Pedro
¿Perdón? ¿Qué está pasando? Ésta es una de las pocas veces en mi vida en las que me he quedado sin habla. Las manos de mi madre descienden del pelo de Vance a su mandíbula y lo besa con más fuerza.
Debo de haber hecho algún ruido, seguramente habré ahogado un grito, qué coño sé yo, porque mi madre abre los ojos de repente y aparta a Vance de un empujón en los hombros.
Él se vuelve rápidamente hacia mí, con unos ojos como platos, y se aparta de la encimera. ¿Cómo es que no me han oído bajar la escalera? ¿Qué hace él aquí, en esta cocina?
«De verdad, ¿qué cojones está pasando?»
—¡ Pedro! —exclama mi madre presa del pánico bajando de un salto de la encimera.
— Pedro, puedo... —interviene Vance.
Levanto la mano para que se callen mientras mi cerebro y mi boca intentan trabajar juntos para tratar de comprender el espanto que acabo de presenciar.
—¿Cómo...? —empiezo a decir, las palabras se me traban en la lengua, mi mente no consigue formar una frase—. ¿Cómo...? —repito.
Mis pies empiezan a retroceder. Quiero alejarme de ellos tan rápido como me sea posible, pero también necesito una explicación.
Miro a uno y a otra, haciendo un esfuerzo por conciliar a las dos personas que tengo delante con las personas que creía conocer. Pero fracaso y nada tiene sentido.
Mis talones chocan contra el primer peldaño de la escalera y mi madre extiende un brazo hacia mí.
—No es... —trata de decir.
Es un alivio notar cómo la sangre empieza a calentarse en mis venas y el enfado borra la sorpresa inicial, se apodera de mí y me libra de lo vulnerable que me sentía hace unos segundos. Sé qué hacer con la rabia, me deleito con ella. Con lo que no sé qué hacer es con lo de enmudecer de sorpresa.
Camino hacia ellos antes de poder darme cuenta de lo que estoy haciendo, y mi madre retrocede huyendo de mí, mientras Vance se interpone entre ella y yo.
—¿Qué coño te pasa? —la interrumpo haciendo caso omiso de las lágrimas egoístas que brillan en sus ojos—. ¡Te casas mañana!
»Y tú —le siseo a mi antiguo jefe—, tú estás comprometido, y aquí estás, ¡a punto de follarte a mi madre en la encimera de la cocina!
Bajo la mano y le pego un puñetazo a la ya maltrecha encimera de la cocina. El crujir de la madera al partirse me excita aún más, me hace querer más.
—¡ Pedro! —chilla mi madre.
—¡No te atrevas a gritarme! —le espeto. Oigo pasos arriba, señal de que nuestras voces han despertado a Pau. Sé que viene a buscarme.
—No le hables así a tu madre. —Vance no levanta la voz, pero el tono de amenaza es claro como el agua.
—Y tú ¿quién coño eres para ordenarme nada? No eres nadie. ¿Quién coño te crees que eres, eh? — Me clavo las uñas en las palmas de las manos. La ira bulle en mi interior, se acumula, lista para explotar.
—Soy... —empieza a decir él, pero mi madre le pone la mano en el hombro para que se calle.
—Christian, para —le suplica.
—¿ Pedro? —Pau me llama desde lo alto de la escalera y a los pocos segundos entra en la cocina. Mira alrededor, primero al huésped de última hora, luego a mí. Se planta a mi lado—. ¿Va todo bien? — pregunta casi en un susurro, cogiéndome del antebrazo con su pequeña mano.
—¡De puta madre! ¡Va todo de maravilla, de verdad! —Hago que me suelte el brazo y lo agito delante de mí—. Aunque es posible que quieras avisar a tu amiga Kimberly de que su querido prometido ha estado tirándose a mi madre.
A Pau casi se le salen los ojos de las órbitas al oírlo, pero permanece callada. Ojalá se hubiera quedado arriba, pero sé que yo en su lugar habría hecho lo mismo.
—¿Dónde está tu adorable Kimberly? ¿En algún hotel cercano con tu hijo? —le pregunto a Vance con todo el sarcasmo que admiten mis palabras.
No me gusta Kimberly, es una pesada y una cotilla, pero ama a Vance y tenía la impresión de que él también estaba loco por ella. Es obvio que estaba equivocado. No le importan ni ella ni la boda inminente. Si le importaran, esto no estaría pasando.
— Pedro, tenemos que calmarnos todos un poco. —Mi madre intenta quitarle hierro al asunto. Retira la mano del hombro de Vance.
—¿Quieres que me calme? —pregunto incrédulo. Es alucinante—. Te casas mañana y aquí te encuentro, en plena noche, abierta de piernas en la encimera como una cualquiera.
En cuanto termino de decirlo, Vance se me echa encima. Su cuerpo choca contra el mío y mi cabeza golpea los azulejos del suelo de la cocina cuando me tira al suelo.
—¡Christian! —grita mi madre.
Vance usa su peso para sujetarme, pero me las apaño para liberar las manos. En cuanto siento un puñetazo en la nariz, la adrenalina se dispara por mis venas, arrasa con todo y sólo veo violencia.
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