Divina

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martes, 15 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 118


Pau

Cuando me despierto, Pedro no me está envolviendo con su cuerpo, y en la habitación hay demasiada luz incluso cuando vuelvo a cerrar los ojos.

—¿Qué hora es? —gruño manteniéndolos cerrados.

Me palpita la cabeza y, aunque sé que estoy tumbada boca abajo, tengo la sensación de que me estoy balanceando de atrás hacia adelante.

—Las doce —responde la voz profunda de Pedro desde el otro extremo del dormitorio.

—¡Las doce! ¡Me he perdido mis dos primeras clases!

Intento incorporarme, pero la cabeza me da vueltas. Vuelvo a tumbarme sobre el colchón con un sollozo.

—No te preocupes, vuelve a dormirte.

—¡No! No puedo faltar a más clases, Pedro. Acabo de empezar en este campus y no puedo empezar así el trimestre. —El pánico se está apoderando de mí—. Voy a ir muy retrasada.

—Estoy convencido de que te irá bien —dice Pedro quitándole importancia y atravesando la habitación para sentarse en la cama—. Seguro que ya has terminado todas las tareas.

Me conoce demasiado bien.

—Ésa no es la cuestión —replico—. La cuestión es que he faltado a clase y eso hace que dé mala impresión.

—¿Ante quién? —pregunta Pedro.

Sé que me está tomando el pelo.

—Ante mis profesores y mis compañeros.

—Pau, sabes que te quiero, pero venga ya. A tus compañeros les importa una mierda si vas o no a clase. Ni siquiera se habrán dado cuenta. Tus profesores, sí, porque eres una pelota y alimentas su ego. Pero a tus compañeros les da igual y, si no fuese así, ¿qué más da? Su opinión no importa.

—Supongo que tienes razón. —Cierro los ojos e intento ver las cosas desde su punto de vista. Detesto llegar tarde, faltar a clase y dormir hasta el mediodía.

—No soy una pelota —añado.

—¿Cómo te encuentras?

Noto que el colchón se mueve y, cuando abro los ojos, veo que lo tengo a mi lado.

—Como si anoche hubiese bebido demasiado. —Me va a estallar la cabeza.

—Y así fue. —Asiente varias veces muy serio—. ¿Qué tal está tu culo? —Me agarra por detrás y hago una mueca.

—No hemos...

«No estaba tan borracha..., ¿verdad?»

—No. —Se echa a reír, me masajea la nalga y me mira a los ojos—. Aún no.
Trago saliva.

—Sólo si tú quieres —añade—. Te has convertido en una auténtica zorra, así que había dado por hecho que eso sería lo siguiente en tu lista.

«¿Yo? ¿Una zorra?»

—No pongas esa cara de susto, sólo era una sugerencia. —Me sonríe.

No sé cómo me siento con respecto a ese tema... Lo que sí sé es que no puedo continuar ni procesar este tipo de conversación ahora mismo.
Sin embargo, mi curiosidad saca lo peor de mí.

—¿Has...? —No sé cómo plantear la pregunta. Ésta es una de las pocas cosas de las que nunca hemos hablado; que me diga guarradas sobre hacérmelo en el ardor del momento no cuenta—. ¿Has hecho eso antes?

Inspecciono su rostro en busca de la respuesta.

—No, la verdad es que no.

—Vaya.

Soy demasiado consciente de que sus dedos recorren la piel desnuda donde debería estar el elástico de mis bragas si las llevase puestas. Por algún motivo, el hecho de que Pedro nunca haya experimentado eso me empuja a hacerlo.

—¿En qué piensas? —pregunta—. Veo salir humo de tu cabeza. —Me da un toquecito en la nariz con la suya y yo sonrío bajo su mirada.

—Me gusta el hecho de que no lo hayas hecho... ya...

—¿Por qué? —Enarca una ceja y yo escondo el rostro.

—No lo sé.

De repente tengo vergüenza. No quiero parecer insegura ni iniciar una discusión. Bastante tengo ya con la resaca.

—Dímelo —me pide con suavidad.

—No lo sé. Porque estaría bien que tu primera vez en algo fuese conmigo. Se incorpora, se apoya sobre un codo y me mira.

—¿Qué quieres decir?

