Pedro
Parece que hace siglos que no venía aquí. He estado dando vueltas con el coche durante una hora, pensando en las posibles consecuencias que tendría el hecho de venir. Tras escribir una lista mental de pros y contras, algo que nunca jamás hago, apago el motor y salgo al frío aire de la tarde.
Doy por sentado que está en casa, si no, sólo habré perdido toda la tarde y estaré más enfadado de lo que ya estoy. Echo un vistazo al aparcamiento y veo su camioneta cerca de la entrada. El edificio de apartamentos marrón está apartado de la calle y una escalera oxidada lleva a la segunda planta, en la que está su casa. Con cada pisada de mis botas en la escalera metálica, me repito los principales motivos por los que estoy aquí.
Justo cuando llego al apartamento C, mi teléfono vibra en el bolsillo de atrás. O bien es Pau o bien mi madre, y no quiero hablar con ninguna de ellas ahora mismo. Si hablo con Pau, mi plan se irá a la mierda. Y mi madre sólo conseguiría cabrearme con los asuntos de la boda.
Llamo a la puerta. Al cabo de unos segundos Zed abre, llevando sólo unos pantalones de chándal. Va descalzo y me llama la atención el complejo tatuaje del mecanismo de un reloj que se extiende en su abdomen. No lo había visto nunca. Debió de hacérselo después de intentar tirarse a mi chica.
Zed no me saluda. En su lugar, me mira fijamente desde la puerta con aire de clara sorpresa y de sospecha.
—Tenemos que hablar —digo por fin, y me abro paso para entrar en su casa.
—¿Tengo que llamar a la policía? —pregunta en ese tono suyo tan seco.
Me siento en su sofá de cuero gastado y lo miro.
—Eso dependerá de si colaboras o no.
Su mandíbula está cubierta de pelo oscuro que enmarca su boca. Parece que han pasado meses desde que lo vi delante de la casa de la madre de Pai en lugar de unos días.
Suspira y apoya la espalda en la pared opuesta de su pequeño salón.
—Bueno, suéltalo —dice.
—Ya sabes que es por Pau.
—Hasta ahí llego. —Frunce el ceño y cruza sus brazos tatuados.
—No vas a ir a Seattle.
Levanta una espesa ceja antes de sonreír.
—Sí que voy —replica—. Ya he hecho planes.
«Pero ¿qué coño...? ¿Por qué leches va a ir a Seattle?» Está poniéndome las cosas más difíciles de lo que es necesario, y empiezo a maldecirme por pensar que esta conversación iba a acabar de cualquier forma menos dejándolo postrado en una camilla.
—El tema es... —respiro hondo para calmarme y ceñirme al plan—, que no vas a ir a Seattle.
—Voy a visitar a unos amigos —me contesta desafiante.
—Mentira. Sé exactamente lo que vas a hacer —se la devuelvo.
—Voy a casa de unos amigos en Seattle pero, por si te interesa, me ha invitado a visitarla.
En cuanto las palabras salen por su boca, me pongo en pie.
—No me piques, estoy intentando hacer bien esto. No tienes por qué ir a verla. Es mía.
Levanta una ceja.
—¿Te das cuenta de cómo suena eso? ¿Decir que es tuya como si fuera de tu propiedad?
—Me importa una mierda cómo suene, es la verdad.
Doy otro paso hacia él. El ambiente ha pasado de ser tenso a totalmente primitivo. Ambos intentamos reclamar lo nuestro aquí y yo no voy a recular.
—Si es tuya, ¿por qué no estás en Seattle con ella? —me pincha.
—Porque me gradúo cuando acabe el trimestre, por eso.
¿Qué hago contestando a esa pregunta? He venido a hablar, no a escuchar ni a «entablar diálogo», como solía decir un profesor mío. Si intenta volver esto contra mí, estoy jodido.
—Que yo no esté en Seattle es irrelevante. Tú no vas a verla mientras estés allí.
—Eso tendrá que decidirlo ella, ¿no crees?
—Si creyera eso, no estaría aquí, ¿no te parece?
