Divina

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domingo, 27 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 44


Pedro

Pau me mira fijamente y la preocupación en sus ojos hace que a mí también me corroa la preocupación. Ha sufrido mucho, y gran parte de ese sufrimiento lo he causado yo, de modo que inquietarse por mí es lo último que debería hacer. Quiero que se centre en sí misma, en volver a ser la que era, y que deje de estar pendiente de mi felicidad. Me encanta el modo en que antepone su compasión por los demás, especialmente por mí, a sus propios problemas.

—No eres insensible. Tengo suerte de que te molestes siquiera en hablarme.

Es la pura verdad, pero no sé qué vendrá a continuación.
Pau asiente despacio hasta que, con delicadeza, me hace la pregunta que, sin lugar a dudas, la ha traído hasta aquí.

—Bueno... ¿Vas a contarle a Ken lo de Londres?

Me tumbo en la cama con los ojos cerrados y considero su pregunta antes de contestar. He pensado mucho sobre eso en los últimos días. Me he estado debatiendo entre soltárselo todo o no decir nada y guardarme esa información para mí. ¿Debería saberlo Ken? Y, si se lo cuento, ¿estoy preparado para aceptar los cambios que conllevará? ¿Habrá de verdad algún cambio o me estoy obsesionando al respecto sin motivo? Ya es casualidad que, justo cuando empiezo a tolerar y a plantearme la posibilidad de perdonar a ese hombre, descubro que no es mi padre después de todo.

Abro los ojos y me incorporo.

—Todavía no lo sé. La verdad es que quería saber tu opinión al respecto.

Los ojos gris azulado de mi chica no brillan como de costumbre, pero hoy tienen algo más de vida que la última vez que la vi. Era una puta tortura permanecer bajo el mismo techo sin estar cerca de ella, no del modo en que necesito estarlo.

Por ironías del destino, parece que las tornas han cambiado y ahora soy yo el que suplica atención, el que suplica por cualquier cosa que quiera ofrecerme. Incluso ahora, la expresión pensativa de sus ojos me basta para aliviar el constante dolor con el que me niego a aprender a vivir, por mucho que ella se empeñe en alejarse de mí.

—¿Te gustaría tener una relación con Christian? —me pregunta con tiento mientras sus pequeños dedos recorren las gastadas costuras del edredón.

—No —me apresuro a responder—. Joder, no lo sé —reculo—. Necesito que me digas qué debo hacer.

Asiente y me mira a los ojos.

—Bueno, creo que sólo debes decírselo a Ken si crees que eso te ayudará a lidiar con el dolor de tu infancia. No creo que debas contárselo si sólo lo haces por pura rabia, y en cuanto a Christian, creo que todavía tienes un poco de tiempo para tomar esa decisión, para ver cómo van las cosas y tal —sugiere con su tono comprensivo de siempre.

—¿Cómo lo haces?

Ella ladea la cabeza confundida.

—¿El qué?

—Tener siempre las palabras adecuadas.

—Eso no es cierto. —Nos reímos suavemente—. No siempre tengo las palabras adecuadas.

—Sí las tienes. —Alargo la mano para tocarla, pero ella se aparta—. Siempre las tienes. Siempre las has tenido. Sólo que antes no podía escucharte.

Pau aparta la mirada, pero no me importa. Necesita tiempo para acostumbrarse a oírme decir estas cosas, pero se acostumbrará. Me he prometido a mí mismo decirle lo que siento y dejar de ser tan egoísta y esperar a que descifre todas mis palabras y mis intenciones.

La vibración de su teléfono móvil interrumpe el silencio, y lo saca del bolsillo de la enorme sudadera que lleva. Hago un esfuerzo por pensar que se ha comprado la sudadera de la WCU y que no se está poniendo la ropa de Landon. Me he visto obligado a llevar todas las prendas bordadas con el logo de la WCU habidas y por haber, pero odio la idea de que su ropa toque su piel. Es algo absurdo e irracional, pero no puedo evitar que esos pensamientos se instalen en mi mente.

Pau desliza el dedo por la pantalla y tardo un momento en asimilar lo que estoy viendo.
Le quito el teléfono de las manos antes de que pueda detenerme.

