Divina

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jueves, 24 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 27


Pedro

Mientras permanezco aquí sentado, escuchando los sonidos de la implacable tormenta exterior, no puedo evitar compararla con la tormenta en la que he convertido mi vida. Soy un capullo, un capullo integral, el gilipollas más grande que se puede llegar a ser.
Pau por fin ha dejado de llorar hace tan sólo unos minutos; ha inclinado el cuerpo en mi dirección y se ha permitido descansar apoyada en mí. Ha cerrado sus hinchados ojos y se ha quedado dormida a pesar de que las gotas de lluvia golpean con fuerza el maltrecho invernadero.

Me muevo con mucho cuidado para que no se despierte cuando coloco su cabeza sobre mi regazo. Necesito sacarla de aquí, alejarla de la lluvia y del barro, pero sé lo que hará en cuanto abra los ojos. Me apartará, me dirá que no me quiere aquí y, joder, no estoy preparado para oír esas palabras otra vez.

Me las merezco, todas ésas y más, pero eso no cambia el hecho de que soy un puto cobarde, y quiero disfrutar del silencio mientras dure. Sólo aquí, en el dulce silencio, puedo fingir ser otra persona. Puedo, aunque sólo sea durante un minuto, fingir que soy Noah. Bueno, una versión menos irritante de él, pero si fuera él, las cosas habrían sido diferentes. Las cosas serían distintas ahora. Habría sido capaz de emplear las palabras y el afecto necesarios para ganarme a Pau desde el principio, en lugar de hacerlo por un estúpido juego. Habría sido capaz de hacerla reír más en lugar de hacerla llorar tanto. Ella habría confiado en mí plenamente, y yo no me habría limpiado el culo con esa confianza y me habría quedado tan tranquilo viendo cómo desaparecía. Habría saboreado su confianza, y puede que incluso hubiera sido digno de ella.

Pero no soy Noah. Soy Pedro. Y ser Pedro no significa una mierda.

Si no tuviera tantos problemas reclamando mi atención en mi cabeza, la habría hecho feliz. Le habría mostrado lo mejor de la vida, como ella lo ha hecho conmigo. Pero, en lugar de eso, aquí está, rota y hecha una mierda. Su piel está cubierta de barro, la suciedad de sus manos ha empezado a secarse, y su rostro, incluso dormida, está contraído en un gesto de dolor. Su pelo está húmedo por algunas partes, y seco y apelmazado por otras, y empiezo a preguntarme si se ha cambiado de ropa más de una vez desde que se marchó de Londres. Jamás la habría enviado de vuelta aquí de haber imaginado que acabaría encontrando el cadáver de su padre en mi apartamento.

En lo que respecta a Richard y a su muerte, tengo sentimientos encontrados. Primero, mi instinto me pide que lo califique como una desgracia que le ha sucedido a un inadaptado que echó a perder su vida, pero de repente su pérdida me pesa enormemente en el pecho. No lo conocí mucho, y apenas lo toleraba, pero era una compañía bastante decente. Aunque me cueste admitirlo, lo cierto es que me caía bien. Era un incordio, y odiaba que se comiera todos mis cereales, pero me encantaba su manera de adorar a Pau y su optimismo frente a la vida, aunque su propia vida fuese una puta mierda.

Y lo más irónico es que, cuando por fin tuvo algo, cuando por fin tuvo a alguien por quien le mereciera la pena vivir, se fue. Es como si no fuera capaz de soportar tanta bondad. Me arden los ojos por liberar alguna especie de emoción, tal vez dolor. Dolor por la pérdida de un hombre al que apenas conocía y que apenas me gustaba, dolor por la pérdida de la idea de un padre que creía tener en Ken, dolor por la pérdida de Pau, y también una minúscula esperanza de que ceda y de no haberla perdido para siempre.

Mis lágrimas de egoísmo se mezclan con las gotas de humedad que caen de mi pelo empapado por la lluvia. Inclino la cabeza y refreno el impulso de enterrar el rostro en su cuello en busca de consuelo. No merezco su consuelo. No merezco el consuelo de nadie.

Merezco quedarme aquí sentado, solo, y llorar como un canalla miserable en medio del silencio y la desolación, mis amigos más antiguos y más auténticos.

Los patéticos sollozos que escapan de mi boca se pierden con el sonido de la lluvia, y me alegro de que esta chica a la que adoro esté dormida y no sea testigo de este desmoronamiento que no soy capaz de controlar. Mis propios actos son la fuerza impulsora que hay tras cada putada que está sucediendo, incluida la muerte de Richard. Si no hubiese accedido a que Pau viniese a Inglaterra, nada de esto habría pasado. Seríamos felices y más fuertes que nunca, como lo éramos hace tan sólo una semana. Joder, ¿sólo ha pasado una semana? Parece imposible que hayan transcurrido tan pocos días, aunque me da la impresión de que ha pasado una eternidad desde la última vez que la toqué, que la sostuve en mis brazos y que sentí su corazón latiendo. Mi mano planea sobre su pecho. 

Quiero tocarla, pero temo despertarla.

Si pudiera tocarla una sola vez, sentir el latido constante de su corazón, el mío se sosegaría y me calmaría. Saldría de este estado de desconsuelo, las desagradables lágrimas que corren por mis mejillas cesarían y mi pecho dejaría de agitarse violentamente.

—¡Pau! —La voz grave de Noah se deja oír entonces por encima de la lluvia del exterior, y después un trueno brama en el aire como un signo de exclamación.

Me seco la cara rápidamente y rezo para que se me trague la tierra antes de que entre aquí.

—¡Pau! —grita de nuevo, esta vez con más fuerza, y sé que está justo fuera del invernadero.

Aprieto los dientes y espero que no vuelva a gritar su nombre porque, como la despierte, yo...

—¡Ah, gracias a Dios! ¡Debería haber imaginado que estaría aquí! —exclama al entrar en voz alta y con cara de alivio.

—¿Quieres cerrar la puta boca? Acaba de quedarse dormida —susurro con aspereza, y observo la figura durmiente de Pau.

Él es la última persona que querría que me viera así, y sé que puede ver mis ojos rojos y los claros signos de mi llanto en la rojez de mis mejillas.

Joder, creo que ni siquiera puedo odiar a este cabrón, porque está evitando mirarme adrede, para que no me avergüence. Una parte de mí lo odia más por ello, por el hecho de que sea tan redomadamente bueno.

—Ella... —Noah echa un vistazo al embarrado invernadero y luego vuelve a mirar a Pau—. Debería haber imaginado que estaría aquí. Siempre se escondía... —Se aparta el pelo de la frente y me sorprende al dirigirse hacia la salida—. Estaré en casa —dice con aire cansado.


Después, con los hombros hundidos, sale sin ni siquiera cerrar la puerta de golpe.

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