Aprieto los puños a los costados y aparto la mirada de él para ver un montón de libros de ciencias en la mesa de centro.
—¿Por qué no la dejas en paz? ¿Esto es por lo que le hice a...?
—No —me interrumpe—. No tiene nada que ver con eso. Pau me importa, tanto como a ti. Pero, al contrario que tú, yo la trato como se merece que la traten.
—No tienes ni idea de cómo la trato yo —gruño.
—Sí, tío, sí que lo sé. ¿Cuántas veces ha venido a mí corriendo entre lágrimas por algo que le has dicho o hecho? Demasiadas. —Me apunta con un dedo—. Sólo le haces daño, y lo sabes.
—Para empezar, ni siquiera la conoces, y segundo, ¿no crees que es patético que no dejes de intentar conseguir algo que no podrás tener jamás? ¿Cuántas veces hemos tenido esta conversación y sobre cuántas chicas?
Me mira con detenimiento, asimilando mi rabia pero sin morder el anzuelo que le he lanzado sobre su historia con las chicas.
—No. —Saca la lengua para humedecerse los labios—. No es patético. De hecho, es una genialidad. Con Pau, estaré esperando a un lado el día en que inevitablemente vuelvas a cagarla y, cuando lo hagas, estaré ahí para ella.
—Eres un jodido...
Doy un paso atrás para poner el máximo de distancia entre nosotros antes de que su cabeza acabe estampada contra la pared.
—¿Qué necesitas? —le espeto—. ¿Quieres que ella misma te diga que no te quiere cerca? Pensaba que ya lo había hecho y, sin embargo, aquí estás...
—Has venido tú.
—¡Maldita sea, Zed! —grito—. ¿Por qué coño no puedes dejarlo estar? Sabes lo que significa Pau para mí y siempre estás intentando meterte entre nosotros. Encuentra a otra con la que divertirte. El campus está lleno de zorras.
—¿Zorras? —repite en tono burlón.
—Sabes que no estoy hablando de Pau —gruño, esforzándome por mantener los puños pegados a los costados.
—Si tanto significara para ti, no le habrías hecho la mitad de lo que le has hecho. ¿Sabe que te tiraste a Molly mientras ibas detrás de ella?
—Sí, lo sabe. Se lo conté.
—¿Y no le importó?
Su tono es del todo opuesto al mío. Él está tranquilo y sereno, mientras que yo lucho con todas mis fuerzas por que no salte la tapa que retiene mi furia.
—Pau sabe que no significó nada para mí, y fue antes de todo. —Lo miro intentando volver a concentrarme—. Pero no he venido aquí para hablar de mi relación.
—Vale, entonces ¿a qué has venido exactamente?
«Puto engreído.»
—Para decirte que no la vas a ver en Seattle. Pensaba que podríamos hablarlo de una forma más... —busco la palabra exacta— civilizada.
—¿Civilizada? Lo siento, pero me cuesta creer que hayas venido aquí con intención de ser «tolerante» —se mofa señalando el bulto en el puente de su nariz.
Cierro los ojos un momento y veo su nariz destrozada y sangrando, rebotando contra la barrera de metal cuando estrello su cabeza contra ella. El recuerdo de ese sonido me provoca un nuevo subidón de adrenalina.
—¡Esto es civilizado para mí! —replico—. He venido aquí para hablar, no para pelear. Sin embargo, si no vas a alejarte de ella no me dejas más opción. —La postura de mi cuerpo cambia un poco.
—¿Cuál? —pregunta Zed.
—¿Qué?
—¿Qué opción? Ya hemos estado en esta misma situación otras veces. No puedes atacarme muchas más hasta que consigas que te detengan. Y esta vez seguiré adelante con los cargos.
En eso tiene razón. Lo que me saca de quicio todavía más. Odio no poder hacer nada excepto asesinarlo, literalmente, lo que no es una opción... al menos de momento.
Respiro un par de veces e intento relajar los músculos. Tengo que intentarlo con la última opción.
Una que no quería tener que utilizar, pero es que no me está dejando mucho margen.