—¿Un iPhone? ¿Estás de coña? —Observo el nuevo teléfono en mis manos—. ¿Esto es tuyo?

—Sí. —Sus mejillas se sonrojan y alarga la mano para quitármelo, pero estiro los brazos por encima de mi cabeza, fuera de su alcance.

—O sea, que ahora te compras un iPhone, ¡pero cuando yo quería que lo hicieras te negaste en redondo! —bromeo.

Abre los ojos como platos y toma aire nerviosa.

—¿Qué te ha hecho cambiar de idea? —le sonrío para aliviar su malestar.

—No lo sé. Supongo que ya tocaba. —Se encoge de hombros, aún nerviosa.

No me gusta verla tan agitada, pero quiero creer que un poco de diversión es todo lo que necesitamos.

—¿Cuál es el código? —pregunto mientras introduzco los dígitos que creo que habrá usado.

¡Toma! Acierto al primer intento y accedo a la pantalla de inicio.

—¡ Pedro! —chilla mientras intenta quitarme el dispositivo—. ¡No puedes cotillearme el móvil! — Se inclina sobre mí y me agarra el brazo descubierto con una mano mientras intenta alcanzar el móvil con la otra.

—Claro que puedo —me río.

El más mínimo contacto por su parte me vuelve loco; todas y cada una de las células bajo mi piel cobran vida con el roce de la suya.
Sonríe y extiende su pequeña mano, a juego con esa dulce sonrisita que tanto he echado de menos.

—Muy bien. Pues dame a mí el tuyo.

—No, de eso nada. —Sigo tomándole el pelo mientras reviso de manera obsesiva sus mensajes de texto.

—¡Dame el teléfono! —gimotea, y se acerca más a mí, pero entonces su sonrisa desaparece—. Seguro que en tu móvil hay muchas cosas que no quiero ver. —Y así, sin más, veo cómo vuelve a levantar la guardia.

—No, no las hay. Hay más de mil fotos tuyas y un álbum entero con tu mierda de música. Si de verdad quieres ver lo patético que soy, puedes comprobar el registro de llamadas y ver cuántas veces llamé a tu antiguo número sólo para oír esa puta voz automática que me decía que tu número ya no existía.

Me fulmina con la mirada. Está claro que no me cree. Y no la culpo. Su mirada se suaviza, pero sólo un momento, antes de decir:

—¿No hay ninguna llamada de Janine? —Lo dice con una voz tan débil que apenas capto el tono acusatorio.

—¿Qué? ¡No! Vamos, cógelo. Está en la cómoda.

—Prefiero no hacerlo.

Me pongo de rodillas y presiono mi hombro contra el suyo.

—Pau, ella no es nadie para mí. Nunca lo será.

Pau se esfuerza en sentir indiferencia. Está luchando consigo misma para demostrarme que ha pasado página, pero yo sé que no es así. Sé que le angustia la idea de que haya estado con otra chica.

—Tengo que irme. —Se levanta con intención de marcharse y alargo la mano para detenerla.

Mis dedos atrapan suavemente su brazo y le suplican que vuelva a mí. Ella vacila al principio, y yo no quiero forzarla. Espero a que se decida mientras trazo pequeños círculos con los dedos en la suave piel de encima de su muñeca.

—Sé lo que crees que pasó, pero te equivocas —intento convencerla.

—No. Sé lo que vi. Vi que llevaba tu camiseta —se apresura a responder.
Aparta el brazo pero permanece cerca.

—Aquel día no era yo, Pau, pero no me la tiré. —Jamás lo habría hecho.

No soportaba ni que me tocara. Por un momento me pregunto si debería decirle a Pau el asco que me daban los labios con sabor a tabaco de Janine sobre los míos, pero supongo que eso la cabrearía.

—Ya. —Pone los ojos en blanco con insolencia.

—Os echaba de menos a ti y a tu carácter —digo en un intento de aliviar tensiones, pero sólo consigo que vuelva a poner los ojos en blanco—. Te quiero.

Eso capta su atención, y me empuja el pecho para poner algo de espacio entre nuestros cuerpos.

—¡Deja de hacer eso! No puedes decidir que ahora me quieres y esperar que vuelva corriendo contigo.

