Divina

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sábado, 26 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 39


Pau

Me despierto al sentir que unos brazos rodean mi cintura y me sacan del coche. La luz blanca en la parte superior del taxi me recuerda la noche que he tenido. Asimilo el espacio que me rodea y me asusto un instante antes de darme cuenta de que estamos en el camino de entrada de la casa de Ken. No, no.

—Jamás te llevaría de nuevo allí —me susurra Pedro al oído como si supiera exactamente lo que me preocupa antes de que el propio pensamiento se haya formado en mi mente.

No protesto cuando me lleva en brazos hasta la casa. Karen está despierta, sentada en un sillón junto a la ventana y con un libro de recetas sobre el regazo. Pedro me deja en el suelo y siento que me flaquean un poco las piernas.

Karen se levanta y cruza la habitación para abrazarme.

—¿Qué te apetece, cariño? He hecho pastelitos de caramelo; sé que te encantan. —Sonríe, y su mano cálida envuelve la mía y me dirige hacia la cocina. Pedro no protesta.

—Voy a subir tu equipaje —lo oigo decir.

—¿Landon está durmiendo? —le pregunto a su madre.

—Creo que sí, pero seguro que no le importa que lo despiertes. Aún es pronto.

Karen sonríe y coloca un pequeño pastel cubierto de caramelo en un plato antes de que pueda detenerla.

—No, da igual —digo—. Ya lo veré mañana.

La madre de Landon me mira con su suave y familiar ternura. Juguetea de manera nerviosa con el anillo de bodas que lleva en su fino dedo.

—Sé que éste no es precisamente el mejor momento, y lo siento, pero quería hablar contigo de algo. —Sus cálidos ojos marrones reflejan preocupación, y me hace un gesto para que dé un bocado al dulce mientras sirve dos vasos de leche.

Asiento para animarla a continuar y me lleno la boca con el delicioso pastel. No he comido nada hoy. Estaba muy abrumada, y el día ha sido demasiado largo. Cojo otro pastel.

—Sé que bastante mal lo estás pasando ya, así que, si quieres que te deje en paz, dímelo tranquilamente. Te prometo que lo entenderé, pero me gustaría saber tu opinión sobre algo. Asiento de nuevo mientras disfruto del postre.

—Es sobre Pedro y Ken.

Abro los ojos como platos, me atraganto inmediatamente con el pastel y alargo la mano para coger la leche. «¿Lo sabe? ¿Le ha contado algo Pedro?»

Karen me da unas palmaditas en la espalda mientras me trago la leche fría. Después, me la frota en círculos mientras continúa:

—Ken está tan feliz de que Pedro por fin haya empezado a tolerarlo... Está tan contento de poder tener finalmente una relación con su hijo... es algo que siempre ha deseado. Se arrepiente tanto de todo lo que pasó, y durante años he padecido viéndolo sufrir así. Sé que ha cometido errores, muchísimos, y no voy a excusarlo por ellos. —Sus ojos se inundan de lágrimas y se da unos toquecitos en el rabillo del ojo con los dedos—. Perdona —dice sonriendo—. Esto me afecta mucho.

Después de inspirar hondo un par de veces, añade:

—Ya no es el mismo hombre que era antes. Lleva años sobrio y yendo a terapia. Lleva años reflexionando y lamentándose.

«Lo sabe.» Karen sabe lo de Trish y Christian. Se me encoge el alma y mis ojos también se inundan de lágrimas.

—Sé lo que vas a decir.

Quiero mucho a esta familia. Los quiero como si fueran la mía propia, y me da pena que haya tantos secretos, adicciones y motivos de arrepentimiento entre ellos.

—¿Ah, sí? —dice con la respiración entrecortada con algo de alivio—. ¿Te ha contado Landon lo del bebé? Debería haberlo imaginado. Entonces supongo que Pedro también lo sabrá.

Me atraganto de nuevo. Tras un incómodo ataque de tos, durante el cual Karen no deja de analizar mi expresión, digo por fin:

—¿Qué? ¿Un bebé?

—Entonces ¿no lo sabías? —Se ríe suavemente—. Sé que soy muy mayor para ser madre, pero estoy sólo a principios de la cuarentena, y mi médico me ha asegurado que estoy lo bastante sana...

—¿Un bebé? —me alivia que no sepa que Christian es el padre de Pedro, pero esto no me lo esperaba en absoluto.

—Sí. —Sonríe—. Yo me sorprendí tanto como tú. Y Ken también. Ha estado muy preocupado por mí. A Landon casi le da algo. Sabía lo de mis citas con el médico, pero no sabía para qué eran, así que el pobre pensaba que estaba enferma. Me sentí fatal y le conté la verdad. No lo planeamos —busca mi mirada—, pero ahora que ha pasado el susto inicial de pensar que vamos a tener un hijo a estas alturas de la vida, estamos muy contentos.

