Pau
Me siento aliviada cuando ni Pedro ni Ken regresan al comedor con la nariz sangrando o los ojos morados.
En el momento en que Ken se sienta de nuevo y se coloca la servilleta sobre el regazo, dice:
—Quiero pediros disculpas por haber sacado este tema durante la cena. Ha estado totalmente fuera de lugar.
—No importa, de verdad. Aprecio mucho tu oferta —afirmo forzando una sonrisa. Es cierto que la aprecio, pero es demasiado para aceptarlo.
—Hablaremos de todo ello más tarde —murmura Pedro junto a mi oído.
Asiento y Karen se levanta a recoger la mesa. Yo casi ni he tocado mi plato. La sola mención de los... problemas de mi padre me ha quitado el apetito.
Pedro acerca su silla a la mía.
—Al menos come algo de postre.
Pero vuelvo a tener calambres. El efecto del ibuprofeno ya ha pasado, y mi dolor de cabeza y los calambres han vuelto con más fuerza.
—Lo intentaré —le aseguro.
Karen trae una bandeja llena de montones de su bollería de arce a la mesa y cojo un cupcake. Pedro coge un cuadradito y observa las perfectas flores de glaseado encima.
—Yo he hecho ésas —miento.
Él me sonríe y sacude la cabeza.
—Ojalá no tuviéramos que irnos —digo cuando le echa un vistazo al reloj. Intento no pensar en el reloj al que tuvo que renunciar para pagar la deuda de mi padre con su camello.
«¿Es la rehabilitación de verdad lo mejor para él? ¿Aceptaría el ofrecimiento siquiera?»
—Eres tú la que hizo las maletas y se mudó a Seattle —masculla Pedro.
—Me refiero a irnos de aquí, esta noche —le aclaro esperando que lo pille.
—Oh, no... Yo no voy a quedarme aquí.
—Pero yo quiero —digo con un puchero.
—Pau, nos vamos a casa..., a mi apartamento, donde está tu padre.
Frunzo el ceño; es por eso por lo que no quiero ir allí. Necesito tiempo para pensar y respirar, y esta casa parece perfecta para ello, incluso pese a la mención de Ken sobre la rehabilitación durante la cena. Siempre ha sido una especie de santuario. Me encanta esta casa, y estar en el apartamento ha sido una tortura desde que llegué el viernes.
—Vale —digo mientras mordisqueo el borde de mi cupcake.
Por fin Pedro suspira, rindiéndose.
—Está bien, nos quedaremos.
Sabía que me saldría con la mía.
El resto de la cena transcurre sin tanta incomodidad como al principio. Landon está callado, demasiado, y pretendo preguntarle qué le pasa en cuanto acabe de ayudar a Karen a recoger la cocina.
—Echo de menos tenerte por aquí. —Karen cierra el lavavajillas y se vuelve hacia mí con un paño entre las manos.
—Y yo echo de menos estar aquí —digo apoyándome en la encimera.
—Me alegro de oírlo. Eres como una hija para mí, quiero que lo sepas. —Su labio inferior tiembla y sus ojos brillan bajo las intensas luces de la cocina.
—¿Estás bien? —le pregunto, y me acerco a esta mujer que tanto ha llegado a importarme.
—Sí —sonríe—. Lo siento, últimamente he estado de lo más emotiva.
Parece sacudírselo de encima y, en cuanto lo hace, vuelve a la normalidad brindándome una sonrisa tranquilizadora.
—¿Lista para irnos a la cama? — Pedro se nos une en la cocina, cogiendo otro cuadradito de arce por el camino. Sabía que le gustaban más de lo que quiere confesar.
—Vamos, que estoy hecha un desastre. —Karen me abraza y me da un cariñoso beso en la mejilla antes de que Pedro me rodee con un brazo, prácticamente sacándome de la cocina.
Suspiro mientras nos dirigimos a la escalera. Algo no va bien.
—Me preocupan Karen y Landon —digo.
—Están bien, seguro —contesta Pedro mientras me guía escaleras arriba y hasta su habitación. La puerta del dormitorio de Landon está cerrada, y no se ve luz por debajo—. Está durmiendo.