Quiero decirle que va a volver conmigo porque su sitio está conmigo, que nunca dejaré de intentar convencerla de esto. Pero, en lugar de hacerlo, niego con la cabeza.

—Cambiemos de tema. Sólo quería que supieras que te echo de menos, ¿vale?

—Vale —suspira.

Entonces se lleva los dedos a los labios y se los pellizca, haciéndome olvidar a qué tema iba a cambiar.

—Un iPhone. —Hago girar el teléfono en mi mano de nuevo—. No puedo creer que te hayas comprado un iPhone y que no pensaras decírmelo. —La miro y veo cómo su expresión de enfado se transforma en una media sonrisa.

—No es para tanto. Me viene muy bien para organizarme los horarios, y Landon me va a enseñar a descargarme música y películas.

—Yo también puedo enseñarte.

—Nah, no te preocupes —dice intentando rechazarme.

—Yo te enseñaré. Si quieres, te enseño ahora —declaro, y abro iTunes Store.

Nos pasamos una hora así, conmigo consultando el catálogo, seleccionando toda su música favorita y enseñándole a descargar todas esas pastelosas comedias románticas de Tom Hanks que tanto le gustan. Pau pasa la mayor parte del tiempo en silencio, a excepción de algunos «Gracias» y «No, esa canción no», y yo intento no presionarla para hablar.

Esto es culpa mía. Yo la transformé en esta chica callada e insegura, y es culpa mía que no sepa cómo actuar en este momento. Es culpa mía que se aparte cada vez que me inclino hacia ella, llevándose consigo un trozo de mí.

Es imposible que quede nada para darle, que no me haya consumido ya por completo, pero, de alguna manera, cuando me sonríe, mi cuerpo genera un poco más de mí para que pueda robarlo. Es todo para ella, y siempre será así.

—¿Quieres que también te enseñe a descargar porno? —bromeo, y, para mi deleite, sus mejillas se sonrojan de nuevo.

—Seguro que de eso sabes mucho —me responde, también de broma.

Me encanta esto. Me encanta poder bromear con ella como antes y, joder, me encanta que me lo permita.

—Pues la verdad es que no. De hecho, tengo bastantes imágenes aquí. —Me doy unos toques en la frente con la escayola y ella tuerce el gesto—. Sólo de ti.

Sigue con el ceño fruncido, pero me niego a dejar que piense de ese modo. Es absurdo que crea que puedo estar interesado en nadie que no sea ella. Estoy empezando a pensar que está tan loca como yo. Tal vez eso explicaría por qué aguantó conmigo tanto tiempo.

—Lo digo en serio. Sólo pienso en ti. Siempre en ti —afirmo en tono serio, demasiado serio, pero no me esfuerzo en cambiarlo. He probado con las bromas y demás y he herido sus sentimientos. De pronto, me sorprende preguntándome:

—Y ¿qué clase de cosas piensas?

Me muerdo el labio inferior mientras imágenes de ella me vienen a la mente.

—No quieras saberlo.

«Pau está tumbada sobre la cama, con los muslos separados y aferrándose a las sábanas mientras se corre contra mi lengua.
»Pau menea lentamente las caderas en círculos mientras monta mi polla y sus gemidos inundan la habitación.
»Pau está de rodillas delante de mí y separa sus carnosos labios para tomarme con su cálida boca.
»Pau está inclinada hacia adelante, y la tenue luz de la habitación ilumina su piel desnuda. Está delante de mí, de espaldas, mientras desciende su cuerpo sobre el mío. La penetro y ella gime mi nombre...»

— Será mejor. —Se ríe, y después suspira—. Siempre hacemos esto, siempre volvemos a esto — añade agitando una mano entre nosotros.

Entiendo perfectamente lo que quiere decir. Estoy viviendo la peor semana de mi vida, y ella me hace reír y sonreír por un puto iPhone.

—Así somos, nena. Nosotros somos así. No podemos evitarlo.

—Sí que podemos. Tenemos que hacerlo. Yo tengo que hacerlo. —Puede que sus palabras suenen convincentes en su mente, pero a mí no me engaña.

—Deja de darle tantas vueltas a todo. Sabes que así es como deberían ser las cosas, bromeando sobre porno mientras yo pienso en todas las cochinadas que te he hecho y en todas las que quiero hacerte.

