Divina

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viernes, 25 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 35


Pedro

Pedro, por favor, tengo que arreglarme —había protestado Pau contra mi pecho un día.

Su cuerpo desnudo estaba encima de mí, captando la atención de todas las neuronas que me quedan.

—No cuela, nena. Si de verdad quisieras irte, ya estarías fuera de la cama. —Pegué los labios contra la parte trasera de su oreja y ella forcejeó conmigo—. Y desde luego no estarías restregándote contra mi polla ahora mismo.

Ella soltó unas risitas y se deslizó sobre mí para rozar deliberadamente mi erección.

—Ya lo has conseguido —gruñí agarrándola de sus voluptuosas caderas—. Ahora sí que no vas a llegar nunca a clase. —Deslicé los dedos hasta su parte delantera y los hundí en ella mientras sofocaba un grito.

Joder, me encantaba sentir sus músculos y su calor alrededor de mis dedos, y mucho más alrededor de mi polla.

Sin mediar palabra, se puso de lado y me envolvió con la mano, sacudiéndola lentamente. Su pulgar se deslizó por la perla de humedad que ya estaba presente y que traicionaba la fría expresión de mi rostro mientras ella suplicaba más.

—¿Más qué? —la provocaba yo, esperando que mordiera el anzuelo.

Lo hiciera o no, sabía lo que vendría después, pero me encantaba oírselo decir.

Sus deseos se volvían más sustanciales, más tangibles, cuando los decía en voz alta. Su manera de gemir y sollozar por mí era más que una satisfacción o una súplica lujuriosa. Sus palabras significaban que confiaba en mí; los movimientos de su cuerpo sellaban su lealtad hacia mí, y la promesa de su amor por mí me llenaba el cuerpo y la mente.

Estaba totalmente poseído por ella, incluso cuando me comportaba de manera deshonesta. Y esa vez no era una excepción.
La había forzado a pronunciar las palabras que yo quería. Las palabras que necesitaba.

—Dímelo, Pau.

—Más de todo. Quiero... quiero todo tu ser —gemía deslizando los labios por mi pecho mientras yo le levantaba uno de sus muslos para envolver el mío con él.

En esa postura era más difícil, pero mucho más profundo, y podía verla mejor. Podía ver lo que sólo yo podía hacerle, y me deleitaba en el modo en que su boca se abría cuando se corría y gritaba sólo mi nombre.

«Ya tienes todo mi ser», debería haberle contestado. Pero en lugar de hacerlo, alargué el brazo y saqué un condón de la mesilla de noche, me lo puse y me hundí entre sus piernas. 

Su gemido de satisfacción estuvo a punto de hacerme estallar en ese mismo instante, pero conseguí contenerme el tiempo suficiente como para llevarla al límite conmigo. Me susurró lo mucho que me quería y lo bien que la hacía sentir, y yo debería haberle dicho que yo sentía lo mismo, que sentía por ella más de lo que jamás podría llegar a imaginar, pero, en lugar de hacerlo, me limité a pronunciar su nombre mientras me vaciaba en el condón.

Hay tantas cosas que debería haberle dicho, que podría haberle dicho y que sin duda le habría dicho de haber sabido que mis días en el paraíso estaban contados...

De haber sabido que me vería desterrado tan pronto, la habría adorado como se merece.

—¿Estás seguro de que no quieres quedarte aquí otra noche? He oído que Pau le decía a Carol que iba a quedarse una noche más —dice Noah, sacándome de mi ensimismamiento y devolviéndome a la realidad de esa manera tan insufrible que tiene de hacerlo.

Al cabo de un minuto me mira como un pasmarote y entonces me pregunta: —¿Estás bien?

—Sí.

Debería contarle lo que en este momento tengo en la cabeza, el agridulce recuerdo de Pau aferrada a mí, arañándome la espalda y corriéndose. Pero, por otro lado, no quiero que tenga esa imagen en la cabeza.

Enarca una ceja.

—¿Y bien?

—Me marcho —digo finalmente—. Necesito darle un poco de espacio.

Me pregunto por qué cojones he acabado en esta situación. Porque soy un puto imbécil, por eso. Mi estupidez es incomparable. Excepto con la de mis padres y la de mi madre, supongo. Debo de haberla heredado de ellos. Ellos tres debieron de ser quienes me transmitieron la necesidad de sabotearme a mí mismo, de destruir lo único bueno que hay en mi vida. Podría culparlos.

Podría, pero culpar a todo el mundo hasta ahora no me ha llevado a ninguna parte. Tal vez haya llegado la hora de hacer algo diferente.

—¿Espacio? No sabía que conocieras esa palabra —dice Noah intentando bromear. Debe de advertir mi mirada asesina, porque se apresura a añadir—: Si necesitas algo, no sé el qué, pero lo que sea, llámame.

Luego mira con aire incómodo hacia el inmenso salón de su casa familiar, y yo me quedo contemplando la pared que tiene detrás para evitar mirarlo a él.

Tras una penosa interacción con Noah y varias miradas nerviosas por parte de la señora Porter, cojo mi pequeña bolsa y salgo de la casa. No llevo casi nada conmigo, sólo esta pequeña bolsa con unas cuantas prendas sucias y el cargador del móvil. Pero lo peor de todo, para mi fastidio, es que acabo de recordar, ahora que estoy fuera bajo la llovizna, dónde está mi coche. «Mierda.»

Podría caminar hasta la casa de la madre de Pau y volver con Ken si es que sigue allí, pero no creo que sea buena idea. Si me acerco a ella, si llego a respirar el mismo aire que mi chica, nadie podrá apartarme de ella jamás. Dejé que Carol me echara sin problemas del invernadero, pero eso no volverá a suceder. Estuve a punto de llegar hasta Pau. Lo sentí, y sé que ella también. Vi su sonrisa. Vi a esa chica triste y vacía sonreír por el pobre chico que la quiere con toda su alma rota.

Todavía conserva el suficiente amor por mí como para malgastar otra de sus sonrisas conmigo, y eso para mí significa un mundo. Ella es mi puto mundo. Tal vez, sólo tal vez, si le concedo el espacio que necesita de momento, continuará regalándome algunas sobras. Y yo las aceptaré encantado. Una pequeña sonrisa, un monosílabo en respuesta a un mensaje de texto... Joder, si no pide una orden de alejamiento contra mí, me acomodaré gustosamente a lo que desee darme hasta que pueda recordarle lo que tenemos.

«¿Recordárselo?» Bueno, supongo que no es un recordatorio propiamente dicho, ya que nunca se lo he demostrado realmente como debería haberlo hecho. Sólo he sido egoísta y me he dejado llevar por el miedo y el odio por mí mismo. Siempre he alejado mi atención de ella. Sólo podía centrarme en mí mismo y en mi desagradable costumbre de coger cada gramo de su amor y su confianza y lanzárselo a la cara.

La lluvia está arreciando, y la verdad es que no me importa. La lluvia suele hacer que me recree en el odio hacia mí mismo, pero hoy no es así; hoy la lluvia no está tan mal. Es casi purificadora.


Bueno, lo sería si no odiase las putas metáforas.

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les dejo los 5 capitulos del dia de hoy. y FELIZ NAVIDAD PAULITERS!!!

1 comentario:

  1. Excelentes, no soporto a la madre de Pau, una persona que vive de apariencias

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