Pedro
Kimberly está de pie en la cocina con la mano apoyada en la cadera. Encantadora.
—A cenar, ¿eh?
—¿Eh? —me burlo, y paso de largo por su lado como si fuera mi casa y no la suya—. No me mires así.
Oigo sus tacones a mis espaldas.
—Debería haber apostado un montón de dinero por lo poco que ibas a tardar en venir. —Abre la nevera—. De camino a casa le dije a Christian que seguro que tu coche estaba aparcado en la puerta.
—Sí, sí, ya lo pillo.
Miro hacia el pasillo esperando que Pau se dé una ducha rápida y, al mismo tiempo, deseando estar en la ducha con ella. Maldita sea, sería feliz con que tan sólo me dejara estar allí sentado en el baño, aunque fuera en el suelo, escuchando cómo habla mientras ella se ducha. Echo de menos ducharme con ella, echo de menos cómo cierra los ojos, con demasiada fuerza, y los deja cerrados todo el tiempo mientras se lava el pelo, sólo por si acaso le entra champú.
Una vez la chinché por eso y abrió los ojos, y justo entonces le cayó un montón de espuma dentro.
Pau no me dijo nada hasta horas después, cuando ya no tenía los ojos tan mal.
—¿De qué te ríes? —Kimberly deja una caja de huevos sobre la isleta frente a mí.
No me había dado cuenta de que me estaba riendo; estaba metido en el recuerdo de Pau mirándome con rabia y echándome la bronca con los ojos hinchados y rojos...
—Nada —digo quitándole importancia mientras hago un gesto con la mano.
La encimera se está llenando de todo tipo de alimentos imaginables, y Kimberly sirve una taza de café solo y me la pone delante.
—¿Qué pasa? —digo—. ¿Estás siendo amable conmigo para que deje de recordarle a tu prometido que es un capullo? —y levanto la sospechosa taza de café. Se ríe.
—No. Siempre soy amable contigo. Sólo es que no me trago tu mierda como todo el mundo, pero siempre soy amable contigo.
Asiento sin saber cómo seguir con esta conversación. «¿Es eso lo que está pasando? ¿Estoy teniendo una conversación con la amiga más odiosa de Pau? ¿La misma mujer que resulta que va a casarse con el desgraciado de mi donante de esperma?»
Kimberly casca un huevo en el borde de un bol de cristal.
—No te parecería tan mala si dejaras a un lado tu odio por el mundo y todo eso que tienes dentro.
La miro. Es insufrible pero es leal como nadie, eso no se lo niego. La lealtad es difícil de conseguir, y más en los tiempos que corren, y aunque sea raro empiezo a pensar en Landon, que parece ser la única persona cercana a Pau que es leal a mí. Ha estado a mi lado de una forma que no esperaba, y lo que menos esperaba de todo es que me gustara de algún modo, y hasta me apoyara en eso.
Con toda la mierda que hay en mi vida y el esfuerzo por mantenerme en el buen camino, el camino bordeado de malditos arcoíris y flores y todo lo que me conduce a una vida con Pau, es agradable saber que Landon está ahí si lo necesito. Pronto se irá y no me mola nada, pero sé que incluso desde Nueva York me será leal. Puede que se ponga del lado de Pau a menudo, pero siempre es sincero conmigo. No me oculta las cosas chungas como el resto del mundo.
—Además —añade Kimberly, pero se muerde los labios para evitar reírse—, ¡somos una familia! «Y así es como vuelve a ponerme de los nervios.»
—Qué divertido... —Pongo los ojos en blanco.
Si lo llego a decir yo, lo habría sido, pero tenía que ser ella quien rompiera el silencio.
Me da la espalda para echar los huevos batidos a la sartén.
—Soy famosa por mi sentido del humor —replica.
«En realidad eres famosa por tu bocaza, pero si prefieres pensar que eres divertida, adelante.»
—Bromas aparte —me mira por encima del hombro—, espero que consideres hablar con Christian antes de marcharte. Ha estado muy molesto y preocupado pensando que vuestra relación se ha roto para siempre. No te culparía si así fuera, sólo te lo digo.
Deja de mirarme y sigue cocinando, mientras me da tiempo para contestar.
¿Debería hacerlo?
—No estoy listo para hablar... aún —digo al final.
Por un momento, no sé si me ha oído, pero entonces asiente con la cabeza y, cuando se vuelve para coger otro ingrediente, veo que esboza una sonrisa.
Tras lo que me parecen horas, Pau sale finalmente del baño. Se ha secado el pelo y se lo ha apartado de la cara con una diadema fina. No tengo que fijarme mucho para ver que se ha maquillado un poco. No lo necesitaba, pero supongo que es una buena señal de que está intentando volver a la normalidad.
Me la quedo mirando durante demasiado rato y ella da vueltas mientras lo hago. Me encanta cómo va vestida hoy: unas bailarinas, una camiseta de tirantes rosa y una falda con estampado de flores.
Jodidamente preciosa, eso es lo que es.
