Pau
Me siento algo más centrada después de la ducha, o tal vez haya sido la cabezadita en el invernadero, o quizá el silencio que por fin se me concedió. No lo sé, pero ahora veo las cosas con más claridad, sólo un poco más, pero eso me ayuda a no sentirme tan desquiciada y me infunde una ligera esperanza de que cada día que pase traerá más claridad, más paz.
—Voy a entrar —dice Pedro, y abre la puerta sin darme tiempo a responder. Me pongo una camiseta limpia y me siento en la cama.
—Te he traído más agua.
Coloca un vaso lleno en la pequeña mesilla de noche y se sienta en el extremo opuesto de la cama. He ensayado un discurso en la ducha, pero ahora que lo tengo delante no recuerdo ni una palabra. —Gracias —es lo único que se me ocurre decir.
—¿Te encuentras mejor?
Actúa con mucho tiento. Debo de parecerle tan frágil, tan débil. Yo también me siento así. Debería sentirme derrotada y furiosa y triste y confundida y perdida. Pero el caso es que sigo sin sentir nada. Percibo un profundo latido de nada, aunque me voy acostumbrando más a él poco a poco.
Durante cada uno de los largos minutos que he pasado en la ducha mientras el agua empezaba a salir fría, he estado enfocando las cosas desde una nueva perspectiva. He reflexionado sobre cómo mi vida se ha transformado en este oscuro agujero de nada absoluta, y he reflexionado en lo mucho que odio sentirme así, y he pensado en la solución perfecta, pero ahora no soy capaz de ordenar las palabras para formar una frase con ellas. Esto debe de ser lo que se siente cuando uno pierde la cabeza. —Espero que sí.
«¿Espera que sí qué?»
—Que te encuentres mejor —añade respondiendo a mis pensamientos.
Detesto el modo en que parece estar tan conectado conmigo, el modo en que parece saber lo que siento y lo que pienso cuando ni siquiera yo lo sé.
Me encojo de hombros y me concentro de nuevo en la pared.
—Sí, más o menos.
Es más fácil centrarse en la pared que en el verde brillante de sus ojos, ese verde que tanto me aterraba perder. Recuerdo que cuando nos tumbábamos en la cama juntos, siempre esperaba poder disfrutar de una hora, una semana o incluso un mes más de esos ojos.
Rezaba para que entrara en razón y me quisiera de manera permanente, del mismo modo que yo lo quería a él. No deseo sentir eso nunca más, no deseo sentir esa desesperación por él. Deseo seguir así, con mi nada, tranquila y contenta, y tal vez, algún día, pueda convertirme en otra persona, en la persona que pensaba que sería antes de empezar la universidad. Si tengo suerte, podría volver a ser la chica que era antes de irme de casa, aunque sólo fuera por una vez.
No obstante, esa chica hace tiempo que desapareció. Compró un billete directo al infierno, y ahí está, ardiendo en silencio.
—Quiero que sepas que siento mucho todo lo que ha pasado, Pau. Debería haber vuelto contigo. No debería haberte dejado por culpa de mis problemas. Debería haber permitido que estuvieses ahí para mí, del mismo modo que yo quiero estar aquí para ti. Ahora entiendo cómo debes de sentirte cuando intentas ayudarme constantemente y yo no hago más que rechazarte.
— Pedro—susurro, sin saber muy bien qué decir a continuación.
—No, Pau, deja que termine. Te prometo que esta vez será diferente. Jamás volveré a hacerlo. Lamento que haya tenido que morir tu padre para darme cuenta de lo mucho que te necesito, pero no volveré a huir, no volveré a abandonarte, no me encerraré en mí mismo nunca más, lo juro. —La desesperación de su tono me resulta muy familiar.
He oído ese mismo tono y esas mismas palabras demasiadas veces.
—No puedo —digo con calma—. Lo siento, Pedro, pero de verdad que no puedo.
Se me acerca presa del pánico y se postra de rodillas delante de mí, manchando la moqueta de barro.
—¿No puedes, qué? Sé que necesitarás tiempo, pero estoy dispuesto a esperar a que superes esto, a que salgas de este estado de dolor en el que te encuentras. Estoy dispuesto a hacer lo que sea, Pau, lo que sea.
—No podemos, nunca pudimos. —Mi voz se torna monótona de nuevo. Supongo que la Pau robótica ha venido para quedarse. No tengo energía como para infundir algún tipo de emoción a mis palabras.
—Nos casaremos... —dice desesperado.
Parece sorprendido de sus propias palabras, pero no las retira. Sus largos dedos rodean mis muñecas.
—Nos casaremos, Pau. Me casaré contigo mañana mismo, si quieres. Me pondré un esmoquin y todo.
Las palabras que tanto deseaba oír han salido por fin de sus labios, pero no las siento. Las he oído claras como el agua, pero no las siento.
