Divina

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martes, 15 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 123


Pedro

El agua fría cae del grifo sobre mi piel destrozada. Miro hacia el lavabo y veo cómo el agua teñida de rojo se arremolina alrededor del desagüe de metal.

¿Otra vez? ¿Esta mierda ha vuelto a pasar? Claro que sí; sólo era cuestión de tiempo.

Dejo la puerta del baño abierta para poder acceder fácilmente a la habitación al otro lado del pasillo si oigo algún grito. No tengo ni puta idea de en qué estaba pensando cuando llamé a esa zorra. No debería llamarla así..., pero es que lo es..., así que zorra se queda. Al menos no lo estoy diciendo delante de Pau. Cuando la llamé, en lo único en lo que pensaba era en la expresión vacía y en las ingenuas afirmaciones de Pau de que su padre no estaba drogándose, como si intentara convencerse a sí misma de algo que era evidente que no es cierto. Sabía que se desmoronaría en cualquier momento, y por alguna estúpida razón pensé que el hecho de que su madre estuviera aquí podría ayudar.

Ése es justo el motivo por el que no suelo intentar ayudar a la gente. No tengo experiencia en ello. Se me da de maravilla joderlo todo, pero no tengo alma de salvador.
Detecto un movimiento en el espejo. Levanto la vista y veo que el reflejo de Richard me devuelve la mirada. Está apoyado contra el estrecho marco de la puerta, con expresión recelosa.

—¿Qué pasa? ¿Has venido para intentar arrancarme las piernas o algo así? —digo sin emoción. Suspira y se pasa las manos por su rostro afeitado.

—No, por ahora no.

Me mofo, y en parte desearía que tratara de venir a por mí. Sin duda estoy lo bastante cabreado para una pelea o dos.

—¿Por qué no me lo contasteis ninguno de los dos? —pregunta Richard, y es evidente que se está refiriendo a la apuesta.

«¿Esto va en serio?»

—¿Por qué iba a contártelo yo? Y no eres tan estúpido como para no saber que Pau jamás le contaría algo así a su padre y menos a su padre ausente.

Cierro el grifo y cojo una toalla para aplicar presión sobre mis nudillos. Ya casi han dejado de sangrar. Debería aprender a cambiar de mano y golpear con la derecha a partir de ahora.

—No lo sé... Me ha cogido por sorpresa. Pensaba que erais polos opuestos que se atraían, pero ahora...

—No te estoy pidiendo tu aprobación. No la necesito. —Paso por delante de él y avanzo a paso ligero por el pasillo.

Cojo la bolsa de palomitas quemadas que todavía descansa en el suelo.
«Deja que sea la suya la única voz que oigas en tu cabeza...» Las palabras de Landon resuenan en mi mente. Ojalá fuera tan fácil. Tal vez lo sea algún día... Eso espero.

—Ya lo sé. Sólo quiero entender toda esta mierda. Como su padre, me veo obligado a patearte el culo. —Sacude la cabeza.

—Vale —digo, cuando en realidad quiero recordarle de nuevo que durante más de nueve años no ha sido su padre.

—Carol se parecía mucho a Pau de joven —dice, y me sigue hasta la cocina. Me detengo y la bolsa casi se me escurre de los dedos.

—No, no es verdad —replico.

Es imposible que eso sea cierto. La verdad es que en su día pensaba que Pau era igual que esa mujer remilgada y maliciosa pero, ahora que la conozco bien, sé que eso no puede estar más lejos de la realidad. Sus esfuerzos por parecer siempre perfecta son sin duda el resultado de tener a esa mujer como madre pero, en lo demás, Pau no se parece en nada a ella.

—Sí lo es. No era tan simpática, pero no ha sido siempre tan...

Deja la frase sin terminar y saca una botella de agua de mi nevera.

—¿Zorra? —termino la frase por él.

Desvía la vista hacia el pasillo vacío, como si temiera que su exmujer fuera a aparecer en cualquier momento para zarandearlo. La verdad es que sería algo digno de ver.

—Siempre estaba sonriendo... Y su sonrisa era algo fuera de lo común. Todos los hombres la deseaban, pero ella era mía —dice sonriendo al recordarlo.