La rodeo con mis brazos y, por primera vez desde hace días, siento alegría. Donde antes no había nada en mi interior, ahora hay alegría. Adoro a Karen y estoy superfeliz por ella. Esto es genial. Empezaba a preocuparme la idea de no volver a sentirme así nunca más.

—¡Es estupendo! ¡Me alegro mucho por los dos! —exclamo, y ella estrecha mi espalda con los brazos.

—Gracias, Pau. Sabía que te alegraría, y a cada día que pasa, más me ilusiona la idea. —
Se aparta y me besa en la mejilla. Después me mira a los ojos—. Pero me preocupa cómo pueda sentirse Pedro al respecto.

Y así, sin más, mi alegría por ella se transforma al instante en preocupación por Pedro. Toda su vida ha sido una mentira, y no ha encajado demasiado bien la noticia. El hombre a quien creía su padre va a tener otro hijo, y se olvidará de él. Tanto si eso sucede como si no, lo conozco lo bastante bien como para saber que eso es lo que pensará Pedro. Y Karen lo sabe, y ésa es la razón por la que le preocupaba tanto sacar el tema.

—¿Te importa que sea yo quien se lo diga? —le pregunto—. Si no quieres, lo entenderé.

No me permito darle muchas vueltas a esto. Sé que eso significa confundir los límites pero, si voy a dejar a Pedro, quiero asegurarme de que todo esté bien antes de hacerlo.
«Eso no son más que excusas», me advierte una parte de mí.

—No, por supuesto que no. Si te soy sincera, esperaba que quisieras hacerlo. Sé que te estoy poniendo en un compromiso horrible, y no quiero que te sientas obligada a mediar en esto, pero tengo miedo de cómo pueda reaccionar si es Ken quien se lo dice. Tú sabes tratar con él como nadie. —No te preocupes, de verdad. Hablaré con él mañana.

Me abraza una vez más.

—Hoy ha sido un día duro para ti. Siento haber sacado este tema. Debería haber esperado, pero es que no quería que se enterara por sorpresa, sobre todo ahora que ya se me empieza a notar un poco. Su vida ya ha sido lo bastante difícil de por sí, y quiero hacer todo lo que pueda por ponerle las cosas fáciles. Quiero que sepa que forma parte de esta familia, que todos lo queremos mucho, y que este bebé no cambiará eso.

—Lo sabe —le aseguro.

Puede que no esté dispuesto a aceptarlo todavía, pero lo sabe.

Unos pasos alcanzan el final de la escalera, y Karen y yo nos separamos como por acto reflejo. Ambas nos secamos las mejillas y yo doy otro bocado al pastel cuando Pedro entra en la cocina. Se ha duchado y se ha cambiado de ropa. Ahora lleva puesto un pantalón de chándal con las perneras demasiado cortas. El logo de la WCU, bordado a lo largo de su muslo, es un claro indicativo de que se ha puesto la ropa de Landon. Él jamás tendría una prenda así.

Si estuviésemos en algún otro lugar, le haría algún comentario socarrón sobre los pantalones, pero no lo estamos. Estamos en el peor lugar, aunque para mí es el mejor; todo es muy confuso. No obstante, bien pensado, el sano equilibrio y el orden nunca han sido un factor en nuestra relación; ¿por qué iban a serlo en nuestra ruptura?

—Me voy a acostar. ¿Necesitas algo? —pregunta con voz áspera y grave. Levanto la vista, pero se está mirando los pies descalzos.

—No, pero gracias.

—He dejado tus cosas en la habitación de invitados..., bueno, la tuya.

Asiento. Mi parte irracional y poco fiable desearía que Karen no estuviera en la cocina con nosotros, pero mi parte racional y amarga, una parte mucho más grande, se alegra de que sí esté. Desaparece por la escalera y yo le doy las buenas noches a Karen antes de subir también.

Instantes después, me encuentro ante la puerta de la habitación en la que he pasado las mejores noches de mi vida. Levanto la mano para coger el pomo, pero la aparto rápidamente, como si el frío metal fuera a abrasarme la piel.

Este círculo vicioso tiene que terminar y, si cedo a todos mis impulsos, a todas las fibras de mi ser que ansían desesperadamente estar cerca de él, jamás conseguiré salir de este bucle infinito de errores y peleas.


Libero por fin el aire de mis pulmones cuando cierro la puerta de la habitación de invitados al entrar. Me quedo dormida deseando que la Pau más joven hubiera sabido lo peligroso que podía llegar a ser el amor. De haber sabido que dolía tanto, de haber sabido que iba a despedazarme, para luego remendarme y volver a hacerme añicos de nuevo, me habría mantenido lo más alejada de Pedro Alfonso que me hubiese sido posible.

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