—No podemos —repito negando con la cabeza.
Cada vez está más desesperado.
—Tengo dinero más que de sobra para pagar una boda, Pau, y podríamos celebrarla donde tú quisieras. Podrás tener el vestido más caro que haya, y flores, ¡y no oirás ni una sola queja salir de mi boca! —Está gritando, y sus palabras resuenan por la habitación.
—No se trata de eso... No puede ser.
Ojalá pudiera grabar sus palabras y su tono, casi emocionado, en mi corazón y llevármelas conmigo al pasado. Un pasado en el que no era consciente de lo destructiva que era nuestra relación, un pasado en el que habría dado cualquier cosa por oírlo pronunciar esas palabras.
—Entonces ¿qué es? Sé que deseas esto, Pau; me lo has dicho infinidad de veces. —Veo la batalla interior tras sus ojos, y ojalá pudiera hacer algo para aliviar su dolor, pero no puedo.
—No me queda nada, Pedro. No me queda nada que darte. Ya te lo has llevado todo, y lo lamento, pero ya no queda nada. —El vacío en mi interior se intensifica y engulle todo mi ser, y nunca había agradecido tanto no sentir nada.
Si pudiera sentir algo de todo esto, acabaría conmigo.
Me mataría, y he tomado la decisión de que quiero vivir. No me siento orgullosa de los oscuros pensamientos que se me pasaron por la cabeza estando en ese invernadero, pero sí lo estoy de que fuesen breves y de que los superase sola, en el suelo de una ducha fría después de que se terminara el agua caliente.
—No quiero que me des nada. ¡Quiero darte lo que tú deseas! —Boquea como un pez que se asfixia, y el sonido es tan perturbador que casi accedo a todo para no tener que volver a escucharlo en mi vida—. Cásate conmigo, Pau. Por favor, cásate conmigo, y te juro que jamás volveré a hacer nada así. Estaremos juntos para siempre, seremos marido y mujer. Sé que eres demasiado buena para mí, y que te mereces algo mejor, pero sé que tú y yo no somos como los demás. No somos como tus padres ni como los míos; somos diferentes, y podemos conseguirlo, ¿vale? Escúchame sólo una vez más...
—Míranos. —Meneo la mano débilmente en el espacio que nos separa—. Mira en qué me he convertido. Ya no quiero esta vida.
—No, no, no. —Se levanta y empieza a pasearse por la habitación—. ¡Sí la quieres! Déjame compensártelo —me ruega, tirándose del pelo con una mano.
— Pedro, por favor, cálmate. Siento todo lo que te he hecho, y sobre todo siento haberte complicado la vida, y siento todas las peleas y demás, pero sabes que esto no puede funcionar. Creía... —sonrío con tristeza— creía que podríamos lograrlo. Creía que el nuestro era un amor como el de las novelas; un amor que, por muy duras que fuesen las cosas, sobreviviría a todo y a todos y haría historia. —¡Y sobreviviremos! —exclama.
No puedo mirarlo, porque sé lo que voy a ver.
—Ésa es la cuestión, Pedro. No quiero sobrevivir. Quiero vivir.
Mis palabras parecen haber hecho mella en él, y deja de pasearse y de tirarse del pelo.
—No puedo dejarte ir sin más. Lo sabes. Siempre vuelvo a ti. Tenías que saber que lo haría. Sabías que acabaría volviendo de Londres y que...
—No puedo pasarme la vida esperando a que regreses a mí, y sería egoísta por mi parte querer que tú te pasaras la tuya huyendo de mí, de nosotros —replico.
Sin embargo, estoy confundida otra vez. Estoy confundida porque no recuerdo haber pensado esto antes; todos mis pensamientos siempre han estado centrados en Pedro, y en qué podía hacer para que mejorara, para que se quedara. No sé de dónde salen estas ideas y estas palabras, pero no puedo pasar por alto la determinación que siento al pronunciarlas.
—No puedo vivir sin ti —declara. Otro sentimiento que ha proclamado millones de veces, pero, a pesar de ello, sigue haciendo todo lo que está en su mano para mantenerme alejada y cerrarse a mí.
—Sí que puedes. Serás más feliz y tendrás menos conflictos internos. Todo será más fácil, tú mismo lo dijiste.
Hablo en serio. Será más feliz sin mí, sin nuestras constantes rupturas. Podrá centrarse en sí mismo y en su ira hacia sus dos padres, y un día podrá ser feliz. Lo quiero lo suficiente como para desear su felicidad, aunque no la obtenga junto a mí.
Se lleva las manos a la frente y aprieta los dientes.
—¡No!
Lo amo, siempre amaré a este hombre, pero se acabó. No puedo seguir siendo el combustible que alimenta su fuego mientras él vuelve constantemente a tirar cubos y cubos de agua para extinguirlo.