Yo no me he apuntado para esta mierda..., no soy un puto psicólogo. La madre de Pau está buena de cojones, pero tiene siempre un palo metido por el culo que alguien debería sacarle, o quizá todo lo contrario...

—Vale... —No sé adónde quiere llegar.

—Entonces era muy ambiciosa y compasiva. Y era una mierda porque la abuela de Pau era igual que Carol, si no peor. —Se ríe al pensarlo, pero yo me encojo—. Sus padres me odiaban a muerte, y nunca lo ocultaron. Querían que ella se casara con un corredor de Bolsa, un abogado..., con cualquiera menos conmigo. Y yo también los odiaba, que en paz descansen.

Levanta la vista al techo. Por muy feo que quede decirlo, me alegro de que los abuelos de Pau no vivan para juzgarme.

—Bueno, entonces obviamente no deberíais haberos casado. —Cierro la tapa de la basura 
donde acabo de tirar las palomitas y apoyo los codos sobre la encimera de la cocina.

Estoy cabreado con Richard y sus estúpidas adicciones por amargar a Pau. Quiero echarlo de una patada, mandarlo de nuevo a la calle, pero casi se ha convertido en un mueble más de este apartamento. Es como un viejo sofá que huele como el culo y que siempre cruje cuando te sientas y que es incómodo de cojones, pero que por alguna razón no puedes deshacerte de él. Así es Richard. Baja la cabeza y dice con suavidad:

—No estábamos casados.

Ladeo la cabeza un poco, confundido.

«¿Qué? Sé que Pau me dijo que estaban...»

—Ella no lo sabe. Nadie lo sabe. Nunca nos casamos legalmente. Celebramos una boda para complacer a sus padres, pero nunca rellenamos el papeleo. Yo no quería.

—¿Por qué? —Pero puede que una pregunta más importante sea por qué tengo yo tanto interés en esta mierda.

Hace unos minutos me imaginaba estampándole a Richard la cabeza contra la pared de yeso, y ahora estoy aquí cotilleando con él como si fuese una adolescente. Debería estar escuchando a través de la puerta de mi dormitorio para asegurarme de que la madre de Pau no le llena la cabeza de gilipolleces para intentar arrebatármela.

—Porque el matrimonio no era para mí —explica rascándose la cabeza—. O eso pensaba. Actuábamos como una pareja casada; ella adoptó mi apellido. No sé de dónde se sacó eso. Supongo que pensaba que al hacerlo acabaría cediendo o algo así, pero nadie sabía los sacrificios que hacía por mi egoísmo.

Me pregunto cómo se sentiría Pau si conociera esa información... Está tan obsesionada con la idea de casarse... ¿Aplacaría eso su obsesión o la alimentaría?

—Con el paso de los años, se cansó de mi comportamiento. Nos peleábamos como el perro y el gato, y he de decir que esa mujer era muy persistente, pero acabé con su paciencia. Un día dejó de discutir conmigo, y entonces supe que se había terminado. Vi cómo el fuego se apagaba lentamente en su interior año tras año.

Al mirarlo a los ojos, veo que se ha evadido de esta habitación y que se ha sumergido en el pasado.

—Todas las noches me esperaba con la cena en la mesa, ella y Tessie, ambas con sus vestidos y sus horquillas en el pelo. Y yo llegaba tambaleándome y me quejaba de que los bordes de la lasaña estaban quemados. La mayoría de las veces perdía la conciencia antes de que el tenedor llegara a mi boca, y todas las noches acababan con una pelea... No me acuerdo ni de la mitad de las cosas. —Un claro escalofrío recorre su cuerpo.

Me imagino a una Pau muy pequeña, toda guapa esperando a la mesa, emocionada por ver a su padre después de un largo día, para que él llegara aplastando sus ilusiones, y me entran ganas de agarrarlo del cuello y de estrangular a este hombre.

—No quiero oír ni una palabra más —le advierto muy en serio.


—Lo dejaré aquí. —Veo la vergüenza reflejada en su rostro—. Sólo quería que supieras que Carol no fue siempre así. Si es así ahora es por mi culpa. Yo la transformé en la mujer amargada y furiosa que es hoy. No querrás que la historia se repita, ¿verdad?

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