—Esto es una auténtica locura. No podemos hacerlo. —Se inclina más hacia mí.

—¿El qué?

—No todo gira en torno al sexo. —Fija los ojos en mi entrepierna, y sé que está intentando apartar la mirada de mi evidente erección.

—Nunca he dicho que fuera así, pero podrías hacernos un favor a los dos y dejar de actuar como si no estuvieras pensando las mismas cosas que yo.

—No podemos.

Pero entonces noto que nuestra respiración se ha sincronizado. Y, muy sutilmente, su lengua asoma y acaricia su labio inferior.

—Yo no he sugerido nada —le recuerdo.

No lo he sugerido pero, joder, no pienso negarme si se da la situación. Aunque sé que no tendré tanta suerte. Ella jamás permitiría que la tocara. Al menos en un plazo corto de tiempo..., ¿no? 

—Sí lo has sugerido. —Sonríe.

—Y ¿cuándo no lo hago?

—Cierto. —Se esfuerza por contener una sonrisa—. Esto es muy confuso. No deberíamos estar haciéndolo. No me fío de mí misma cuando estoy cerca de ti.

Joder, me alegro de que no sea así. Yo tampoco me fío de mí mismo la mitad del tiempo, pero digo:

—¿Qué es lo peor que podría pasar? —y apoyo la mano sobre su hombro.

Se encoge al sentir mi tacto, pero no de la manera esquiva a la que he tenido que enfrentarme durante la última semana.

—Podría seguir siendo una idiota —susurra mientras mi mano asciende y desciende lentamente por su brazo.

—Deja de pensar. Desconecta la mente y permite que tu cuerpo controle la situación. Tu cuerpo me desea, Pau. Me necesita.

Sacude la cabeza, negando la pura verdad.

—Sí, sí me necesita. —Sigo tocándola, esta vez más cerca de su pecho, esperando que me detenga.

Si lo hace, interrumpiré todo contacto. Jamás la forzaría a hacer nada que no quisiera. He hecho un montón de gilipolleces, pero eso no es una opción.

—Verás, el caso es... el caso es que sé perfectamente dónde tengo que tocarte. —La miro a los ojos buscando su aprobación, y veo que brillan como un cartel de neón. No va a detenerme; su cuerpo ansía el mío tanto como siempre—. Sé cómo hacer que te corras con tanta intensidad que te olvidarás de todo lo demás.

Tal vez si logro satisfacer su cuerpo, su mente ceda después. Y luego, una vez reconquistados su cuerpo y su mente, tal vez pueda recuperar su corazón.

Nunca me he mostrado tímido en lo que respecta a su cuerpo y a complacerla, ¿por qué iba a empezar ahora?

Interpreto su silencio y el hecho de que no puede apartar los ojos de los míos como un sí y agarro el borde de su sudadera. La maldita prenda pesa más de lo que debería, y el puto hilo se enreda en su cabello. Ella me aparta la mano mala, se quita la sudadera y libera su pelo.

—No te estoy obligando a nada, ¿verdad? —Necesito preguntárselo.

—No —exhala—. Sé que es una muy mala idea, pero no quiero parar. —Asiento—. Necesito evadirme de todo; por favor, distráeme.

—Desconecta la mente. Deja de pensar en todo lo demás y céntrate en esto. —Acaricio su escote con los dedos, y ella tiembla con mi tacto.

Me pilla desprevenido y pega los labios a los míos. En cuestión de segundos, el beso lento e inseguro desaparece y se transforma en auténtico. Los gestos tímidos se esfuman y, de repente, estamos en nuestro mundo. Todas las demás mierdas se han evaporado, y sólo estamos Pau y yo y sus labios contra los míos, su lengua lamiendo la mía con ansia, sus manos en mi pelo, tirando de las raíces y volviéndome completamente loco.

La rodeo con los brazos y pego las caderas contra ella hasta que su espalda alcanza el colchón. Tiene la rodilla doblada, levantada al mismo nivel que mi entrepierna, y me restriego sin pudor contra ella. Ella sofoca un grito ante mi desesperación, suelta mi pelo y a continuación hace que su mano descienda hasta su propio pecho. Podría estallar tan sólo con sentirla debajo de mí otra vez. Joder, esto es demasiado, pero no lo suficiente, y no puedo pensar en nada más que en ella.

