Divina

Divina

viernes, 18 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 137


Pau

¿Estaré soñando? Por favor, que sea una pesadilla... Seguro que esto no es real.

Christian está encima de Pedro. El puñetazo que le propina en la nariz produce el sonido más odioso del mundo. Me quema los tímpanos y se me cae el alma a los pies. Pedro levanta los puños y le pega a Vance un derechazo en la mandíbula de fuerza equiparable que hace que resbale.

En cuestión de segundos Pedro se zafa de él, lo empuja por los hombros y lo derriba al suelo otra vez. No sé cuántos golpes se atizan ni quién va ganando.

—¡Sepáralos! —le grito a Trish.

Cada fibra de mi ser quiere interponerse entre ellos, sé que si Pedro me ve parará al instante, pero me da miedo que esté demasiado cabreado, demasiado fuera de control y que por accidente haga algo que después consiga enloquecerlo de culpabilidad.

—¡ Pedro! —Trish coge el hombro desnudo de su hijo intentando que cese la violencia, pero ninguno de los dos le hace caso.

Para empeorar las cosas, la puerta de atrás se abre y aparece Mike, alarmado. Madre de Dios.

—¿Trish? ¿Qué es lo que...? —Parpadea tras los gruesos cristales de las gafas mientras procesa lo que está ocurriendo.

En menos de un segundo se une al barullo, se coloca detrás de Pedro y lo coge por los brazos. Como es un gigantón, lo levanta del suelo sin esfuerzo y lo lleva contra la pared. 

Christian se pone en pie como puede y Trish lo empuja contra la pared opuesta. Pedro está temblando, resoplando. Respira con tanta dificultad que me da miedo que se haya hecho daño en los pulmones. Corro hacia él sin saber muy bien qué hacer, lo que necesito es tenerlo cerca.

—¿Qué demonios pasa aquí? —exige saber la voz de Mike.

Todo ha sucedido muy deprisa: el terror en la mirada de Trish, el reguero de sangre roja que mana de la nariz de Pedro y le mancha la boca... Es demasiado.

—¡Pregúntaselo a ellos! —grita Pedro. Diminutas gotas de sangre le salpican el pecho. Gesticula en dirección a una Trish aterrada y un Christian furibundo.

Pedro —digo con ternura—. Vamos arriba.

Le cojo la mano intentando controlar mis emociones. Estoy temblando y noto que las lágrimas me corren por las mejillas, pero esta vez yo soy lo de menos.

—¡No! —Se aparta de mí—. ¡Cuéntaselo! ¡Dile lo que estabas haciendo! — Pedro intenta abalanzarse sobre Christian otra vez, pero Mike se interpone rápidamente entre los dos.

Cierro los ojos un momento y rezo para que Pedro no le pegue a él también.

Estoy otra vez en la residencia, con Pedro a un lado y Noah al otro, cuando Pedro me obligó a confesarle mi infidelidad al chico con el que me había pasado media vida. La mirada en la cara de Noah no fue tan devastadora como la que tengo delante ahora mismo. La expresión de Mike es una mezcla de confusión y dolor.

Pedro, no lo hagas, por favor —le ruego—. Pedro —repito, suplicándole que no avergüence al hombre. Trish tiene que contárselo a su manera, sin público. Esto no está bien.

—¡A la mierda! ¡Que os jodan a todos! —grita Pedro, y vuelve a pegarle un puñetazo a la encimera, que se parte en dos—. Estoy seguro de que a Mike no le importará que hagáis uso de las instalaciones mañana —añade luego en voz baja, calculando cada una de sus crueles palabras—. Estoy seguro de que os dejará, porque probablemente ha malgastado una pequeña fortuna en esa boda de pacotilla. —Medio sonríe.

Un escalofrío me recorre el espinazo y bajo la vista. No hay forma de pararlo cuando se pone así, y nadie lo intenta. Todos permanecen en silencio mientras Pedro continúa:

—Hacéis una pareja encantadora. La exesposa de un borracho y su leal mejor amigo —se mofa—. Perdona, Mike, pero llegas como cinco minutos tarde. Te has perdido la parte en que tu novia le estaba explorando las amígdalas con la lengua.

