Pau
Intento ordenar las ideas mientras cruzo el césped al encuentro de Kimberly. No sé qué decirle, me aterra que no sepa lo que ocurrió anoche. No quiero que se entere por mí, es responsabilidad de Christian decírselo, pero no me veo capaz de fingir que no pasa nada en caso de que aún no lo sepa.
Tengo la respuesta en cuanto se vuelve hacia mí. Aunque las sombras ocultan parte de sus ojos, los tiene tristes e hinchados.
—No sabes cuánto lo siento —le digo. Me siento a su lado en el banco y ella me rodea con los brazos.
—Me echaría a llorar, pero creo que no me quedan lágrimas. —Intenta forzar una sonrisa pero no pega con sus ojos.
—No sé qué decir —reconozco, y miro a Smith, que, por suerte, a la distancia a la que está no puede oírnos.
—Bueno, puedes empezar por ayudarme a planear un doble homicidio. —Kimberly se recoge el pelo con una mano y lo empuja al otro lado.
—Eso puedo hacerlo. —Medio me río. Desearía ser la mitad de fuerte que ella.
—Estupendo. —Sonríe y me aprieta la mano—. Hoy estás para comerte —me dice.
—Gracias. Tú estás preciosa —le digo. La luz del sol que se abre paso entre la niebla hace que su vestido azul claro con pedrería resplandezca.
—¿Vas a ir a la boda? —me pregunta.
—No, sólo quería verme por fuera mejor de lo que me siento por dentro —le contesto—. ¿Tú vas a ir?
—Sí, voy a ir —suspira—. No sé qué haré después, pero no quiero confundir a Smith. Es
un niño listo y no me gustaría que se diera cuenta de que algo no va bien. —Mira al pequeño científico con su trenecito—. Además, el putón de Sasha está aquí con Max, y antes muerta que convertirme en protagonista de sus cotilleos.
—¿Sasha ha venido con Max? ¿Qué hay de Denise y de Lillian? —La traición de Max no conoce límites.
—¡Eso mismo dije yo! Esa chica no tiene vergüenza, venir desde Estados Unidos para asistir a una boda con un hombre casado. Debería partirle la cara para descargar parte de la rabia que siento.
Kimberly está tan furiosa que la tensión que desprende es casi visible. No me puedo imaginar lo que estará sufriendo ahora mismo, y admiro cómo se está comportando.
—¿Vas a...? No quiero meterme donde no me llaman, pero...
—Pau, yo me paso la vida metiéndome donde no me llaman. Tú también puedes hacerlo—me dice con una cálida sonrisa.
—¿Vas a seguir con él? Si no quieres hablar del asunto, no tienes por qué hacerlo.
—Quiero hablar. Tengo que hablarlo porque, si no, me temo que no seré capaz de continuar tan enfadada como ahora —masculla—. No sé si seguiré con él. Lo quiero, Pau. —Vuelve a mirar a Smith —. Y adoro a ese pequeño aunque sólo me hable una vez a la semana. —Se ríe un poco—. Ojalá pudiera decir que me sorprende, pero la verdad es que no.
—¿Por qué no? —le pregunto sin pensar.
—Porque comparten un pasado, una historia larga y profunda con la que no estoy segura de poder competir —dice con voz dolida, y parpadeo para contener las lágrimas.
—¿Qué quieres decir?
—Voy a explicarte una cosa que Christian me ha dicho que no te cuente hasta que él pueda contárselo a Pedro, pero creo que deberías saber que...
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