—He venido pensando que podríamos llegar a algún tipo de acuerdo —le digo.
Zed ladea la cabeza con chulería.
—¿Qué clase de acuerdo? ¿Es otra apuesta?
—Me lo estás poniendo difícil, en serio... —le digo entre dientes—. Dime qué quieres a cambio de dejarla en paz. ¿Qué puedo darte para hacer que desaparezcas? Dilo y lo tendrás.
Me mira y parpadea deprisa, como si acabaran de salirme cuatro ojos en la cara.
—Venga, vamos. Todo el mundo tiene un precio —murmuro con ironía.
Me exaspera tener que negociar con alguien como él, pero no hay nada más que pueda hacer para que se largue.
—Déjala que me vea otra vez, una vez más —sugiere—. Estaré en Seattle el jueves.
—No, ni hablar.
«¿Este tío es subnormal o qué le pasa?»
—No te estoy pidiendo permiso —replica—. Sólo intento que te sientas más cómodo con ello.
—Eso no va a suceder. No tenéis ninguna razón para pasar un rato juntos, no está disponible para ti, ni para ningún otro hombre, y nunca lo estará.
—Ya estás otra vez con el rollo posesivo.
Pone los ojos en blanco y me pregunto qué diría Pau si pudiera ver esta faceta suya, la única que yo he conocido. ¿Qué clase de novio sería si no fuera posesivo, si me pareciera bien compartirla con alguien?
Me muerdo la lengua mientras Zed mira al techo como si estuviera meditando sus próximas palabras. Esto es una mierda, una puta mierda. La cabeza me da vueltas y empiezo a preguntarme sinceramente cuánto más voy a poder aguantar.
Por fin él me mira y sonríe lentamente. Luego dice:
—Tu coche.
Me quedo boquiabierto al oírlo y no puedo evitar reírme.
—¡Ni de coña! —Avanzo dos pasos hacia él—. No voy a regalarte mi puto coche. ¿Se te ha ido la olla o qué? —replico manoteando en el aire.
—Lo siento, parece que no vamos a poder llegar a un acuerdo después de todo.
Sus ojos brillan a través de las pestañas espesas y se frota la barba con los dedos.
En mi cabeza empiezan a flotar imágenes de mi pesadilla, él penetrándola, haciendo que se corra...
Sacudo la cabeza para deshacerme de ellas.
Finalmente saco las llaves del bolsillo y las lanzo sobre la mesa de centro que hay entre nosotros.
Zed las mira boquiabierto y se acerca a la mesa para coger el llavero.
—¿Va en serio? —Estudia las llaves girándolas en la palma de su mano unas cuantas veces antes de volver a mirarme—. ¡Te estaba tomando el pelo!
Me tira las llaves pero no las cojo a tiempo, y éstas caen al suelo a pocos centímetros de mi bota.
—Me retiro..., joder. No esperaba que me dieras las llaves de verdad. —Se ríe, burlándose de mí—. No soy tan capullo como tú.
Lo miro amenazante.
—No me estabas dejando muchas opciones.
—Una vez fuimos amigos, ¿recuerdas? —comenta entonces.
Me quedo en silencio mientras ambos recordamos cómo era todo antes de esta mierda, antes de que nada me importara..., antes de ella. Su mirada ha cambiado, sus hombros se tensan tras su pregunta.
Es duro recordar aquellos días.
—Estaba demasiado borracho como para acordarme ahora.
—¡Sabes que es cierto! —exclama levantando la voz—. Dejaste de beber desde que...
—No he venido aquí a hacer un viaje por mis recuerdos contigo. ¿Te vas a retirar o no? —
Lo miro. Está algo diferente, más duro.
Se encoge de hombros.
—Sí, claro.
«Esto ha sido demasiado fácil...»
—Lo digo en serio —insisto.
—Igual que yo —replica con un gesto de la mano.
—Eso significa no tener ningún tipo de contacto con ella. Ninguno —le recuerdo.
—Se preguntará por qué. Le he mandado un mensaje esta mañana.
Prefiero ignorar eso.
—Dile que ya no quieres ser amigo suyo.