Nada más entrar siento como si la habitación de Pedro me diera la bienvenida, desde la ventana panorámica hasta el nuevo escritorio y su silla, sustitutos de los que Pedro destruyó la última vez que estuvo aquí. Había estado en la casa después de eso, pero no había reparado en ello. Ahora que vuelvo a estar aquí, quiero fijarme en cada detalle.
—¿Qué? —La voz de Pedro me saca de mis pensamientos.
Miro a mi alrededor, y rememoro la primera vez que me quedé aquí con él.
—Estaba recordando, eso es todo —digo y me quito los zapatos.
Él sonríe.
—Recordando, ¿eh? —En un instante se saca la camiseta negra por la cabeza y me la lanza, hundiéndome aún más en mis recuerdos—. ¿Te importa compartirlo conmigo? —A continuación van los vaqueros; se los baja rápidamente y los deja en el suelo como un charco de ropa.
—Bueno... —Admiro su torso tatuado perezosamente cuando levanta los brazos, estirando su largo cuerpo—. Estaba pensando en la primera vez que me quedé aquí contigo.
También fue la primera vez que Pedro se quedó a dormir aquí.
—¿En qué exactamente?
—En nada en concreto. —Me encojo de hombros, desnudándome yo también frente a su atenta mirada. Doblo mis vaqueros y mi blusa antes de ponerme su camiseta negra por la cabeza.
—Sujetador fuera —dice Pedro enarcando una ceja; su tono es severo, y sus ojos de un verde profundo.
Me quito el sujetador y subo a la cama para tumbarme a su lado.
—Ahora dime en qué estabas pensando.
Me acerca a él por la cintura y deja una mano sobre mi cadera cuando me tiene acurrucada contra su costado, tan cerca de su cuerpo como es posible. Las yemas de sus dedos recorren la cinturilla de mis braguitas, enviando escalofríos por mi espalda que se extienden automáticamente por todo mi cuerpo.
—Estaba recordando cuando Landon me llamó aquella noche. —Alzo los ojos para estudiar su expresión—. Estabas destrozando toda la casa. —Frunzo el ceño ante el claro recuerdo de los aparadores rotos y los platos de porcelana hechos añicos y esparcidos por el suelo.
—Sí, eso hice —replica suavemente.
La mano que está usando para trazar círculos en mi espalda desnuda sube para tomar un mechón de mi cabello. Lo retuerce lentamente sin romper el contacto visual conmigo.
—Tenía miedo —admito—. No de ti, sino de lo que dirías.
Él frunce el ceño.
—Entonces confirmé tus temores, ¿no?
—Sí, supongo que sí —respondo—. Pero me compensaste por tus duras palabras.
Pedro se ríe, apartando finalmente los ojos de los míos.
—Sí, pero sólo para decirte más mierdas al día siguiente.
Sé hacia dónde va esto. Intento sentarme, pero él apoya las manos en mis caderas y empuja para mantenerme quieta. Habla antes de que yo pueda hacerlo.
—Incluso entonces ya estaba enamorado de ti.
—¿En serio?
Él asiente, cogiéndome aún más fuerte por la cadera.
—En serio.
—¿Cómo lo supiste? —pregunto en voz baja. Pedro ya había mencionado que aquélla fue la noche en que supo que estaba enamorado de mí, pero nunca llegó a explicarse. Estoy deseando que lo haga ahora.
—Simplemente lo supe. Y, por cierto, sé lo que estás haciendo —sonríe.
—¿Ah, sí? —Coloco la palma de la mano sobre su estómago, cubriendo el centro de la mariposa nocturna que tiene tatuada ahí.
—Estás siendo cotilla. —Se enrolla los mechones de mi cabello con los que ha estado enredando alrededor del puño y tira de ellos, juguetón.
—Pensé que la que tiraba de los pelos aquí era yo. —Me río de mi comentario cursi y él me imita.
—Y lo eres. —Retira la mano durante un momento para coger mi mata de pelo rubio despeinado. Luego tira de él echando mi cabeza hacia atrás para forzarme a mirarlo—. Ha pasado tanto tiempo... — dice inclinando la cabeza y obligándome a sentarme derecha, y me pasa la nariz por la mandíbula y por mi cuello expuestos—. La he tenido dura desde tu pequeña provocación de esta mañana —susurra, mientras aprieta la prueba entre mis muslos.