Christian intenta golpear a Pedro de nuevo, pero Trish se mete en medio. Pedro y Christian se miran como panteras.

Estoy viendo una nueva faceta de Christian. Ya no es bromista e ingenioso; es una mole de rabia que mana de él a borbotones. El Christian que coge a Kimberly de la cintura y le susurra lo guapa que es no aparece por ninguna parte.

—Maldito faltón... —masculla Christian.

—¿Yo soy un faltón? Tú eres el que hace discursos sobre las bondades del matrimonio mientras tiene una aventura con mi madre.

Mi mente se niega a creerlo. ¿Christian y Trish? ¿Trish y Christian? No tiene sentido. Sé que son amigos desde hace años, y Pedro me contó que Christian se los llevó a vivir consigo y cuidó de ellos cuando Ken los abandonó. Pero ¿una aventura?

Trish no me parece el tipo de mujer que haría una cosa así, y Christian da la impresión de estar muy enamorado de Kimberly. Kimberly... Pobre... Con lo mucho que lo quiere. Está planeando la boda perfecta con el hombre de sus sueños y acaba de quedar claro que no lo conoce en absoluto. Se le va a romper el corazón. Ha construido una vida con Christian y con su hijo. No dejaré que Pedro sea quien se lo cuente, cueste lo que cueste. No permitiré que la humille y se burle de ella igual que de Mike.

—¡No es eso! —El pronto de Christian es tan peligroso como el de Pedro. Sus ojos verdes refulgen de rabia y sé que sólo quiere retorcerle el pescuezo a Pedro.

Mike permanece en silencio sin apartar la mirada de su prometida y de sus mejillas bañadas de lágrimas.

—Lo siento mucho, no tenía que pasar. No sé... —La voz de Trish se quiebra en un sollozo desgarrador y aparto la vista.

Mike menea la cabeza, negándose a aceptar su disculpa, y sin mediar palabra cruza la pequeña cocina y sale de la casa dando un portazo. Trish cae de rodillas, tapándose la cara con las manos para ahogar el llanto.

Christian encorva la espalda y la preocupación anula la rabia cuando se arrodilla junto a Trish y la envuelve entre sus brazos. A mi lado, Pedro empieza a hiperventilar de nuevo y aprieta los puños. Me planto delante de él y le cojo la cara entre las manos. Se me revuelve el estómago al ver la sangre que le cae por la barbilla. Tiene los labios carmesí... Hay mucha sangre.

—Aparta —me advierte tirándome de las manos para librarse de ellas.

Mira la escena que transcurre a mis espaldas, a su madre entre los brazos de Christian. Parecen haber olvidado que estamos aquí, o eso o es que les da igual. Estoy hecha un lío.

Pedro, por favor —lloro, y vuelvo a cogerle la cara con manos temblorosas.
Por fin me mira y veo que la culpa asoma a sus ojos.

—Vayamos arriba, por favor —le suplico.

Me mira fijamente y me obligo a sostenerle la mirada hasta que la ira desaparece poco a poco.

—Llévame lejos de ellos —tartamudea—. Sácame de aquí.

Le suelto la cara y lo cojo del brazo con una mano para sacarlo de la cocina. Cuando llegamos a la escalera, se detiene.

—No... Quiero salir de esta casa —dice.

—Está bien —accedo al instante. Yo también quiero irme de aquí—. Iré a recoger nuestras cosas, tú vete al coche —sugiero.

—No. Si salgo ahí... —No hace falta que termine la frase. Sé perfectamente lo que pasará si lo dejo a solas con Christian y con su madre.

—Ven conmigo, no tardaré mucho —le prometo. Estoy intentando mantener la calma, ser fuerte por él, y por ahora parece que está funcionando.

Me deja tomar el mando y me sigue escaleras arriba y pasillo abajo hacia el pequeño dormitorio. Meto nuestras cosas en las maletas a toda prisa, sin pararme a colocarlas bien. 