—¿Prefieres que comamos? —le pregunto. No quiero separarme de ella en todo el día.
—¿Kimberly ha preparado el desayuno? —me susurra.
—¿Y? Es probable que sea una porquería.
Señalo la comida que hay sobre la encimera. No tiene mala pinta, supongo, pero ella no es Karen.
—No digas eso. —Pau sonríe y casi repito la frase para ganarme otra sonrisa suya.
—Vale. Podemos llevarnos lo que sea y luego tirarlo cuando estemos fuera —sugiero.
Me ignora, pero la oigo decirle a Kimberly que guarde algunas sobras para que nosotros las comamos luego.
« Pedro: 1. »
Kimberly y su asquerosa comida y sus preguntas molestas: 0.»
El trayecto hasta el centro de Seattle no es tan malo como siempre. Pau está en silencio, como sabía que estaría. Siento que me observa cada pocos minutos pero, cuando yo la miro a ella, se apresura a desviar la vista.
Para comer, elijo un pequeño y moderno restaurante y, cuando entramos en el parking casi vacío sé que eso significa una de estas dos cosas: o hace pocos minutos que han abierto y la gente aún no ha llegado, o la comida es tan asquerosa que nadie come aquí. Esperando que sea lo primero, cruzamos las puertas acristaladas y Pau estudia el lugar con la mirada.
La decoración es agradable, extravagante y a ella parece agradarle, lo que me recuerda cuánto me encantan sus reacciones ante las cosas más sencillas.
« Pedro: 2.»
No es que me anote tantos ni nada...
Pero si lo hiciera... iría ganando.
Nos sentamos en silencio mientras esperamos para pedir. El camarero es un universitario joven que está nervioso y tiene algún problema con el contacto visual. No parece querer mirarme a los ojos, el muy capullo.
Pau pide algo que no había oído en mi vida y yo ordeno lo primero que veo en la carta que tengo entre las manos. Hay una mujer embarazada sentada a la mesa de al lado, y me doy cuenta de que Pau la mira fijamente mucho rato.
—Eh. —Me aclaro la garganta para llamar su atención—. No sé si te acuerdas de lo que te dije anoche pero, si es así, lo siento. Cuando dije que no quería tener un bebé contigo, sólo quería decir que no quiero tener hijos en general. Pero quién sabe —mi corazón empieza a latir fuerte bajo las costillas —, tal vez algún día o algo.
No puedo creer que acabe de decir eso y, por la cara de Pau, ella tampoco puede. Tiene la boca muy abierta y su mano flota en el aire sujetando una copa de agua.
—¿Qué? —Parpadea—. ¿Qué acabas de decir?
«¿Por qué lo habré dicho?...» O sea, iba en serio. Creo. Tal vez podría pensarlo. No me gustan los niños ni los bebés ni los adolescentes, pero es que tampoco me gustan los adultos. Podría decirse que sólo me gusta Pau, así que tal vez una versión en pequeño de ella no estaría tan mal, ¿no?
—Sólo digo que puede que no estuviera tan mal, ¿no? —añado, y me encojo de hombros intentando esconder el pánico que siento.
Su boca sigue abierta. Comienzo a pensar en inclinarme hacia ella y ayudarla a que la cierre.
—Por supuesto, no digo que tenga que ser enseguida. No soy idiota. Sé que tienes que acabar tus estudios y todo eso.
—Pero tú... —Al parecer, la he dejado sin palabras.
—Sé lo que solía decir hasta ahora, pero tampoco había salido nunca con nadie ni amado a nadie, nunca me había importado nadie, así que desconocía lo que era. Creo que podría llegar a cambiar de opinión con el tiempo. Si me das la oportunidad, claro.
Le dejo unos segundos para recomponerse, pero sigue sentada con unos ojos como platos y la boca abierta.
—Aún me queda mucho por hacer, todavía no confías en mí, lo sé. Tenemos que acabar los estudios, y antes tendría que convencerte de que te casaras conmigo —divago buscando algo que capte su atención y la haga mía ahora mismo—. No es que tengamos que casarnos antes, no soy tan clásico.
Se me escapa la risa nerviosa y eso es lo que parece que consigue devolver a Pau a la realidad.
—No podemos —dice, pálida de repente.
—Sí podemos.
—No...
Levanto una mano para hacerla callar.
—Podríamos, sí. Te quiero y quiero compartir mi vida contigo. Me da igual si eres joven y yo también, o si soy demasiado malo para ti y tú demasiado buena para mí. Te quiero, joder. Sé que he cometido errores... —Me paso la mano por el pelo.
Observo el restaurante a mi alrededor y soy completamente consciente de que la mujer embarazada me está mirando fijamente. ¿No tiene nada propio de una futura madre que hacer? ¿Comer por dos, por ejemplo? ¿Sacarse un poco de leche?... No tengo ni idea, pero me está poniendo muy nervioso por algún motivo, como si me estuviera juzgando, y está embarazada, y esto es demasiado raro. ¿Por qué se me ocurre soltar esta mierda en un lugar público?