El calor de su respiración sobre mi piel es casi insoportable. Me retuerzo bajo sus sucias palabras y su intensa mirada.
—Te vas a ocupar de esto, ¿verdad? —exige más que pregunta.
Tira de mi cabello arriba y abajo, forzándome a asentir con la cabeza. Quiero corregirlo y decirle que, de hecho, ha sido él quien me ha provocado por la mañana, pero me callo. Me gusta hacia dónde va esto. Sin una palabra, Pedro me suelta el cabello y la cadera y se alza sobre las rodillas. Sus manos están frías cuando retiran la tela de la camiseta, exponiendo mi estómago y mi torso desnudos. Sus dedos ansiosos alcanzan mis pechos, y su lengua se hunde en mi boca. Me enciendo de inmediato; todo el estrés de las últimas veinticuatro horas se desvanece y Pedro ocupa todos mis sentidos.
—Siéntate contra la cabecera —me indica después de quitarme la camiseta por completo.
Hago lo que me dice, bajando mi cuerpo hasta que mis hombros descansan a medias sobre la enorme cabecera de color teja.
Pedro se baja el bóxer y alza primero una rodilla y luego la otra para quitárselo.
—Un poco más abajo, cariño.
Me reposiciono y él da su aprobación. Entonces recorre la cama de rodillas y se coloca delante de mí. Mi lengua asoma entre mis labios, ansiosa por tocar su piel. Mi mandíbula se relaja y Pedro rodea su erección con una mano y observo con asombro cómo me la acerca a la boca mientras se la acaricia lentamente. Abro la boca aún más y el pulgar de Pedro se desliza por mi labio inferior, hundiéndose en mi boca sólo un segundo antes de que su dedo..., mmm..., sea reemplazado. Empuja dentro de mi boca lentamente, saboreando la sensación de cada centímetro de él deslizándose sobre mi lengua.
—Joder —gruñe desde arriba.
Levanto la mirada para ver sus ojos clavados en mí. Con una mano se agarra a lo alto de la cabecera para mantener el equilibrio mientras empuja y se retira una y otra vez.
—Más —jadea, y le agarro el trasero con las manos, acercándolo aún más a mí.
Mi boca lo cubre y tomo pequeñas caladas de él, disfrutando de esto tanto como Pedro.
Parece seda sobre mi lengua, y su rápida respiración y los gemidos con los que me nombra, diciéndome lo buena que soy para él, lo mucho que le gusta mi boca, hacen que mi cuerpo arda de pasión.
Sigue moviéndose dentro y fuera, dentro y fuera.
—Tan jodidamente bueno... Mírame —suplica.
Parpadeo al volver a mirarlo a la cara, fijándome en la forma en que sus cejas bajan, la forma en que se muerde el labio inferior, y la forma en que sus ojos me observan. Se hunde hasta el fondo de mi garganta repetidamente, y noto la forma en que los músculos de su estómago se expanden y se tensan, señalando lo que está a punto de ocurrir.
Como si pudiera leer mi mente, gime:
—Joder, voy a correrme...
Sus movimientos se aceleran y son ahora más bruscos. Aprieto los muslos para liberar parte de la presión y chupo con más fuerza. Me sorprende cuando él se retira de mi boca y se corre sobre mi pecho desnudo. Gimiendo de nuevo mi nombre, se inclina hacia adelante exhausto, apoyando la frente contra la cabecera. Espero pacientemente a que recupere el aliento y a que vuelva a tumbarse junto a mí.
Alarga la mano y, para mi gran horror, la restriega lentamente sobre el semen que hay en mi pecho.
Luego observa, transfigurado durante un momento antes de que nuestros ojos se encuentren.
—Toda mía. —Sonríe sin vergüenza, dejando suaves besos sobre mis labios abiertos.
—Yo... —digo mirando mi pecho pegajoso.
—Te ha gustado. —Sonríe, y no puedo negarlo—. Te sienta bien. —Por la forma en que sus ojos se fijan en mi piel brillante, me doy cuenta de que lo cree de verdad.
—Eres un guarro —es lo único que se me ocurre decir.
—¿En serio? Tú también. —Señala mi pecho y me coge por las caderas para arrancarme de la cama.
Chillo y Pedro me cubre la boca con una mano.
—Shhh..., no queremos tener público mientras te follo sobre el escritorio, ¿verdad?..
Me siento aliviada cuando ni Pedro ni Ken regresan al comedor con la nariz sangrando o los ojos morados.
En el momento en que Ken se sienta de nuevo y se coloca la servilleta sobre el regazo, dice:
—Quiero pediros disculpas por haber sacado este tema durante la cena. Ha estado totalmente fuera de lugar.
—No importa, de verdad. Aprecio mucho tu oferta —afirmo forzando una sonrisa. Es cierto que la aprecio, pero es demasiado para aceptarlo.
—Hablaremos de todo ello más tarde —murmura Pedro junto a mi oído.
Asiento y Karen se levanta a recoger la mesa. Yo casi ni he tocado mi plato. La sola mención de los... problemas de mi padre me ha quitado el apetito.
Pedro acerca su silla a la mía.
—Al menos come algo de postre.
Pero vuelvo a tener calambres. El efecto del ibuprofeno ya ha pasado, y mi dolor de cabeza y los calambres han vuelto con más fuerza.
—Lo intentaré —le aseguro.
Karen trae una bandeja llena de montones de su bollería de arce a la mesa y cojo un cupcake. Pedro coge un cuadradito y observa las perfectas flores de glaseado encima.
—Yo he hecho ésas —miento.
Él me sonríe y sacude la cabeza.
—Ojalá no tuviéramos que irnos —digo cuando le echa un vistazo al reloj. Intento no pensar en el reloj al que tuvo que renunciar para pagar la deuda de mi padre con su camello.
«¿Es la rehabilitación de verdad lo mejor para él? ¿Aceptaría el ofrecimiento siquiera?»
—Eres tú la que hizo las maletas y se mudó a Seattle —masculla Pedro.
—Me refiero a irnos de aquí, esta noche —le aclaro esperando que lo pille.
—Oh, no... Yo no voy a quedarme aquí.
—Pero yo quiero —digo con un puchero.
—Pau, nos vamos a casa..., a mi apartamento, donde está tu padre.
Frunzo el ceño; es por eso por lo que no quiero ir allí. Necesito tiempo para pensar y respirar, y esta casa parece perfecta para ello, incluso pese a la mención de Ken sobre la rehabilitación durante la cena. Siempre ha sido una especie de santuario. Me encanta esta casa, y estar en el apartamento ha sido una tortura desde que llegué el viernes.
—Vale —digo mientras mordisqueo el borde de mi cupcake.
Por fin Pedro suspira, rindiéndose.
—Está bien, nos quedaremos.
Sabía que me saldría con la mía.
El resto de la cena transcurre sin tanta incomodidad como al principio. Landon está callado, demasiado, y pretendo preguntarle qué le pasa en cuanto acabe de ayudar a Karen a recoger la cocina.
—Echo de menos tenerte por aquí. —Karen cierra el lavavajillas y se vuelve hacia mí con un paño entre las manos.
—Y yo echo de menos estar aquí —digo apoyándome en la encimera.
—Me alegro de oírlo. Eres como una hija para mí, quiero que lo sepas. —Su labio inferior tiembla y sus ojos brillan bajo las intensas luces de la cocina.
—¿Estás bien? —le pregunto, y me acerco a esta mujer que tanto ha llegado a importarme.
—Sí —sonríe—. Lo siento, últimamente he estado de lo más emotiva.
Parece sacudírselo de encima y, en cuanto lo hace, vuelve a la normalidad brindándome una sonrisa tranquilizadora.
—¿Lista para irnos a la cama? — Pedro se nos une en la cocina, cogiendo otro cuadradito de arce por el camino. Sabía que le gustaban más de lo que quiere confesar.
—Vamos, que estoy hecha un desastre. —Karen me abraza y me da un cariñoso beso en la mejilla antes de que Pedro me rodee con un brazo, prácticamente sacándome de la cocina.
Suspiro mientras nos dirigimos a la escalera. Algo no va bien.
—Me preocupan Karen y Landon —digo.
—Están bien, seguro —contesta Pedro mientras me guía escaleras arriba y hasta su habitación. La puerta del dormitorio de Landon está cerrada, y no se ve luz por debajo—. Está durmiendo.
Nada más entrar siento como si la habitación de Pedro me diera la bienvenida, desde la ventana panorámica hasta el nuevo escritorio y su silla, sustitutos de los que Pedro destruyó la última vez que estuvo aquí. Había estado en la casa después de eso, pero no había reparado en ello. Ahora que vuelvo a estar aquí, quiero fijarme en cada detalle.
—¿Qué? —La voz de Pedro me saca de mis pensamientos.
Miro a mi alrededor, y rememoro la primera vez que me quedé aquí con él.
—Estaba recordando, eso es todo —digo y me quito los zapatos.
Él sonríe.
—Recordando, ¿eh? —En un instante se saca la camiseta negra por la cabeza y me la lanza, hundiéndome aún más en mis recuerdos—. ¿Te importa compartirlo conmigo? —A continuación van los vaqueros; se los baja rápidamente y los deja en el suelo como un charco de ropa.
—Bueno... —Admiro su torso tatuado perezosamente cuando levanta los brazos, estirando su largo cuerpo—. Estaba pensando en la primera vez que me quedé aquí contigo.
También fue la primera vez que Pedro se quedó a dormir aquí.
—¿En qué exactamente?
—En nada en concreto. —Me encojo de hombros, desnudándome yo también frente a su atenta mirada. Doblo mis vaqueros y mi blusa antes de ponerme su camiseta negra por la cabeza.
—Sujetador fuera —dice Pedro enarcando una ceja; su tono es severo, y sus ojos de un verde profundo.
Me quito el sujetador y subo a la cama para tumbarme a su lado.
—Ahora dime en qué estabas pensando.
Me acerca a él por la cintura y deja una mano sobre mi cadera cuando me tiene acurrucada contra su costado, tan cerca de su cuerpo como es posible. Las yemas de sus dedos recorren la cinturilla de mis braguitas, enviando escalofríos por mi espalda que se extienden automáticamente por todo mi cuerpo.
—Estaba recordando cuando Landon me llamó aquella noche. —Alzo los ojos para estudiar su expresión—. Estabas destrozando toda la casa. —Frunzo el ceño ante el claro recuerdo de los aparadores rotos y los platos de porcelana hechos añicos y esparcidos por el suelo.
—Sí, eso hice —replica suavemente.
La mano que está usando para trazar círculos en mi espalda desnuda sube para tomar un mechón de mi cabello. Lo retuerce lentamente sin romper el contacto visual conmigo.
—Tenía miedo —admito—. No de ti, sino de lo que dirías.
Él frunce el ceño.
—Entonces confirmé tus temores, ¿no?
—Sí, supongo que sí —respondo—. Pero me compensaste por tus duras palabras.
Pedro se ríe, apartando finalmente los ojos de los míos.
—Sí, pero sólo para decirte más mierdas al día siguiente.
Sé hacia dónde va esto. Intento sentarme, pero él apoya las manos en mis caderas y empuja para mantenerme quieta. Habla antes de que yo pueda hacerlo.
—Incluso entonces ya estaba enamorado de ti.
—¿En serio?
Él asiente, cogiéndome aún más fuerte por la cadera.
—En serio.
—¿Cómo lo supiste? —pregunto en voz baja. Pedro ya había mencionado que aquélla fue la noche en que supo que estaba enamorado de mí, pero nunca llegó a explicarse. Estoy deseando que lo haga ahora.
—Simplemente lo supe. Y, por cierto, sé lo que estás haciendo —sonríe.
—¿Ah, sí? —Coloco la palma de la mano sobre su estómago, cubriendo el centro de la mariposa nocturna que tiene tatuada ahí.
—Estás siendo cotilla. —Se enrolla los mechones de mi cabello con los que ha estado enredando alrededor del puño y tira de ellos, juguetón.
—Pensé que la que tiraba de los pelos aquí era yo. —Me río de mi comentario cursi y él me imita.
—Y lo eres. —Retira la mano durante un momento para coger mi mata de pelo rubio despeinado. Luego tira de él echando mi cabeza hacia atrás para forzarme a mirarlo—. Ha pasado tanto tiempo... — dice inclinando la cabeza y obligándome a sentarme derecha, y me pasa la nariz por la mandíbula y por mi cuello expuestos—. La he tenido dura desde tu pequeña provocación de esta mañana —susurra, mientras aprieta la prueba entre mis muslos.
El calor de su respiración sobre mi piel es casi insoportable. Me retuerzo bajo sus sucias palabras y su intensa mirada.