Doy un brinco y grito sobresaltada cuando Pedro le pega un puñetazo a la cómoda y el pesado mueble cae al suelo con un estruendo. Pedro se arrodilla y saca el primer cajón. Lo tira a un lado antes de ir a por el siguiente. Va a destrozar la habitación entera si no lo saco de aquí.

Cuando lanza el último cajón contra la pared, le rodeo el torso con los brazos.

—Acompáñame al cuarto de baño. —Lo llevo por el pasillo y cierro la puerta. Cojo una toalla, abro el grifo y le pido que se siente en la tapa del váter. Su silencio me hiela la sangre y no quiero presionarlo.

No dice nada, ni siquiera pestañea, cuando le acerco la toalla caliente a la cara y le limpio la sangre seca de debajo de la nariz, los labios y la mandíbula.

—No está rota —digo en voz baja después de examinarla brevemente.

Tiene el labio inferior partido e hinchado, pero ha dejado de sangrar. La cabeza me da vueltas, veo sin parar a los dos hombres enzarzados como fieras.

Pedro no contesta.

Cuando le he limpiado casi toda la sangre, enjuago la toalla y la dejo en el lavabo.

—Voy a por nuestras maletas. Quédate aquí —le digo con la esperanza de que me obedezca.

Corro a la habitación a coger nuestras cosas y abro la maleta. Pedro va sin camisa y sin zapatos. Sólo lleva puestos unos pantalones de deporte y yo sólo llevo puesta su camiseta. 

No he tenido tiempo para pensar en vestirme o en sentirme avergonzada por haber corrido escaleras abajo medio desnuda al oír los gritos. No sabía qué me iba a encontrar al bajar, pero ni en sueños me habría esperado pillar a Christian con Trish.

Pedro permanece en silencio mientras le pongo una camiseta limpia y unos calcetines. Yo me visto con una sudadera y unos vaqueros sin pensar en mi aspecto. Me lavo las manos otra vez para intentar quitarme la sangre seca de debajo de las uñas.

Sigue sin decir nada mientras bajamos la escalera y me coge las maletas. Sisea de dolor cuando se echa mi bolsa al hombro y tiemblo al pensar en el cardenal que debe de llevar bajo la camiseta.

Oigo los sollozos de Trish y los susurros de consuelo de Christian al salir a la calle. Llegamos al coche de alquiler y Pedro se vuelve para mirar la casa. Le da un escalofrío.

—Yo conduzco. —Cojo las llaves, pero él me las quita rápidamente.

—No, conduciré yo —dice al fin. No discuto.

Quiero preguntarle adónde vamos, pero decido que no es el momento. Ahora mismo no piensa con claridad y tengo que hilar fino. Le cojo la mano y me alegro de que no retire la suya huyendo de mi contacto.

Los minutos se me hacen horas mientras cruzamos el pueblo en silencio. La tensión aumenta con cada kilómetro que recorremos. Miro por la ventanilla y reconozco la calle de esta tarde cuando pasamos junto a la tienda de trajes de novia de Susan. La emoción me asalta al recordar a Trish enjugándose los ojos, mirándose al espejo vestida de novia. 

¿Cómo ha podido hacerlo? Iba a casarse mañana. ¿Por qué habrá hecho una cosa así?

La voz de Pedro me devuelve al presente:

—Esto es una mierda.

—No lo entiendo —le digo, y le aprieto la mano con ternura.

—Todo y todos en mi vida dan asco —dice sin emoción en la voz.

—Lo sé. —No podría discrepar más, pero no es momento de corregirlo.

Pedro mete el coche en el aparcamiento de un pequeño hotel.

—Pasaremos aquí la noche y nos iremos por la mañana —dice mirando por el parabrisas—. No sé qué decir de tu trabajo y de dónde vas a vivir cuando volvamos a Estados Unidos —continúa bajándose del coche.

Estaba tan ocupada preocupándome de Pedro y de la violenta escena de la cocina que por un instante se me había olvidado que el hombre que rodaba por el suelo con él no sólo es mi jefe, sino que también vivo bajo su techo.

—¿Vienes? —pregunta.


En vez de responderle, bajo del coche y lo sigo en silencio al hotel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario