Pedro
—¡Joder, Alfonso! ¡Mírate! ¡Eres un puto mamut! —James se levanta del sofá y avanza hacia mí.
Es cierto. En comparación con él y con Mark, estoy enorme.
—¿Cuánto mides? ¿Dos putos metros? —Los ojos de James están vidriosos e inyectados en sangre, y sólo es la una del mediodía.
—Uno noventa —lo corrijo, y me da la misma bienvenida amistosa que he recibido por parte de Mark, una mano firme sobre mi hombro.
—¡Esto es genial! Tenemos que correr la voz de que has vuelto. Todo el mundo sigue aquí, tío. — James se frota las manos como si estuviera tramando algo grande, y ni siquiera quiero saber de qué puede tratarse.
«¿Habrá encontrado ya Pau su bolsa en el pasillo del hotel? ¿Qué habrá pensado? ¿Habrá llorado? ¿O ya está harta de llorar?»
No quiero saber la respuesta a esa pregunta. No quiero imaginarme su cara al abrir la puerta. Ni siquiera tengo ganas de pensar cómo se habrá sentido al ver sólo un billete de avión en el bolsillo delantero de la bolsa. He sacado toda mi ropa de ella y la he echado sobre el asiento trasero de mi coche de alquiler.
La conozco lo bastante bien como para saber que esperará una despedida por mi parte. Intentará buscarme antes de rendirse. Pero después de su último esfuerzo, se rendirá. No tendrá elección, porque no podrá encontrarme antes de su vuelo, y mañana ya estará lejos, muy lejos de mí.
—¡Tío! —grita Mark mientras agita una mano delante de mi cara—. ¿Estás flipando o algo?
—Perdón —digo, y me encojo de hombros.
Pero entonces se me pasa algo por la cabeza: ¿y si Pau se pierde por Londres buscándome?
Mark me rodea los hombros con un brazo y me arrastra hasta la conversación que él y James están teniendo mientras deciden a quién invitar. Mencionan un montón de nombres familiares y unos cuantos de los que no he oído hablar, y empiezan a hacer llamadas para organizar una fiesta en pleno día, ladran horas y piden bebidas.
Me separo de ellos, me dirijo a la cocina para buscar un vaso de agua y observo el apartamento por primera vez desde que he entrado por la puerta. Es un puto desastre.
Parece la casa de la fraternidad los sábados y los domingos por la mañana. Nuestro apartamento jamás ha estado así, al menos no cuando Pau vivía en él. Las encimeras nunca estaban repletas de cajas viejas de pizza, y en las mesas no había botellas de cerveza ni cachimbas. Joder, estoy reculando, y lo sé.
Hablando de cachimbas, ni siquiera tengo que mirar hacia Mark y James para saber qué están haciendo en este momento. Oigo el burbujeo en la pipa de agua, y después percibo que el característico olor a hierba inunda el lugar.
Soy masoquista, soy consciente de ello, así que saco el móvil de mi bolsillo y lo enciendo. La foto que tengo de fondo de pantalla es mi nueva favorita de Pau. Al menos, por ahora. Mi favorita cambia todas las putas semanas, pero ésta es perfecta de cojones. Tiene el pelo rubio y suelto, y le cae por encima de los hombros, y la luz se refleja en ella y la hace resplandecer. Una sonrisa sincera ilumina toda su cara y tiene los ojos entornados y la nariz arrugada de un modo absolutamente adorable. Se estaba riendo de mí, y regañándome por haberle dado una palmada en el culo delante de Kimberly, y yo le saqué la foto justo cuando ella se echó a reír después de que le susurrase la infinidad de cosas peores que podría hacerle delante de su insufrible amiga.
Vuelvo al salón, y James me quita el teléfono de la mano.
—¡Dame un poco de lo que sea que te estés tomando!
Lo recupero al instante antes de que llegue a ver la foto.
—Vale, vale... —se burla James de mí mientras cambio el fondo.
Será mejor no darles pie a estos cabrones.
—He invitado a Janine —dice Mark, y se echa unas risas con James.
—No sé de qué os reís. —Señalo a Mark y añado—: Es tu hermana. —Después señalo a James—: Y tú también te la tiraste.
Pero esto no es nada nuevo; la hermana de Mark es famosa por haberse follado a todos y cada uno de los amigos de su hermanito.
—¡Vete a la mierda, tío! —James da otra calada a la cachimba y me la pasa.
Pau me mataría. Estaría muy decepcionada conmigo; no aprobaría que bebiera, y mucho menos que fumara hierba.
—Fuma o pásala —me apremia Mark.
—Si Janine va a venir, la necesitarás. Sigue estando buena de cojones —me dice James.
Mark lo fulmina con la mirada y yo me echo a reír.
Pasamos así las horas, fumando, recordando, bebiendo, recordando, fumando, y, sin darme cuenta, el lugar se llena de gente, incluida la chica en cuestión.
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