Se toca a sí misma y se agarra una de sus generosas tetas, y yo la miro como si hubiera olvidado cómo hacer todo lo que no sea observar su cuerpo perfecto y el modo en que por fin se está dejando llevar conmigo. Necesita esto incluso más que yo. Necesita olvidarse de la realidad, y yo serviré gustoso en esa misión.

Nuestros movimientos no son calculados, sino movidos por una pasión absoluta. Yo soy el fuego y ella es la puta gasolina, y no hay señales de stop ni de moderar la velocidad hasta que algo explote sin remedio. Y entonces estaré esperando, listo para combatir las llamas por ella, para mantenerla a salvo y evitar que se queme conmigo, otra vez. Su mano baja entonces por su cuerpo, me toca y restriega la mano por mi cuerpo. Tengo que concentrarme para no correrme con su mero tacto. Elevo las caderas y me coloco entre sus piernas separadas mientras ella tira del elástico de mis shorts. Yo tiro de sus pantalones con una mano hasta que ambos estamos desnudos de cintura para abajo.

El gruñido que escapa de sus labios se equipara al mío cuando me froto contra ella, piel con piel. Elevo un poco las caderas, la penetro parcialmente, y ella jadea otra vez. Esta vez presiona la boca contra mi hombro desnudo. Me lame y me chupa la piel mientras yo la penetro más profundamente. Se me nubla la visión intentando saborear cada segundo de esto, cada momento que está dispuesta a pasar conmigo así.

—Te quiero —le prometo.

Su boca deja de moverse y deja de agarrarme los brazos con tanta fuerza.

Pedro...

—Cásate conmigo, Pau. Por favor. —Hundo completamente la polla en ella, llenándola, esperando aprovecharme de un injusto momento de debilidad.

—Si vas a decir ese tipo de cosas, no podemos hacer esto —señala suavemente.

Puedo ver el dolor en sus ojos, la falta de autocontrol que tiene en lo que a mí respecta, y me siento culpable al instante por mencionar el puto matrimonio mientras me la estoy tirando. «Qué inoportuno, capullo egoísta.»

—Lo siento. Ya me callo —le aseguro antes de darle un beso.

Le concederé tiempo para pensar, y dejaré a un lado las cosas importantes mientras entro y salgo de su húmedo y caliente...

—¡Dios mío! —gime.

En lugar de confesarle mi eterno amor por ella, sólo le diré las cosas que quiere oír.

—Me encanta sentir tus firmes músculos a mi alrededor. Lo echaba mucho de menos —digo contra su cuello, y una de sus manos me agarra de las caderas para atraerme más hacia sí.

Cierra los ojos con fuerza y sus piernas empiezan a tensarse. Sé que ya está cerca, y aunque ahora mismo me odia, sé que le encanta que le diga guarradas. No voy a durar mucho más, pero ella tampoco. He echado de menos esto. Y no me refiero sólo a la absoluta perfección que supone estar dentro de ella.
Estar cerca de Pau de este modo es algo que necesito, y sé que ella también lo necesita.

—Venga, nena. Córrete a mi alrededor, deja que te sienta —digo con los dientes apretados.

Ella obedece. Se aferra a uno de mis brazos y gimotea mi nombre mientras pega la cabeza al colchón. Se corre sin remedio, con maravillosos espasmos, y yo la miro. Observo cómo su preciosa boca se abre cuando gime mi nombre. Observo cómo sus ojos buscan los míos antes de cerrarse de placer. La belleza de ver cómo se corre para mí y deja que la posea es demasiado. Me hundo en su sexo una vez más y me agarro a sus caderas mientras me vacío en su interior.

—Joder. —Me apoyo sobre los codos a su lado para no aplastarla con el peso de mi cuerpo. Tiene los ojos cerrados y le cuesta abrirlos, como si le pesaran los párpados.

—Mmm... —coincide.

Me incorporo apoyado sobre mi hombro y la observo mientras no mira. Tengo miedo de lo que sucederá cuando vuelva en sí, cuando empiece a arrepentirse de esto y su rabia hacia mí aumente. 

—¿Estás bien? —No puedo evitar trazar la curva de su cadera desnuda con el dedo.