—No quiero herir sus sentimientos de esa forma —me dice.
—Me importa una mierda si hieres sus sentimientos. Tienes que dejarle claro que no vas a volver a ir detrás de ella nunca más.
La calma que he notado durante un momento se ha diluido, y mi mal genio vuelve a aflorar. La posibilidad de que Pau se sienta herida porque Zed ya no quiere ser su amigo me saca de quicio.
Camino hacia la puerta, sabiendo porque me conozco que no puedo soportar ni cinco minutos más en este mohoso apartamento. Estoy muy orgulloso de mí mismo por haber mantenido la calma tanto rato con Zed después de todo lo que ha hecho para entrometerse en mi relación.
En cuanto mi mano coge el pomo, dice:
—Por ahora haré lo que tengo que hacer, pero eso no alterará el resultado de todo esto.
—Tienes razón —coincido, sabiendo que lo que él quiere decir significa exactamente lo opuesto de lo que yo voy a hacer.
Antes de que su maldita boca pueda decir una sola palabra más, salgo de su apartamento y bajo la escalera a toda prisa.
Para cuando llego a la entrada de casa de mi padre, el sol se está poniendo y aún no he podido hablar con Pau. Cada vez que la llamo salta el buzón de voz. He telefoneado dos veces a Christian, pero él tampoco ha respondido.
Pau se va a cabrear porque he ido a casa de Zed, siente algo por él que jamás comprenderé ni toleraré. A partir de hoy rezaré por no tener que preocuparme más por él.
«A menos que no quiera separarse de él...»
No. No me permito dudar de ella. Sé que Steph me ha llenado la cabeza de mentiras que se han colado en cada grieta de mi estructura. Si realmente Zed se hubiera follado a Pau, podría haber usado esta tarde como excusa perfecta para echármelo en cara.
Entro en casa de mi padre sin llamar y busco a Landon o a Karen por la planta baja. Karen está en la cocina, de pie junto a los fogones y con un batidor de varillas en la mano. Se vuelve y me saluda con una sonrisa cálida, aunque su mirada se ve triste y fatigada. Un sentimiento de culpa familiar se extiende por todo mi cuerpo al recordar las macetas que rompí sin querer en su invernadero.
—Hola, Pedro. ¿Estás buscando a Landon? —me pregunta dejando el batidor en un plato y secándose las manos en el extremo de su delantal estampado con fresas.
—La verdad... es que no lo sé —admito.
«¿Qué estoy haciendo aquí?»
¿Cuán patética es mi vida ahora mismo que me consuela venir a esta casa antes que a ningún otro lugar? Sé que es por los recuerdos que tengo de cuando estaba aquí con Pau.
—Está arriba, hablando por teléfono con Dakota —dice entonces. Hay algo en su tono que me descoloca.
—¿Ha...? —No soy muy bueno interactuando con otras personas que no sean Pau, y soy especialmente malo enfrentándome a las emociones de los demás—. ¿Ha tenido un mal día o algo? —le pregunto sonando como un idiota.
—Eso creo. Lo está pasando mal. No me ha contado nada, pero parece muy enfadado últimamente.
—Sí... —asiento, aunque yo no he notado nada distinto en el humor de mi hermanastro.
Además, he estado demasiado ocupado y eso lo ha obligado a cuidar de Richard hasta ahora—. ¿Cuándo vuelve a irse a Nueva York?
—Dentro de tres semanas. —Intenta ocultar el dolor en su tono al pronunciar esas palabras, pero fracasa estrepitosamente.
—Ah. —Cada minuto que pasa me siento más incómodo—. Bueno, tengo que irme.
—¿No quieres quedarte a cenar? —me pregunta ilusionada.
—Hum..., no, gracias.
Entre la charla con mi padre esta mañana, el rato que he pasado con Zed y ahora esta cosa rara con Karen, estoy desbordado. No puedo arriesgarme a que le suceda algo a Landon.
No sería capaz de tratar con él en ese estado, hoy no. Aún me queda llegar a casa, donde me espera un yonqui en rehabilitación y una puta cama vacía.
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