—Que has hecho un montón de cosas... sexualmente hablando... —le explico tranquilamente—. Y yo no te he aportado ninguna experiencia nueva.

Me observa detenidamente, como si tuviera miedo de contestar.

—Eso no es cierto.

—Sí que lo es. —Vuelvo a hacer pucheros.

—Y una mierda. Eso es mentira y lo sabes. —Su voz es prácticamente un rugido, y tiene el ceño muy fruncido.

—No me muerdas. ¿Cómo crees que me siento al pensar que no has estado sólo conmigo? —digo.

No suelo pensar tanto en ello como antes pero, cuando lo hago, me duele profundamente.
Hace una mueca, me agarra de ambos brazos con suavidad y tira para que me incorpore a su lado.

—Ven aquí. —Siento cómo me coloca sobre su regazo y mi piel completamente desnuda agradece el tacto agradable de su cálido cuerpo semidesnudo—. Nunca me lo había planteado —me dice con el rostro enterrado en mi hombro, y me provoca un escalofrío—. Si hubieses estado con otra persona, no estaría contigo ahora.

Aparto la cabeza de golpe y lo miro.

—¿Disculpa?

—Ya me has oído. —Besa la curva de mi hombro.

—Eso no es muy agradable.

Estoy acostumbrada a la falta de tacto de Pedro, pero esas palabras me han sorprendido. No puede estar hablando en serio.

—Nunca me he considerado una persona agradable —repone.

Giro el cuerpo sobre su regazo y hago como que no oigo el gruñido profundo en su garganta.

—¿Lo estás diciendo en serio?

—Totalmente —asiente.

—Entonces, ¿me estás diciendo que si no hubiese sido virgen no habrías salido conmigo? 

—No solemos hablar mucho de este tema, y tengo miedo de descubrir adónde nos va a llevar.

Entorna los ojos mientras evalúa mi expresión antes de decir:

—Eso es justo lo que estoy diciendo. Y, por si no lo recuerdas, no quería salir contigo de todos modos.

Sonríe, pero yo frunzo el ceño.
Apoyo los pies en el suelo y me levanto de su regazo, pero él me retiene en el sitio.

—No llores —dice, e intenta besarme, pero aparto la cabeza.

Lo fulmino con la mirada.

—Entonces quizá no deberías haber salido conmigo. —Estoy tremendamente sensible y me siento dolida.

Añado gasolina al fuego y aguardo la explosión:

—Quizá deberías haberme dejado después de ganar la apuesta.

Lo miro a sus ojos verdes y espero su reacción, pero ésta sigue sin llegar. Se echa hacia atrás muerto de risa y mi sonido favorito inunda la habitación.

—No seas cría —dice estrechándome con más fuerza y cogiéndome de las dos muñecas con una mano para evitar que me levante de su regazo—. Que no quisiese salir contigo al principio no significa que no me alegre de haberlo hecho.

—Sigue sin ser algo agradable de escuchar. Y has dicho que no estarías conmigo ahora si hubiera estado con otra persona. Entonces, ¿si me hubiese acostado con Noah antes de conocerte no habrías salido conmigo?

Se encoge al oír mis palabras.

—No, no lo habría hecho. No habríamos llegado a esa... situación... si tú no hubieses sido virgen. — Ahora camina con pies de plomo. Me alegro.

—Situación —repito aún irritada, y la palabra brota con más dureza de lo que pretendía.

—Sí, situación.

Me vuelve de repente y me tumba boca arriba contra el colchón. Coloca su cuerpo sobre el mío, me agarra de las muñecas por encima de mi cabeza con una sola mano y me separa los muslos con las rodillas.

—No soportaría la idea de que otro hombre te hubiese tocado. Sé que es una puta locura, pero es la verdad, te guste o no.

Siento cómo su aliento caliente me golpea la cara. Por un momento me olvido de que estoy enfadada con él. Está siendo sincero, eso es cierto, pero lo que dice es de una doble moral tremendamente ofensiva.

—Lo que tú digas.

—¿Lo que yo diga? —Se ríe y me agarra con más fuerza de las muñecas. Flexiona la cadera y presiona su cuerpo cubierto por un bóxer contra mi entrepierna—. No seas ridícula, ya sabes cómo soy.

Ahora mismo me siento muy expuesta, y su comportamiento dominante me está 
calentando más de lo que debería.

—Y sabes perfectamente que sí me has aportado nuevas experiencias —añade—. Nunca me había querido nadie, ni romántica ni familiarmente hablando, en realidad... —Su mirada se pierde en lo que imagino que será un doloroso recuerdo, pero regresa a mí al instante—. Y nunca había vivido con nadie. Nunca me había importado una mierda perder a nadie, pero sin ti no podría sobrevivir. Ésa es una experiencia nueva. —Sus labios planean sobre los míos—. ¿Te parecen suficientes «experiencias nuevas»?

Asiento y él sonríe. Si levanto la cabeza sólo un centímetro más, mis labios rozarán los suyos. Parece leerme la mente y aparta la cabeza un poco.

—Y no vuelvas a echarme en cara lo de esa apuesta nunca más —me amenaza mientras se restriega contra mí. Un gemido traicionero escapa de mis labios y sus ojos se ensombrecen de deseo—. ¿Entendido?

—Claro. —Desafiante, pongo los ojos en blanco y él me suelta las muñecas y desciende la mano por todo mi cuerpo hasta detenerse en la cadera y apretarla suavemente.

—Hoy te estás comportando como una niña malcriada. —Traza círculos en mi cadera y aplica más presión sobre mi cuerpo.

Me siento como una niña malcriada; tengo resaca y las hormonas a flor de piel.

—Y tú como un capullo, así que supongo que estamos empatados.

Se muerde un carrillo y baja la cabeza hacia mí. Sus labios calientes me besan la mandíbula y envían una línea directa de electricidad a mi entrepierna. Envuelvo su cintura con las piernas y elimino el pequeño espacio que separaba nuestros cuerpos.

—Sólo te he querido a ti —me recuerda de nuevo, aliviando el ligero dolor que me han causado sus palabras anteriores. Sus labios alcanzan mi cuello. Me agarra un pecho con una mano y utiliza la otra para sostenerse—. Siempre te he querido.

No digo nada. No quiero fastidiar este momento. Me encanta cuando se muestra franco respecto a lo que siente por mí y, por primera vez, veo todo esto desde una perspectiva diferente. Steph, Molly y medio maldito campus de la WCU pueden haberse acostado con Pedro, pero ninguna de ellas, ni una sola, le han oído decir «Te quiero». Nunca han tenido, ni tendrán, el privilegio de conocerlo, de conocerlo de verdad, como lo conozco yo. No tienen ni la menor idea de lo maravilloso e increíblemente brillante que es. No lo oyen reír ni ven cómo cierra los ojos con fuerza en ese momento ni cómo se forman sus hoyuelos al hacerlo. Nunca sabrán los detalles de su existencia ni escucharán el convencimiento en su voz cuando jura que me quiere más que a su vida. Y las compadezco por ello.

—Y yo sólo te he querido a ti —le respondo.

El amor que sentía por Noah era un amor fraternal. Ahora lo sé. Amo a Pedro de una manera increíble y absorbente, y sé, en lo más profundo de mí ser, que jamás sentiré eso por nadie que no sea él.

La mano de Pedro se desliza hacia sus calzoncillos. Se los baja y lo ayudo a desprenderse de ellos con los pies. Con un suave movimiento, se desliza dentro de mí y dejo escapar un grito cuando se hunde a través de mi resbaladiza hendidura.

—Repítelo —me ruega.

—Sólo te he querido a ti —repito.

—Joder, Pau, te quiero muchísimo —dice. Su cruda confesión se abre paso a través de sus dientes apretados.

—Siempre te querré sólo a ti —le prometo, y rezo en silencio para que hallemos el modo de superar todos nuestros problemas, porque sé que lo que acabo de decir es cierto. Siempre será él. Incluso si algo nos separa.

Pedro me llena con profundas arremetidas y me reclama mientras me muerde y me chupa la piel del cuello con su boca cálida y húmeda.

—Siento... cada centímetro de tu cuerpo... Joder, qué caliente estás... —gruñe, y sus gemidos me indican que no se ha puesto un condón.

Incluso a pesar de mi estado de frenesí, oigo las alarmas en mi cabeza. Dejo esa impresión a un lado y me deleito en la sensación de los fuertes músculos de Pedro contrayéndose bajo mis manos mientras acaricio sus hombros y sus brazos tatuados.

—Tienes que ponerte uno —digo, aunque mis actos se oponen a mis palabras; mis piernas se aferran con más fuerza a su cintura y lo estrechan más contra mí. Mi vientre se tensa y empieza a serpentear...

—No puedo... parar... —Su ritmo se acelera y creo que me partiré en dos si se detiene ahora.

—Pues no lo hagas.

Estamos locos y no pensamos con claridad, pero no puedo dejar de arañarle la espalda, animándolo a continuar.

—Joder, córrete, Pau —me ordena, como si tuviese elección.

Cuando llego al borde del orgasmo, temo desmayarme ante la inmensa cantidad de placer que siento cuando sus dientes rozan mi pecho y tiran, marcándome ahí. Con otro gemido de mi nombre y una declaración de su amor por mí, los movimientos de Pedro cesan. Sale de mí y se corre sobre la piel desnuda de mi vientre. Observo embelesada cómo se toca a sí mismo mientras me marca de la manera más posesiva sin interrumpir en ningún momento el contacto visual.

Luego se deja caer sobre mí temblando y sin aliento. Nos quedamos en silencio. No necesitamos hablar para saber lo que está pensando el otro.

—¿Adónde quieres ir? —le pregunto.

Ni siquiera me apetece salir de la cama, pero que Pedro se haya ofrecido a llevarme a dar una vuelta por Seattle, durante el día, es algo que nunca había sucedido en el pasado, y no sé si la situación se repetirá ni cuándo.

—La verdad es que me da igual. ¿De compras? —Inspecciona mi rostro—. ¿Necesitas ir de compras? ¿O te apetece?

—No necesito nada... —respondo, pero cuando veo lo nervioso que está a mi lado, reculo—: Bueno, sí. Ir de compras está bien.

Se está esforzando mucho. Pedro no se siente cómodo haciendo las cosas sencillas que suelen hacer las parejas. Le sonrío y recuerdo la noche que me llevó a patinar sobre hielo para demostrarme que podía ser un chico normal.

Fue muy divertido, y él estaba encantador y travieso, más o menos como lo ha estado durante la última semana y media. No quiero un novio «normal», quiero que Pedro, con su ácido sentido del humor y su actitud agridulce, me lleve de vez en cuando a hacer algo sencillo y que haga que me sienta lo bastante segura en nuestra relación como para que lo bueno supere con creces lo malo.

—Genial —dice, y se revuelve incómodo.

—Voy a cepillarme los dientes y a recogerme el pelo.

—También podrías vestirte. —Coloca la mano sobre la zona más sensible entre mis piernas. Pedro ya ha utilizado una de sus camisetas para limpiarme, algo que solía hacer todo el tiempo.

—Cierto —convengo—. Y a lo mejor debería darme una ducha rápida.

Trago saliva y me pregunto si Pedro y yo tendremos un nuevo asalto antes de marcharnos.
La verdad, no sé si ninguno de los dos podría con ello.

Me levanto de la cama y hago una mueca de disgusto. Sabía que tenía que venirme la regla cualquier día de éstos, pero ¿por qué ha tenido que ser justo hoy? Supongo que eso actúa a mi favor, ya que habré terminado para cuando nos marchemos a Inglaterra.
Marcharnos a Inglaterra..., no parece real.

—¿Qué pasa? —pregunta Pedro con curiosidad.

—Me ha... Es el momento de... —Aparto la mirada, sabiendo que ha tenido un mes entero para fabricar sus bromas.

—Hum... ¿El momento de qué? —Sonríe con superioridad y se mira la muñeca vacía como si estuviese mirando un reloj.

—No empieces... —protesto. Junto los muslos y me apresuro a ponerme algo de ropa para dirigirme al baño.

—Vaya, vaya. Tienes una resaca en toda regla —bromea.

—Tus chistes son malísimos. —Me pongo su camiseta y veo la sonrisa lánguida que me dirige mientras observa cómo llevo su camiseta de nuevo.

—Malísimos, ¿eh? —Sus ojos verdes brillan—. ¿Tan malas que te sangran... los oídos?


Salgo corriendo de la habitación mientras él continúa riéndose de su propia ocurrencia.

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