—Sí. —Su voz suena espesa y saciada.

Joder, cuánto me alegro de que haya venido a mi puerta. No sé cuánto tiempo más habría aguantado sin verla o sin oír su voz.

—¿Estás segura? —insisto. Necesito saber qué ha significado esto para ella.

—Sí. —Abre un ojo, y no puedo borrar la estúpida sonrisa de mi cara.

—Vale. —Asiento.

Me quedo mirándola, relajada y ruborizada, y es tan agradable tenerla de vuelta, aunque sea sólo por unos momentos... Cierra los ojos de nuevo, y justo entonces recuerdo algo.

—Bueno, y ¿para qué habías venido en primer lugar?

Al instante, la expresión adormilada y saciada desaparece de su precioso rostro y, por un momento, abre los ojos como platos antes de recobrar la compostura.

—¿Qué pasa? —pregunto, y la cara de Zed aparece en mis desquiciados pensamientos—. Por favor, contéstame.

—Es Karen. —Se pone de lado, y yo me obligo a apartar la vista de sus perfectas tetas. «¿Por qué cojones estamos hablando de Karen estando desnudos?» 

—Vale..., ¿qué pasa con ella?

—Está..., bueno... —Pau se detiene por un momento y, de repente, mi pecho se inunda de un inesperado pánico por esa mujer, y por Ken también.

—Está ¿qué?

—Está embarazada.

«¿Qué?... ¡¡¡¿¿¿QUÉ???!!!»

—¿De quién?

Mi absurda pregunta le hace gracia, y se ríe.

—De tu padre —dice, pero se corrige rápidamente—: De Ken. ¿De quién va a ser? No sé qué esperaba oír, pero desde luego no que Karen estuviera embarazada.

—¿Qué?

—Sé que es un poco sorprendente, pero están muy contentos.

«¿Un poco sorprendente?» Joder, esto es mucho más que un poco sorprendente.

—¿Ken y Karen van a tener un bebé? —Pronuncio las ridículas palabras.

—Sí. —Pau me observa detenidamente—. ¿Cómo te sientes al respecto?

¿Que cómo me siento al respecto? Joder, no lo sé. Apenas conozco a ese hombre, acabamos de empezar a construir una relación. Y ¿ahora va a tener un hijo? Otro hijo al que sí criará.

—Supongo que no importa mucho cómo me sienta, ¿verdad? —digo en un vano intento de callarnos a ambos.

A continuación, me tumbo boca arriba y cierro los ojos.

—Sí que importa. A ellos les importa. Quieren que sepas que esa criatura no cambiará nada, Pedro. Quieren que formes parte de la familia. Serás hermano mayor otra vez.

«¿Hermano mayor?»

Smith y su extraña personalidad adulta me vienen a la mente, y siento náuseas. Esto es demasiado para cualquiera y, desde luego, es demasiado para alguien que está tan jodido como yo.

Pedro, sé que cuesta hacerse a la idea, pero creo que...

—Estoy bien. Necesito una ducha. —Salgo de la cama y cojo los shorts del suelo.

Pau se incorpora confundida y dolida, mientras yo me subo la prenda por las piernas.

—Estoy aquí si quieres hablar de ello. Quería ser yo quien te informara de todo esto. Esto es demasiado. Ella ni siquiera me quiere.

Se niega a casarse conmigo.

«¿Por qué no ve lo que somos? ¿Por qué no ve lo que somos cuando estamos juntos?» No podemos estar separados. El nuestro es como el amor de las novelas, mejor incluso que el que Jane Austen y Emily Brontë describieron.

Se me sale el corazón del pecho. Casi no puedo respirar.

Y ¿Pau siente que no está viviendo? No lo entiendo. No puedo. Yo sólo vivo cuando estoy cerca de ella. Ella es el único aliento de mi vida dentro de mí, y sin él no seré nada. No sobreviviré ni viviré.

Y, aunque lo hiciera, no querría.

«Joder.» Los oscuros pensamientos de nuevo se abren paso en mi mente, y me esfuerzo por aferrarme a la débil luz que Pau me ha devuelto.


¿Cuándo terminará esto? ¿Cuándo dejará de aparecer toda esta mierda cada puta vez que siento que por fin tengo el control sobre mi mente?

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