantosa mezcla de malicia y satisfacción.

Antes de que pueda defenderme contra sus mentiras, otro par de haces de luz atraviesan la noche y se unen al caos.

—¡¿Que qué?! —grita Pedro.

Su cuerpo sigue de cara a Zed, y los faros del taxi alumbran el espacio, permitiéndome captar una sonrisa de superioridad en su rostro. ¿Cómo puede mentirle así sobre mí a Pedro? ¿Lo creerá él? Y, lo que es más importante, ¿importa si lo hace o no?

«¿Importa realmente nada de esto?»

—Esto es por lo de Sam, ¿verdad? —pregunta Pedro antes de que Zed pueda responder.

—¡No, no lo es! —Zed se pasa la mano por la cara para secarse el agua.
Pedro lo señala con un dedo acusador.

—¡Sí, sí que lo es! ¡Lo sabía! ¡Sabía que ibas detrás de Pau por lo de esa puta!

—¡No era ninguna puta! Y esto no es sólo por ella. ¡Pau me importa! Igual que me importaba Samantha, ¡y tú tuviste que joderlo! ¡Siempre apareces y lo jodes todo! —grita Zed. Pedro se aproxima a él, pero me dice:

—Sube al taxi, Pau.

Me quedo en el sitio, como si no lo hubiese oído. «¿Quién es Samantha?» El nombre me resulta ligeramente familiar, pero no caigo.

—Pau, sube al taxi y espérame allí. Por favor —dice Pedro con los dientes apretados.

Se le está agotando la paciencia, y por la expresión de Zed, la suya ya se ha evaporado.

—Por favor, no te pelees con él, Pedro. Otra vez no —le ruego.

Estoy harta de peleas. No creo que pueda soportar otra escena violenta después de haber encontrado el cuerpo frío y sin vida de mi padre.

—Pau... —empieza, pero lo interrumpo.

La última chispa de cordura que me quedaba desaparece oficialmente cuando le ruego a Pedro que me acompañe:


—Por favor. Esta semana ha sido horrible, y no puedo ver esto. Por favor, Pedro, sube al taxi conmigo. Llévame lejos de aquí, por favor.

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