Pau
En clase, el chico que he decidido que es un futuro político se acerca y me susurra:
—¿A quién votaste en las elecciones?
Me siento un poco incómoda cerca de mi nuevo compañero. Es encantador, demasiado, y su ropa elegante y su piel tostada hacen que sea una visión que me distrae. No es atractivo de la misma forma que lo es Pedro, pero no hay duda de que lo es, y él lo sabe.
—No voté —respondo—. No tenía la edad suficiente. Se ríe.
—Cierto.
La verdad es que no quería hablar con él, pero en los últimos minutos de clase nuestro profesor nos ha pedido que habláramos entre nosotros mientras él atendía una llamada. Me siento aliviada cuando el reloj marca las diez y es hora de irse.
Los intentos del futuro político para seguir charlando conmigo mientras salimos de clase fracasan miserablemente y, tras unos segundos, se despide y se va en dirección opuesta.
Llevo toda la mañana distraída. No puedo dejar de pensar en lo que Steph debió de decirle a Pedro para que se pusiera así. Sé que creyó lo que le conté respecto al rumor de Zed,
pero sea lo que sea lo que le dijo le molestó lo suficiente como para no querer repetirlo.
Odio a Steph. La odio por lo que me hizo y por meterse en la cabeza de Pedro y herirlo utilizándome de alguna forma. Para cuando llego al aula de historia del arte, ya he pensado unas diez formas de cómo asesinar a esa horrible chica.
Me siento al lado de Michael, el chico del pelo azul del otro día que tiene sentido del humor y me paso la clase de historia del arte riéndome de sus chistes, lo que es una buena distracción de mis pensamientos homicidas.
Por fin el día se acaba y me dirijo al coche. En cuanto llego y me subo, el móvil empieza a vibrar. Espero que sea Pedro pero, al mirar hacia abajo, veo que no. Tengo tres mensajes de texto, dos de los cuales acaban de aparecer.
Decido leer primero el de mi madre:
Llámame. Tenemos que hablar.
El siguiente es de Zed; respiro hondo antes de darle al pequeño icono con forma de sobre.
Estaré en Seattle de jueves a sábado. Dime cuándo podemos vernos
Me froto las sienes, agradecida por haber dejado el de Kimberly para el final. Nada puede ser tan estresante como decirle a Zed que ya no quiero verlo ni hablar con él o tener una conversación con mi madre.
¿Sabías que tu chico se va a Londres a finales de la semana que viene?
He hablado demasiado pronto.
¿Inglaterra? ¿A qué iba a irse Pedro a Inglaterra? ¿Se va a ir a vivir allí cuando se gradúe? Vuelvo a leer su mensaje...
¡La semana que viene!
Apoyo la cabeza en el volante y cierro los ojos. Mi primer impulso es llamarlo y preguntarle por qué me está ocultando ese viaje. No lo hago porque ésta es una oportunidad perfecta para intentar no sacar conclusiones sin preguntarle antes. Hay una posibilidad, una pequeña, de que Kimberly esté equivocada y Pedro no se vaya a Inglaterra la semana que viene.
Siento una punzada en el pecho al pensar que todavía quiera volver a vivir allí. Sigo intentando convencerme de que soy lo suficientemente buena para él como para retenerlo aquí.
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