—Seguramente te he soltado el mismo discurso unas... treinta veces, pero tienes que saber que no voy a dar más rodeos —continúo—. Te quiero, siempre. Peleas, reconciliaciones, mierda... Incluso puedes romper conmigo y largarte de casa una vez por semana; sólo prométeme que volverás y ni siquiera me quejaré de ello. —Cojo aire unas cuantas veces y la miro—. Bueno, no me quejaré mucho.
— Pedro, no puedo creer que estés diciendo todo esto —responde Pau. Se inclina hacia mí y su voz es apenas un susurro cuando añade—: Es... todo lo que he querido siempre. —Sus ojos se llenan de lágrimas. Lágrimas de felicidad, espero—. Pero no podremos tener hijos juntos. Ni siquiera...
—Lo sé. —No puedo evitar interrumpirla—. Sé que todavía no me has perdonado, y tendré paciencia, te lo juro; no me pondré demasiado pesado. Sólo quiero que sepas que puedo ser quien necesitas que sea, puedo darte lo que quieres, y no sólo porque tú quieras, sino porque yo también quiero.
Abre la boca para contestar, pero el maldito camarero vuelve entonces con nuestra comida. Deja el plato humeante de lo que quiera que Pau haya pedido y mi hamburguesa, y se queda plantado, como esperando.
—¿Necesitas algo? —le suelto. No es culpa suya que le esté contando mis deseos de futuro a esta mujer y él me haya interrumpido, pero me está haciendo perder el tiempo con ella si se queda ahí de pie.
—No, señor. ¿Desean algo más? —pregunta sonrojado.
—No, gracias por preguntar. —Pau le sonríe, aliviando su bochorno y solucionando mi tendencia a ser un capullo. Él le devuelve la sonrisa y al final desaparece.
—El caso es que estoy diciendo lo que debería haber dicho hace mucho tiempo —prosigo—. A veces se me olvida que no puedes leer mi mente, no sabes todo lo que pienso sobre ti. Me gustaría que así fuera, me querrías más si lo hicieras.
—Creo que es imposible que te quiera más de lo que ya te quiero —dice retorciéndose los dedos de la mano.
—¿En serio? —le sonrío, y ella asiente.
—Pero debo decirte algo. No sé cómo te lo vas a tomar.
Su voz se entrecorta al final y me entra el pánico. Sé que se ha rendido con lo nuestro, pero puedo hacer que cambie de opinión, sé que puedo. Siento la determinación que no he sentido antes, que ni siquiera sabía que existía.
—Adelante —me obligo a decir con el tono más neutro posible. Luego le doy un bocado a la hamburguesa; es la única forma de mantener mi maldita boca cerrada.
—Sabes que fui al médico —empieza a decir Pau.
Mi cabeza se llena de imágenes suyas balbuceando algo del médico.
—¿Sigue todo bien por aquí? —vuelve a preguntar entonces el maldito camarero—. ¿Cómo está todo? ¿Querrá un poco más de agua, señorita?
«¿Está de coña?»
—Estamos bien —gruño como un perro rabioso.
Me saca de quicio, y Pau señala su copa vacía.
—Joder, toma. —Le acerco la mía, ella sonríe y le da un sorbo—. ¿Qué decías?
—Podemos hablar de esto luego —replica, y le da el primer bocado a su comida desde que se la han puesto delante.
—No, de eso nada. Me sé ese truco, yo lo inventé, de hecho. En cuanto metas un poco de comida en tu estómago, hablas. Por favor.
Da otro bocado intentando distraerme, pero no, eso no va a funcionar. Quiero saber lo que ha dicho el médico y por qué la obliga a actuar de una forma tan rara. Si no estuviéramos en un lugar público, sería mucho más fácil hacerla hablar. Me daría igual montar una escenita, pero sé que se avergonzaría, así que jugaré limpio. Puedo conseguirlo. Puedo ser amable y poner de mi parte sin sentirme un juguete.
La dejo tranquila otros cinco minutos, durante los que permanecemos en silencio y ya no come con ganas.
—¿Has terminado?
—Es... —Mira su plato lleno de comida.
—¿Qué?
—Es que no está muy bueno —susurra mirando alrededor para asegurarse de que nadie la oye.
Me río.
—Y ¿por eso susurras y te has puesto colorada?
—¡Shhh! —dice gesticulado en el aire con la mano—. Tengo mucha hambre, pero esta comida está tan mala... No tengo ni idea de lo que es. He pedido lo primero que he visto porque estaba nerviosa.
—Le diré al camarero que quieres pedir otra cosa.
Me pongo de pie, pero Pau se apresura a agarrarme del brazo.
—No, no hace falta. Podemos irnos.
—Genial. Compraremos comida para llevar y así me cuentas qué demonios pasa dentro de tu cabecita. Las suposiciones me están volviendo loco.
Asiente. Ella también parece haberse vuelto un poco loca.
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