—Te vas a ocupar de esto, ¿verdad? —exige más que pregunta.
Tira de mi cabello arriba y abajo, forzándome a asentir con la cabeza. Quiero corregirlo y decirle que, de hecho, ha sido él quien me ha provocado por la mañana, pero me callo. Me gusta hacia dónde va esto. Sin una palabra, Pedro me suelta el cabello y la cadera y se alza sobre las rodillas. Sus manos están frías cuando retiran la tela de la camiseta, exponiendo mi estómago y mi torso desnudos. Sus dedos ansiosos alcanzan mis pechos, y su lengua se hunde en mi boca. Me enciendo de inmediato; todo el estrés de las últimas veinticuatro horas se desvanece y Pedro ocupa todos mis sentidos.
—Siéntate contra la cabecera —me indica después de quitarme la camiseta por completo.
Hago lo que me dice, bajando mi cuerpo hasta que mis hombros descansan a medias sobre la enorme cabecera de color teja.
Pedro se baja el bóxer y alza primero una rodilla y luego la otra para quitárselo.
—Un poco más abajo, cariño.
Me reposiciono y él da su aprobación. Entonces recorre la cama de rodillas y se coloca delante de mí. Mi lengua asoma entre mis labios, ansiosa por tocar su piel. Mi mandíbula se relaja y Pedro rodea su erección con una mano y observo con asombro cómo me la acerca a la boca mientras se la acaricia lentamente. Abro la boca aún más y el pulgar de Pedro se desliza por mi labio inferior, hundiéndose en mi boca sólo un segundo antes de que su dedo..., mmm..., sea reemplazado. Empuja dentro de mi boca lentamente, saboreando la sensación de cada centímetro de él deslizándose sobre mi lengua.
—Joder —gruñe desde arriba.
Levanto la mirada para ver sus ojos clavados en mí. Con una mano se agarra a lo alto de la cabecera para mantener el equilibrio mientras empuja y se retira una y otra vez.
—Más —jadea, y le agarro el trasero con las manos, acercándolo aún más a mí.
Mi boca lo cubre y tomo pequeñas caladas de él, disfrutando de esto tanto como Pedro.
Parece seda sobre mi lengua, y su rápida respiración y los gemidos con los que me nombra, diciéndome lo buena que soy para él, lo mucho que le gusta mi boca, hacen que mi cuerpo arda de pasión.
Sigue moviéndose dentro y fuera, dentro y fuera.
—Tan jodidamente bueno... Mírame —suplica.
Parpadeo al volver a mirarlo a la cara, fijándome en la forma en que sus cejas bajan, la forma en que se muerde el labio inferior, y la forma en que sus ojos me observan. Se hunde hasta el fondo de mi garganta repetidamente, y noto la forma en que los músculos de su estómago se expanden y se tensan, señalando lo que está a punto de ocurrir.
Como si pudiera leer mi mente, gime:
—Joder, voy a correrme...
Sus movimientos se aceleran y son ahora más bruscos. Aprieto los muslos para liberar parte de la presión y chupo con más fuerza. Me sorprende cuando él se retira de mi boca y se corre sobre mi pecho desnudo. Gimiendo de nuevo mi nombre, se inclina hacia adelante exhausto, apoyando la frente contra la cabecera. Espero pacientemente a que recupere el aliento y a que vuelva a tumbarse junto a mí.
Alarga la mano y, para mi gran horror, la restriega lentamente sobre el semen que hay en mi pecho.
Luego observa, transfigurado durante un momento antes de que nuestros ojos se encuentren.
—Toda mía. —Sonríe sin vergüenza, dejando suaves besos sobre mis labios abiertos.
—Yo... —digo mirando mi pecho pegajoso.
—Te ha gustado. —Sonríe, y no puedo negarlo—. Te sienta bien. —Por la forma en que sus ojos se fijan en mi piel brillante, me doy cuenta de que lo cree de verdad.
—Eres un guarro —es lo único que se me ocurre decir.
—¿En serio? Tú también. —Señala mi pecho y me coge por las caderas para arrancarme de la cama.
Chillo y Pedro me cubre la boca con una mano.
—Shhh..., no queremos tener público mientras te follo sobre el escritorio, ¿verdad?..
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