—Hemos luchado mucho, pero ha llegado el momento de parar.
—¡No! ¡No! —Sus ojos inspeccionan la habitación, y sé lo que va a hacer antes de que lo haga.
Por eso no me sorprendo cuando la lamparita sale volando por el cuarto y se estampa contra la pared. Ni me inmuto. Ni parpadeo. La escena me resulta demasiado familiar, y ésa es la razón por la que estoy haciendo lo que estoy haciendo.
No puedo consolarlo, no puedo. Ni siquiera puedo consolarme a mí misma, y no confío suficientemente en mi fuerza de voluntad como para rodearlo con los brazos y susurrarle promesas al oído.
—Esto es lo que tú querías, ¿recuerdas? Vuelve a eso, Pedro. Recuerda por qué no me querías en tu vida. Recuerda por qué me enviaste de vuelta a Estados Unidos sola.
—No puedo vivir sin ti; te necesito en mi vida. Te necesito en mi vida. Te necesito. En mi vida — repite sin cesar.
—Seguiré estando en tu vida, pero de otra manera.
—¿De verdad me estás sugiriendo que seamos amigos? —escupe como si fuera veneno.
El verde de sus ojos casi ha desaparecido, sustituido por el negro conforme aumenta su furia. Antes de que me dé tiempo a responderle, continúa:
—No podemos ser amigos después de todo. Jamás podría estar en la misma habitación que tú y no estar contigo. Lo eres todo para mí, y ¿vas a insultarme sugiriendo que seamos amigos? No puedes estar hablando en serio. Tú me quieres, Pau. —Me mira a los ojos—. Sé que me quieres. Me quieres, ¿verdad?
La nada comienza a resquebrajarse, y lucho desesperadamente por aferrarme a ella. Si empiezo a sentir esto, me vendré abajo.
—Sí —exhalo.
Se arrodilla delante de mí de nuevo.
—Te quiero, Pedro, pero no podemos seguir haciéndonos esto.
No quiero pelearme con él, y no quiero hacerle daño, pero todo esto es culpa suya. Se lo habría dado todo. Joder, se lo di todo, y él no lo quiso. En los momentos difíciles no me quiso lo suficiente como para vencer a sus demonios por mí. Se rindió todas y cada una de las veces.
—¿Cómo voy a sobrevivir sin ti?
Está llorando, justo delante de mí. Parpadeo para reabsorber mis propias lágrimas y me trago el nudo de culpa que tengo en la garganta.
—No puedo. No podré. No puedes hacer esto sólo porque estés pasando por un momento de mierda. Deja que esté ahí para ti, no me apartes.
Una vez más, mi mente se libera de mi cuerpo y me echo a reír. No es una risa divertida; es una risa triste y rota ante lo irónico de sus palabras. Me está pidiendo justo lo que yo le pedí a él, y ni siquiera es consciente de ello.
—Yo te he estado rogando eso mismo a ti desde que te conocí —le recuerdo con voz suave.
Lo quiero, y no deseo hacerle daño, pero tengo que terminar con este círculo vicioso de una vez por todas. Si no lo hago, jamás saldré de ésta con vida.
—Lo sé. —Apoya la cabeza en mis rodillas, y su cuerpo tiembla contra mí a causa de los sollozos —. ¡Lo siento! ¡Lo siento!
Está histérico, y la nada se desvanece demasiado rápido como para que pueda detenerla. No quiero sentir esto. No quiero sentir cómo llora después de haberme prometido y ofrecido las cosas que llevaba esperando oír hace una eternidad.
—Todo irá bien. Cuando superes esto, todo irá bien —me parece oírle decir, pero no estoy segura, y no puedo pedirle que me lo repita, porque no soporto volver a oírlo.
Odio que pase esto. Odio el hecho de que, me haga lo que me haga, siempre encuentro el modo de culparme por su sufrimiento.
Entonces detecto un leve movimiento en la puerta y asiento en dirección a Noah para indicarle que estoy bien.
No estoy bien, pero no lo estoy desde hace bastante tiempo y, a diferencia de antes, no siento la necesidad de estarlo. Noah desvía la mirada hacia la lámpara rota y parece preocupado, pero yo asiento de nuevo y le ruego con la mirada que se marche y me deje tener este momento. Este último momento de notar a Pedro contra mi cuerpo, de notar su cabeza en mi regazo, de memorizar los negros remolinos de tinta de sus brazos.
—Siento no haber podido arreglarte —le digo mientras le acaricio suavemente el pelo mojado.
—Yo también —responde llorando contra mis piernas.
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aca les dejo los 5 cap del dia.. ¡¡¡¡Feliz Noche Buena!!!!
no podes terminar asi voy a morir que sufrimiento, ahí leo lo que sigue
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